Abastos y bodegas que, durante años, han sido parte de las zonas populares han tenido que sortear las dificultades provocadas por las políticas del Gobierno en contra de los comerciantes y de la propiedad privada. Crónica.Uno hizo un recorrido por algunos de los pequeños comercios que, por mucho tiempo, han cubierto las necesidades de sus comunidades.

Caracas. La crisis económica por la que atraviesa Venezuela ha dejado incalculables víctimas, pero, sin duda, uno de los sectores más perjudicados ha sido el del comercio, tanto formal como informal. La baja producción de bienes, el control de precios, las fiscalizaciones, la falta de efectivo y la hiperinflación -que en agosto llegó a 223 % según la Asamblea Nacional- han generado el cierre de pequeñas y medianas empresas, la mutación a otro sector económico y la resistencia forzosa que significa continuar “mientras se pueda”.

Con una canasta básica que el mes pasado, de acuerdo con el Cenda, casi triplicó el pírrico salario mínimo de Bs. S. 1800, los comercios pequeños, abastos y bodegas de las zonas populares han tenido que surfear la crisis y acoplarse al nuevo modo de compra del venezolano, lejos del gasto ostentoso de hace unos años.

En un recorrido por una zona popular del oeste caraqueño, Crónica Uno constató diversos casos: desde aquellos negocios que continúan allí pese a la adversidad hasta los que han tenido que cambiar para acoplarse a la realidad y así conseguir “el pan de cada día”.

Negocio generacional

El abasto Valverde, de la urbanización La Quebradita I -al suroeste de Caracas-, por ejemplo, es hoy día uno de los pocos locales que permanecen intactos en ese sector. Pese a que han pasado más de 40 años desde su creación, quienes lo frecuentan señalan que la esencia se ha mantenido y esperan que así continúe.

Ana María Gutiérrez* reside en el bloque 5 de La Quebradita I desde los 16 años. Con su madre y dos hermanos fueron beneficiarios de este programa habitacional creado por el Gobierno de la época a mediados de los años setenta con el fin de otorgar viviendas a quienes vivían en pequeñas casas improvisadas de zonas aledañas.

Gutiérrez no recuerda exactamente en qué año fue inaugurado el Valverde, pero asegura que el abasto está ligado a la historia de la urbanización, es parte de su esencia.

Fíjate, tengo casi 60 años de vida y recuerdo perfectamente al portugués que atendía el lugar, muy amable, por cierto. Ahí había de todo, realmente resolvía las necesidades de quienes vivimos acá”.

El clímax de este local llegaría a inicios de 1989, en una fecha recordada tristemente por la mayoría de los venezolanos: 27 de febrero. Como muchos negocios de la ciudad, el Valverde fue víctima de saqueos y actos vandálicos. Quienes frecuentaban el sitio aseguran que este hecho representó pérdidas importantes para la familia lusa propietaria del abasto.

Con el tiempo fue cambiando de dueños. “Más de cuatro”, dicen los empleados de la bodega; sin embargo, el fin se ha mantenido. Señalan que tienen, a lo sumo, diez años laborando allí, el mismo tiempo que la actual administración.

El abasto ocupa uno de los tantos locales que conforman los dos pisos del Centro Comercial La Quebradita. Un joven que atiende la barra afirma que hasta hace pocos años la mayoría de los locales estaban ocupados, abiertos. “Ahora solo hay cuatro: dos peluquerías, una cristalería y este abasto. En el primer piso sí están todos ocupados”.

Los locales sin ocupar son cada vez más frecuentes en centros comerciales

Cada vez son menos

El sector comercio ha sido, quizás, de los más afectados por las políticas económicas del Gobierno durante los últimos años. De acuerdo con María Carolina Uzcátegui, presidenta del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio), durante este año, al menos, 40 % de los negocios ha cerrado.

Consultados respecto a esto, empleados de la zona atestiguan que entre las causas de los cierres están la inflación, que vuelve cuesta arriba la reposición de inventarios, los constantes incrementos del salario mínimo que realiza el Ejecutivo y los diversos controles a la economía, que han sido frecuentes durante los últimos quince años (de precios, divisas y ganancia).

La cifra coincide con los hechos. El abasto Valverde comparte piso -en teoría- con otros seis locales, pero la realidad económica ha hecho que tan solo tres sigan activos. Lo que en otros tiempos era un “videoclub”, hoy no es más que un espacio vacío y clausurado esperando, quizás, a que lleguen tiempos más prósperos.

La poca afluencia de visitantes a los pocos locales que están funcionando (dos peluquerías y una cristalería) son muestra del deterioro en la capacidad de compra del venezolano. Los ciudadanos han tenido que darle prioridad a la compra de alimentos y medicinas por encima de otros gastos que han pasado a ser “de lujo”. Ante esta realidad, residentes de la zona aseguran que el Valverde es una buena opción, por mostrar una variedad que no es común en otros locales cercanos.

Muchos locales han cerrado indefinidamente

Un vecino proveniente del barrio La Coromoto, que se encuentra en la avenida San Martín, cerca de la urbanización, exclama que frecuenta constantemente el local, pues, a su juicio, “siempre tienen lo que se necesita, salvo algunas excepciones”. Como sucede en muchos negocios en el país, la oferta de productos de primera necesidad, como la harina de maíz, la mantequilla o el arroz, luce disminuida debido a la poca producción de los mismos.

Sin embargo, la señora que atiende el abasto –que pidió mantenerse en el anonimato- indica que siguen vendiendo esos productos: “Todo depende del proveedor, a veces llega con frecuencia y otras veces se tardan. Todo queda legal, los vendemos al precio que marcan”. Con esta respuesta niega de antemano que en “Valverde” se revenda algún producto regulado por el Gobierno.

De hecho, de acuerdo con habitantes del sector, lo más común cuando llega este tipo de alimentos al local es que se informa a la comunidad para así organizarse y procurar “que cada apartamento pueda comprar lo que llegue”. Cristian Azuaje, quien reside en el bloque que está justo al lado del centro comercial, indica que dicha medida ha funcionado para paliar la escasez de comida y evitar las colas.

La cartera de bienes que ofrecen es muy diversa, hasta podría decirse que es más un supermercado que un abasto. Chucherías (tanto detalladas como en empaques), jugos, refrescos, víveres, productos de limpieza y bebidas alcohólicas son parte de la variedad que comercializa este pequeño negocio que, por más de 40 años, se ha mantenido como una opción económica y rápida para los residentes del sector.

Unos desaparecen, otros se adaptan

“Siempre fue una opción para quienes no teníamos computadora o impresora, todavía lo es”. Con esta frase responde Alexis Graterol*, habitante del bloque 1 -aledaño al Centro Comercial La Quebradita- cuando fue consultado acerca de un local que otrora sirvió exclusivamente de cyber y cuya mitad ahora es una pequeña bodega.

Antonio Pichardo, empleado de la parte que sirve de abasto, señala que el cambio se produjo hace aproximadamente un año. “El dueño -que es cristiano-evangélico- tuvo una visión de Dios, diciendo que eso es lo que le iba a dar dinero, así que dividió el negocio”.

Pese a que los empleados negaran que la división se diera por cuestiones de déficit, Cristian Salazar, un joven que frecuentaba el cyber exclama que desde hace tiempo se notaba la baja afluencia de clientes al mismo:

“Desde hace más de un año, cuando empezó el problema con el efectivo, cada vez menos gente iba para allá, porque a veces no tenían punto o no tenían Internet. Muchos encontrábamos aquí un momento de distracción: jugábamos videojuegos, veíamos nuestras redes sociales, hacíamos nuestras tareas”.

El cambio es más que notable. En su primera etapa, el local contaba con, al menos, siete teléfonos públicos para ofrecer servicio de llamadas, más de quince computadoras y, además, era punto de venta de artículos escolares y de oficina.

Los dueños del negocio son pareja, por lo que -asegura el empleado Pichardo- normalmente quien se encarga del cyber es la esposa. Reconoce que la gente ha dejado de comprar en grandes cantidades, en parte por la competencia de, al menos, otros tres negocios cercanos que ofrecen los mismos alimentos.

Consultado respecto a si venden productos de primera necesidad como los de la canasta básica, Pichardo asegura que “por ahora, no”. Además de las frutas, verduras y hortalizas, en este abasto improvisado los vecinos pueden adquirir queso, víveres, chucherías, maltas y refrescos.

Productos como mantequilla y mayonesa son vendidos en presentaciones poco conocidas, como las artesanales o de ciertas marcas con las que el cliente no está familiarizado. Sin embargo, la poca oferta en la zona hace que las mismas se despachen rápidamente, asegura otra empleada.

Vistos desde lejos, “El Cyber” no aparenta ser un mismo negocio

Un cambio de 180 grados

Carlos Ortíz* visita todos los días su negocio ubicado en el pequeño barrio La Línea, cercano al edificio Cantv de Artigas. Cuenta que, por más de diez años, los dos locales que ostenta funcionaron para la compra y venta de metales como aluminio y cobre.

Sin embargo, la realidad económica alcanzó a Ortiz y su socio, quien es el dueño del segundo local -hoy en remodelación. Asegura que la situación llegó a tal punto que su compañero tuvo que emigrar a Argentina con su familia en busca de un mejor futuro, por lo que desde entonces le alquila el espacio a él.

Desde hace aproximadamente cinco meses, el local de Ortiz sirve de bodega para los sectores cercanos al lugar. En él los ciudadanos pueden encontrar artículos difíciles de conseguir para las personas con tiempo limitado para hacer colas en supermercados y mercados populares o para quienes no pueden comprar en grandes cantidades. 

Nosotros aquí no recibimos productos regulados, todo lo compramos en los mercados de Coche, Quinta Crespo, Catia y lo vendemos a precios razonables para tener algo de ganancia”.

Señala que, recientemente, recibió la visita de funcionarios de un ente oficial en la que le pidieron vender artículos como pasta alimenticia, crema dental y harina de maíz, entre otros, a “precios acordados”, pese a que, asegura Ortíz, no tienen proveedor que les despache oficialmente esos productos.

Señala que los costos no se limitan a la adquisición de cada producto, pues tiene alquilado un punto de venta a un tercero que le cobra 10 % por cada transacción.  “Además, un paquete de bolsas plásticas te puede costar entre 15 y 20 millones de bolívares (Bs. S. 150 y 200), cuando vas al mercado de Coche hay que pagar por entrar y por transportar la mercancía”.

Exclama que “no es fácil ser comerciante en este país”, pues, constantemente, los voceros oficiales los señalan como culpables de la crisis económica. “Y eso influye en algunas personas que no comprenden que los comerciantes no son los enemigos, más bien buscan satisfacer las necesidades de la comunidad”.

A pesar de las críticas, Ortíz dice que “la gente está feliz”. El haber vendido carne de res en las últimas dos semanas, aunque al triple del precio indicado por la Sundde, le ganó el beneplácito de gran parte de la comunidad:

“Muchos me decían que al menos había carne, así costara 300 bolívares soberanos. Desde que fijaron un precio único para la carne, desapareció de las neveras y eso la gente lo sabe. 90 bolívares no me costó ni a mí. A ninguna carnicería por aquí le llegan los cortes a precio regulado”.

La venta de verduras y frutas es algo improvisada en este sitio. A orillas de la calle colocan tres mesas para que así los clientes escojan lo que se quieren llevar. Hasta ahora no han tenido problemas por vender “a cielo abierto” sin autorización; sin embargo, Ortíz advierte que al primer inconveniente mudará todo al local que le alquiló su socio, que, de hecho, está remodelando con sus propios medios.

En la misma calle donde se ubica el negocio de Ortíz se encuentran dos más que le hacen competencia. Además, de domingo a martes, es instalado un mercado popular proveniente de Los Andes, cuyos bajos precios se asemejan a los de Ortiz y lo reconoce: “Ellos son los que tienen precios similares a los de nosotros”.

Al menos cinco negocios de distinta índole se distribuyen en toda esta calle

La  bodega tiene bastante tiempo de existencia. Quien la atiende se negó a dar declaraciones, pero un cliente admite que tiene años comprando allí y celebra que aún exista pues -asegura- la mayoría de las bodegas familiares (tanto del barrio La Línea como de la urbanización, que se encontraban dentro de los mismos apartamentos) ha desaparecido.

La versión coincide con lo dicho por Romina Contreras, quien vive en el bloque 7 y dice que la falta de efectivo ha perjudicado dichos emprendimientos. Sin embargo, “han surgido unos nuevos. Aquí en este edificio algunos apartamentos venden queso, helados, cigarrillos, recargas telefónicas y hay un apartamento donde imprimen y sacan copias”.

De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la inflación en Venezuela, a finales de año, llegará al 1.000.000 %. Pese a ello y a las constantes políticas económicas erradas del Ejecutivo, el emprendimiento popular se resiste a desaparecer y las comunidades lo reconocen.

* Nombres ficticios

Fotos: Alberto Torres


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