Todo lo que Nicsa elabora lo hace desde su casa en el sector La Quinta de la Cota 905, un barrio de la ciudad de Caracas a más de 937 kilómetros de distancia de la Península Guajira, en el estado Zulia, de donde es nativa la población indígena wayúu, y de donde ella salió hace más de 30 años.

Caracas. Las máquinas son mis manos, dijo Nicsa González, mientras desdoblaba y mostraba una de las últimas mantas que confeccionó usando las técnicas que sus manos aprendieron desde niña. Los cortes de la tela los hizo ella. La costura la hizo ella. El bordado decorativo también lo hizo ella.

Todas las mantas de Nicsa, una mujer wayúu, son obras propias. Estas batas largas y con decorados de colores son parte de la vestimenta tradicional wayúu, que ella no abandona.

—Si yo quiero tejer una manta nueva, yo misma le corto, coso y decoro —dijo Nicsa, de 52 años de edad.

Ese día vestía una manta rosada con bordados de colores alrededor del cuello, de estilo sencillo porque es para estar casa.

Wayúu
Foto: Manuel Díaz

Todo lo que Nicsa elabora lo hace desde su casa en la Cota 905, un barrio de la ciudad de Caracas a más de 937 kilómetros de distancia de la Península Guajira, en el estado Zulia, de donde es nativa la población indígena wayúu, y de donde Nicsa salió hace más de 30 años para asentarse en la Cota.

Wayúu
Foto: Manuel Díaz

El barrio La Quinta de La Cota 905 acoge una población de más de 120 indígenas wayúu que empezaron a llegar a finales de la década de los 80 a la zona.

Uno de los principales motivos es haber sido desplazados de sus tierras por la violencia de grupos guerrilleros que operan en la frontera norte entre Venezuela y Colombia.

—Nosotros supimos de este lugar porque un familiar llegó antes que nosotros. La mayoría aquí somos familia—dijo Nicsa.

Pero la Cota 905 también ha sido una zona violenta. Al menos desde finales de diciembre de 2020, integrantes de la megabanda que operaba en la zona, y que tenía entre sus cabecillas a Carlos Luis Revete, conocido como el Coqui, protagonizó distintos enfrentamientos con las autoridades, que se mantuvieron hasta julio de 2021, cuando las fuerzas de seguridad del Estado se desplegaron en la zona. Según el conteo oficial, ocho personas fallecieron en las balaceras, cometidas por miembros de este grupo delictivo.

Foto: Manuel Díaz

Aprender a tejer es parte de la tradición wayúu que se ha transformado en una fuente de trabajo para las mujeres de la etnia. Nuestro trabajo es el tejido, comentó Nicsa.

La mayoría de las mujeres wayúu que viven en la Cota 905 no tienen empleo y son sus parejas quienes proveen económicamente dentro del hogar, mientras ellas están en casa junto con sus hijos.

La mayoría de las mujeres wayúu en la Cota 905 tiene en sus manos el conocimiento del tejido y de la costura, pero reconocen que la modernidad de las máquinas de coser facilitaría parte del trabajo. Sin embargo, ninguna de ellas tiene máquina.

Foto: Manuel Díaz

Una máquina de coser usada, en la actualidad, puede costar más de 250 dólares o más de 5600 bolívares, según la tasa del dólar del viernes 3 de febrero. Esas cantidades de dinero no están al alcance de esta población.

En la parroquia Santa Rosalía, donde se ubica la Cota 905, la mayoría de su población vive bajo 66 % de pobreza extrema, según la Encovi.

Como quisiera tener una máquina porque me encanta coser. Sobre todo para dejar de trabajar en casas de familia, dijo Nicsa.

—Necesitamos las máquinas para coser. Para hacer el traje, porque cuando tenemos el traje listo, es cuando empezamos a tejer—añadió Carmen González, otra mujer tejedora.

Wayúu
Foto: Manuel Díaz

La mayoría de las casas de los wayúu en La Quinta tienen paredes construidas con láminas de zinc, columnas de palos de madera y pisos de tierra amarilla. Son pequeñas, sin el espacio suficiente para la cantidad de personas que suelen habitar en cada vivienda, como es el caso de la casa de Nicsa, en la que viven ocho personas.

En esta zona de la Cota 905, desde hace al menos cinco años, el agua potable llega una sola vez a la semana. Los habitantes de la zona dicen que al menos la luz no falla tanto como en otras ciudades de Venezuela y ponen como ejemplo las condiciones de vida en La Guajira, en donde los niveles de pobreza extrema son de entre 81 y 86 % (Encovi).

Carmen fue a La Guajira en diciembre pasado, en esa viaje aprovechó de comprar material para el tejido. Su relato del viaje es que allí la situación es fuerte con respecto al acceso a alimentos y servicios públicos.

El que vive allá es porque vive de su siembra y de los animales que tiene. Allá la luz se va por días enteros. Allá si no tienes pesos (moneda colombiana) o dólares no compras, porque no quieren saber nada del bolívar.

Foto: Manuel Díaz

Las mujeres wayúu de la Cota 905 no elaboran solo mantas. Todo lo que se pueda tejer ellas lo tejen: bufandas, bandanas, bolsos, sandalias, alpargatas, zapatos para bebés, blusas, suéteres, chinchorros, todo. El principal comprador de creaciones wayúu es el Gobierno, a través del Ministerio de los Pueblos Indígenas.

Cualquier entidad gubernamental u organización no gubernamental que va a La Quinta es una oportunidad que tienen las mujeres wayúu de la Cota 905 para acercarse a ellos y solicitar ayuda para mantener su arte y, a su vez, monetizarlo.

Nosotras no queremos dinero, queremos que nos ayuden con maquinaria. Es todo.

Foto: Manuel Díaz

Se necesitan al menos tres metros de tela para elaborar una manta wayúu. Pero la tela es lo de menos, lo más importante son los hilos con los que elaboran el bordado decorativo.

Los mejores se consiguen en Maicao (Colombia), dijo Carmen, a donde las mujeres van cada cierto tiempo y cuando el dinero lo permite, a comprar materia prima.

Foto: Manuel Díaz

La inspiración es otro aspecto importante en el tejido wayúu. Cada diseño es diferente, pero la inspiración viene de la cultura y de la tierra de donde vienen.

La tradición dicta que para que alguien se enamore de los diseños wayúu tiene que ser a través de los colores. Por eso la mayoría de las piezas están elaboradas con colores llamativos sobre una base oscura.

Foto: Manuel Díaz

Carmen aprendió a tejer cuando era niña, su maestra fue su abuela, una mujer que nunca salió de La Guajira. Nada de lo aprendido lo ha olvidado, a pesar de que ahora no teje tanto como antes, sobre todo por falta de materiales. Carmen es la única que tiene una máquina de coser en la zona, pero se dañó desde hace un año.

Por falta de dinero, no la puede mandar a reparar. El técnico que conoce le está cobrando 30 dólares solo por revisar el aparato.

Nuestros tejidos transmiten alegría y cada tejido plasma la capacidad de soñar que tiene el artesano, dijo la mujer.

Lo que inspira a Carmen es el deseo de tener su propio taller de costura algún día.

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