Son jóvenes y adultos abandonados por sus familias o encontrados en la calle, que padecen esquizofrenia o retardo mental, entre otras patologías. La Congregación Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca intenta alimentarlos y proveerles los medicamentos que requieren con extrema urgencia. Pero hace falta más solidaridad.

Maracay. Una puerta muy grande los separa del mundo y el abandono familiar los condenó al olvido. Y aun así, están vivos aunque no sepan en qué se les van las noches o los días. Nadie los visita, pero algunos hacen guardia detrás de un negro portón esperando a que alguien los recuerde.

Por eso se emocionan en extremo cuando ven rostros nuevos. Son 27 hombres con enfermedades neurológicas que sobreviven gracias a la atención y al cobijo que les ofrece la Congregación Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca, ubicada en el barrio La Cooperativa de Maracay, estado Aragua.

La Casa familiar Monseñor Feliciano González se ha hecho cargo de estos seres abandonados, muchos de ellos en situación de calle. Escasas veces reciben alguna visita. Los pocos familiares conocidos no tienen recursos para costearse los pasajes.

El más joven, de 19 años, permanece acurrucado en un viejo sofá y con la mirada fija en una pared, sin que lo perturbe un viejo y pequeño televisor que sirve de entretenimiento. Así transcurrren sus días y sus noches, tal vez esperando que su madre —que vive en Mariara, estado Carabobo— algún día lo visite.

Allí, estos 27 hombres con edades que van desde los 19 hasta los 60 años, calman sus delirios con una música instrumental que suena a todo volumen, caminan por toda la casa como buscando un destino, hablan tan rápido como los nerviosos pasos que dan en círculo, mientras el hermano franciscano, Juan Molina, atiende la entrevista.

Con apenas 3 meses dirigiendo la casa, el hermano Molina apela a la buena voluntad y a la generosidad de las personas para solicitar ayuda, sobre todo con alimentos, artículos de limpieza y medicamentos.

Estos últimos son requeridos con extrema urgencia. Balpron o Alprazolan son los más usados. Todos los pacientes necesitan una dosis diaria para disminuir los efectos de patologías como la esquizofrenia, el retardo mental leve o crónico o la epilepsia. Algunos son autistas.

La alimentación de los pacientes es otra preocupación para los franciscanos. Jóvenes y adultos enfermos que no entienden de crisis o de escasez, pero la padecen más que el resto de los venezolanos. Conseguir comida se hace cada vez más cuesta arriba. Por ello, el hermano Molina pide colaboración de alimentos no perecederos, fundamentalmente.

Esta casa de albergue nunca ha recibido ayuda oficial, pese a las solicitudes que en reiteradas oportunidades se han hecho ante los organismos gubernamentales. Apenas uno les brinda un poco de colaboración.

El único que nos ayuda es la Casa de la Moneda, que de lunes a viernes nos da comida ya preparada, pero no es siempre. Depende de lo que nos puedan dar, porque a veces nos dan una buena cantidad pero otras veces no traemos nada porque no les sobró comida, explica.

La Casa familiar Monseñor Feliciano González, pese a las limitaciones económicas, se mantiene muy limpia. Para ello se requieren artículos de limpieza y de lavandería. Aunque cuenta con varias lavadoras, el mantenimiento es necesario, así como de algunos aires acondicionados. Las reparaciones de la vieja casa son constantes y evidentes. Las más urgentes se necesitan en los baños.

A cada extremo de un largo pasillo están las habitaciones. También impecables y ordenadas. Ello requiere del trabajo diario de un personal que presta colaboración remunerada y, por supuesto, de la disponibilidad financiera que permita cancelarles un aporte económico. Son aproximadamente 10 colaboradores, que se distribuyen las tareas de enfermería, limpieza o de la cocina. Una que otra empresa privada o particulares hacen contribuciones para paliar estos gastos, pero el mayor peso lo lleva la propia Congregación, que intenta cubrir estos requerimientos en las 4 casas de albergue que dirige en el país, incluyendo la de Maracay.

Hasta ahora, la Casa familiar Monseñor Feliciano González sobrevive con la ayuda de sus hermanos en el extranjero y también de algunas fundaciones o grupos voluntarios que han surgido en los últimos años, producto de la grave escasez de alimentos y medicamentos que se registra en Venzuela. Pero no es suficiente. Así que el director de la casa ha iniciado la limpieza de un terreno posterior, en donde quiere sembrar hortalizas y frutas. Se necesitan semillas, abonos, fertilizantes y hasta un sistema de riego.

“Tenemos que inventar. Ellos son como unos bebés, tienen hambre y hay que buscar la manera de alimentarlos”, dice mientras le muestra al equipo de Crónica.Uno el terreno donde desea sembrar yuca, auyama, papa o cambur.

Mientras, el hermano Molina debe salir cada día en busca de colaboraciones, en una camioneta que exige mantemiento y que tiene el vidrio parabrisas roto. Ruega a Dios para que ese único vehículo con el que cuenta la Casa familiar no se dañe, como sí ocurrió con una pequeña unidad autobusera donada durante la gestión del exgobernador Didalco Bolívar y que se encuentra inoperativa por falta de repuestos.

Es hora del almuerzo y los monólogos, quejidos y lamentos son más fuertes. Algunos pacientes guardan un silencio que aturde y duele. Otro sirve de acompañante hasta el negro portón que vuelve a cerrarse, mientras él se mantiene del otro lado y de pie, esperando que alguien regrese a visitarlo.

Cualquier apoyo será bienvenido. Quienes deseen colaborar, pueden dirigirse a la calle Los Tulipanes del Barrio La Cooperativa de Maracay o comunicarse a través del número telefónico 0243/2419084.

Foto y video: Gregoria Díaz @churuguara


Participa en la conversación