De acuerdo con el cronista de Baruta, Franklin González Russo, este fue el primer barrio de la zona. Sus habitantes comentan que ya tiene casi 100 años desde su fundación. A mediados de los 70, la comunidad incorporó a su identidad la celebración de la Cruz de Mayo. Por varias razones, no habían podido continuar con la tradición pero el pasado 25 de mayo retomaron la festividad con invitados especiales y en compañía de Enlace Arquitectura y Ciudad Laboratorio. Esta es la crónica de la jornada.

Caracas. En la fotografía se ve a cuatro muchachos larguiruchos y morenos parados delante de una cruz, cerca de un barranco: Catalina, Pinocho, Arepa y el Negro. Son los hijos de Víctor Díaz, inmortalizados en un momento en el que aún estaban bajitos el araguaney y los jabillos sembrados por los habitantes de La Palomera.

Eva Díaz, tía del cuarteto, recuerda la historia de la cruz en la foto. Durante los primeros tiempos de la comunidad había una piedra, lo bastante grande para que dos personas se sentaran, situada en la parte alta del barrio. Justo al frente de lo que se conoce actualmente como la explanada La Cruz. Después de la medianoche, cuando los hombres se recostaban allí para pasar los tragos, una presencia extraña los sorprendía en la oscuridad.

“No sabemos qué era porque solo se le aparecía a los hombres parranderos, pero era algo feo, mija, muy feo”, cuenta Eva.

Cansado de los sustos, Víctor —a quien conocidos y familiares se referían como Tucusito— habló con sus vecinos para retirar la piedra y construir una cruz. La armaron en el patio de los Díaz y la subieron por la pendiente hasta instalarla en la explanada. De inmediato comenzaron los rituales. Eran mediados de los 70.

William “Catalina” Díaz comenta que su papá era un entusiasta de las actividades deportivas, así que el 3 de mayo —Día del Velorio de la Cruz— se convirtió en su evento favorito del año: la comunidad no se conformaría solo con vestir de flores la figura de cemento y rendirle homenaje con cantos, fulías y décimas, como dicta la costumbre oriental, sino que incluiría todo tipo de juegos y competencias como el palo encebado, carreras de sacos, la moneda en la bañera y la favorita: el bachaco zurdo. “Con ese último mi hermano ponía a los niños a sufrir, ¿tú alguna vez has visto un bachaco zurdo?”, se ríe Eva.

Hacer eso requería fondos y Tucusito tenía su plan. Dos meses antes, enviaba un sobre que recorría todas las casas de Baruta solicitando colaboración para la fiesta. Llegado el mes de abril, con el sobre repleto, se iniciaban los preparativos. La celebración se mantuvo por años. Luego Víctor enfermó.

Con la muerte del padre de los Díaz, algunos intentaron preservar la festividad. Rafael Carrasco, hijo de uno de los fundadores del barrio y presidente de la Sociedad Nuestra Señora del Rosario, sostiene que recibían apoyo de la Alcaldía de Baruta pero el presupuesto se fue acortando cada vez más hasta que cumplir con el ritual se hizo insostenible.

Pasaron 23 años. Varios miembros de la comunidad mudaron de religión: el cristianismo no acepta el culto de imágenes. Otros, sumidos en el entorno de la crisis, olvidaron. No hubo más salsa, ni vestidos floridos, ni juegos en la explanada de La Cruz.

Hasta hoy.

Maqueta del barrio La Palomera elaborada por Enlace Arquitectura. Foto: Natasha Rangel
El barrio es ciudad

Hay una maqueta detrás de la estatua del Libertador en la plaza Bolívar de Baruta. Tiene una escala de 1:200 —a los espectadores les llega unos cuantos centímetros por encima del tobillo— y la componen un montón de piezas de madera de pino y madera comprimida MDF. Su elaboración tardó dos meses, con apagones incluidos, y es, tal vez, la obra más “grande” que el arquitecto Sergio Dos Santos ha hecho en toda su carrera.

Siete hectáreas abarca el barrio La Palomera, distribuidas en los sectores Las Acacias, Las Brisas, Copacabana, Santo Domingo, Barrialito, La Ceiba, La Cruz, Piedras Pintadas y la calle Páez. La maqueta, que forma parte del programa Integración en Proceso Caracas, busca generar un diálogo entre los baruteños al mostrar la expansión de la comunidad e invitando al reconocimiento de sus espacios incorporados, sin barreras, al casco histórico de Baruta.

Julio Luna identifica calles y zonas de memoria: Aquí está la plaza. Aquellos edificios son de Manzanares. Si te quieres ir a Piedra Azul, bajas por allá. Yo soy de aquí de Baruta, por eso lo veo todo clarito.

Para la realización de la maqueta, que posee unas dimensiones de 3 metros por 3,6 metros, fueron necesarias varias tomas aéreas del barrio con un drone y la revisión de planos de la Alcaldía de Baruta, que no se actualizaban desde 2002.

“Me encanta cómo se ve mi barrio, vale”, exclama Martina Artiaga, otra descendiente de las familias fundadoras. Emocionada, apunta que Piedras Pintadas es un anexo relativamente joven: tendrá unos 10 o 15 años, a lo sumo.

La gente se detiene a mirar. Los números escritos a lápiz sobre la madera les sirven para nombrarse: “Yo soy del 186”, dice alguien, con una sonrisa que le sube hasta los ojos.

No hay señalización hacia La Palomera. La comunidad, enorme, enquistada en terrenos que estaban bajo “control” de la Iglesia, fue escenario de varias películas y telenovelas venezolanas, una de ellas Cosita rica (2003-2004). La historia, escrita por Leonardo Padrón, fue un éxito nacional. Pero el barrio siguió fuera del verbo común, enajenado geográfica y anímicamente.

barrio la palomera
La celebración de la cruz tuvo un grupo de invitados externo al barrio para mostrar que la ciudad se “hace” en conjunto. Foto: Rogmy Armas

De allí el interés de Enlace Arquitectura por emprender un proyecto de integración que reactivara la dinámica social para recuperar espacios públicos y se enfocara en mostrar “la ciudad completa”: una ciudad que suma a los barrios en lugar de percibirlos como malestar urbano.

El ciclo de encuentros Arte, Pedagogía y Ciudad, que empezó en noviembre de 2018, contempla charlas, recorridos, talleres, mapeos, música y exposiciones sobre La Palomera. El vínculo con los vecinos se dio mediante la capacitación Sembrando Ciudad, de Citibank Venezuela, que supuso la eliminación de un basurero con más de 30 años y la posterior construcción de una plaza para el disfrute de los niños y la comunidad en general. La iniciativa fue ejecutada por Fudep Venezuela y Enlace, que no ha parado de trabajar desde entonces.

Integrar es un acto que se conjuga en gerundio y desde el cuerpo: es haciéndolo como realmente lo logramos, dice Cheo Carvajal, de Ciudad Laboratorio.

Para la jornada de este 25 de mayo, denominada Museo Móvil, el cronograma de actividades incluye danza, proyección de videos, estampado de franelas, la presentación de un registro de áreas verdes del barrio (Jardín La Palomera), partidos de bolas criollas y competencias para los niños al mejor estilo de la época de Víctor Díaz.  

El grupo Tambor y Gloria de la Fundación Bigott da pie a la parranda al enfilar por la calle Saloom, una de las entradas a la comunidad. El toque de tambores traspasa los umbrales de la casas y atrae la atención de los vecinos, que se asoman a las ventanas para mirar la procesión. “Ciudad completa/ con tradición/ gente de barrio/ busca la unión”.

Sara Medina asiste a los talleres de Fundación Bigott desde los cinco años. Lo suyo es crear y recitar décimas. En cada parada del trayecto, que va rumbo a la explanada de la Cruz, comparte una estrofa de la composición escrita por el maestro José Esteban Pérez especialmente para la ocasión: “Si la Humanidad es amor/ el mundo es una ciudad”.

El reconocimiento del barrio es de adentro hacia afuera, y viceversa.

cruz de mayo
Cruz de mayo de la comunidad en la explanada. La adornan exactamente 97 flores.
Conectados por la tierra

El sector La Ceiba recibe su nombre en honor a un enorme ejemplar que plantó Trino Lira en el que, por aquella época —cuando las madres daban a luz a sus hijos con la ayuda de parteras—, era conocido como el barrio Las Palmeras.

Lira, no obstante, añadió un detalle que cambió para siempre la referencia de la zona: puso palomares en el árbol. En ese entonces, solo cinco familias se habían establecido en la montaña —los Oviedo, los Carrasco, los Hernández, los Brito y los Lira—. Actualmente, las edificaciones se extienden por todo lo ancho del barrio. La vieja ceiba de Trino Lira fue secada para hacer más construcciones pero la calle conservó el referente. Y la comunidad creció como la raíz gruesa y fuerte del viejo árbol.

La esencia del campo se conserva en las zonas verdes del terreno. Ámbar Armas y Gabriel Nass coordinaron un mapeo que detectó al menos 15 puntos importantes en La Palomera. En el área proliferan las calas rojas, los lirios, las matas de malojillo y toronjil. Hay conucos —el de Catalina tiene alrededor de 20 años— y jardines dentro de las casas que, en muchos casos, son herencia de los padres, lo que fortalece la imagen de una comunidad entrelazada con la tierra.

La actividad del Museo Móvil tenía una estación de estampado de franelas. Los vecinos elaboraron un logo que involucró aspectos característicos del barrio. Muchos de ellos son plantas, flores y árboles como las calas, los lirios, los helechos y el araguaney. Foto: Natasha Rangel

La cruz de la explanada tiene 97 flores de papel. Mariana Artiaga, una de los 12 hijos que tiene Martina, las confeccionó en una noche. Tambor y Gloria, junto con los vecinos, se reúne en torno al templete del monumento. Se cantan las fulías, se hacen los rezos. Algunos rostros muestran sorpresa, otros extrañamiento: para muchos es la primera vez que asisten al ritual de la cruz.

“Queremos ser tradición pronto”, dice Catalina. Los coros del grupo musical coinciden con los gritos de los niños que juegan una caimanera de fútbol en la cancha. Del cielo caen algunas gotas de lluvia y la gente se pone junta, muy junta, en los bordes de los muros.

Para el cronista Franklin González Russo, el proyecto del Museo Móvil es una antesala al cuatricentenario de Baruta, que tendrá lugar el próximo 2020. Tanto él como los dirigentes del barrio —Martina y Rafael— reciben un agradecimiento especial por su participación en el rescate de los valores y tradiciones de La Palomera. Además de Ciudlab y Fundación Enlace, la actividad es auspiciada por organizaciones como Laboratorio Ciudadano de No Violencia Activa, Comedor Puntos Solidarios, Haciendo Ciudad, Prodavinci, Efecto Cocuyo, entre otros. 

Los vecinos se acercaron a la exposición fotográfica sobre el Jardín La Palomera. Foto: Natasha Rangel

Desde la cancha de la Cruz solo se ven caras achinadas de tanta risa. Los cuerpos se apoyan en las vallas de metal que protegen los flancos para mirar mejor, más de cerca. Una vez terminada la ceremonia de la cruz, los niños de la comunidad se agrupan para ejecutar una coreografía acompañada de tambores. Los que no llegan a la cancha, se sientan a las puertas y terrazas de sus casas para contemplar la danza.

En ellos, en los niños, se concentra el objetivo del encuentro: entender que el barrio no es un apéndice de la ciudad, que se mueve con ella.

Veintitrés años después, la Cruz de Mayo volvió a celebrarse en La Palomera. Entre los visitantes invitados por Enlace el sentimiento es mutuo: que se mantenga por muchos años, que se vuelva tradición de todos.


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