Investigadores y guardabosques piden apoyo para el resguardo de 7000 hectáreas de bosques de Caparo. En los últimos 15 años se han perdido 900 hectáreas. Invasiones, tala y quema de bosques se encuentran entre las causas que ponen en riesgo el pulmón vegetal de Barinas.

Barinas. Las líneas discursivas se entrecruzan al hablar de la Agenda del 2030 para el Desarrollo Sostenible y la mención especial sobre la protección del ambiente y las reservas de biosfera que existen sobre el planeta. Pero la realidad es otra al suroeste del estado Barinas, al este de la población de El Cantón, municipio Andrés Eloy Blanco, donde se encuentra el único pulmón natural de 7000 hectáreas de bosque, la Estación Experimental Caparo, en los Llanos Occidentales.

Si bien en este momento no existen invasores, el último episodio de tensión se vivió en 2019. La atención de la opinión pública fue vital para captar la gravedad de lo ocurrido y permitió el desalojo de los extraños de la mejor manera posible.

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El mono Araña es una de las especies más amenazadas del planeta y tiene su hábitat en Caparo. Foto: Cortesía.

En el 2004, un episodio similar ocasionó la pérdida de 900 hectáreas de bosque de los terrenos que están en calidad de comodato con la Universidad de los Andes (ULA).

La orden de Fiscalía Ambiental para sacar a este grupo de invasores se mantiene. Pero las variables se enfrentan cuando hablamos de grupos que ahora cuentan con vialidad, electricidad, colegios, CDI, ganadería, agricultura. De acuerdo con lo que expresan algunas de las fuentes consultadas, no ha habido voluntad política. Ahora solo queda recuperar esos terrenos con proyectos en materia forestal.

En 2021 se intentó hacer un plan de reforestación en un caño ubicado en la zona. Se lograron sembrar 8000 árboles, pero con las fuertes precipitaciones, varios de ellos murieron y el resto de las especies fueron destruidas por quienes habitan en el lugar.

De llegar a perderse las únicas 7000 hectáreas de bosque que aún perduran en Caparo, desaparecería ese “pulmoncito”, como lo llaman los guardabosques, profesores, investigadores y vecinos de la zona. “Lamentaríamos la desaparición de todas las especies de flora y fauna que viven en Los Llanos Occidentales”, dicen.

¿Qué ha pasado con las especies en peligro de extinción que habitan en la reserva?, es la pregunta obligada que se debe hacer.

“Mientras se mantenga el bosque, los animales podrán vivir tranquilamente”, dice la bióloga de la Universidad Central de Venezuela, Diana Liz Duque, directora del proyecto del Mono Araña, una de las especies más amenazadas del planeta y que aún es posible observar en esta zona recóndita del estado Barinas.

Existen fragmentos de bosque donde la acción del hombre ha incidido en la desaparición de algunas especies animales.

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La bióloga Diana Duque junto al equipo de guardabosques. Foto: Cortesía.
En Caparo se vive y se llega por amor

No es fácil llegar a Caparo cuando existen un conjunto de variables a sortear. Desde el estado Mérida, donde se ubica el núcleo de Ciencias Forestales de la ULA, a la estación hay 500 kilómetros. Se requieren 200 litros de gasolina, aproximadamente, 100 de ida y 100 para el regreso.

Se gasta cerca de $100 en combustible”, expresó el ingeniero y profesor jubilado de la Facultad de Ciencias Forestales y Ambientales de la ULA, Domingo Sánchez.

Desde que ingresó en 1986 a esta magna casa de estudios se ha dedicado a la investigación. Se mantiene en la condición de activo y colabora como docente y coordinador de la Estación Experimental Caparo.

Al tema del combustible se le suman los bajos sueldos que perciben los docentes en esta institución.

Los cambios vividos son muchos, especialmente, durante la pandemia. Él lleva adelante el grupo de manejo de ecosistemas forestales.

Como miembro del grupo estoy obligado a visitar regularmente la estación. Ahora es muy raro que acuda algún profesor o investigador desde la ciudad de Mérida. Las prácticas de campo que eran algo tan regular ya no se realizan, por esto le digo, la gasolina, el viaje”, dijo el también abogado, con maestría en Manejo de Bosques.

Urge la atención para recuperar las estructuras. “Esperamos que existan buenas intenciones por parte de la Facultad de retomar algunos proyectos”.

Afectaciones a especies animales y vegetales

Como se mencionó previamente, las invasiones siempre tienen efectos perversos sobre el ambiente. En el 2019, los invasores permanecieron por 10 meses y afectaron cerca de 120 hectáreas.

“La zona está ahorita en proceso de recuperación. La ULA no ha tenido recursos para establecer especies vegetales de interés comercial, pues no tenemos capacidad de producir los viveros”, manifiesta el profesor Sánchez.

A eso se le suma la práctica de la cacería que suelen ejecutar quienes invaden estas tierras. Los vecinos de la Estación Experimental Caparo se encargan de comunicar cuando ven algún movimiento extraño de personas que quieran invadir; en ocasiones se dan enfrentamientos entre ellos.

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Especies en vías de extinción en la Estación Experimental Caparo. Foto: Cortesía.

En el presente, existe mucha presión por parte de los invasores, pero gracias a los esfuerzos mancomunados surgidos en el 2019, se llegó a un acuerdo con la Guardia Nacional Bolivariana y el Ejército para apoyar al personal de la universidad y dar resguardo a la estación.

Sánchez explica que el interés de los invasores de oficio es meterse en las tierras para luego venderlas. Cuando esto ha ocurrido se suelen ver “tremendos carros y motos, bultos de comida, para el mantenimiento de las personas que invaden la zona”.

¿Qué ocurre con cada intervención o invasión?

El impacto más común de las invasiones es que las áreas quedan desprovistas de vegetación debido a las quemas, solo dejan restos o “rastrojos”, como también se les suele decir. Lo que dificulta aún más la recuperación de las especies de valor comercial y/o ambiental.

Después de esa última incursión, dice el profesor, los invasores intentaron hacerlo de nuevo, pero solo duraron una semana.

Ellos aprovechan de mostrar ese rostro descuidado a los políticos o representantes de instituciones que visitan la zona. Los llevan a los rastrojos, que son áreas afectadas por estos mismos invasores. La ULA ha tenido que manejar esta situación. En estas áreas empobrecidas también se ve afectada la fauna”.

En la época de verano, se incrementa la caza indiscriminada y el personal no cuenta con combustible para recorrer los 55 km de bosque. Se observa con frecuencia con la especie de la lapa, cuya carne es muy comercial.

El investigador y docente recordó que la Reserva de Caparo contaba con cerca de 187.000 hectáreas de bosque, de las cuales 7900 estaban en la Estación Experimental de la ULA, ahora solo quedan 7000. En los últimos 15 años se han perdido 900 hectáreas.

Sumar y no restar

Solo quien respeta y honra el ambiente entiende las consecuencias de la acción ofensiva del ser humano.

Así lo ve José Melgarejo, con 33 años al servicio de la ULA. Trabajó durante cuatro años en el proyecto de guardabosques y, anteriormente, como personal obrero.

Hace 25 años, aproximadamente, existían tres reservas en los Llanos Occidentales: Ticoporo, Caparo y San Camilo (ubicada entre los límites de los estados Apure y Barinas). Repartidos de esta manera: 260.000 hectáreas, 172.000 y  98.000, respectivamente.

“Ya no existen bosques”, se lamenta Melgarejo al otro lado de la línea telefónica cuando dice: “Lo único que queda son las 7000 hectáreas de la ULA”.

El Gobierno logró desafectar la zona y se ha declarado que ese bosque debe ser protegido por la nación. Eso es lo que queda de los Llanos Occidentales en el estado Barinas. Solo subsiste esta parte en comodato con el Ministerio de Ecosocialismo.

Allí se investiga el suelo, los animales, los árboles, y los insectos. La ULA ha montado varios proyectos de exploración con diferentes especies de árboles.

“Trabajamos con Diana Duque y el proyecto del Mono Araña, el cual se encuentra en ese bosque. Nos apoyan tres zoológicos, uno de Francia, Australia y han venido estudiantes para el proyecto de conservación, desde Perú, el Reino Unido y México”.

Esos eran bosques naturales que han sido devastados. “La fauna ha recibido un golpe duro por las quemas, las talas, las invasiones son uno de los factores de mayor impacto ambiental”.

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La tala indiscriminada y sus perjuicios sobre el medio ambiente. Foto: Cortesía.

Melgarejo recordó aquel momento en el que se entregaron concesiones de madera entre 20.000 y 30.000 hectáreas con la condición de sembrar árboles, lamentablemente, nunca se ejecutó un buen programa. “Eso fue algo grave”.

Ha habido programas del Gobierno para la reforestación en las reservas, pero los dueños de unidades de producción optaron por la opción del ganado y se olvidaron de sembrar los árboles. “Hay fincas que no tienen ni para un palo de escoba, de repente se puede perdurar con un programa de recuperación de árboles y cuencas de agua”.

Él insiste en la necesidad de impulsar un programa amplio, educar a los habitantes, preservar lo poco que queda, no seguir talando, ni quemando y tratar de rescatar las corrientes de agua.

En este momento, cerca de 20.000 personas viven en la zona, la mayoría realizan actividades de tipo agrario.

Los tres caños que existían en la Reserva de Caparo: Agua Linda, Claro y Ortetiado, desaparecieron, solo queda caño Amarú.

Todas las personas que entraron allí tumbaron los árboles, los caños desaparecieron y eso afectó el sistema de afluentes de agua”.

Una voz para millones de habitantes

Este grupo de protagonistas se une en una sola voz. Le piden a las organizaciones abocadas en la conservación y defensa del ambiente que les ayuden a salvar este pulmoncito de los Llanos Occidentales. “Bienvenidos a la lucha por la naturaleza”.

Solicitan la colaboración de empresarios barineses a la causa. Además de acción y voluntad política para no permitir más deforestaciones. Incentivar programas de conservación dirigidos a los niños, para la siembra de árboles, cuidar las corrientes de agua, cuidar ese refugio de fauna. Allí se mantienen aún especies como el jaguar, el puma americano, el armadillo gigante, la danta, “animalitos que ya no tienen para dónde agarrar”.

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