Al sur de Valencia obreros buscan arena en río contaminado para construir sus casas

Al sur de Valencia

Un grupo de hombres entra y sale de las aguas fétidas del río Cabriales. José Ramos es uno de ellos y tiene un objetivo: extraer arena para fabricar su casa. Es albañil, pero con la crisis del país sus días laborables se han reducido a uno por semana. Lo que gana no le permite comprar el material para la construcción de la vivienda que desea tener. El río se ha convertido en su salvación porque es un ahorro que le permitirá materializar ese sueño.

Valencia. Muy al sur de Valencia, cerca de la vía hacia El Paíto, fluye el río Cabriales. Aunque está lejos del ruido y el humo de los carros de la ciudad, los niveles de contaminación de su caudal en esa zona son más altos que en la urbe. Allí, un grupo conformado por un hombre y tres menores de edad entra y sale del agua.

A escasos 50 metros de donde ellos se encuentran está un puente en el que viejos bambúes y la basura de las comunidades aledañas se amontonan en la ribera.

El grupo no pasa mucho tiempo sumergido, tampoco lucen asqueados por el verdor anormal del agua o el hedor. Van directo a la tarea. Entre la hierba alta se amontona arena color negra que más bien parece asfalto. Llevan una buena cantidad recogida, mientras un niño de unos 10 años de edad espera apoyado en el mango de una pala. 

El líder del grupo es el mayor. Flaco, de rostro moreno desgastado por el sol y el trabajo. Todos son delgados y sus ropas lucen deterioradas. Para llegar al río tuvieron que quitar el alambre de púas de la casa más cercana al caudal. Ahí entraron con una carreta mitad triciclo. Dos ruedas grandes sostienen la caja, en la que va la carga y el manubrio con la tercera rueda adelante. Está bien pintada en color negro y con unas franjas rojas entre las que se lee su nombre: Mi Pequeña Victoria.

El vehículo está aparcado un poco más arriba, en una loma que da paso al río. No tiene nada de tierra, pero en unas horas estará llena.

Al sur de Valencia

Mi nombre es José Ramos estoy aquí recogiendo arena para mi casa. Estoy construyéndola poquito a poco y necesito arena para trabajar, pero esa vaina es muy cara. Imagínate cuántos sacos uno tiene que comprar para poder hacer las cosas bien”.

No es de extrañar, Ramos es un número más dentro de la crisis económica venezolana, reflejada en la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) que reza: “El tamaño de nuestra economía (Venezuela) se ha reducido notablemente. En el período 2014-2020 el PIB real muestra una reducción acumulada de 74 %. Se ha mermado la capacidad potencial de producción y la productividad de los factores disponibles, efectos difíciles de revertir en el corto y mediano plazo”.

El negocio no es como antes

Ramos toda su vida ha sido albañil y recuerda que hasta hace algunos años atrás su oficio le permitía vivir tranquilo, sin muchos lujos, pero en calma. 

Con la llegada de la hiperinflación al país y la materialización de la crisis, Ramos no solo empezó a ver que su trabajo perdía valor en el mercado, sino que las jornadas se reducían.

Sobre esto la Encovi afirma que “entre 2014 y 2021 se ha reducido el empleo formal 21,8 puntos porcentuales (4,4. MM de empleos). 70 % son del sector público y 30 % del privado. Hoy solo 40 % de los trabajadores tiene empleos formalmente”.

Yo te puedo ganar unos $30 semanal, pero imagínate si estoy con lo de mi casa y lo que me gano me lo gasto en el saco ¿cómo se hace? La cosa está difícil. Es mentira que vivimos calidad, que Venezuela se arregló. Se arregló para el que tiene. Nosotros que no tenemos nos toca batallar, así sea hasta para botar una basura, pero pa’lante”.

En otras épocas, por la misma labor percibía entre $60 y $70. 

Si se toma en cuenta el sueldo de Ramos, esto equivaldría prácticamente a $1 diario, una cifra ínfima si se compara con países vecinos donde el sueldo mínimo pasa de los $200 por mes.

Ahora Ramos puede trabajar una vez a la semana y se le hace insuficiente, en otra situación no hubiese podido estar “perdiendo el tiempo” en casa o en el río cómo lo hace ahorita, sacando arena.

Cuando Valencia se destacaba por un acelerado crecimiento inmobiliario no había tiempo para descanso, sino como dice este obrero “para chambear”.

Un hombre como Ramos lo es todo en su hogar. A sus 30 años de edad reside en una vivienda con casi 10 personas: “Cinco varones y cinco hembras”. Algunos de ellos son sus hijos, otros son sobrinos. En su casa todos se apoyan, por eso él decide exponerse y sacar arena del río.

Para 2021, la Encovi especifica que un obrero en el sector privado podía ganar $20, mientras que en 2014 percibía $26,2. Sin embargo, hay que recalcar que de forma independiente un obrero ganaría en promedio $32,8, una cifra que se ciñe a lo comentado por Ramos.

Aunado a esto: “La destrucción de empleo público y privado ha significado un aumento de 20 puntos en los trabajadores por cuenta propia. Hoy 1 de cada 2 trabajadores está autoempleado”, versa la Encovi.

El río, una “salvación”

Estas cuatro personas toman turnos para sacar la arena. Uno entra al agua con un cuñete amarillo de pintura y otro entra con la pala. Así comienzan a cavar para remover la arena y buscar el sustrato que asiente las bases de su casa. Ramos entra al agua con sus zapatos de goma, mientras que el más grande de los menores de edad lo hace descalzo.

La franela del mayor de los muchachos está mojada por encima del ombligo, es lo máximo que él y los demás se permiten sumergirse: el agua no debe pasar más arriba de su cintura. Son casi las 11 y el sol ya empieza a hacer estragos. Sudan. Y la zona, carente de árboles, es calurosa y húmeda por el efecto del río.

Claro que nos preocupa. Uno sabe que esta agua está piche. Nosotros somos de la zona, sabemos que de aquí no puede salir nada bueno, pero solo nos queda encomendarnos con Dios, porque con él todo. Yo cada vez que entro me persigno y pa’ dentro y que sea lo que él quiera”.

A estos hombres les pican las piernas, los pelos mojados chorrean agua y el cuñete amarillo ha cargado tanto liquido sucio que en su fondo ya luce manchado, mientras otro cuñete color blanco escondido entre el monte está también lleno de agua negra. 

Ramos se limpia el rostro y acomoda su gorra roja, no puede seguir perdiendo tiempo. Se vuelve a meter al agua para sacar más arena, necesita una gran cantidad, afirma no tener la cifra exacta, pero si le queda mucho más trabajo por hacer. Su casa lo necesita y opina que no hay nada que lo detenga.

La falta de dinero no me va a parar, tengo que hacerlo no hay de otra. Si, es desagradable pero ahorro es ahorro”. comenta el hombre desde el agua mientras detrás de el pasa una bolsa llena de desperdicios.

Cuando se le pregunta si la arena que extrae del Cabriales la vende, responde que no. Si lo hiciera sería muy lucrativo, mucho más porque cada vez que saca arena del río llega a las 7 y sale a las 2 de la tarde. “Haría una buena platica”.

En distintos comercios de la ciudad el precio de la arena en saco va desde $1.5 hasta los $3


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