“Estoy aquí porque Dios quiere” asegura vendedor de verduras en estado de desnutrición

vendor de verduras

Alexander Arias camina siete kilómetros al día para vender verduras de segunda por las calles de Maracaibo desde hace un año. La falta de ingresos no le permite cubrir su tratamiento médico ni llevar una dieta adecuada. “El resuelve”, como es conocido este vendedor de verduras, por las barriadas del oeste de la ciudad, lucha todos los días por sobrevivir con dos infartos y cuatro accidentes cerebro vasculares a cuestas.

 Maracaibo.! El resuelve, llevo tomate, pimentón, zanahoria. Cambio por arroz, pasta o harina, ¡llegó el resuelve!, grita el vendedor de verduras, Alexander Arias, de 46 años de edad, mientras sostiene en su mano un palo de escoba que hace las veces de cuerda para cargar las bolsitas surtidas de vegetales de segunda, que vende por las calles del oeste de Maracaibo.

Es integrante de un grupo de 10 vendedores contratados por una venta de verduras que, para que no se les dañe la mercancía, arman pequeñas bolsas surtidas de los vegetales. Él y sus compañeros salen a ofrecer “el resuelve”, como les llaman a los combos, desde las 7:00 de la mañana hasta las 2:00 de la tarde.

Sin soltar el palo, para que no se malluguen las verduras, Arias contó que siempre trabajó como comerciante, pero luego de sufrir cuatro accidentes cerebro vasculares y dos infartos, su condición actual está venida a menos por la falta de alimentación, tratamiento y por lo exigente de su trabajo.

vendedor de verduras
Alexander Arias ha sufrido cuatro ACv y dos infartos. Foto: Mariela Nava.

Con un clima que no tiene contemplación, el hombre llega a la venta de verduras todas las mañanas a retirar la mercancía a las 6:30, pero antes ya ha caminado un kilómetro para llegar ahí, en el sector Cuatricentenario, desde la casa que comparte con su hermana y sus sobrinas en el barrio Felipe Pirela.

Luego, camina cinco kilómetros más para vender los combos. Recorre al menos seis barrios en los que grita sin cesar la oferta. Una bolsa surtida por cinco bolívares, un dólar en efectivo o un kilo de alimento, pero aclara: “Menos harina del CLAP porque esa no se la come nadie”. La venta es entre 8 y 10 bolsas diarias, que al final de la tarde debe pagarle a su empleador, o devolver las que no logró vender.

Las ganancias son reducidas, dos bolívares por bolsa es lo que le queda, pero si tiene alimentos, le toca seguir caminando hasta venderlos para juntar el efectivo que costó la mercancía al final de la jornada.

Depende de a cómo pueda vender la comida, es la ganancia del día. Si vendo toda la verdura en efectivo mejor, porque me pueden quedar hasta 25 bolívares”, dijo.

La crisis no perdona

Hace siete años Arias tenía su propio local en el que vendía pescado en el sector Doble Vía, pero luego de su primer ACV, la crisis del país y varios inconvenientes de tipo familiar, entre ellos un divorcio, lo dejó sin su negocio y separado de sus dos hijas. 18 años de trabajo que recuerda con tristeza. “Quedé peor, lo que me mal pagaron por el negocio lo gasté en comida”.

Hace un año comenzó a vender verduras, pero cuando no hay mercancía, les ofrece a sus vecinos botar basura, limpiar patios o lo que sea necesario para sostenerse y ayudar a su familia. Con voz quebrada asegura: “A mí no me da pena trabajar, me gusta”.

vendedor de verduras
Arias tambien hace trueque. Cambia una bolsa por un kilo de alimento. Foto: Mariela Nava.

Su condición de salud hace que cada cierto rato Arias pare de caminar y aproveche la sombra de algún árbol para tomar agua, de una botella que mantiene en su morral tricolor. Las altas temperaturas de la ciudad, el peso y las largas caminatas le ocasionan cansancio, se le nubla la vista y se siente débil, contó.

Le cuesta un poco hablar, su voz es baja y entrecortada. Camina lento y tiene un tic nervioso en el ojo derecho. Estas características, debido a su deteriorada salud, muchas veces son motivo de discriminación.

 La gente me humilla, creen que estoy borracho porque cargo una botella o porque camino con dificultad, pero no saben que estoy enfermo”, dijo.

Respira profundo y busca con la mirada. Luego de un silencio, habla casi susurrando: “Así no se puede vivir, uno de los mejores países del mundo era este, pero quedó inservible”.

Hace un recuento de sus empleos anteriores y como quien no puede creer su destino, reconoce: “Me gustaría estar mejor. Esto nunca se había visto aquí. Yo fui hasta prestamista, pero esto se jodió, este gobierno mató todo”.

La palabra de Dios le da fuerza para continuar

Alexander Arias era un hombre que caminaba erguido, de contextura robusta y activo. Pesaba 86 kilos y comía tres veces al día de manera balanceada, pero la realidad, que hoy hace que los ojos se inunden de lágrimas, es otra. Lo que gana no le alcanza para cumplir el tratamiento que debería. Manifiesta que solo procura tomar Losartán de 150 miligramos para la tensión y esa se la regala un amigo que, además, a veces le da desayuno.

Las demás medicinas no las toma porque no tiene con qué comprarlas, incluso ni siquiera recuerda los nombres, pero sabe que una debería ser para el corazón. Dice que va al Centro de Diagnóstico Integral, CDI, que hay en su barrio, pero nunca le dan medicinas porque no hay.

“La pastilla de la tensión la parto en dos para que me rinda. Estoy aquí porque Dios quiere”.

La alimentación también se redujo, ahora pesa 48 kilos y ha perdido masa muscular. Lo que más consume es harina, arroz y pasta. Irónicamente el resuelve que vende, no resuelve su situación. “No me queda ni para comer. No me alcanza para comprar salado, entonces preparo salsa de verduras y todos comemos lo mismo, mi hermana, sus tres hijas y yo. Me duele el alma cuando mis sobrinas me dicen que ya no quieren más comer así”.

Las pocas veces que la familia Arias come proteína es cuando alcanza para comprar las vísceras de la res que venden a bajo costo en las carnicerías. Bofe, pajarilla o riñones. Según sus cálculos, al menos dos veces al año logran comer carne molida o hígado. Otra manera de resolver con qué acompañar los carbohidratos es con ricota o mantequilla.

Por las noches, Arias y su familia leen la palabra de Dios. Dice que en cada página encuentra las fuerzas para volver al día siguiente, para luchar, porque no pierde la esperanza de que su situación mejore. Aun cuando el dolor en sus brazos y piernas le impiden descansar.

Nadie conoce a Arias por su nombre, los vecinos del oeste apenas le gritan: ¡Resuelve subí! Amablemente él dice: “Escoja la que le guste”, refiriéndose a la bolsa transparente de verduras.

Recibe el pago y sigue: ¡El resuelve, llevo tomate, pimentón, zanahoria! Cambio por arroz, pasta o harina, ¡llegó el resuelve!

En el Zulia abundan estos casos

Yeritza González, presidenta del Colegio de Nutricionistas del Estado Zulia, asegura que el caso de Arias se repite en cada barriada de Maracaibo y aunque no hay cifras oficiales sobre las condiciones alimentarias de los marabinos, la realidad es evidente.

La alcaldía de Maracaibo ha hecho dos jornadas de atención en lo que va de año y están asombrados de la cantidad de pacientes desnutridos que han conseguido. El porcentaje de desnutrición es alto. Estamos asesorando al alcalde de cómo debemos engranar el trabajo de manera que en conjunto podamos levantar una estadística verdadera de Maracaibo, para saber el estado nutricional de las parroquias por sectores”, adelantó.

De acuerdo con González, el estado tiene un déficit nutricional moderado en cuanto a desnutrición infantil. “Pero también tenemos desnutrición adulta”.

Sobre Arias, enfatizó que el riesgo de morir es alto, debido a su condición de salud, falta de una alimentación balanceada y tratamiento.

“El alto consumo de carbohidratos le proporciona energía, por eso su organismo sigue funcionando, pero la baja cantidad de proteína que consume ha ocasionado pérdida de masa muscular y eso es grave”.

Detalló que los alimentos más consumidos en el Zulia son arroz, harina, pasta y proteína vegetal que se encuentra en los granos y que proporciona mayor saciedad por su contenido de fibra.

“Lo que más come la gente son carbohidratos, grasas saturadas y granos. En gran parte de Maracaibo, sobre todo en las barriadas más pobres, usan la grasa que desechan en las carnicerías como la piel de las reses, y eso lo preparan como chicharrones. Vemos repetidas veces que hay gente que hace ciertos tipos de trabajos a cambio de un kilo de huesos a manera de trueque, o buscan el aceite que desechan en las ventas de pastelitos para cocinar en casa”, reveló.

González insistió que frente a este escenario es imperativo recabar la estadística necesaria para saber cuáles son los problemas que tiene el estado en alimentación, y que a su juicio se debe atacar no solo a los infantes, sino a la familia completa. “No hacemos nada dándole un suplemento a un niño, si el adulto también tiene hambre”.

Adelantó que, en dos meses, junto con la alcaldía de Maracaibo, esperan tener una estadística levantada. Sin embargo, aclaró: “Estos dos años de pandemia han sido nulos. No hay estadísticas porque la gestión saliente desmanteló la Coordinación Regional de Nutrición”.

La especialista dijo que la reducción de comidas al día es un patrón que se repite en las familias zulianas.

“La gente está haciendo ayunos prolongados, forzados, para hacer una sola comida que los sustente hasta el próximo día”.

En el caso de Aria, comentó que su condición es tan delicada, que esos episodios de mareos pueden estar asociados a su sistema cerebral. “Él se va a deteriorar, porque generalmente este tipo de pacientes que han sufrido accidentes cerebro vasculares mantienen desprendimiento de coágulos que les produce inestabilidad. Secuelas que producen dolores de cabeza, pérdida de la visión, pérdida del equilibrio y puede llegar el momento en que su cuerpo no responda”.

Aunque las recomendaciones nutricionales son básicas, como llevar una dieta balanceada, realizarse chequeos médicos constantes, evitar las grasas saturadas y mantener los niveles de sodio, la condición económica de Arias no le permite ninguna de estas recomendaciones. Por lo que González fue tajante: “Lamentablemente él no es el único que está vivo por la misericordia de Dios”.


Participa en la conversación