Adrián recorrió dos CDI, cuatro hospitales y varias clínicas privadas buscando que aceptaran a su papá con una insuficiencia respiratoria moderada-grave por COVID-19. No conseguía cama, no había unidad de cuidados intensivos (UCI) o era muy costosa la hospitalización. Aquí te contamos su historia.

Caracas. Papá, ¿estás respirando bien?, preguntó Adrián*. Sí, hijo, tranquilo, estoy bien, le respondió Manuel*. Los dos tenían una tos leve, pero estaban haciendo los trámites para ayudar a conseguir un centro de salud que atendiera al tío Alberto*, que estaba infectado de COVID-19, así que la atención estaba desviada.

Adrían no se había dado cuenta de que su papá estaba empeorando con los síntomas del virus por la adrenalina que ya tenían al tratar de ayudar al tío Alberto. Manuel se estaba ocupando de llamar y hacer las averiguaciones para conseguirle una cama a su hermano. La tos y la dificultad para respirar no cedían.

La mañana del 8 de agosto, Manuel se despertó respirando muy acelerado. Vamos a un sitio para que te vean, le insistió Adrián, y su papá aceptó sin poner peros. Eso le llamó la atención a Adrián, porque su padre es una persona muy fuerte y terca. Su respuesta de aceptar ir a un médico era la confirmación de que en verdad se sentía mal.

Se montaron en el carro y salieron al primer Centro Diagnóstico Integral (CDI) en Hoyo de la Puerta. Pudieron llegar sorteando los puntos de control desplegados en la ciudad. La respuesta fue clara: No podemos atenderlo porque su complicación respiratoria es moderada-grave y no tenemos los equipos para entubarlo en caso de que lo necesite o tenga un paro respiratorio. Adrián ya comenzaba a pensar en una segunda opción, en otro CDI. 

Se les ocurrió contactar a un amigo de la familia que, justamente, durante la llamada telefónica estaba cerca del CDI de Santa Cruz del Este, en Baruta. Manuel comenzaba a quedarse dormido por la falta de oxígeno. Adrián y su mamá se pusieron más nerviosos. Rogaban a Dios que ahí consiguieran al menos estabilizarlo.

La doctora no ha llegado, tienen que esperar, le advirtió un trabajador a Adrián. Pasaron diez minutos y nada. Pasaron otros diez y nada. Cuando por fin llegó el médico, vio a Manuel y dijo que antes de atenderlo se iba a cambiar de ropa.

Fueron otros 15 minutos que tuvimos que esperar y mi papá se estaba durmiendo. Pensé que se me iba a morir en esa sala de espera, confesó.

Manuel logró entrar a la sala de atención después de mucho esperar. Cuando por fin le pusieron la máscara con el oxígeno, se cayó el aparato y se rompió. Lo que nos faltaba, pensó Adrián. 

Se tuvieron que ir del CDI porque ya no había otro aparato para atender a Manuel. Cuando regresaron al carro comenzaron a pensar en la opción de ir a una clínica privada para que al menos lo estabilizaran, porque estaba respirando muy rápido. Se les ocurrió una que está dentro del mismo municipio Baruta, que tenía permiso solo para dar primeros auxilios a pacientes con COVID-19. 

Manuel llegó a la clínica saturando el oxígeno en 75 %, cuando lo normal es entre 95 % y 100 %. Adrián les pidió a los médicos que si lo podían dejar ahí mientras conseguían un centro de salud centinela donde los recibieran. Ya era necesario que el hospital o la clínica tuviera una unidad de cuidados intensivos. Manuel tenía otras enfermedades de base, como diabetes, y sufre de glaucoma, lo que, aunado a sus 57 años de edad, complicaba más las cosas. 

Ahí empezó la agonía de llamar a todo el mundo, lamentó Adrián a través de una nota de voz que se interrumpía cada tanto por su tos, pues él y su mamá también están infectados de COVID-19. 

Llamaron a todo el mundo. A los que dicen que siempre estarán, a los que casi nunca aparecen, pero tienen uno que otro contacto. A los amigos, a los familiares. Al conocido del conocido que conoce a alguien en una clínica. A todos. 

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Foto: Luis Morillo

Mientras alguien daba alguna respuesta, Adrián se movió para buscar ayuda en los hospitales de Caracas. Sabía de algunas personas a las que les hicieron la prueba rápida en sus edificios por otros casos sospechosos, salieron positivos y fueron a CDI u hospitales y les dieron un tratamiento. No quiso descartar el sistema de salud público como una opción.  

Dejó a su mamá con su papá y salió para el Hospital Clínico Universitario de Caracas. Cuando llegó, vio a una persona en la puerta de la emergencia. Le comentó su caso. Me llené de esperanza porque vi que todo estaba limpio, ordenado, era el primer hospital al que iba y el trato había sido muy bueno, relató Adrián.

Cinco minutos después volvió el trabajador. No podrían recibir al papá de Adrián porque no había cupos. Según la información que le dieron, solo están recibiendo pacientes que envían desde el Ministerio de Salud que, por lo general, son captados en operativos de despistaje que hacen en las comunidades. 

La siguiente parada fue el Hospital Dr. Domingo Luciani. Adrián vio muchas personas en la calle. Todos juntos, sin tapabocas, y también eran familiares de personas con el virus. Los trabajadores le dijeron que tenía que ir hacia la carpa de COVID-19, y, al ver a una enfermera, le planteó rápidamente su situación. 

—¿Tu papá tiene la prueba? —preguntó la enfermera.

—Sí —contestó Adrián, y sacó el papel. 

—Esta prueba no me dice nada. Tienes que venir a las siete de la mañana. Tempranito, mira que aquí se hace cola. Le hacen el test y ahí lo examinan para ver si es verdad que necesita ser hospitalizado —concluyó la enfermera.

Adrián estaba seguro de que su papá no soportaría ese trote. Necesitaba conseguir atención médica rápida y que le dieran oxígeno. Sentía que si se arriesgaba a ir tan temprano a ese hospital, entonces Manuel se iba a morir en el camino. Quiso agotar su última opción que era el Hospital Periférico de Coche, pero ni llegó. Estaba rodeado de alcabalas que no lo dejaron pasar.

Foto: Gleybert Asencio

Se activó el tercer plan: las clínicas privadas. Con el bolsillo corto y la mente tratando de buscar soluciones rápidas para conseguir el dinero, visitó varias ubicadas en los municipios Baruta y Chacao. Tocaba la puerta así no atendieran casos de COVID-19, por no dejar. No hay cupos en la Unidad de Cuidados Intensivos, lo podemos recibir, pero si se complica no lo vamos a poder atender, le repitieron. 

Había la opción de otra clínica en el municipio Baruta en la que sí atienden casos graves de COVID-19, y a través de un contacto podían conseguir una cama sin mucho protocolo. El problema es que era muy costosa. 

La búsqueda fue tan larga que se hizo de noche y apareció una nueva esperanza. Un conocido le dijo que le había conseguido un cupo en el Hospital Victorino Santaella de Los Teques, estado Miranda. Le pidió que consiguiera una ambulancia para trasladar a Manuel, si era posible, esa misma noche. 

Buscó y buscó. Todas las ambulancias le decían que el traslado tenía que ser en la mañana del día siguiente y que necesitaban el nombre del doctor que los iba a recibir. Adrián rápidamente llamó a su conocido y le contó. Por favor haz que no vaya a perder el cupo, mañana seguro vamos, le insistió. 

Ok, hijo, tranquilo. Tu papá va a estar bien. Ya tenemos el contacto. No te preocupes, le respondió su conocido. 

Su amigo nunca le precisó cuál doctor iba a recibir a Manuel. Más bien, le dijo que le enviarían una ambulancia del mismo hospital. Amaneció, llegó la ambulancia, acostaron a su padre boca abajo con oxígeno permanente y fueron a Los Teques. En ese momento, Manuel saturaba el oxígeno en 52 %.

En el sitio, Adrián escuchó a un doctor hablar por teléfono: Bueno, si quieres lo traes, aquí los están aislando en un sótano y si se desocupa una cama entonces es que los trasladan, afirmó el médico.

Adrián quedó sorprendido. No podía creer lo que había escuchado porque, según referencias que tenía del hospital, a algunas personas conocidas las habían curado. Los nervios volvieron a subir de sopetón. 

Con el corazón agitado se puso a hablar con familiares de otros pacientes que estaban en el hospital llorando. Le echaron el cuento y le advirtieron que si su papá estaba muy delicado entonces ahí se iba a morir. De paso, ya le habían dicho a Adrián que tenía que esperar media hora para que llegara el médico de guardia, y todo ese rato Manuel iba a esperar dentro de la ambulancia. 

Hoy en día todas las clínicas dan los rayos X en un CD. Cuando me pidieron ese examen me dijeron que a juro lo tenía que llevar en físico. Me pregunté dónde iba a conseguir un sitio que lo imprimiera un lunes de cuarentena en Los Teques, donde no conozco nada, recordó Adrián.

Las condiciones de ese hospital eran tan limitadas que tomaron la decisión de bajar en la misma ambulancia que subieron. Se fueron de ahí. Pidieron dinero prestado, pusieron a la venta un carro y fueron a la clínica privada que habían descartado por su alto costo.

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El gobierno de Nicolás Maduro prometió en marzo que había 23.763 camas hospitalarias para atender la emergencia de la COVID-19, entre ellas 4759 de clínicas privadas y 4000 de hoteles. Además, aseguraron la existencia de 1213 puestos de cuidados intensivos. 

En contraste, la asociación civil Médicos Unidos de Venezuela alertó al principio de la pandemia en el país que de los 45 centros centinela asignados por la administración de Maduro, en por lo menos 46,6 % no funcionaba el servicio de rayos X, en 35 % no están operativas las unidades de terapia intensiva y en 51 % no tienen insumos como guantes, tapabocas, jabón, lentes de seguridad y batas desechables.

En cuatro clínicas privadas consultadas por Crónica.Uno todas las camas están ocupadas. Sale un paciente y entra otro. Sin embargo, el retraso del resultado de las pruebas PCR en el país también es un obstáculo para dar de alta a los pacientes a tiempo. Uno de los centros con más capacidad es el Centro Médico Docente La Trinidad, con 46 cupos, de los cuales nueve son de cuidados intensivos. 

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Foto: Luis Morillo

Adrián define a su papá como una persona muy fuerte, que aguantó mucho el dolor. Los médicos con los que conversó en la clínica se cuestionaban cómo no falleció si estaba saturando el oxígeno a 52 % y sin conseguir atención médica oportuna. 

En uno de los trayectos de Adrián hacia la clínica donde está su papá hospitalizado se encontró con una alcabala. Él estaba hablando por celular y confesó que estaba llorando por la conversación que tenía sobre su padre. Cuando pasó por el punto de control, bajó el vidrio y el funcionario le preguntó hacía dónde iba. Con la voz quebrantada le dijo que iba en camino a ver a su papá que estaba muy grave.

El funcionario le pidió que se parara a la derecha. Adrián se bajó del carro llorando porque le desesperó más que lo mandaran a parar sin importar la situación por la que estaba pasando. Le volvió a repetir al funcionario de la Policía Nacional Bolivariana que su papá se estaba muriendo y estaba en una emergencia, que necesitaba irse rápido.

El señor me dijo que ok y que abriera la maleta, contó. La abrió con resignación. Luego, el policía le dijo que le iba a revisar el carro y le preguntó qué era eso que estaba ahí.

—Hermano es una bombona de oxígeno porque mi papá se está muriendo —le respondió Adrián entre lágrimas.

El funcionario siguió revisando el carro. Revisó un bolso donde había ropa que le estaba llevando Adrián a su papá a la clínica. Sin mucho pudor el funcionario le preguntó si tenía drogas o un arma para cuadrar de una vez. Adrián respondió desesperado que lamentablemente no tenía nada, ni dinero. Finalmente lo dejó ir. 

En Venezuela ya hay 27.938 casos de COVID-19 y 238 fallecidos. Caracas está en el primer puesto de entidades con más contagiados. El sistema de salud, que ya venía golpeado antes de la pandemia, se tambalea cada día más con el aumento de los casos, que, como lo proyectó la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, ya pisó los 1000 diarios.

La entrevista en la que Adrián también quería pedir ayuda económica para la atención médica de su padre terminó diferente. Luego de conversar, declinó dar su verdadero nombre por temor a su seguridad y la de su familia. Le pidió a Crónica.Uno mantenerse en el anonimato. Todos los nombres son ficticios.

Y un par de días luego de la conversación, su papá falleció. Adrián no podía ver a su papá porque estaba aislado en la Unidad de Cuidados Intensivos.

La única información que tenía sobre el estado de Manuel era por mensajes que le enviaba el personal de salud.
En la actualización del 14 de agosto los médicos le dijeron que su papá ni mejoraba, ni empeoraba. Seguía aislado bajo una estricta observación médica. Habían pasado seis días desde que Manuel comenzó a tener dificultad para respirar moderada-grave. La presión económica también preocupaba a la familia que, con el pasar de los días, iban sumando montos que tenían que pagar en la clínica.

Manuel falleció durante la madrugada del sábado 15 de agosto por coronavirus a los 57 años de edad. “Les escribí a todas mis amistades que un día me dijeron que no creían en la COVID-19 para que sepan que es real. Me quiero encargar de que las personas tomen conciencia de la situación”, sostuvo Adrián.


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