Con una duración de tres horas, la película está inspirada en la época del cine en los años veinte no concreta las intenciones de su autor

Caracas. Babylon es una película dirigida y escrita por una persona que ama el cine. Desde sus primeros minutos, hay todo un agasajo para el espectador que muestra un mundo esplendoroso y también de excesos, momentos en los que se nota la alta pretensión del autor con la obra, una de esas que busca concatenar en una historia toda clase de intenciones.

Desde que en 2014 Damien Chazelle estrenó Whiplash, se ha convertido en uno de esos directores cuyos largometrajes generan siempre expectativas. Ahora, con su quinto largometraje, el realizador de 38 años de edad presenta su lectura del mundo del cine; un homenaje, una crítica y tal vez un réquiem.

Ambientada en su primer acto en los finales de los años veinte del siglo pasado, Babylon se concentra en cuatro personajes. Primero, en Nellie LaRoy (Margot Robbie) y Manny Torres (Diego Calva). Ella es una aspirante a actriz que se cuela en una fiesta de un jerarca de la incipiente y arrebatada industria del cine. Él, un obrero mexicano que trabaja para los organizadores del jolgorio, pero que realmente aspira a más en ese universo.

Por otro lado, está Jack Conrad (Brad Pitt) gran estrella del cine cuando todavía era mudo, en esas producciones en las que la imagen era todo lo posible y los cartones con texto dirigían lo que se configuraba en la mente. En todo eso, el virtuoso trompetista Sidney Palmer (Jovan Adepo) energiza y engalana cada una de las tomas en esas tortuosas sesiones de grabación.

Babylon
Diego Calva destaca como una de las caras nuevas en pantalla

Damien Chazelle emplea media hora antes de presentar el título de Babylon. Lo hace a través de trepidantes tomas de una juerga, de una noche de excesos en la que no se escatiman recursos por parte de los personajes para vanagloriarse. Como un buen pescador, el autor engancha a su audiencia en esos momentos, porque cada toma está filmada por alguien que sabe cómo transmitir en cada cuadro, además, vuelve a trabajar con el compositor Justin Hurwitz, su compañero para las partituras desde 2009, cuando estrenó su ópera prima Guy and Madeline on a Park Bench.

De hecho, la música es un factor importante en este largometraje, no solo por el deber de corresponder a lo que significa para el cine la creación de tantos compositores, sino por la atinada selección de temas que ayudan a mantener la atención en una obra que supera las tres horas de duración, incluso en esos momentos en los que decae. De hecho, es una de las tres nominaciones que recibió para los Oscar: Mejor Música Original.

Luego de la excentricidad de la fiesta, viene la resaca, en la que cada individuo vuelve a su realidad, y es ahí cuando Damien Chazelle enrumba a sus personajes a sus intenciones, a los giros de una vida entre los vericuetos de una industria que empezaba a adaptarse a los cambios tecnológicos.

Babylon muestra cómo fue esa transición del cine mudo al cine sonoro, pero no lo hace con la indulgencia de quien está adentro, sino con un filo que también juega en contra de la película.

El director presenta a unos personajes que no se hallan en el mundo sonoro, mientras otros sí se desenvuelven hacia el éxito, en un discurso que en la primera mirada se ve como un sistema que escupe sin problemas a quienes formaron parte de él, pero al que se van agregando referencias claras a esas películas que son cabecera para el autor, quien desde la ficción recorre la historia del cine con una posición determinante.

Babylon
En Babylon, todo el mundo juega las cartas en la incertidumbre de la industria

Los personajes de Babylon no son productos de un azar, sino que lucen inspirados en figuras históricas del cine como Clara Bow, John Gilbert, Dorothy Arzner, Anna May Wong, Joselito Rodríguez, Louis Armstrong e Ina Claire.

La película va marchando bien hasta que los personajes se encuentran en ese intento de llevar todo al extremo, como para afianzar la decadencia de los caminos tomados, de un mundo hostil que arrebata todo.

Pero la intención de Damien Chazelle de abarcar tanto, entre sus referencias, sus intenciones como elemento cuestionador, su rol creador de personajes y su perspectiva de futuro, acaba por perder la contundencia que hubo al inicio, porque empieza a competir con su también innegociable objetivo de sorprender a cada momento al espectador.

Entonces, con tantos puntos a atender, se evapora esa contundencia del primer acto en Babylon, y el final luce como desesperado para cerrar todo tajantemente, sin cabida para un respiro reflexivo sobre cada uno de sus personajes, y para ñapa, se suma un montaje disruptivo que alude a distintas películas clásicas, que deslía todo propósito que se creía que existía. Quedan tan solo señas de cada narrativa.

Babylon
Son encomiables las escenas que recrean las filmaciones de hace cien años

Y es ahí cuando se suma el director como personaje. Porque, como dice el cineasta Carlos Caridad Montero, Damien Chazelle pareciera que diera una profecía del futuro de la industria, en momentos del streaming y la discusión de la continuidad de las salas, se ve un presagio de muerte del cine que el director estadounidense conoció. Entonces, para subrayar su presagio, traiciona antes a sus personajes para que no compitan con su visión.

Babylon tiene momentos que dejan pensando, escenas que rondarán en la cabeza de muchos; reflexiones que atender, pero la ambición de su autor entorpece el camino a su destino, que comenzó con deslumbramiento, y que termina con bifurcaciones en las que todo acaba de manera abrupta como si se tratara de una competencia en la que se está acabando el tiempo. Como el discurso de alguien que tiene mucho por decir, pero que cuando tiene la oportunidad, finalmente, usa una excusa para luego atropellarse.

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