Se les ve haciendo colas para la comida, dejan de ir a la escuela por falta de transporte, mueren en los hospitales porque no hay medicinas, son dejados atrás porque sus padres migran del país, viven a oscuras y cargan agua, como parte de la dinámica familiar.

Caracas. Ser niño en Venezuela es un peligro. La frase la dice con mucha preocupación el abogado Carlos Trapani, coordinador general del Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap) cuando hace un paneo sobre la situación de vulnerabilidad a la que están sometidos los niños, niñas y adolescentes.

El ciudadano vive una crisis estructural profunda, producto de malas políticas públicas.

Desde 2015, la falta de medicamentos y de alimentos los volcó a una realidad de necesidad extrema, con muertes incluidas. A partir de 2017, se inició el colapso de los servicios públicos: agua, luz, gas y transporte, con lo cual aumentó la protesta ciudadana, de la que no han sido ajenos los niños, niñas y adolescentes.

A los muchachos se les ve haciendo colas para la comida, incluso desde horas de la madrugada. Están dejando de ir a la escuela por la falta de transporte público y, en ocasiones, porque no han comido; mueren en los hospitales porque no hay medicinas, son dejados atrás porque sus padres migran del país, viven a oscuras y cargan agua.

Deberían estar en casa, haciendo un deporte, en la escuela. Pero no es la realidad del venezolano. Trapani analiza que los infantes están metidos en una dinámica familiar: todos en el hogar se movilizan para conseguir algo.

Y ahora, tras los apagones, cuyo efecto colateral fue el corte del suministro de agua, las condiciones de vulnerabilidad se triplicaron.

Se ven niños incluso en edad preescolar cargando botellitas de agua, en condiciones de insalubridad y de riesgo total, al borde de una autopista, saliendo de un túnel o en medio de una quebrada o desagüe.

“Con el agravante de contraer enfermedades endémicas y lesiones cutáneas. Están expuestos a focos de infecciones y lo peor es que están frente a un sistema de salud colapsado que no tiene capacidad de darles respuestas. Entonces se compromete su bienestar y su desarrollo. En vez de estar haciendo actividades deportivas, culturales, se les está limitando su desarrollo infantil”, dijo el director de Cecodap.

Y esto es una forma de violencia estructural, se les violan todos sus derechos sociales. Ahora, el niño, niña y adolescente no es un simple espectador, forma parte de un sistema que busca sobrevivir.

El informe de la Unicef del pasado 22 de marzo, reseñó que los niños menores de 15 años que viven en países afectados por conflictos prolongados, tienen un promedio de casi tres veces más probabilidades de morir a causa de enfermedades diarreicas generadas por la falta de agua potable, saneamiento e higiene, que por los efectos directos de la violencia.

Sin contar, en el caso de las niñas, que se ven atacadas en su dignidad cuando tienen la menstruación, pues no pueden hacer una higiene adecuada, e incluso faltan a clases porque en sus escuelas tampoco hay suministro de agua y saneamiento.

Obligados por la crisis

Leslie Santaella, una mujer joven, ha tenido que salir con dos niños menores de 10 años a buscar agua. Ella lleva un botellón en un carrito y uno de los pequeños, otro; mientras el hermano se queda en la cola. Esa rutina la hace casi que a diario. Luego suben 11 pisos con los pipotes a cuestas.

Martha Salazar también tiene esa faena. Con su hija de 7 y con uno de meses baja de la calle 2 de Los Jardines de El Valle, cruza la autopista y ahí, en una toma natural que baja del cerro en la boca del túnel, todas las tardes llena dos garrafas. La niña empuja en un carrito uno de los botellones.

En estas tomas los niños se reúnen, se bañan y juegan con el agua. Son inocentes y no saben el peligro al que se exponen. Los adultos en medio de la crisis, no se imaginan el alcance de estas prácticas.

Hay un estado de anarquía y de indefensión profunda, estos comportamientos no son normales. Moverse a oscuras, bañarse con tobos, no cepillarse los dientes usando un grifo, es una agresión en un país normal, pero aquí tener todos esos servicios se ha convertido en una especie de exquisitez. Lo cotidiano aquí es extraordinario, expresó Trapani.

“Queremos agua”, “queremos luz”, es ahora una consigna que también gritan los niños en las calles. Les ha tocado salir a las protestas por la falta de servicios públicos e igual les toca adaptarse al régimen de ahorro obligado en el hogar: no se bañan a diario para no gastar el agua. Es por eso que Trapani dice que “ser niño en este país es un peligro”, no por lo que él pueda hacer, sino por lo que le toca vivir.


Participa en la conversación