En el sector Santa Isabel, al igual que en otras comunidades de Mariche, tienen 10 años sin bombeo constante de agua potable. Para sobrevivir, los vecinos optaron por instalar canales improvisados para recolectar el agua de lluvia que cae en los techos.

Caracas. La noche del domingo 25 julio llegó el agua a toda la parroquia Filas de Mariche. “Ayer todos aprovechamos de llenar todos los tobos”, repetía Coralina García, habitante del sector La Lagunita, mientras visitaba a Bárbara Monsalve y Martín Castellanos en su casa, en el sector Santa Isabel, durante la mañana de este lunes 26 de julio. Pero no fue que Hidrocapital envió agua a la comunidad; fue la lluvia, gracias a un aguacero nocturno que se prolongó hasta la madrugada.

Mariche
Foto: Luis Morillo

Por muchos techos de la parroquia caía el agua incesantemente para luego correr por los canales en donde cae el agua hasta llegar a los tanques o grandes pipotes donde la almacenan. Esta fue la opción que encontraron en Mariche para poder abastecerse debido a la falta de agua potable en la parroquia, donde hay varios sectores con 10 años sin bombeo de agua constante.

En casa de Bárbara Monsalve y Martín Castellanos hay cuatro tanques de 1000 litros y cuatro pipotes grandes. Toda el agua que almacenaron anoche les sirve para sobrevivir un mes. En la pequeña vivienda de una planta, que con cuenta con un patio y es donde está toda el agua almacenada, actualmente son solo ellos dos, más dos perros: Kira, una mestiza rescatada, y Argus, un rottweiler que les dejó uno de sus cinco hijos antes de migrar. Solo uno de los hijos de Bárbara y Martín vive en Venezuela actualmente.

Foto: Luis Morillo

En enero de este año Martín decidió instalar el canal. Agarró varios retazos de zinc, los dobló a la mitad hasta formar una circunferencia de 180° y con cabillas, maderas y alambres armó los soportes. En el callejón Alfredo, donde viven los esposos, habitan al menos otras 67 familias. Prácticamente, todas hicieron lo mismo, o algo parecido, para poder almacenar agua. La otra opción es pagar entre 1,5 y 2,5 dólares para llenar un tobo desde una cisterna.

Mariche
Foto: Luis Morillo

Aquí hay tuberías, lo que pasa es que aquí el agua más nunca regresó por ahí. De un día para otro desapareció. Aquí los vecinos hemos cambiado las tuberías varias veces para ver si es eso, pero nada, no llega, pareciera que no tiene fuerza para llegar hasta acá, explicó Bárbara.

Foto: Luis Morillo

Coralina, quien es dirigente vecinal de la parroquia, explicó que los vecinos han protestado ante Hidrocapital para pedir soluciones. La última vez fue el pasado 16 de julio, cuando acudió a una manifestación frente a la sede ubicada en la avenida Casanova, junto con un grupo de dirigentes de otras parroquias de Caracas. Ese día varias autoridades de la estatal se reunieron con los manifestantes, al final quedaron en llamarlo.

“Todavía estamos esperando. Queremos hacer nuevamente un llamado a que de verdad nos den soluciones. Cada día es peor la situación aquí en la parroquia. Por más que nos reunamos dirigentes de todos los sectores, no vemos soluciones. Esto es un paliativo, pero cuando venga la época de sequía, ¿cómo vamos a hacer?”, se preguntó Coralina.

Las canales empezaron a proliferar en la comunidad a partir de finales de 2020, un año “caótico”, dijo Martín, Tenían que vernos. Niñitos, viejitos, todos cargando agua. Desde Valle Fresco hasta acá caminando. Eran las 3:00 a. m. y se veía a la gente cargando agua, añadió.

Mariche
Foto: Luis Morillo

Entre los sectores Valle Fresco y Santa Isabel, en Mariche, hay al menos tres kilómetros de distancia. El acarreo de agua se ha vuelto parte de la rutina de los venezolanos en los últimos años de crisis económica, política y social. Según una consulta realizada por el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos (OVSP), 65,6 % de los encuestado en Caracas valoró de forma negativa el servicio de agua potable.

Otro estudio realizado en enero por el OVSP determinó que 7,4 % de los encuestados en diversas ciudades del país optan por recolectar agua de lluvia para abastecerse. Los porcentajes más altos los encontraron en las ciudades de Barinas (12,1 %) y San Fernando de Apure (14,9 %).

A pesar de que el agua de lluvia no es potable, Bárbara, Martín y Coralina prefieren sobrevivir con esa opción que con el agua que viene en las cisternas privadas que contratan en la zona entre vecinos, o las pocas veces que Hidrocapital envía, debido a que muchas veces es de color amarillo.

Foto: Luis Morillo

—Si compras un pitote también tienes que comprar un botellón de agua potable para tomar, porque esa agua de cisterna viene amarilla. Nosotros solo la usamos para lavar, y no toda la ropa, porque si lavamos una blusa o una franela blanca, eso sale marrón —explicó Martín.

—Por eso yo prefiero el agua de Dios —contestó Bárbara.

Aunque prefieren el agua de lluvia, Bárbara y Martín optan por cernir el agua con un trapo blanco, procedimiento que repiten varias veces. Luego, la que van a usar para beber y cocinar la hierven. En el caso de Coralina, ella trata el agua con una pastilla de piedra de alumbre que le cuesta un dólar en farmacias o tiendas naturistas.

Mariche
Foto: Luis Morillo

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la recolección de agua de lluvia como un sistema comunitario y domiciliario que funciona aún en comunidades sin distribución por tuberías. Sin embargo, en el caso de Mariche, la zona cuenta con sistema de tuberías desde hace por lo menos 30 años, según sus vecinos. De hecho, este sector se abastece del Sistema Tuy II, el cual organizaciones no gubernamentales, como Monitor Ciudad, han denunciado que en la actualidad funciona a 40 % de su capacidad.

“Los sistemas de recolección de agua de lluvia, particularmente aquellos que almacenan el agua en depósitos situados sobre el terreno, pueden ser una fuente de agua relativamente segura. Las principales fuentes de contaminación son las aves, los pequeños mamíferos y los escombros acumulados en los techos”, según la OMS.

Foto: Luis Morillo

Bárbara y Martín son personas de la tercera edad. Ella tiene 56 años, y aún trabaja en una escuela de Mariche como personal obrero. Él es herrero de oficio y pensionado del Seguro Social. Ambos se consideran personas sanas, a pesar de la artritis de Bárbara. Los dos aseguraron que consumir agua de lluvia no les ha causado ninguna enfermedad hasta los momentos.

Dios nos está ayudando con el agua, añadió Bárbara.


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