Nada es imposible. Ese es el lema que comparten seis mujeres que desde hace cinco años decidieron emprender un oficio que muchos dirían que es de hombre, pero que ahora es lo que les da la papa diaria a sus familias

Mabel Sarmiento Garmendia/@mabelsarmiento

Caracas. No les importa si batir mezcla de cemento les saca más músculos de lo normal, si el sol les curte la piel o si las manos se les ponen ásperas. Nada de eso limita a seis mujeres que en 2010 decidieron echarle piernas y brazos a la cooperativa Mujeres al Cemento.

Coromoto Rengifo, educadora de profesión, es una de las líderes del grupo. Ella junto a Kheynyn, Kheylyn (sus dos hijas), Yuly Landaeta, Mirian Martínez y a Coromoto Vizcando, todos los días apenas se pone el sol sacan la arena y el cemento para elaborar bloques.

“La técnica la aprendí de mi suegro. Luego enseñé a mis hijas y a algunas amigas. Nos decían que éramos unas locas, pero eso no nos importó. Uno no puede quedarse sin hacer nada, siempre hay que innovar, y sí dicen que es un trabajo para hombres, pero ya vez aquí estamos nosotras”, dijo Coromoto, quien ya está jubilada de la docencia.

Las Mujeres al Cemento trabajan en la casa de la familia Rengifo. Es un patio pequeño pero allí llegan a acumular hasta 150 bloques en un día. De hecho para el lunes 28 de septiembre tienen que hacer una entrega de 500 y, aunque se les nota relajada, la producción no se detiene.

“Aquí hasta los niños saben hacer mezclas o enseran la gradilla, que es el molde”, contó Kheylyn, al tiempo que agarraba una pala plana para comenzar a mezclar.

De un saco de cemento y cuatro carretillas de arena salen cuatro bloques de 12. La cooperativa cuenta con una sola gradilla, pero aun así se las arreglan: dos baten la mezcla, una ensera el molde, otra vacía el producto para que su compañera lo traslade y la última saca la pieza que, luego, se pone al sol durante dos días.

El trabajo puede ser rutinario, pero igual se rotan y tratan de hacerlo novedoso.

CAM02661
La señora Coromoto dejó la docencia y se puso a elaborar bloques

La comunidad de Rosa María en Guaicoco, municipio Sucre, es la primera beneficiada. De hecho hay varias casas que se levantaron con los bloques de la Mujeres al Cemento. “Yo construí la mía, y ayudé con las de mis  hijas. Friso las paredes, aunque no me sale perfecto, y levanto columnas. Yo hago de todo y me siento bien”, expresó Coromoto Rengifo.

El precio que le ponen a los bloques es más bajo que en el mercado Bs 70 por unidad. “A veces en las ferreterías los venden a Bs 150 y nosotras aquí no ganamos mucho pero sí nos da para sobrevivir”.

Solo en la casa de las Rengifo hay 17 niños y todos están entrenados en el oficio. Y cuando la oferta disminuye por las dificultades para conseguir el cemento, estas mujeres no se quedan quietas y se dedican a la costura, a las manualidades e incluso están metidas de lleno en el negocio de la elaboración de productos de limpieza.

“Bueno esa es otra faceta. Nosotras hacemos cloro, suavizante, jabón, lavaplatos, desinfectante y todo eso lo vendemos a precios solidarios en la comunidad. Aquí lo único que nos falta es comida, si pudiéramos sembrar al lado de la quebrada que está atrás lo haríamos con gusto”, manifestó Mirian Martínez.

La elaboración de los productos también lleva su cuota de sacrificio. Buscan los ingredientes por los lados de La Bandera. Siempre van dos o tres a comprarlos porque son bidones y no tienen carro para transportarlos.

“Eso pesa mucho y hay que cargar los potes desde la parada (unos dos kilómetros de distancia de la casa). Pero lo hacemos porque uno tiene que ponerle ganas a lo que hace. Aquí todas sabemos cuáles son los ingredientes, los químicos y las cantidades a usar”, refirió Keynyn, quien al igual que su mamá cargaba puesto el uniforme: una franelilla amarilla con las letras de Mujeres al Cemento y un pantalón negro.

CAM02674
En menos de seis minutos hacen dos bloques

Además usan botas y a veces guantes, pero si la necesidad apremia, la vestimenta es lo menos que importa con tal de poner los bloques al sol.

El trabajo de esta cooperativa poco a poco se ha dado a conocer, pero hasta el día de hoy no les llega ningún tipo de ayuda, aunque ellas no piden dinero sino equipos y materiales. “Incluso nos los pueden dar en forma de crédito. Necesitamos por lo menos dos gradillas más (cada una cuesta Bs. 15 mil) y una mezcladora pequeña”, pidió Coromoto.

Pero mientras ese buen samaritano se les presenta, ellas piensan extender la producción y, además de los bloques, van a producir tabelones para platabandas.

“Yo digo que no hay límites lo que hay es que dejar la flojera, porque nada cada del cielo”, concretó Keynyn, siempre mostrando su buen genio.


Participa en la conversación