Entre los habitantes de Las Tejerías reinan los sentimientos encontrados. Unos deciden irse para no volver y otros se resignan a la espera de qué pueda pasar; hay quienes se niegan a abandonar su gente y sus empleos y los que empezarán de nuevo, otra vez.

Las Tejerías/Enviados especiales. 17 años tenía José Manuel Pita cuando llegó a Venezuela desde la isla de Madeira, en Portugal, queriendo conocer el país. Y eso fue lo que hice, reconoce, ya con 51 años y 20 de ellos viviendo en Las Tejerías. 

Pocos días después de la tragedia, José Manuel renunció a su trabajo en la Alcaldía del municipio Santos Michelena del estado Aragua, donde pasó los últimos nueve años. “Yo me voy a Portugal”, asegura, mientras sostiene un maletín que logró salvar del deslave, donde esperaba conseguir su cédula portuguesa y su pasaporte. 

Aún con su mamá y su hermana en su país de origen, José Manuel no pensaba devolverse en el corto plazo. En Venezuela hizo su vida: llegó a El Junquito, de ahí se fue a Los Teques, San Pedro y la Colonia Tovar. En todos trabajaba hasta que conseguía una mejor paga y se cambiaba; así terminó en el oriente del país, donde tuvo cuatro hijos. 

Foto: Gleybert Asencio

En Las Tejerías lo llamaban amistosamente “El portu” y allí esperaba terminar su vida “haciendo cualquier cosa”, pero la tragedia cambió su rumbo. “Me quedé sin nada”, lamenta, aunque agradece seguir con vida “de milagro” porque pudo subirse a una de las columnas de lo que sería una caseta de vigilancia de un centro comercial que nunca se construyó, en un terreno ya abandonado.

Ahí había una siembra de caraotas, maíz, batata… Había de cambures también junto con la antena de Digitel, que se la llevó (…) Se estaban criando animales y sembrando para aprovechar el terreno y que no fuese invadido”, cuenta.

Foto: Gleybert Asencio

En ese terreno, José Manuel también cuidaba una cría de cochinos de la que se consiguieron, al menos, cuatro animales muertos. Tanto para él como para otras personas de la zona, el sitio era fuente de sustento.

La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) revela que para 2021 la pobreza extrema en el municipio Santos Michelena alcanzaba a 82 % de los hogares. Sin embargo, si bien la mitad de los habitantes de Las Tejerías es población económicamente activa (mayor de 15 años y trabajando o con disposición a trabajar), solo 49 % de ellos se encuentran ocupados, lo que fomenta la informalidad y profundiza la pobreza por falta de oportunidades.

habitantes de Las Tejerías
Foto: Gleybert Asencio

La tragedia trastocó la rutina, el empleo y los deseos de cientos de personas, que ahora dependen exclusivamente de las donaciones y la ayuda humanitaria. Los habitantes de Las Tejerías perdieron viviendas, enseres y vehículos que, con esfuerzo, habían logrado comprar, recuperar y mantener en los últimos años, pese a la crisis que agobia al país desde 2013. 

María Teresa Guzmán, por ejemplo, cuenta que su esposo “ya había comprado todo” para terminar de hacerle el motor a su camioneta, que trataban, en lo posible, de mantener al día. También estaban en proceso de remodelación de su casa de dos pisos, en la calle Pinto Salinas, pero toda la parte de abajo fue devastada por el desastre. 

Con el (aumento del) costo de vida no se podía hacer todo de una vez. Este año empezamos a remodelar. Todo de contado, reuniendo (…) un poquito aquí, otro aquí; cuando más o menos se reunía, se le metía. Estábamos por comprar la cerámica…”, dice.

habitantes de Las Tejerías
Foto: Gleybert Asencio

La inseguridad en Las Tejerías siempre causó recelos en María Teresa, razón por la que a todos sus hijos, ya graduados, los llevaba día tras día a estudiar a Los Teques, desde preescolar hasta bachillerato, labor que repetía aún con sus tres nietos.

Aún así, su deseo de abandonar Las Tejerías nunca cambió en 35 años viviendo en la que era casa de los padres de su esposo. Tres meses antes habían acordado vender la casa para irse a Los Teques, pero la tragedia cambió sus planes.

El segundo piso de la casa de María Teresa -que pertenece a su hijo- tuvo menor impacto por el deslave y es donde están viviendo ella, su esposo y sus tres nietos. Foto: Alberto Torres

María Teresa mantiene sus deseos de irse ante el temor de quedarse sin nada. En Tejerías todos los días son difíciles, reconoce, aunque admite que ese deseo de un nuevo hogar tendrá que esperar y agradece que siguen teniendo un techo donde resguardarse. 

Un cambio de perspectiva

Todo lo contrario ocurrió para Carlos Nieves, Graciela Grisolía y su hijo, quienes perdieron todos sus bienes y gran parte de la estructura de su casa en la calle Victoria de Las Tejerías. La parte trasera se la llevó por completo el deslave y las autoridades les comentan que, probablemente, tendrán que demolerla para encauzar la quebrada Los Patos.

Foto: Gleybert Asencio

“A nosotros nos decían a cada rato: ¿por qué no venden? Pasó esto y bueno…”, lamenta Graciela. La familia de tres integrantes va todos los días a su casa en la calle Victoria a tratar de salvar lo más que puedan para llevárselo a donde se alojan, pensando constantemente en empezar una nueva vida. 

Esto te cambia la perspectiva, ¿sabes? Uno a veces decía ‘vamos a hacer las cosas de esta manera, esperar, pensarlo bien’… Ahora, con este cambio de vida, empiezas a pensar de otra forma. Ahora dices: ‘vamos a hacer esto’ y lo hacemos; ‘vamos a comprar aquello’ y lo compramos”, dice Graciela.

Y aunque diariamente se van decenas de familias y habitantes de Las Tejerías yéndose para no volver a la zona del desastre, Graciela considera que moverse a un sitio lejano y desconocido, como le han propuesto las autoridades, no está entre sus planes.

Foto: Gleybert Asencio
Un segundo nuevo comienzo

Para quienes, como Carlos Díaz, llegaron a Las Tejerías con pocos recursos, pero muchas ganas de conseguir mejores oportunidades, el deslave se transformó en un tsunami que volcó sus vidas. La crisis económica del país obligó a Carlos a dejar su natal Camatagua, al sur de Aragua, para estar más cerca de la capital.

Teníamos la oportunidad de estar aquí, más cerca de Caracas. De Camatagua, ¿para dónde voy a ir? ¿Para San Casimiro? ¿Para Barbacoas? El que no tiene plata, tiene que pasar todo el día buscando cómo resolver el problema, y en esos pueblos no hay cómo resolver, cuenta. 

habitantes de Las Tejerías
Foto: Gleybert Asencio

Desde que se mudó con sus dos hijos y su pareja a Las Tejerías, se dedicó al negocio de pintura de carros en Los Teques, Carrizal y San Antonio de los Altos, en el estado Miranda y a menos de una hora de su hogar, pero una enfermedad pulmonar lo obligó a dejar ese oficio y pasar a ser relojero.

Carlos pierde la cuenta de cuántos relojes montó o arregló en el último año para mantener su hogar y reunir 500 dólares para comprarse un carro, que perdió casi en su totalidad por el deslave, junto con su casa. Aunque lamenta las pérdidas, agradece seguir viendo a sus hijos todos los días al despertar y confía en que podrá empezar de cero, si ya lo hizo una vez hace cinco años.

habitantes de Las Tejerías
Carlos no estaba en su casa al momento del deslave, pero sus dos hijos reaccionaron a tiempo y lograron salvar a su abuela, que vivía en la casa de enfrente. Foto: Gleybert Asencio
Los daños indirectos de la tragedia

Los habitantes de Las Tejerías ven lejana la posible libre llegada y salida de bienes e insumos a la localidad. A dos semanas de la tragedia, las personas que se quedaron sin nada y las que sufrieron menos o nulo daño viven totalmente de las donaciones, los comedores y el agua que distribuyen las autoridades.

Sobrevivimos de lo que nos han dado. Todo el pueblo prácticamente quedó aislado y damnificado, cuenta Aníbal, chofer de una línea de transporte público de Las Tejerías que vive en el sector El Béisbol, menos afectado por el desastre por estar más alejado de la quebrada.

Foto: Alberto Torres

En los comedores sirven la comida ya cocida y en los centros de acopio dan los alimentos no perecederos, que utilizan los habitantes de Las Tejerías que no perdieron bienes como cocinas y neveras. Pero Aníbal cuenta que, en su caso, ha tenido que ir dos veces hasta La Victoria para comprar otros enseres como frutas, verduras y hortalizas, pidiendo cola desde la entrada del pueblo.

Por el cierre de las vías, Aníbal no tiene más opción que dejar su unidad estacionada. Mientras esté la camioneta parada ahí, no está perdiendo ni ganando, no produce nada, asegura. El empleo en Las Tejerías está paralizado y el comercio, sin contar aquellos locales que quedaron totalmente destruidos, es casi nulo pues aún no se permite el paso de mercancías, según cuenta Edgardo Bossio, directivo de la Asociación de Industria y Comercio de Las Tejerías (Asoinco). 

La vida en Las Tejerías continúa, para bien o para mal, con historias y realidades distintas en cada hogar afectado que mantiene la esperanza de retomar su cotidianidad lo más pronto posible o iniciar una nueva en otro lugar.

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