El calor, la falta de luz y agua no dejan a barloventeños cumplir con la cuarentena

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La indiferencia, la incredulidad, el calor avasallante y el deterioro de los servicios públicos en esta región mirandina obstaculizan el cumplimiento de las medidas preventivas contra el coronavirus. Quedarse en casa, usar tapabocas y lavarse las manos frecuentemente son tareas pendientes para muchos. 

Barlovento. A las 7:30 a. m. Francisca espera, en la plaza Eulalia Buroz de Mamporal, un bus que la lleve hasta Belén, pueblo ubicado a 10 minutos en transporte público. En Belén, va a casa de su familia, ahí se cambia de ropa, se pone un pantalón, una camisa manga larga (a pesar del calor), una pañoleta en la cabeza o una gorra, sus botas de goma, agarra unos sacos y un machete y sale para “el monte”, una parcela donde tiene sembrada yuca, auyama y plátano, productos que usa para consumo propio.   

Esta rutina Francisca la realiza dos o tres veces por semana desde hace años, y no la ha dejado a un lado en estos días de cuarentena por la pandemia de la COVID-19. 

A las 3:00 p. m. está de regreso, sentada en la misma plaza. “Me voy temprano porque del mediodía pa’bajo ya no hay carro, no había el año pasado, ahora menos con lo del virus”. 

Lleva su tapabocas mal puesto, deja al descubierto su nariz y su boca. “Me siento un rato aquí para agarrar fresco, porque, uy no, el calor en la casa a esta hora no se aguanta”

Yajaira sufre lo mismo que Francisca. Es obrera en la maternidad de Mamporal, y mientras pasa coleto aprovechando que llegó el agua, habla con las pacientes y compañeras de trabajo: “El calor ahorita está insoportable”. 

Dice que en su casa no tiene aire acondicionado ni ventilador, ni siquiera un patio con unas matas donde sentarse a “coger aire”. Después de preparar el almuerzo y comer, se va a casa de una vecina que sí tiene patio y ahí pasa el momento más caluroso del día, entre la 1:00 p. m. y las 5:00 p. m. 

Prevención en segundo plano

Quedarse en casa, usar el tapabocas, lavarse las manos con abundante agua y jabón, evitar aglomeraciones y mantener una distancia física de al menos dos metros son algunas de las medidas indicadas por la OMS para prevenir el contagio de la COVID-19. 

Se dice fácilmente, pero muchos barloventeños no las cumplen por incredulidad, indiferencia, pero —por encima de todo— por las difíciles condiciones de vida en la zona. 

Barlovento es una subregión conformada por seis municipios del estado Miranda, segundo con mayor número de contagios en Venezuela (aproximadamente 9000 casos) según la Comisión Presidencial para el Control y Prevención de la COVID-19. 

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Los cortes de luz no dan tregua en Barlovento

Mamporal, en el municipio Buroz, es uno de los pueblos de esta subregión. En esta localidad, el servicio eléctrico presenta interrupciones diariamente y a cualquier hora del día sin previo aviso y sin que los vecinos conozcan de la existencia de un plan de racionamiento eléctrico. Aunque la mayoría de los cortes se registran pasadas las 7:00 p. m., también se dan en la madruga, en la mañana y en horas de la tarde, y cada interrupción del servicio dura entre 10 o 15 minutos. Cortes breves pero consecutivos.

Durante la segunda semana de septiembre solo en un día ocurrieron siete cortes del servicio eléctrico, lo que puso en riesgo los electrodomésticos y afectó la cotidianidad en el pueblo. 

“Estas casas son muy calurosas, y además se va la luz. ¿Cómo uno permanece en la casa? Uno tiene que salir para afuera, y ahí es donde está el riesgo”, dice Flor, de 58 años, nacida y criada en Barlovento. 

Los cortes del servicio eléctrico en Buroz, y en todos los municipios de Barlovento, no solo dificultan el cumplimiento de una de las medidas más importante: quedarse en casa; sino que además representan un problema para personas que padecen hipertensión arterial. 

Las altas temperaturas y la sensación de ahogo afectan la salud de los habitantes de una región que en las últimas semanas ha registrado temperaturas que oscilan entre los 29 y los 32 grados centígrados, con un nivel de humedad que varía entre 40 y 70 %

Sin agua, sin comida y con pocos comercios 

En Mamporal también falla el servicio de agua potable, la bolsa del Clap generalmente tarda más de un mes en llegar y cada vez son menos los comercios para la venta de alimentos, porque han ido quebrando o los dueños se han ido del pueblo.

Entre el 9 y el 16 de septiembre los habitantes de Mamporal no vieron salir por sus tuberías ni una gota de agua. Cuando llegó el líquido el día 9, era marrón y tenía mal olor. Y así tuvieron que almacenarla. 

Ocho días después, el 16 de septiembre, cuando la gente se alegró al escuchar el ruido de las tuberías, el agua que llegó no estaba en mejores condiciones de salubridad. 

En un grupo de WhatsApp en el que el alcalde de Buroz, Yohan Ponce (PSUV), y otras autoridades del municipio mantienen comunicación con los ciudadanos, Ponce intentaba calmar los reclamos de los vecinos explicando que la situación con el servicio de agua potable se debe a dos razones: las pésimas condiciones en las que su administración encontró el sistema al llegar a la Alcaldía de Buroz (2017) y las sanciones económicas que recaen “sobre Venezuela”, las cuales han impedido, a su juicio, la compra de los químicos para la potabilización del agua, que proviene de la represa El Guapo. 

“En estos días duramos ocho días secos; entonces, si alguien no tiene envases para almacenar bastante agua, ¿cómo hace esa persona para cumplir las medidas de prevención si llega un momento en que no hay agua ni para bañarse?”, se pregunta Flor.  

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La falta de agua es permanente en esta región, no tienen  ni para aliviar el calor. Erick Mayora

A juicio de Flor, las pautas en materia sanitaria no se cumplen a cabalidad. “Hay mucha gente que anda por ahí despreocupada, sin tapabocas, sin nada. La gente piensa que esto es juego, que es mentira, salen, hacen fiestas, se reúnen. Esta mañana me dice una muchacha: ‘Ay no, eso del virus es mentira’. Yo sí pienso que existe la enfermedad, pero que se propaga en lugares más poblados. En cambio nosotros acá en Barlovento estamos como más separados, no hay esos tumultos como en Caracas”. 

En Mamporal solo hay una farmacia, tres panaderías y pocos abastos. De ahí que se acumule la gente en las puertas de los locales, aguantando calor, para lograr adquirir algunos víveres, verduras, carne o lo que el bolsillo permita comprar. 

La bolsa Clap se queda corta. No llega con los rubros que —según Nicolás Maduro— debería traer, y  aparece una vez al mes, si tienen suerte las comunidades. La gente sale a resolver el tema alimenticio prácticamente a diario. “La bolsa no trajo ni aceite ni azúcar”, lamentan algunos vecinos de Mamporal, mientras enumeran: “Solo trajo seis arroz, dos pasta y una harina de maíz”. 

José, de 52 años de edad y también nacido y criado en Mamporal, a veces sale de su casa con el tapabocas puesto y otras veces lo lleva en el bolsillo. Se monta en su bicicleta y así recorre las calles del caluroso pueblo barloventeño. 

“Por la casa no se ve mucho el uso del tapabocas, la gente se lo pone cuando va a comprar algo, o cuando se va a subir a un autobús. Yo lo cargo siempre, pero a veces lo cargo en la mano o en el bolsillo, y cuando veo una patrulla me lo pongo, porque con este calor que está haciendo y con ese bicho tapándome la nariz, imagínate, me asfixio”, sostiene. 

De vuelta a la siembra  

Tanto Flor como José coinciden en un punto: en Barlovento esta situación le está cambiando la vida a muchas personas. 

“Mi trabajo es el campo, sembrando. Siempre voy caminando, de mi casa al conuco es cerca. Ahorita tengo auyama, yuca. Con eso y con otras cosas que siembro resuelvo. Cuando viene el bono compro algo. No es mucho, pero nos sirve aunque sea para una mantequilla y medio cartón de huevos”, afirma José, quién explica que a veces el gobierno de Maduro hace llegar hasta dos bonos al mes, pero otras ninguno. 

José conoce personas en Mamporal que trabajaban en instituciones y que ahora están desempleadas. “Están buscando monte para hacer su conuco. Yo conozco un ingeniero que ya antes del virus estaba vendiendo chupetas y caramelos, y ahora ni eso puede hacer por la cuarentena. ¿Qué les queda? Hacer sus conucos”. 

Por su parte, Flor, jubilada, dedica su tiempo, desde hace años, a labores de la casa y también a la siembra tanto en su hogar como en unas tierras fuera de Mamporal.  

“Tengo una vecina que perdió su empleo por esta situación, trabajaba en Caracas. Ahora vende tetitas de azúcar o de leche, o lo que consiga para vender en su casa. Conozco otra muchacha que trabajaba en una panadería el local cerró, y ahora se puso a sembrar en una parcela que tiene. Hay personas a las que esta situación les ha cambiado la vida en su totalidad”, sostiene Flor. 

Francisca, Flor y José viven en uno de los estados más afectados por la pandemia de la COVID-19, pero ninguno conoce directamente un caso de persona fallecida por el virus; ningún familiar, ningún amigo, ningún conocido. Han escuchado rumores de contagiados, pero no saben de caso concreto con nombre y apellido. Su rutina es la misma de todos los días, con calor y con servicios públicos colapsados. Para ellos, la cuarentena queda en segundo plano. Su objetivo ahora es sobrevivir.

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en Barlovento la gente sale a refrescarse a pesar de la pandemia. Erick Mayora

Fotos: Erick Mayora


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