Vender cloro es la verdadera chamba juvenil en Caracas

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Aunque también hay adultos, la mayoría de quienes se dedican a vender o intercambiar productos de limpieza por comida son jóvenes, de muy bajos recursos, dispuestos a caminar durante horas por distintas zonas de la ciudad. La gente los conoce como los cloreros. Ellos sostienen que el trabajo les demanda mucho esfuerzo físico pero, a la vez, les genera buenos ingresos.

Caracas. El barrio El Limón, ubicado en la carretera Caracas-La Guaira, es una cantera de muchachos que a diario y desde muy tempranito, salen a muchas zonas populares de la Gran Caracas para ofrecer a viva voz: “¡Cloro, cloro, jabón, desinfectante, mira que llegó el cloro!”. Estos muchachos se han dado a conocer como los cloreros.

En el propio barrio o en barriadas cercanas, como Tacagua Vieja, recargan sus envases al final de la tarde, o muy temprano en la mañana, con productos concentrados a partir de los cuales elaboran cloro, jabón líquido y desinfectante para uso doméstico, solamente agregando agua.

A las 6:00 a. m. ya se están activando. A las 6:30 es común verlos llegar al puente de El Limón o a La Pasarela, en la autopista Caracas-La Guaira, con sus garrafas de dos o cuatro litros en mano, o con morrales, la mayoría de ellos tricolor, muy deteriorados pero bien equipados.

Muchos llegan solos. Otros en combo. Todos se van agrupando, para esperar un bus, una camioneta o un camión que los traslade hasta las inmediaciones de la Plaza Sucre o hasta Gato Negro, en Catia, desde donde cada uno emprende su jornada laboral.

Caminan y pregonan. Pregonan y caminan. En cholas, sandalias o zapatos de goma, suéteres, shorts o pantalones a veces deteriorados. Así van. Se desplazan por distintos lugares ofreciendo su mercancía.

Hay sectores donde no podemos entrar porque los de las FAES han entrado disfrazados de cloreros y ahora los chamos de ahí no nos deja entrar, comenta José, joven de 18 años quien habló con Crónica.Uno bajo la condición de que no ser fotografiado.

El trabajo consiste, explica José, en preparar productos de limpieza a partir de una base o concentrado, y venderlos o cambiarlos fundamentalmente por comida.

Así, mientras 40 jóvenes mueren a diario en Venezuela producto de la violencia delincuencia y policial (según el OVV), diariamente centenares de jóvenes afectados por la crisis esquivan este flagelo y se las ingenian para sobrevivir, incluso en condiciones precarias.

El “modus operandi” 

El miércoles, 20 de febrero, aproximadamente a las 7:30 p. m. uno de estos cloreros estaba en la parada de Ojo de Agua, en Catia, esperando un bus que lo llevara a El Limón. Llegó con dos jarras de cuatro litros cada una, llenas de concentrados. Puso las jarras en el piso, se sentó en la orilla de la acera y respiró profundo. Su ropa estaba sucia y su piel, sudada.

—¿Cuánto te costaron esos panes? —pregunta a un hombre que le pasa enfrente.
—1500 cada uno, ahí en La Tormenta —le responde el hombre.

El joven duda entre quedarse sentado o acercarse a la panadería. “No, mejor me hago mi par de arepas en la casa con esta harina que llevo aquí”, dice en voz alta mientras saca una harina que trae en su morral. El equipo de Crónica.Uno aprovechó el gesto para hacerle un par de preguntas.

¿En cuánto vendes el litro de cloro?
—Uno lo vende a veces, pero lo que más hacemos es cambiarlo. Eso nos resulta más —explica.

Y para uno trabajar ahí qué debe hacer, con quién tiene que hablar…
—Con nadie, marico. Solo tienes que cuadrar tus potes, comprar el concentrado y lanzarte a caminar.

Además de cambiar su mercancía por víveres, también la ofrecen en las carnicerías y tiendas o puestos de frutas y verduras a cambio de carne, pollo y hortalizas. Los productos que obtienen gracias al trueque (arroz, pasta, harina de maíz, aceite, caraotas, leche, lentejas) no son exclusivamente para el consumo familiar. Una parte es vendida a compradores que, apostados en las inmediaciones de la estación de Metro de Gato Negro, esperan por los productos de los cloreros.

También hay adultos, mujeres y niños

Daniel tiene 40 años, ha cursado estudios en Administración de Empresas pero, por falta de empleo y por el deterioro de los sueldos, decidió sumarse a esta modalidad de trabajo. No llegó a la semana. “No aguanté. Hay que caminar demasiado. Yo no estoy para eso”, dice.

Según Daniel, al principio eran solamente jóvenes, pero ahora hay muchas mujeres, niños y adultos.

Joselyn, de 33 años de edad, es mamá de tres niñas. Durante mucho tiempo trabajó en “casas de familia”, pero desde hace aproximadamente un año se sumó al grupo de los cloreros para experimentar. “Hice la prueba, vi que me resultaba más esto que trabajar limpiando casas por día, y aquí me quedé; creo que voy a tener un año en esto”, comenta.

Joselyn y tres de sus hermanas se dedican a esta actividad, en la que participan con sus hijos menores de edad. Ellos, en vez de estar en sus colegios, patean junto con sus mamás comunidades populares desde muy temprano hasta pasadas las 2:00 o 3:00 p. m.

Hay riesgos

¿Riesgos? Bueno, que la policía te pare después de haber trabajado todo el día, y te quite los productos que has conseguido. Generalmente lo hacen con los hombres, no con las mujeres, pero igual uno siempre teme que te quiten la comida, expresa Joselyn.

En algunos lugares los cloreros han estafado a las personas con productos de muy mala calidad; de ahí que delincuentes armados que controlan algunas barriadas hayan optado por prohibirles o restringirles el paso a sus comunidades.

“La idea es hacer un buen producto para que puedas tener tus clientes y para que no te busques problemas. Si le echas demasiada agua al producto, ¿qué vas a ganar con eso?, y eso es lo que muchos han hecho”, dice José.

Los cloreros aseguran que con este trabajo pueden obtener más ingresos que muchas personas dedicadas a labores formales. Esta práctica les permite acceder a alimentos y a dinero en efectivo diariamente. Sin embargo, es una labor que, además de requerir un gran esfuerzo físico, se aleja de los estándares internacionales de empleo digno.

El investigador y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello, Demetrio Marotta, ha explicado que la calidad del empleo en Venezuela “dista mucho de ser la que está definida en los patrones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)”.

Para Marotta, las principales condiciones que debe tener un empleo formal, según estos organismos, son la seguridad, la equidad, la estabilidad en las relaciones laborales, una adecuada remuneración, suficiente para poder cubrir las necesidades básicas y el disfrute de actividades que contribuyan con el desarrollo del ser humano: entretenimiento, esparcimiento, cultura.

En 2017, Nicolás Maduro puso en marcha el plan Chamba Juvenil -que luego pasó a ser Gran Misión- en el que, según informes institucionales, participan más de 1,1 millones de muchachos. Sin embargo, esta chamba juvenil parece no haber cautivado a muchos jóvenes de sectores pobres de la capital, como sí lo ha hecho el quehacer de los cloreros.

Esta forma de “ganarse la vida” está lejos de las condiciones mencionadas por Marotta, sin embargo, es el modo que han encontrado centenares de personas, en su mayoría jóvenes, para cubrir sus necesidades básicas en una ciudad y en un país muy golpeado económica, política y socialmente.

Fotos: Erick Mayora


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