Gilberto guía a una nueva generación para preservar la tradición de los Diablos de San Millán

Los Diablos Danzantes de San Millán nacieron hace más de 100 años. La larga tradición surgió luego de que miembros de la cofradía de Turiamo se mudaron a Puerto Cabello, estado Carabobo.

Valencia. 30 años cumplen los Diablos Danzantes de San Millán desde que regresaron a las calles de Puerto Cabello y Gilberto Bolívar mueve sus maracas con brío y emoción como desde el primer día.

“Chiqui-chiqui-chiqui-chiqui”, suenan los instrumentos con ritmo constante, al compás de los cuatros. Algunos dicen que la cadencia de San Millán es más suave que la cofradía hermana de Patanemo, pero eso es parte de su sello, de su identidad.

Gilberto nunca ha dejado de participar en esta tradición, confiesa mientras se limpia el sudor del rostro y se vuelve a poner le velo marrón que lo cubre. Este cae hacia atrás y al final cuelga su máscara de diablo.

Fotografía: Armando Díaz.

La máscara ha evolucionado en el tiempo. Desde hace unos 10 años es una exigencia que tenga tres cuernos, fue un acuerdo entre los diablos de más edad y es un guiño a la esquina de los tres clavos, que queda a una cuadra de la Casa del Tambor, sede de la cofradía.

La cofradía

Gilberto es uno de los 26 miembros que componen la cofradía. Las celebraciones de Corpus Christi en San Millán, festividad católica con la que se conmemora la institución de la Eucaristía por parte de Jesucristo en la Última Cena, comienzan desde el 29 de mayo en una ceremonia nocturna, de bailes y fe.

Con los bailes representan la lucha entre el bien y el mal. Los diablos son la encarnación del mal que reconoce en el Santísimo, la magnificencia de Dios, y se rinde a sus pies, en un recordatorio anual del triunfo perpetuo del bien sobre el maligno.

Fotografía: Armando Díaz.

Este 30 de mayo pasado, durante en la danza no están los 26 que conforman la cofradía. 10 están ausente; 9 se encuentran en sus colegios y uno, el capataz principal, no pudo asistir. Gilberto asume entonces el rol de liderazgo, como capataz segundo y eso le infla el pecho. Ahí, justo donde exhibe una cruz grande bordada sobre su camisón con lentejuelas.

Su indumentaria es colorida, como la de todos los diablos, una característica diferencial entre las 11 cofradías de Carabobo. En el caso de San Millán portan un pantalón floreado, alpargatas negras, un cinturón de cuero con al menos 10 campanas viejas y oxidadas que tintinean al ritmo de los movimientos en cruz.

Las campanas sirven para espantar a los malos espíritus y usualmente están ocultas por una capa con faralaos que se mueve gracias al viento, lo que genera un efecto hipnótico producido por la unión de las rayas amarillas y rojas que recuerdan a la bandera de Cataluña.

Fotografía: Armando Díaz.

Tres pasos adelante, tres pasos atrás, tres a la derecha, tres a la izquierda. El movimiento mismo es un rito en honor al Santísimo, puesto que forma una cruz como una persignación perenne.

Los caídos

Mientras bailan, los diablos van de casa en casa en una especie de recorrido en memoria. La razón es que buena parte de estas casas pertenecen a los que llaman, los diablos caídos. “Son esos diablos que ya no están con nosotros, los que murieron pues”. En esas casas las puertas están abiertas y la gente observa con ansias.

Fotografía: Armando Díaz.

“Por aquí, por aquí”, todos quieren que los diablos los visiten porque es de buena suerte y aquellas donde viven los diablos caídos se detienen un poco más de tiempo. Incluso en algunas hay una manta blanca en el suelo con una foto y una velita azul encendida que lucha por no extinguirse.

Los diablos entran de dos en dos y bailan; se tongonean, se contorsionan al punto de verse pequeños por lo mucho que se encorvan y flexionan sus piernas. Algunos zapatean, un gesto con el que buscan ahuyentar al mal en una danza que, por momentos, recuerda al joropo. Siempre con el cuatro de fondo.

No todas las casas a las que entran son casas de diablos caídos. Los devotos de San Millán quieren a los diablos dentro porque es una forma de dejar entrar el mal y luego que salgan con todo lo oscuro de cada hogar.

Es una limpieza la que se hace, porque al irnos la paz y la presencia de Dios quedan.

Fotografía: Armando Díaz.

Gilberto, sentado en una silla rota frente a la Casa del Tambor, mira el cielo nublado a la espera de ver las gotas caer y los ojos le brillan.

Hago esto por tradición. A muchos eso es lo que nos mueve al danzar.

La tradición de vuelta

Fue precisamente por tradición que hace treinta años fue convocado por tres diablos de otras zonas para refundar los Diablos Danzantes de San Millán. Gilberto vio en esa oportunidad el momento de devolverle algo de magia e identidad a su zona.

En aquel entonces eran pocos los que salían a bailar, solo siete. Los primeros años no fueron fáciles, porque mientras otras cofradías llevan su tradición de manera sucesoral; es decir, de padre a hijo y a nieto. En San Millán era distinto.

Fotografía: Armando Díaz.

Los parecidos físicos entre los Diablos de San Millán y los de Aragua tiene su respuesta en que están inspirados en las cofradía de Turiamo, de ahí viene la familia de Gilberto.

En mi familia ya somos tres generaciones de diablos, solo que yo empecé tarde y en unas circunstancias diferentes, contó.

“La mayoría lo hacemos por tradición, porque queremos que la celebración se mantenga, porque nos define, porque le da un sentido a la fe y porque es parte de nuestro patrimonio inmaterial”.

Fotografía: Armando Díaz.

A diferencia de diablos como los de Canoabo que tienen hasta 400 miembros y más de 100 años ininterrumpidos. San Millán tiene un grupo reducido, la mayoría de personas jóvenes que no pasan de los 30 y que están de forma voluntaria.

El detalle de San Millán es que hace 50 años la cofradía desapareció. “Quedó en la oralidad. algunos te contaban de las tradiciones y se veía como un recuerdo lejano”.

Fotografía: Armando Díaz.

Los Diablos de San Millán desaparecieron porque la muerte le llegó a sus miembros en la vejez y nadie tomó el testigo.

Como consecuencia de esas muertes, también desaparecieron figuras como los llamados promeseros, esos danzantes que le hacen una promesa al Santísimo para bailar, en muchos casos por promesas heredadas. Otros danzan porque son creyentes, creen en el Santísimo y eso es un factor común entre todos.

La Sayona

Saraith García es una promesera, pero en los diablos no se permiten mujeres, no como diablas al menos, pero si como sayonas. Son tres y ella es una de esas, por la parte ritual representan a las tres divinas personas, pero se les llama sayonas porque… “Somos las esposas de tú sabes quién”. Hace referencia al diablo, a quien no lo menciona por temor, de hecho se persigna y continúa.

Fotografía: Armando Díaz.

Ellas son las coordinadoras, las encargadas de la logística, las que les dan agua a los diablos. También las que le dicen a los diablos que deben danzar en dos líneas perfectas y prohíben que cualquiera se meta en esas dos columnas, porque los diablos pueden confundirlo con un caído. “Siempre a la derecha o a la izquierda”, le dice Saraith a algunos para que guarden distancia, especialmente a los niños.

Es una promesera porque hace más de siete años su bebé nació con problemas respiratorios y ella se lo ofreció al Santísimo a cambio de volverse una sayona.

Mi niño se curó al tiempo y ahora es un diablo.

Para ella el Santísimo es lo más grande. Es por esa devoción que camina siete horas y aunque no hay sol suda como efecto de la humedad porteña y la cercanía al mar que esta a 1 kilómetro de distancia.

Fotografía: Armando Díaz.

Que su hijo, que no pasa de los 10 años, porte la indumentaria de diablo, es la garantía de que la tradición de San Millán sigue, al menos por un año más. Y aunque los siete años de promesa pasaron, se mantiene fiel a su cita anual, por lo que cuando los 26 diablos se tiran al suelo alrededor de la iglesia de La Caridad entiende que todo valió la pena y que siempre estará entregada al señor, su Dios.

Fotografía: Armando Díaz.

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