Los niños pasan el recreo en un baño inacabado en la escuela La Marquera al sur de Valencia

Escuela

Hace cinco años, Aristóbulo Isturiz, ministro de Educación, estuvo en la escuela La Marquera, al sur de Valencia, para reinaugurar el plantel y decretar el inicio de un área para la Misión Niño Simón. No obstante, a pesar del corte de cinta y la celebración con bombos y platillos, todo fue una pantomima. Sin agua, sin pocetas y puertas la escuela se mantiene funcionando, pero azotada por la delincuencia.

Valencia. En el Asentamiento Campesino La Loma, justamente en la calle La Envidia, se erige una escuela que tiene 40 años de haberse fundado: es la Escuela Bolivariana La Marquera. 

Las calles alrededor del colegio son de tierra y todo luce desolado, el polvo se levanta con la brisa y pasan personas a caballo. En uno de los salones están los profesores y miembros del consejo comunal exponen sus problemas. La escuela, sin duda alguna, es un cúmulo de problemas.

Foto: Armando Díaz.

El Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc) es el encargado de escuchar las quejas de la comunidad. La principal de ellas es la inseguridad en la que está sumida la escuela.

Durante el 2021, unos maleantes de la zona y barrios aledaños ingresaron al plantel y se robaron pocetas, puertas, mesas y todos los utensilios del comedor.

“A veces se llama y nos dicen ‘sí, sí ya vamos para allá a ayudar’ y nos dejan horas y horas esperando. Entonces, pedimos encarecidamente que sea de corazón un apoyo verdadero porque, como está la comunidad, no es fácil. Lo que tenemos alrededor no es fácil. Es importante que haya un apoyo mutuo, porque como dice el dicho: en la unión está la fuerza. La idea es sacar la escuelita adelante”, dice Zair Lizarra, profesora del plantel a la comisión del Cicpc.

Foto: Armando Díaz.

Sin especificar, Lizarra explica que hace un tiempo se habló de la construcción de un módulo policial. La educadora detalla que en el plantel solo hay cuatro mujeres y un hombre.

Estamos solitas con los niños. Aquí pasan carros secuestrados y van para allá abajo y uno no puede hacer nada. Lo único que queda es refugiarse”.

Muchas veces le hablaron del famoso módulo policial que estaría habilitado las 24 horas para proteger a la comunidad y a la escuela, pero en ese tiempo los malandros hicieron de las suyas. “No hay ni un solo salón con puertas. Pensamos en ponerles unas láminas pero… ¿para qué? La cerca no está bien hecha. Ahí cualquiera puede saltarla”.

La esquina en la que se encuentra la escuela es prácticamente el punto de choque y flujo de diversidad de bandas. Por ahí pasan los que viven en Chirinos y La Mirandina. De hecho, no solo pasan carros secuestrados, sino personas en la misma condición.

Pero las malas condiciones de la zona son caldo de cultivo para el crimen: solitario, sin electricidad y sin vigilancia.

Sin recursos 

Aunado a esto, la maestra Lizarra explica que el problema del transporte es grave. En su caso, le toca caminar todos los días desde Ciudad Plaza en compañía de sus hijas, otras veces le toca sola. Si pasa un camión o una gandola, aprovecha el aventón. “Aquí hay personas de la tercera edad, niños,  que se cansan. Es necesario mejorar la comunidad”.

Otra de las grandes preocupaciones de esta docente es que así como ella, todo el equipo de profesionales está próximo a jubilarse. “¿Qué docente va a venir para acá? Nadie, si cuando les dicen que tienen que pasar el puente en donde está El Cabriales se asustan porque saben que ahí roban”.

En la reunión también está presente Edison Torres, miembro de la Defensoría de los Derechos Humanos. Tiene la intención de ayudar a la comunidad, registrar sus peticiones y llevarlas a las instancias pertinentes. “Lo que ocurre aquí es algo muy lastimoso. Cuando uno invita a los voceros de los consejos comunales, son acéfalos o se hacen a la vista gorda de los problemas de la comunidad”.

Para Torres, da lo mismo la ideología de las personas en la comunidad, lo que cuenta son sus necesidades. No obstante, explica que, si bien en el Cicpc están las firmas recolectadas y el proyecto fue aprobado, este cuerpo policial les informó que no hay dinero suficiente para activar los recursos.

Foto: Armando Díaz.

Esto a pesar de que en Puerto Cabello se realizó un festival de gran envergadura con reguetoneros internacionales, todo bajo el sello de Lacava.

Foto: Armando Díaz.

Con todo, el Cicpc afirmó que si se les da un lugar en la comunidad para ellos trabajar, acudirán sin ningún problema. “Estaremos las 24 horas, porque nosotros somos del pueblo, para el pueblo”. 

Ante esa disposición, Torres presenta otro mensaje para los oficiales: “Llévense estas quejas y preséntenlas a sus superiores a la brevedad posible”. 

Jugar entre la ruina

Mientras los adultos buscan soluciones y plantean quejas de vieja data, en la misma escuela, no muy lejos del salón en el que se da la reunión, tres niñas de entre 7 y 9 años de edad juegan a la doctora. No visten uniformes y tampoco, parecen tener conciencia del lugar en el que juegan. No es un parque, tampoco es el patio del colegio. Es un baño, o al menos eso se supone que debió ser.

Hace cinco años, Aristóbulo Isturiz, ministro de Educación, estuvo en La Marquera para inaugurar el plantel y decretar el inicio de un área para la Misión Niño Simón. La celebración con bombos y platillos, sin embargo, fue una pantomima. Así lo dice María Garcia, que tiene toda su vida en la comunidad. “Aquí ese hombre vino a prometer y a inaugurar, pero en todo este tiempo lo que sí ha pasado es que se han robado todo”.

Fotografía: Armando Díaz.

Las tres niñas entran al baño y se sientan. Hay botas viejas, un lavamanos en el suelo, los cubículos nunca llegaron a tener pocetas. También se ven muchas hojas con dibujos de niños desperdigadas por el lugar y algunas facturas.

Las niñas ignoran la desidia, el desorden, la sensación de obra incompleta, y se sientan a pasar consulta. Todas son doctoras y pacientes a la vez. Se ensucian las manos y meten su cabeza en el orificio en el que alguna vez estuvo o debió estar el lavamanos.

Fotografía: Armando Díaz.

En el exterior el humo de monte quemado cubre toda la escuela. Son casi cinco montañas de hierba seca que se están quemando y las niñas tosen, por eso ponen sus oídos en el pecho y se ríen. Dos quieren ser doctoras y otra policía, a esta última le gusta el oficio por el simple hecho de combatir el mal.

En un momento todas agarran las hojas y comienzan a lanzarlas al aire y a reír, a brincar y a repetir el juego. Los papeles vuelan, caen. Son hojas pintadas con árboles, niños y algunos exámenes con notas evaluativas. En un momento se agarran de las manos y se esconden en la obra de la Misión Niño Simón. Es una obra sin completar, no tiene techo, tampoco frisado. Ahí no se puede hacer nada, al menos por los momentos, pero es un perfecto lugar para que las niñas jueguen al escondite. Es lo que les toca, porque tampoco tienen un parque para recrearse.

Fotografía: Armando Díaz.

García mira con tristeza el panorama. “Estos son baños que no son baños”. En el exterior del que se supone es el baño de hombres hay un agujero. “Por ahí sacaron algunos de los equipos. Se lo llevaron todo”.

Fotografía: Armando Díaz.

La escuela de nadie

A primera vista la escuela luce pequeña, pero justo detrás de los baños hay más terreno. Al fondo se encuentra una cancha de usos múltiples, también abandonada, y entre ambas áreas se expande un terreno baldío con un enorme tanque de agua que tiene más de tres años si funcionar. Ahí había un pozo de agua y dicho tanque distribuía el suministro a la comunidad y a la escuela. Ahora el colegio se beneficia del servicio solo dos días a la semana y no tienen baños ni lavamanos. “Esos niños hacen sus necesidades en el monte, exponiéndose a que les pique una culebra”.

Mientras tanto, por la zona se pasean chivos y ganado. Se notan flacos y acalorados. No muy lejos del tanque reposa un cráneo de bovino, pulido por el tiempo. 

Fotografía: Armando Díaz.

Para García, sería ideal que se aprobaran los recursos para construir una escuela granja y un preescolar. Asimismo, el Ministerio de Salud dio el visto bueno para la construcción de un dispensario, pero tampoco se iniciaron las construcciones. 

Mientras García camina señala a una joven de unos 12 años de edad. “Ella estudió aquí”. Es Camila*.

Fotografía: Armando Díaz.

Camila estudia en la parroquia Santa Rosa y cuando el transporte y el dinero escasean camina más de una hora para llegar a su liceo, el Fermín Toro. “Voy de vez en cuando”.

Algunas veces camina hasta la Plaza de Toros de Valencia, de ahí toma un autobús hasta su destino, otras veces en el camino consigue alguien que la lleve y otras, simplemente, llega empapada en sudor al plantel. “Salgo a las 7:00 a.m. y llego a las 8:00 a.m.”.

Durante 12 años, la profesora Brigida Castillo ha visto la decadencia de la escuela. Hace 10 años fue la última vez que el transporte público pasó por la escuela. Con la llegada de la pandemia se acrecentó el deterioro del plantel. Esto en referencia a la pintura de las paredes y el cuidado básico de las instalaciones; y solo un año atrás hubo los robos masivos.

Foto: Armando Díaz.

Ella también hace el tour por el colegio y en el área de primaria en donde aún sobreviven unas pesadas puertas de hierro, en su interior hay salones con pizarras escarapeladas y una montaña de pupitres en donde ya no estudian niños.

Foto: Armando Díaz.

Castillo espera que muy pronto las cosas cambien, aunque sabe que esas cosas son muchas y el Estado no parece estar muy presto a una rehabilitación, puesto que, como decían en el Cicpc, no hay recursos. 

Fotografía: Armando Díaz.

*Nombre que se le dio para proteger su identidad.

Lea también:

Durante la pandemia madres asumieron la educación de sus hijos en las escuelas por la falta de maestros


Participa en la conversación