“¿Cuántas horas de electricidad, de vida, de tranquilidad nos quitarán hoy?”

Periodistas sin electricidad en Zulia

Los cortes eléctricos en la capital del estado petrolero alcanzan hasta las seis horas al día. Nuestra periodista en occidente Mariela Nava cuenta cómo hacen los profesionales de la comunicación en el estado para mantener informada a la población a pesar de los constantes racionamientos eléctricos.

Maracaibo. El viernes me levanté temprano, guardé en el morral lo que necesitaba y me fui a visitar un barrio para realizar unas entrevistas sobre pobreza extrema. No preciso la fecha, porque de dos semanas para acá pudo ser cualquier viernes, cualquier día. Ahí estuve seis horas, conversando y compartiendo, porque uno tiene que vivir un ratico lo que otros viven para entender.

Regresé a casa a las 4:00 p. m., tomé un baño, comí algo y me senté a escribir. No voy a negar que estaba emocionada. Entrar en aquella comunidad, una de las más peligrosas de Maracaibo, y lograr, después de dos meses, que su gente confiara en mí para contar sus pesares, me enorgulleció.

Escribí la historia con fluidez, inspirada. Al terminar, entré en la plataforma, monté el texto, las fotos, arreglé un par de errores y, cuando estaba a un clic de entregar, ¡zuas! se fue la luz.

Qué rabia. Otra vez se repite la historia. ¿Cuántas horas de electricidad, de vida, de tranquilidad nos quitarán hoy?, me pregunto mientras corro a conectar la laptop a la batería portátil, la misma que antes aguantaba las cuatro o cinco horas de racionamiento, pero la pela ha sido tanta que la reserva ya dura solo dos horas.

Gracias al respaldo de electricidad, enciendo la computadora de nuevo y, ¡sorpresa!, mi emoción al escribir fue tanta que olvidé guardar el documento. Ni un permiso para escribir emocionada se puede dar uno. Comienzo a sudar, el calor picante de la tarde es como el del mediodía, implacable, agobiante.

No hay nada que hacer, así que apago y salgo al pasillo del edificio, me siento en un taburete que mi cuñado, el carpintero, me hizo para pasar los apagones fuera del apartamento. El llanto de los niños no tarda en interrumpir el silencio de la noche, los zancudos aprovechan la oscuridad y me pican sin piedad. Me embadurno de VapoRub y alcohol, una mezcla que ya no hace su efecto y los bichos siguen en su faena, pero adentro hay más calor.

Ahí me dan las 11:00 p. m., ya es hora de dormir y nada que llega la luz. ¡Toca dormir así!, me advierto resignada y busco de nuevo la batería para conectar el ventilador. Las sábanas son como brazos ardiendo que te aprietan. Solo se escucha el zumbido del ventilador que gira lento sus aspas por menos de una hora. Finalmente, el sueño me vence.

Los ojos se me cierran solos, el cuerpo me pesa. ¡Dios mío, hasta cuándo pagamos esta penitencia!, pienso mientras monto la ollita del café para ver si termino de espantar el sueño. El calor sigue inalterable en la casa.

Me tomo el café y me echo un baño con agua bien fría, no pasa nada, sigo igual de cansada. Al menos ya llegó la luz, así que vuelvo a armar el trabajo, ahora desanimada. Sentimiento inevitable. Sigo sudando, la ropa se me pega en la piel, no consigo acomodo, pero después de un rato logró montar el trabajo que ya no saldrá esta semana.

La mañana está silenciosa, todos los vecinos duermen. Es sábado, cualquier sábado, pero yo tengo que aprovechar las pocas horas de luz que tengo para adelantar trabajo, hace un mes estoy atrasada en mis entregas porque los cortes han subido de dos a seis horas al día.

Hago espacio en el escritorio forrado de cables, cargadores y regletas para sentarme a escribir lo pendiente, pero antes hago la llamada que tengo pendiente desde hace dos semanas por los benditos apagones. Nada, no cae la llamada. Entonces, recibo un mensaje:

— Buenos días, licenciada, estoy sin luz. Hablamos después.

— No se preocupe, entiendo. Cuando tenga servicio me avisa y conversamos, -respondo.

Ahí queda la conversación, mi mensaje no le llega. Otra vez no voy a poder terminar la nota porque sin esa fuente no puedo concluir. Que frustración.

Todos los días una o dos fuentes me posponen sus entrevistas por falta de luz. Otras porque les llegó el agua o aprovechan que hay servicio eléctrico en sus zonas para hacer diligencias y compras.

Si uno le cuenta a otra persona que en Maracaibo, capital del estado que alguna vez fue el más rico de Venezuela gracias a la explotación petrolera, la mayoría del tiempo estamos apagados, no lo creerían o nos tildan de quejones. Pero la ansiedad, el desgano y el cansancio físico que genera el no tener servicio eléctrico es para guapos.

Maracaibo pasó a ser uno de los municipios más destruidos, desolados y arruinados del Zulia. La Corporación Eléctrica Nacional mantiene desde hace 10 años una despiadada administración de carga, eufemismo con el que llaman a los constantes cortes de luz o al apagón intermitente que padecemos los zulianos, que se ha llevado desde vidas, en los deprimidos hospitales de esta ciudad, hasta la dignidad de más de uno.

Aquí andamos como zombis, ojerosos y desaliñados porque es más fácil decir cuántas horas tenemos de servicio al día que lo contrario.

Nos volvieron a engañar

Retomo lo pendiente y me dedico entonces a terminar de escribir el segundo trabajo de los tres que tengo en pausa. De repente, todo se apaga nuevamente.

¡Corré, apagá todo que ya van a comenzar con la mamadera de gallo!, grita la vecina.

Mi esposo sale corriendo y baja el breque. Fue un bajón, así no vamos a poder seguir trabajando, si prendemos la computadora y viene otro así, se quema. “¡Yo no voy a subir esto hasta que no se normalice la luz!”, dice casi gritando, molesto.

Aquí los bajones son tan rápidos que no te da tiempo de nada. Yo me quedé sentada, el cuerpo no me dio para salir corriendo a desconectar los aparatos. Estoy cansada. Abro la gaveta del escritorio y saco un pedazo de cartón con el que me echo fresco. ¡Qué angustia!, no puedo trabajar así, es como si el te amarraran las manos, te taparan la boca, te censuran silenciosamente.

Aquí sufrimos todos

El 21 de marzo se cumplieron los 63 días que prometió el ministro Néstor Reverol para acabar con los cortes eléctricos en el estado. Según dijo, se harían unos trabajos de sustitución del tendido eléctrico en el Lago de Maracaibo y mantenimiento de las torres, seguimos igual o peor.

Rosmina Suárez vive en el sector El Marite de Maracaibo, es mi colega e investigadora de proyectos científicos para un medio nacional. Mientras trato de aplacar el calor agitando el cartón, la llamo para saber cómo van por allá.

— Qué noche tan terrible pasamos, la luz se fue a las 2:48 p. m. y llegó a las 10:00 a. m, se acaba de ir de nuevo. Ando con el sueño crudito, -cuenta.

Hace una semana estuvo sin servicio por 12 horas, porque el racionamiento, que generalmente es de cuatro horas, se unió con la avería del transformador de su cuadra. En el barrio donde vive Rosmina hay no menos de siete cortes del servicio al día, de media hora cada uno, pero también puede que cambie el sistema a dos cortes de seis horas, uno en la mañana y otro en la noche.

Para ella, que debe entregar un trabajo semanal de investigación, se hace difícil. Ahora trabaja doble igual que yo porque las fallas también interrumpen sus entrevistas, investigaciones, conferencias, todo. Por eso si los cortes son en la mañana, toma el autobús que atraviesa la ciudad para llegar a la Biblioteca Pública del Estado, en la que puede conectarse a internet, porque en su zona los datos móviles también se apagan con las fallas.

Periodistas sin electricidad
En el sector donde vive Rosmina las fallas del servicio eléctrico se prolongan hasta por 12 horas. Foto: cortesía Rosmina Suárez

Aun con todos los esfuerzos que hace, que incluyen haberse equipado con una tablet, un power bank solar y un ventilador recargable, la entrega de sus trabajos le consumen toda la semana y toda su energía.

Rosmina gastó más de 100 dólares este año para poder estar conectada cuando no haya electricidad, pero al final no hay garantía, porque también falla el internet y las operadoras telefónicas.

Después de contarme sus maromas, dice que antes le daba mucha rabia cuando se quedaba sin servicio, pero por respeto a su salud ha decidido mantener la calma, sobre todo después de sufrir un golpe de calor que le provocó un desmayo hace poco. Ella es hipertensa y cardiópata.

— De una rabia no me puedo morir, así que ahora activo mis planes. Si es temprano me voy a la biblioteca, si no, adelanto alguna lectura que haya descargado y aviso a mis editores. Si no estoy de ánimo, apago todo y espero porque en los hospitales no hay nada para atenderme, así que el plan que tenemos en casa es la calma.

Esa semana una parte de su barrio cumplió siete días sin luz porque se dañó el transformador. Los dueños del abasto tuvieron que rematar la mercancía antes de que se echara a perder y, mientras me cuenta aquello, recuerdo el apagón nacional y es increíble cómo nada ha cambiado.

¿Por qué nadie habla de lo cansados que estamos?

Esa es la pregunta que se hace Graciela Portillo, periodista de Radio Fe y Alegría Noticias, un medio regional, y coordinadora de Espacio Público en la región.

“Vamos a hablar un ratico, antes de que corten la luz, porque ya casi toca”, advierte antes de saludarme.

Lo primero de lo que me habla es de su cansancio, porque aunque en la radio no hay cortes eléctricos de día, en el barrio Corito del sector Haticos por arriba donde vive con su mamá, la cortan todas las noches por cuatro horas y ese es el tiempo que Graciela tiene para atender sus otras obligaciones laborales luego de su jornada en la radio.

Para nadie es un secreto que los periodistas de este país tenemos más de un trabajo para poder sobrevivir.

Periodistas sin electricidad
Los periodistas zulianos hacemos maromas para cumplir con el trabajo y responsabilidad que tenemos con el colectivo. Foto: cortesía Graciela Portillo

Ella también tuvo que comprar un UPS, un power bank y un ventilador recargable porque trabajar con calor es devastador en esta ciudad.

Graciela aligera la conversación antes de que el racionamiento deje sin conexión su celular.

“Me ha tocado grabar de madrugada el resumen semanal de noticias, pero a veces no me da tiempo porque cortan el servicio y a la mañana siguiente también. Uno termina trabajando doble y cansado. Esto me tiene agotada, porque no puedo disfrutar ni un momento de confort, ver una película o una serie, descansar. Esas son cosas que no se pueden hacer”, dice.

“Lo que siento es frustración porque a pesar que nos dotamos de estos aparatos, hay cosas que no dependen de uno y enfrentar esta situación, mentalmente cansa. Vivimos corriendo, presionados. Ahora hacemos los foros de Espacio Público debajo de las matas porque llegamos a las comunidades y no hay servicio. A veces uno se frustra, se estresa, estamos desgastados”.

Sin mucho ánimo Graciela se despide. Miro el reloj del teléfono que ya casi se apaga, ya han pasado tres horas más de racionamiento, de retraso. Antonio, mi vecino, se acerca a la puerta y casi llorando me dice: “Ahora si se me terminó de dañar la nevera, no aguantó el bajón de ahorita” y extiende sus manos para entregarme medio pollo.

“Guárdame eso antes de que se dañe”, dice y se va cabizbajo.

Los periodistas de este lado del charco, como dicen, deberíamos ser premiados por la capacidad que hemos desarrollado de aguantar tanto, porque además de los problemas propios, de visibilizar los ajenos y luchar para que haya soluciones, mantenemos intactas las ganas de alzar la voz y seguimos en la calle. ¡Pobre Antonio!

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