José Gregorio Hernández,
el beato laico

El médico ucevista, el trujillano que quiso ser sacerdote, el hombre de fe y de ciencia que ayudó a pacientes ricos y pobres, llegó –luego de más de 100 años de su fallecimiento– a los altares de la Iglesia católica. Millones de creyentes tienen una historia relacionada con el beato y esperan con fe que la canonización demore menos.

El laico que subió una larga cuesta para llegar a los altares

Un centenar de años le costó a José Gregorio Hernández obtener el laurel público de su llegada a los cielos, aunque sus devotos aseguraban que allí estaba desde el 29 de junio de 1919. El Médico de los Pobres finalmente hizo cumbre al obtener de Dios el milagro de la niña Yaxury Solórzano y allí sigue, dispuesto a ayudar a quienes le pidan su intercesión en los cielos. 

Por: Lorena Gil Adrián

José Gregorio Hernández

La vida del cristiano es seguir a Jesús y quienes viven su fe con compromiso saben que eso implica tomar la cruz y seguirlo, tal como Él mismo lo enseñó. José Gregorio Hernández, cristiano ejemplar –como reza su epitafio– así lo vivió. Y también le tocó escalar varios montes como hizo el Nazareno cuando subió al Monte de las Bienaventuranzas, al Tabor, al Calvario y después de resucitar, el monte de la Ascensión. 

A José Gregorio también le tocaron montañas de éxito, sus “tabores”, especialmente en la vida universitaria y profesional, y así como calvarios con pérdidas familiares y su precaria salud que le truncó tres veces los intentos de dedicarse a la vida religiosa. “Médico, cúrate a ti mismo”, le habrá dicho alguno… paradojas de la vida de fe, bien lo sabía Jesús.

Pero para subir al último monte, el de la Ascensión, hay que resucitar. A Jesús eso le venía dado por su naturaleza divina, pero a los que vendrían detrás, les costaría un poco más demostrar que ya se goza de la presencia de Dios y se puede interceder por los que aún están peregrinando en la tierra. Para subir a los altares, son los hermanos en la fe quienes, a fuerza de testimonios, de documentos, de investigación y, por supuesto, el ansiado milagro –una curación instantánea, irreversible, inexplicable para la ciencia–, logran que ese buen cristiano llegue a los altares.

Un 29 de junio recibió José Gregorio Hernández su título de doctor en Medicina y también un 29 de junio recibió el mayor título que esperaba: estar en la gloria de Dios. “La vejez camina a pasos rápidos hacia mí, pero me consuelo pensando que más allá se encuentra la dulce muerte tan deseada”, le escribía a su amigo Santos Domínici, ya en sus 50 y pocos años. 

Desde el mismo día de su muerte en 1919 la gente lo creía ya santo, lo reconocían en su bondad, en su trato amable, en su generosidad, en su caridad. Pero, certificar que se está en el cielo no es tan sencillo visto desde abajo; para la Santa Sede hay que demostrarlo y en la pequeña Ciudad del Vaticano las cosas de palacio, van despacio.

Foto: Luis Morillo

Una muerte santa, un ascenso difícil

“Médico eminente y cristiano ejemplar. Por su ciencia fue sabio y por su virtud justo. Su muerte asumió las proporciones de una desgracia nacional. Caracas, que le ofrendó el tributo de sus lágrimas, consagra a su memoria este sencillo epitafio, que la gratitud dicta y la justicia impone”, escribió José Eustaquio Machado este texto presentado a un concurso que convocó el gremio de Obreros y Artesanos para honrar la memoria del doctor Hernández. 

Entre los homenajes que recibió en su funeral, destacó el que se le hizo en la propia Catedral de Caracas, lo cual no era nada común, pues se trataba de un laico. Buen punto para empezar su ascenso a los altares, pero por supuesto, no era suficiente. 

Se empieza con la fase diocesana, cuando se recoge toda la documentación. En el caso de JGH se hizo en 1948 por parte del sobrino de José Gregorio, Ernesto Hernández Briceño, con el respaldo del entonces arzobispo de Caracas, monseñor Lucas Guillermo Castillo, quien además le solicitó que escribiera una biografía. 

En el libro del jesuita Francisco Javier Duplá Se llamaba José Gregorio Hernández, se indica que el primer postulador de la causa fue el padre Antonio de Vegamián, custodio de los padres capuchinos, y que el proceso de beatificación comenzó en septiembre de 1949. 

Era necesario recoger los testimonios de personas que lo conocieron y allí destacaban “su amigo Santos Aníbal Domínici, el doctor José Manuel Núñez Ponte, cronista de Caracas, varios eclesiásticos de Venezuela, el cardenal de Cuba, y sus testimonios quedaron incorporados al proceso judicial”, se lee en el citado libro. Sin embargo, el proceso se estancó. 

Remontar la cuesta

En 1957, monseñor Rafael Arias Blanco, nuevo arzobispo de la capital, retoma la causa y nombra postulador a monseñor José Rincón Bonilla. “En 10 meses rindieron su declaración 16 testigos y el proceso siguió su curso. En 1961, siendo arzobispo de Caracas el cardenal José Humberto Quintero, se concluye el proceso adicional, instruido para dar respuesta a las objeciones de monseñor Navarro”, dice Duplá, pero transcurrieron once años hasta que la Congregación para la Causa de los Santos admitió la causa de José Gregorio que desde 1972 pasaría a ser siervo de Dios. Un pequeño escalón en la subida. Ya Roma lo conoce.

En 1973, la Congregación para la Causa de los Santos emite declaración de no culto (es decir, que no se le veneraba como si fuera ya santo) lo cual favorecía el proceso. También se hizo el examen de sus virtudes, que el candidato debe haber vivido en grado heroico para alcanzar la santidad. 

Hasta 1975, los restos de José Gregorio Hernández permanecían en el Cementerio General del Sur y fueron exhumados para trasladarlos al antiguo baptisterio de la iglesia de La Candelaria, puesto que ya estaba abierta la causa.

Foto: Luis Morillo

La lenta escalada

Un nuevo paso en la escalada a los altares se dio el 16 de enero de 1986, cuando el papa Juan Pablo II lo declaró venerable, es decir, la Iglesia admite que vivió en grado heroico las virtudes cardinales y teologales, para explicarlo en palabras sencillas: vivió su vida cristiana de un modo excelente. En este momento es claro que tiene además de fama de santidad, fama de intercesor. No podrá olvidar el ahora santo polaco cómo aplaudieron a José Gregorio Hernández en el teatro Teresa Carreño cuando lo nombró en 1996, durante su visita a Venezuela, como modelo para los hombres de la ciencia y la técnica.

“Los santos se constituyen como modelos e inyectan la linfa de la santidad a la Iglesia, son el ADN de la Iglesia, orientan a la humanidad a Dios, orientan a una vida más virtuosa en la comunidad eclesial”, explicó Silvia Correale, postuladora de la Causa de José Gregorio Hernández, en un reciente curso para periodistas sobre beatificaciones y canonizaciones, organizado por la Conferencia Episcopal de Venezuela.

La postuladora explicó que las causas no tienen un tiempo establecido y la de José Gregorio siempre tuvo la dificultad de no presentar documentadamente los posibles milagros, los grandes peñascos en su camino a los altares. “José Gregorio Hernández cada día hace un milagro de intercesión, pero nadie hacía la certificación completa”, comentó quien ayudó al anterior postulador y luego terminó asumiendo la causa del venezolano. 

El caso de Yaxury Solórzano sí fue claramente documentado y se hizo a través de la petición “coral”, esto es: que varias personas pidieran al candidato su intercesión. Correale dice que la madre de la niña, su hermana, su abuela y un miembro del personal hospitalario, que vio a la niña en muy malas condiciones, pidieron al doctor Hernández la salvación de Yaxury en 2017. Su sanación inexplicable, tras haber recibido un balazo en la cabeza, con un pronóstico neurológico reservado, terminó de dar el empujón a la causa. 

En enero de 2020, la comisión médica de la Congregación de los Santos, con sede en Roma, analizó el milagro y dictaminó que la fase se superó en “modo exitoso”, informó monseñor Tulio Ramírez Padilla, vicepostulador de la causa. El 27 de abril, lo aprobó la comisión de teólogos, y luego, con el visto bueno de los cardenales y el Papa Francisco, el 19 de junio, se dio en ansiado sí para la beatificación del Médico de los Pobres.

Foto: Gleybert Asencio

Los venezolanos vivieron con alegría y expectación todos estos anuncios, así como la ceremonia de exhumación de los restos que fue transmitida en vivo y el regreso de los restos a su nicho. Esto se hizo tras completar los estudios anatomopatológicos que certificaron que ese es el cuerpo del doctor Hernández, y para extraer las reliquias que serán veneradas en sus santuarios, además de una reliquia mayor que debe permanecer en Roma. 

José Gregorio quiso llegar a los altares en la tierra siendo sacerdote, pero ese no era su camino. Su vocación era ser médico, para sanar y en eso imitar a Jesús que también curaba para aliviar a su prójimo. No pudo curarse a sí mismo para llegar a ser sacerdote, pero ha pasado su cielo intercediendo para aliviar a sus pacientes. Ahora que sí se le puede venerar en los altares, seguirá siendo el Médico de los Pobres y modelo de vida cristiana para todos los venezolanos. Falta un peldaño, para la canonización, pero ya, seguro, lo tenemos en el cielo. 

En cada rincón hay un milagro que contar del médico de los pobres

En el lento camino que continúa para la canonización de José Gregorio Hernández, hay muestras de otras presuntas intercesiones divinas. Se cree que son miles, entre ellas, la que contó Carmen, con el cese de su sufrimiento por una enfermedad, y Arelis, con la desaparición de la pancreatitis aguda.

Por: Omarela Depablos

Cada vez son más historias sobre milagros atribuidos al beato las que cuentan en los hogares venezolanos. Sueños, señales, sombras y apariciones. Los testimonio de fe dan vida a la causa de José Gregorio Hernández. 

 ¡Mira quién está ahí!

¿Quién?

¡Es el doctor José Gregorio Hernández!

 La silueta de un inconfundible sombrero negro se dibuja sobre su rostro. Su bigote sobresale del cemento pulido, también se distingue el cuello de su camisa blanca. Como una estampita desgastada, el retrato de José Gregorio Hernández permanece en el suelo del hogar de la familia Espinoza, en San Mateo, estado Aragua. Afirman que la figura apareció, hace cinco años, el día en que el venerable médico le concedió el milagro de sanación a Carmen, la menor de cuatro hermanos.

Se había enfermado del estómago, tenía un tumor de un kilogramo, era un linfoma no Hodgkin, un tipo de cáncer linfático. Carmen ya no podía comer ni dormir. Sus intestinos empezaban a salir por el recto, describe aquel dolor como “punzante” y cada vez más intenso. Apenas se preparaba para empezar la quimio y la radioterapia.

“En espera de los resultados de los exámenes para iniciar el tratamiento, la condición física de Carmen era muy débil, por no tolerar alimentos ni dormir. La teníamos en una silla de ruedas. En las noches, el abdomen se ponía muy caliente y distendido”, relata su hermana Zaida.

Carmen fue atendida en la capital. Pero los viajes entre Caracas y Aragua eran agotadores. Esa noche, la mujer de 45 años no durmió en su recámara habitual. No podía subir los once escalones que llevaban a su cama; tampoco la podían cargar. En minutos, su familia improvisó y limpió un cuartico en casa de Luisa,  su mamá.

La mañana siguiente, mientras su hermana la preparaba para salir, Carmen lo vio. No titubeó por un segundo, era el doctor José Gregorio Hernández. Si bien Zaida dudó, al sentarse al lado de Carmen reconoció al galeno, pero no había tiempo para detallar la imagen. Tenían que partir a Caracas. Cuando llegaron al consultorio de la hematóloga para su revisión, el milagro era un hecho. 

“La doctora le preguntó cómo se sentía, Carmen dijo bastante bien. Un cuatro en la escala del uno al cinco. Lo tuvo que repetir varias veces porque no lo podíamos creer. Cuando palpó su abdomen encontró el tumor más reducido y menos inflamado”, afirma Zaida. Volvieron a San Mateo y la familia confirmó: era obra del Médico de los Pobres.

 Sin embargo, los exámenes de sangre, de hacía un par de días, indicaban que Carmen debía hospitalizarse para seguir el tratamiento. Sin recursos económicos para su ingreso, optaron por continuarlo en casa. 

La mejora de Carmen fue cuestión de días. El dolor disminuyó y, para sorpresa de su familia, su apetito regresó. “Pidió una sopa Maggi con huevo. Todos estábamos contentos porque ella no estaba ingiriendo alimentos de esa manera y en esa cantidad”, asegura Zaida. Como mucho, comía dos o tres cucharadas de alimentos blandos. 

Foto: Omarela Depablos

“Siempre nos acompañó”

 La familia Espinoza había rogado a todos los santos que intercedieran ante Dios por Carmen. Aunque no es santo, en la cultura venezolana se le considera como uno. Fue el doctor José Gregorio Hernández quien se manifestó y salvó su vida, aseguran. 

Pero su rápida evolución no fue el único milagro. Era el 2016, año marcado por la escasez de alimentos y medicinas. A través de fundaciones, completaron los medicamentos para hacer las 40 sesiones de quimioterapia. 

“Todo fue un milagro. Recuerdo que en esa época había un medicamento que tenía años que no llegaba al país; cuando entregamos los récipes, no quisimos entregar ese, pero la enfermera nos dijo que faltaba uno. Habían llegado y nos lo dieron”, comenta Zaida.

También relata que en dos oportunidades Carmen posiblemente vio al doctor.   Lo describe como un viejito parado frente a su silla de ruedas. “Mami, cuidado con el señor”, decía.                                             

El pueblo se hizo eco del milagro. Los más allegados solicitaron a la familia minutos a solas con la figura del casi beato. Incluso, Zaida remitió los detalles del suceso a Causa de Beatificación del Dr. José Gregorio Hernández. Sin embargo, nunca se publicó. 

Víctima del tiempo, la estampa de José Gregorio Hernández en el suelo del hogar de los Espinoza se va desvaneciendo. Pero la mejora de Carmen es indiscutible. A sus 50 años, actualmente trabaja en San Diego. Desde que empezó el confinamiento por la pandemia, no ha podido asistir a su control médico. 

“José Gregorio vino anoche”

Son muchos los milagros atribuidos a José Gregorio Hernández. Antes de salvar a la niña Yaxuri Solórzano, quien recibió un disparo en la cabeza, otros presuntos milagros fueron estudiados en el Vaticano. Uno en el año 1986 y el otro en 2009.

Arelis López siempre fue devota del médico de Trujillo. En octubre del 2014 fue diagnosticada con pancreatitis aguda. Fueron tres años hospitalizada, de dolores insufribles y de rezos al médico de los pobres. “No me operaban porque significaba un alto riesgo”, dice. 

Según su relato, la noche en que el dolor cesó fue cuando el venerable apareció en su habitación. Afirma que José Gregorio Hernández la operó.

“Con una bata blanca y sombrero negro”, Rosita, hermana de Arelis, describe la aparición del beato. Eran las 11:00 p. m., se dirigía al baño, pero un extraño resplandor la hizo cambiar su rumbo hasta la habitación de Arelis.  

Aunque solo pudo ver su contorno, hasta la fecha afirma con seguridad que se trataba de José Gregorio Hernández. En frente de aquella figura, Arelis dormía profundamente. La mañana siguiente el dolor desapareció. Estudios médicos dieron fe del “milagro”.  A los días, una radiografía arrojó que su pancreatitis tampoco estaba.

Aunque no las entiende, Arelis muestra sus placas. “Regresamos al médico y ya no tenía nada. Estuve tres años pidiendo a José Gregorio por esa operación. Por supuesto, seguí un tratamiento y una dieta, pero ya no tengo nada”, afirma.                                

Desde aquel evento, las estampitas y las figuras del médico adornan los rincones del hogar de las hermanas. Para Arelis y Rosita, más que beato José Gregorio Hernández debería ser nombrado santo. Esperan con ansias el fin de la pandemia para, en su honor, visitar un templo. 

Aunque no podrá asistir a la beatificación, todavía tiene esperanza de poder celebrarla. Si las condiciones epidemiológicas lo permiten, para el próximo 26 de octubre, día del natalicio del galeno, se prevé realizar un acto con presencia de los fieles. Así lo informó Albe Pérez, directora general de la comisión para la beatificación de José Gregorio Hernández.      

"Si Dios ha querido que la beatificación sea en tiempos de pandemia, por algo será”

Hace falta un milagro para que el camino de santidad de José Gregorio Hernández se complete con la canonización. Monseñor Tulio Ramírez, vicepostulador de la causa, habló con Cronica.Uno sobre lo que sigue después de la beatificación

Por: Ivana Laura Ordoñez

La pandemia de gripe (también conocida como gripe española) de 1918 se vivió en Venezuela bajo el gobierno del dictador Juan Vicente Gómez, mientras que en el campo de la medicina estaban en ejercicio médicos como Luis Razetti, Francisco Rísquez y Vicente Lecuna. Pero, además, en ese grupo de distinguidos nombres también estaba el del Dr. José Gregorio Hernández, quien más de 100 años después, y justamente en medio de otra pandemia y una crisis política, se convierte en el nuevo beato de la Iglesia católica del país.

“Dios es el Señor del tiempo y de la eternidad, y si él ha querido que la beatificación de José Gregorio se realice en tiempo de pandemia, por algo será”, así lo cree monseñor Tulio Ramírez, quien es obispo de Guarenas desde hace dos meses y vicepostulador de la causa de beatificación del Dr. José Gregorio Hernández desde hace ocho años.

Pero a partir de este viernes, después de la ceremonia de beatificación de José Gregorio Hernández, Tulio Ramírez regresará a su diócesis con la satisfacción de haber cumplido uno de los objetivos. Para ese momento su labor dentro de la causa habrá terminado, pero ese no es el objetivo final. Haber logrado la beatificación solo es el cierre de un ciclo y el comienzo de otro. Al camino de santidad de José Gregorio aún le queda un trecho por recorrer, y es el de la canonización.

Monseñor Ramírez explica que para completar el requisito final de la canonización se necesita de un nuevo milagro. Este nuevo hecho extraordinario debe cumplir las mismas características del milagro con el que se logró la beatificación. En el caso de José Gregorio consistió en la sanación de una niña que recibió un disparo en la cabeza en medio de un robo; a pesar de ello, logró sobrevivir sin ningún tipo de secuela.

“Para la canonización hace falta un nuevo milagro que cumpla con las cuatro condiciones que pide la Congregación para la Causa de la Fe: que sea un caso de sanación inexplicable para la ciencia, que el paciente tenga una curación total (no parcial), que haya invocación solo a José Gregorio Hernández y que se tenga acceso a historial médico, exámenes, entre otras cosas”, detalla.

La canonización consiste en la inscripción de un beato en el libro de los santos de la Iglesia católica, hecho que le concede el culto desde cualquier parte del mundo. En cambio, la beatificación es el paso previo, que solo permite el culto dentro de la localidad de nacimiento de una figura religiosa; pero, en cuanto a José Gregorio, el culto a su imagen abarca todo el territorio nacional, por ser un personaje conocido y venerado en todo el país.

Para monseñor no hay espacio para dudas cuando habla sobre una futura canonización de José Gregorio. “Por supuesto que tiene chance, un chance mucho más grande del que yo pueda tener de ser santo”, confiesa.

En el caso de una posible canonización, este acto no podría celebrarse en Venezuela —explica monseñor—, por ser un acto que debe realizarse exclusivamente dentro de las instalaciones del Vaticano, en Roma, y debe ser presidido por el papa. En cambio, las beatificaciones son actos religiosos que pueden celebrarse en el país de origen del venerado, gracias a una orden del papa emérito Benedicto XVI.

Puede pasar mucho tiempo antes de que la canonización sea un hecho, pero también puede ser un proceso a corto plazo. Para explicar esto, monseñor ejemplifica el proceso del papa san Juan Pablo II, cuyo milagro para lograr la canonización habría sucedido poco tiempo después de su beatificación, y cuyo proceso de santidad es catalogado como el más corto de la historia moderna de la Iglesia católica. 

Monseñor es “el conductor del rebaño de Dios que peregrina en Guarenas”, así describe su trabajo dentro de la Diócesis de Guarenas. Allí está desde febrero de este año por decisión del papa Francisco, decisión que no deja de agradecer a Dios por lo que ha representado para este momento de su vida.

“Ha sido una experiencia muy hermosa. Yo estoy muy contento en mi diócesis”, dice monseñor, a pesar de que no ha perdido su vínculo con Caracas, sobre todo por su trabajo ante la vicepostulación. Sin embargo, Ramírez ha aprovechado sus primeros meses de trabajo en la Diócesis de Guarenas para llevar afiches y estampas de José Gregorio, y desde allí promover la devoción hacia el considerado Médico de los Pobres.

Ramírez tampoco ha perdido el tiempo y se ha dado a la tarea de conocer otras zonas cercanas del estado Miranda, como Guatire, Higuerote y Barlovento. Cuenta que, en su camino, ha encontrado muchos devotos de José Gregorio. Pero, de forma general, menciona que para él los seguidores del nuevo beato de Venezuela tienen una característica que los diferencia de otras devociones, y es una especie de transformación que experimentan las personas cuando hablan del Venerable.

“Cuando se habla de José Gregorio Hernández las personas cambian. Algunas sonríen, otras lloran, pero, en general, adoptan una posición muy pacífica. José Gregorio conmueve espiritualmente a la gente, mueve sus sentimientos más íntimos. Siempre hay aspectos positivos en la fe hacia él”, afirma.

Monseñor ve en José Gregorio un cristiano y ciudadano digno de imitar por su vocación social y su manera de practicar la religión católica. Aunque confiesa que lo más que ha intentado aprender de José Gregorio es la virtud de la paciencia. “Yo trato de imitarlo, pero a veces me cuesta mucho”, dice sin disimular la risa.

Tulio Ramírez no sabe si será una coincidencia o algo de fe el hecho de que la beatificación de José Gregorio Hernández, médico, profesor universitario e investigador, que ejerció su profesión dando prioridad a la atención de los más vulnerables, se haya dado bajo estas circunstancias adversas. La Iglesia católica venezolana esperó casi un año para realizar el acto, con la esperanza de que para estas fechas la pandemia por la COVID-19 fuera una anécdota del pasado, pero eso no ocurrió.

La realidad es que Venezuela atraviesa una segunda ola de contagios y desde marzo se contabilizan más de 900 casos por día y las cifras de fallecidos son más de diez a diario, esto según los datos que informan los voceros del gobierno de Nicolás Maduro.

“Desde 2020 estábamos esperando, dando chance para que pasara la pandemia, pero no fue así y no podemos seguir esperando”, dice.

A muchos de los fieles de José Gregorio Hernández les hubiese gustado celebrar la beatificación desde algún espacio multitudinario de la ciudad para que quien quisiera pudiera asistir y vivirlo en persona y no por medio de un televisor, como le tocará verlo a la población. Sin embargo, monseñor invita a vivir el momento desde casa.

“Esta pandemia nos ha hecho experimentar la necesidad de estar juntos. Quiero invitar a las personas a compartir en familia el momento de la beatificación. Será un momento muy hermoso, muy espiritual y de reflexión nacional. Que toda esa sensibilización nos ayude a recapacitar sobre el bien y el mal”, indica.

Con respecto al tema de la sobrina de José Gregorio, Josefina Hernández de Bluntzer, quien alegó en entrevista para Luis Olavarrieta que no había sido invitada a la ceremonia de beatificación, monseñor explica que tanto él como el cardenal Baltazar Porras hablaron con ella para el momento en que se confirmó la autenticidad del milagro que daba paso a la beatificación: “Ella estaba muy contenta y nos manifestó públicamente que ella no podría asistir porque vive en Corpus Christi, Texas, y por sus limitaciones físicas debido a su edad”.

A sus 61 años, el recién estrenado obispo de Guarenas dice sentirse joven. “Yo tengo 16 pero al revés”, bromea. Sin embargo, no se atreve a decir que su visión sobre muchos aspectos sociales sea más abierta dentro de la Iglesia católica. “Mi visión es la de la Iglesia. Lo importante siempre es buscar los elementos que nos unen antes que los elementos que nos dividen. Yo trato de decir las cosas con mucha naturalidad; hay quien oye y hace las cosas bien, y hay quienes no están abiertos a escuchar a Dios”, finaliza. 

José Gregorio Hernández operó a Yaxury con el pulso del neurocirujano Krinitzky Padrón

A Alexander Krinitzky, no le gusta que se hable de él como la única persona que intervino quirúrgicamente a la niña Yaxury Solórzano e insiste en recordar que su esposa Bárbara Martínez, neurocirujana asistente; Rafael Utrera, anestesiólogo; Idalida Morales, enfermera instrumentista y Luisa Tovar, enfermera circulante, formaron parte del equipo que operó a la niña.

Por: Sulay García

San Fernando de Apure.
Aexander Krinitzky Padrón, venezolano nacido en San Cristóbal, estado Táchira, el 2 de septiembre de 1969, es descendiente de rusos y gochos, católico y con todos los sacramentos de su condición seglar. El neurocirujano que encabezó el equipo que operó a la niña Yaxury Solórzano –el milagro que elevó a José Gregorio a los altares como beato de la Iglesia católica–, se confiesa católico y se encomienda a Dios en cada intervención quirúrgica, aunque advierte que no es un religioso devoto.

“Siempre me preguntan si soy devoto de José Gregorio y siempre digo que yo no soy devoto de José Gregorio, no con ese fervor con el que sé que hay gente admirable, en el sentido de la devoción que le tiene a José Gregorio”.

Sin embargo, la inexplicable sanación de Yaxury y comprobación del milagro para el que fue utilizado como instrumento, junto con el equipo médico que lo ayudó, le han obligado a incluir al beato en su petición de ayuda divina, previa a cada intervención quirúrgica. 

 “Yo siempre he respetado a José Gregorio, lo he admirado en su trabajo como médico, como humanista, como científico y siempre me ha impresionado la historia de todas sus intervenciones divinas en incontables casos y este que nos tocó a nosotros, me acerca mucho más a él”. 

 Sencillo y generoso con su equipo médico, de entrada aclara que no operó a la niña solo, insiste que así como él fue un medio, también lo fueron su esposa Bárbara Martínez, neurocirujana asistente; Rafael Utrera, anestesiólogo; Idalida Morales, enfermera instrumentista y Luisa Tovar, enfermera circulante. 

 De las manos de José Gregorio Hernández

El 10 de marzo de 2017, Yaxury Solárzano viajaba con su papá en moto y unos delincuentes lo interceptaron para robarle el vehículo, la niña recibió un disparo de escopeta a corta distancia que le impactó detrás de la oreja, entró al cráneo y le causó pérdida de masa encefálica. 

 La niña vivía en la población de Mangas Coberas, en el estado Guárico. Una población aislada de la que solo es posible llegar a un centro de salud luego de seis horas en canoa, lomo de bestia y carro rústico y finalmente una ambulancia que la traslada de Guayabal (Guárico) a San Fernando, capital del estado Apure. 

 Cuando la niña llega al hospital no había neurocirujano para evaluarla, el doctor Krinitzky Padrón, que no trabajaba en ese centro de salud pública, se encontraba fuera de San Fernando y fue contactado para que diera su opinión acerca del caso, luego de 12 horas de su ingreso.

 Carmen de Solórzano, mamá de Yaxury Solórzano, ha relatado en varias oportunidades que el doctor Krinitzky salió de la unidad de cuidados intensivos del hospital y le notificó a la familia que la operaría una hora más tarde.

Luego de este acto, comenzaría la experiencia de los Solórzano y el equipo médico apureño con el beato, gracias a la sanación milagrosa de la pequeña de nueve años, al borde de la muerte por un disparo en la cabeza. 

 “Cuando él salió y se fue (Krinitzky), entró el doctor José Gregorio Hernández y me dijo: ‘A ella, la voy a operar soy yo, porque a mí me mandó Dios a operar a esta niña’”, asegura la madre.

 Fuera de la “hora de oro”

“‘La hora de oro’ es un término médico que se refiere a la atención que debe brindarse al paciente traumatizado para evitar las consecuencias de la lesión, dentro de la primera hora de ocasionadas las heridas, y puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte”, explica Krinitzky.

Sin embargo, según el médico, este no era el caso de Yaxury. “Ella llegó al hospital como unas seis horas después de sufrir la herida por arma de fuego, tras haber sido trasladada en brazo, canoa, lomo de bestia, carro rústico, hasta que consiguieron una ambulancia en Guayabal, que la trajo a San Fernando”.

 Luego de su ingreso a la Unidad de Terapia Intensiva Pediátrica, transcurrieron 12 horas más para que Krinitzky la valorara, ya que el HPAO, no contaba con neurocirujanos y el médico y su esposa, únicos especialistas en la región para ese momento, se encontraban en Caracas atendiendo también compromisos profesionales.

 Frente a un diagnóstico médico de traumatismo encéfalo-craneano abierto complicado, con laceración meníngeo-encefálica importante, con fragmentos óseos y fragmentos metálicos intracerebrales, el pronóstico era más que reservado.

 “Fue terrible. Comentábamos como equipo que, si la niña lograba sobrevivir por los daños que estábamos viendo, era muy probable que los déficits neurológicos fueran muy importantes y que su calidad de vida no fuera la más adecuada”, relata.

 En esas circunstancias, la operación del equipo médico efectuada al día siguiente del ingreso hospitalario, 18 horas después del impacto, no tendría más probabilidades de éxito que el máximo esfuerzo de estos expertos en salud, sustentado en su vocación de salvar vidas y la intervención de una ayuda extra de lo alto.

 Dos semanas después, tras una visita inesperada a su consultorio de una niña de gorrito rojo, perfectamente recuperada, parada sobre sus pies y hablando, Krinitzky, constata que el equipo médico, efectivamente, contó con este apoyo extra. 

 “No me imaginaba que era la niña que hace 10 días habíamos operado con aquel desastre que habíamos visto”.

 De cómo llegó al milagro al Vaticano

Dos años después de la operación de Yaxury, el doctor Krinitzky Padrón le comentó al sacerdote jesuita, Numa Molina –de quien es amigo–, la extraordinaria sanación, tras lo cual Molina preguntó si los padres de la niña eran devotos de algún santo.

 Coincidencialmente, al día siguiente de este encuentro, los Solórzano que habían pasado dos años sin ver al doctor, porque viven en el campo, visitan su consultorio para un chequeo de rutina de Yaxury; momento que aprovecha el cirujano para preguntar la inquietud de Molina.

“Yo le pregunto: ‘¿Carmen tú eres evangélica?’ Y ella dice: ‘No, yo soy católica’. ¿Y cuando la niña tú le pediste a algún santo? Y me dice: ‘Yo soy muy devota del doctor José Gregorio doctor y yo le pedí el milagro y él se me presentó y me puso una mano en el hombro y me dijo que todo iba salir muy bien, que él que iba a hacer la cirugía era él, y yo le tengo una muñequita de plata de ofrenda, pero no sé a dónde llevársela’”.

Krinitzky le cuenta a Molina esta experiencia y éste a Gerardino Barracchini, postulador de la causa de JGH, quien a su vez le comenta a Silvia Correale, postuladora por el Vaticano, quien le solicita un informe médico.

Envían el informe y una semana después, el Papa nombra la comisión investigadora “pero el único bemol que tenía la investigación era que el disco compacto de la tomografía preoperatoria no aparecía”, cuenta el médico.

Barracchini le informa que según el Vaticano la investigación no prosperaría sin ese CD, Krinitzky cuenta que un día se estaba afeitando y, “mirando al espejo le digo: bueno, José Gregorio, mete tu mano para que aparezca la tomografía porque a ti te conviene”.

Asegura el médico que acto seguido, el CD apareció en una caja de cosas guardadas que sus hijos tumbaron de un estante. “Lo metimos en la computadora y las imágenes aparecieron perfectamente como si termináramos de hacer la tomografía”.

Barracchini le contó a Krinitzky, que mientras recibe su noticia del hallazgo del CD, tiene enfrente un póster grande de José Gregorio Hernández con los brazos abiertos, en el local donde encuentra tomando un café.

“Me dijo que se le puso la piel de gallina y le daban ganas hasta de llorar”, recuerda el doctor, quien comenta que el tránsito de ese momento hasta ahora, ya es de sobra conocido.

El milagro del trabajo

Alexander Krinitzky Padrón siempre ha creído en el milagro del trabajo, por eso pagó parte de sus estudios profesionales, vendiendo café y empanadas con un colega, en el hospital Pablo Acosta Ortiz de San Fernando.

Se crió en Píritu, estado Portuguesa, los tres primeros años de su vida y llegó al barrio Campo Alegre, uno de los más pobres de San Fernando de Apure, a los 5 años de edad, donde vivió hasta graduarse de bachiller asistencial, mención Enfermería, en el liceo Rómulo Gallegos de la capital llanera.

Es el primer hijo de los dos varones nacidos del único matrimonio de su madre y séptimo entre nueve hermanos, de los tres matrimonios de su padre, debe su apellido ruso a la nacionalidad de su progenitor; sin embargo, revela que hasta los 17 años, usó como apellido principal el de su madre, debido un impedimento legal generado en la disolución aún no resuelta del segundo matrimonio de su padre.

Está casado con su colega Bárbara Martínez, confiesa que sus seis hijos, son sus milagros. “Tengo una psicóloga, una adolescente de 15 años que no quiere nada con la medicina, un pequeño de 5 años que quiere ser médico, una niña de 4 años que también muestra inclinación por la salud y una parejita de 2 años cada uno con 5 meses de diferencia, que están muy chiquitos y todavía no muestran ninguna inclinación”.

En 1996 se graduó de médico cirujano en la Universidad de Los Andes y en esta misma casa de estudios, obtiene su especialidad, tras culminar su formación en el Hospital Universitario de Los Andes, en Mérida, estado Mérida, en diciembre de 2005.

En enero de 2006, comienza su ejercicio laboral en el Hospital Pablo Acosta Ortiz de San Fernando, donde permanece hasta 2012, luego de ser neurocirujano adjunto, jefe de los servicios y director del principal centro de salud del estado.

Aunque sigue colaborando con el HPAO, su ejercicio en la salud pública lo continuó en el Hospital Central Francisco Urdaneta Delgado, de Calabozo, estado Guárico, el cual alterna con su consultorio privado en San Fernando, su sitio de residencia.

Krinitzky es enemigo de los absolutismos políticos que, según él, están impidiendo el necesario reencuentro de los venezolanos para la solución de sus problemas con entendimiento y respeto de las diferencias. 

Cree que JGH y su elevación a los altares celestiales en este momento, puede ser esa bisagra al convertirse él mismo, en ese medio que actualmente, a través de la fe de un pueblo, está obrando el milagro de unificar a un país en medio de sus, aparentemente, irreconciliables diferencias.

Al neurocirujano le impresiona y conmueve que sea un médico, y especialmente uno tan ejemplar como JGH, el mensajero de la unión entre los venezolanos.

 

Las manos de quienes combinan el arte con la fe como homenaje al beato

José Gregorio Hernández siempre ha estado presente en las vidas, oraciones y manifestaciones artísticas de Sixto, Karel, Mervin y Luis Enrique. El arte sacro se ha convertido en su manera de conectar y comunicar su fe a los fieles, quienes hoy se unen bajo la alegría de saber que el Médico de los Pobres ascendió a los altares. 

Por: Mariana Sofia García

Sixto Octavio Pierretti no tenía carro cuando debía trasladar un cuadro de 2,50 metros de altura hasta la iglesia de Nuestra Señora de La Candelaria, en el municipio Libertador de Caracas. Así que consiguió que su comadre lo buscara a eso de las 10:00 a. m. en una camioneta Chevrolet Blazer y lo amarraron encima del techo. Era junio de 2002 y se conmemoraban 83 años de la muerte de José Gregorio Hernández.  

Cuando iban por el distribuidor La Araña, vieron cómo pasó un remolino de tierra. “Ay, Dios mío, que no se dañe”, pensó Sixto con temor. Después, comenzó a lloviznar. El nervio partía de que la pintura que dibujaba al doctor José Gregorio Hernández, con su característica bata blanca, estaba fresca. Era una donación especial para ese templo. 

Antes de pasar por la Candelaria, lo llevaron a enmarcar en un lugar por la iglesia de Santa Rosalía. Al bajar la pintura del techo de la camioneta, se dieron cuenta de que ni el polvo, ni la llovizna había dañado la imagen. Suspiraron por la calma que sintieron. 

Horas después, buscaron el lienzo enmarcado. Lo volvieron a amarrar en el techo y, al comenzar a rodar, se les espichó un caucho. Lo cambiaron como pudieron con la presión de que faltaba muy poco para que comenzara la misa, pautada para las 5:30 p. m.

Más adelante los paró una alcabala de la policía porque el cuadro era muy grande para estar en el techo del carro. De nuevo, pudieron resolver. Llegaron 10 minutos antes de que comenzara la misa en iglesia de La Candelaria y Sixto se refugió en pensar en que las trabas siempre se presentan, pero Dios se encarga de abrir esos caminos indescifrables. 

Sixto, un caraqueño que vivió por mucho tiempo en Altagracia de Orituco, estado Guárico, siempre fue un hombre de arte y fe, hasta el punto de fusionar una cosa con la otra. 

Cuando era niño le apasionaba la pintura. En sus cuadernos del colegio tenía muchos dibujos, desde el arbolito hasta el río. Todo lo que veía y le gustaba, entonces lo pintaba, eso sí, con una perfecta habilidad para captar los detalles, que quizás a los demás les costaba notar. 

La fe fue de la mano con su crianza. Su nombre, que es el mismo que tenía su papá, viene del Monseñor Sixto Octavio Sosa, quien fue padrino de nacimiento de su padre y es reconocido por el clero como “siervo de Dios”, mientras que la madrina fue la segunda beata venezolana, Madre Candelaria. Creció entonces en una familia católica que iba con frecuencia a misa. 

Cuando falleció su padre, regresó a Caracas junto a su madre y sus dos hermanas. Tenía la edad para empezar a estudiar Derecho en la universidad y, a la par, comenzó a trabajar en el Palacio de Justicia, en el centro de la ciudad. Cada tanto podía bajar caminando hasta la Basílica de Santa Teresa para rezar, e incluso, imaginaba que algunas de sus pinturas estuvieran ahí.

Uno de los cuadros que hizo en sus inicios de arte sacro, hace más de 30 años, fue justo de José Gregorio Hernández. Su hermana tenía una enfermedad que parecía como si tuviera una tela blanca en las pupilas de los ojos. Al menos 12 médicos la habrían desahuciado y, como ella es devota del Médico de los Pobres, le pidió que se lo pintara en un cuadro. 

En cuanto pudo, se lo llevó a su casa. Y sin explicación, su hermana comenzó a recuperarse. 

Según Sixto, desde entonces esa pintura comenzó a tener muchas manifestaciones espirituales cuando hay poca luz o está a oscuras. Monseñores, monjas y parapsicólogos vieron el cuadro para comprender qué pasaba. Nunca consiguieron una explicación. Al parecer veían rostros de políticos conocidos e, incluso, aseguraban que podían sentir los latidos del corazón de José Gregorio Hernández. 

Sixto tiene una particular afinidad con José Gregorio Hernández, pero en su casa hay todo tipo de pinturas de su autoría que van desde la Última Cena, el Nazareno de San Pablo, la Virgen del Carmen y el Sagrado Corazón de Jesús. 

Su talento impresionó a muchos artistas. El cuadro que está detrás de los restos del beato en la iglesia de la Candelaria tardó unos 10 días en pintarlo. Se ve a José Gregorio Hernández con un fondo negro, su bata blanca, la mano izquierda sosteniendo un estetoscopio y la derecha sosteniendo un papel. 

Ahora Sixto tiene la dicha de pintar a José Gregorio Hernández en el cielo al ser reconocido por la Iglesia católica como un beato que intercede ante Dios. 

Foto: Luis Morillo

Un mural para los fieles

La iglesia de Nuestra Señora de La Candelaria es solo uno de los muchos espacios en que los fieles pueden venerar a José Gregorio Hernández. Incluso, a unos pocos metros de ese templo, hay un lugar para reconocer la vida del nuevo beato. 

“Cronología del Santo del Pueblo”, es el título de un mural hecho por Karel Bermúdez, un artista oriundo de los Puertos de Altagracia, en el estado Zulia, que llegó al barrio Sarría, en Caracas, cuando tenía cuatro años de edad. En la pared se cuenta los momentos más emblemáticos de José Gregorio Hernández, desde su niñez hasta su muerte, usando la técnica del claroscuro. 

Karel era el típico estudiante que sacaba una calificación de 20 puntos arte y 10 puntos en matemáticas. En su familia corre por las venas la herencia de tener habilidad en el arte. “Una de mis tías es pintora y tiene obras en la Galería de Arte Nacional”, contó. 

Su devoción por el Médico de los Pobres comenzó cuando tenía 10 años de edad. Una mañana fue junto con su mamá a ponerle flores a un familiar difunto que estaba en el Cementerio del Sur y justo vio que había muchísimas personas que le dejaban ofrendas a José Gregorio Hernández. 

En ese momento, su mamá tenía una bolita en una de sus manos y a él se le ocurrió que se lavara justo con esa agua de las flores que le dejaban. Ella lo hizo y poco tiempo después desapareció la protuberancia. 

Por otra parte, sus pasos por el arte los dio estudiando de forma particular. Hasta que en los años setenta descubrió, durante una exposición de arte, que lo suyo era la miniatura. En la actualidad, a pesar de ser un hombre de la tercera edad, es capaz de pintar en un “ojo de zamuro” el retrato de José Gregorio Hernández, como objeto de devoción

Karel tiene más de 44 años dedicado al arte y fue reconocido en 2012 como Patrimonio Cultural y en 2013 recibió un premio Aquiles Nazoa. En su comunidad lo buscan para que ayude a los niños con clases de arte y se ha dedicado a hacer piezas únicas para comercializarlas en tiendas artesanales de El Hatillo. 

“Si no hay fe, no hay trabajo. Es como si la musa no llenara”, resaltó. 

Una vibración espiritual 

Al dejar a la parroquia La Candelaria atrás e ir hasta La Pastora hay otro lugar con una vibración bastante particular: la esquina de Amadores. Justo ahí, donde murió José Gregorio Hernández el 29 de junio de 1919 al ser atropellado por un vehículo, es el espacio en el que ha pintado Mervin Mármol desde hace quince años. Siempre que termina, se ha quedado impactado cuando ve brillar la luz del sol encima de su hombro y del mural. 

Mervin se convirtió en el artista responsable del mural de la esquina de Amadores a propósito de unos estudios que hizo con Misión Cultura en la Universidad Simón Rodríguez. Su tesis de grado era pintar al Médico de los Pobres que, en ese momento, estaba parado en un camino de piedra laja y tenía un águila al fondo. 

Esa pared estaba toda destrozada. Tuvo que llamar a un albañil para que la arreglara y así Mervin pudo hacer su primera imagen de José Gregorio Hernández, que debe retocar o repetir, según sea el daño, al menos cada tres años. Muchas veces lo ha apoyado el Estado con recursos económicos, en otras oportunidades, ha estado él solo a cargo de los materiales y la creatividad. 

Para Mervin, lo que más llama la atención de José Gregorio Hernández es que fue un hombre de valores, humanista, espiritual y con una profunda humildad que le permitió ayudar a sus pacientes. Por eso, le guarda respeto como el laico que fue y como el beato en el que se convirtió. 

El José Gregorio Hernández que pinta Mervin pasó de la tierra al cielo a propósito de su beatificación este 30 de abril. Incluso, los vecinos, quienes en algún momento tuvieron que ser guiados para respetar y cuidar este arte callejero, ahora agradecen por tener un lugar mágico para llevar flores, orar, arrodillarse, llora, reír y elevar sus peticiones para que el nuevo beato interceda ante Dios. 

El mosaico de Isnotú 

Luis Enrique Mogollón, de Barquisimeto, estado Lara, decidió que quería hacer algo donde dejara una huella. Su papá, el artista plástico Armando de la Rosa, lo había guiado en el mundo del muralismo y en el trabajo artístico en su taller. Pero luego de dos años de estudios en la escuela Martín Tovar Tovar, comenzó con las primeras pruebas de mosaicos con trozos de foami. 

Inspirarse en el doctor José Gregorio Hernández para hacer un mural de gran tamaño no fue difícil por el amor y la fe que siente, según contó Luis Enrique. Dos experiencias le demostraron que el beato escuchó sus peticiones: cuando su hermano se salvó de la muerte tras una enfermedad y que su hija superara una insuficiencia respiratoria que la mantuvo 20 días en cuidados intensivos luego de su nacimiento. Con esto le prometió que algún día tendría una de sus obras en Isnotú, pueblo natal del beato que está ubicado en Trujillo.  

Año y medio antes de que el papa Francisco diera el sí para la beatificación de José Gregorio Hernández, anuncio que se dio en junio de 2020, Luis Enrique había hecho un mosaico con su imagen que tiene entre 3200 y 3500 piezas elaboradas con cerámica importada, cristales y espejos. La obra mide 3,10 metros de alto por 2,10 de ancho y tiene piezas de hasta un milímetro para lograr un efecto único en los ojos. 

Justo una réplica de este mosaico es el que se develará al término de la beatificación de José Gregorio Hernández en el colegio La Salle, en Caracas. Una imagen que Luis Enrique espera que una a los venezolanos en tan importante fecha. 

Son incontables todas las manifestaciones artísticas que han hecho con la imagen de José Gregorio Hernández usando materiales y técnicas como el óleo sobre tela, carbón, creyón, tiza, tinta o grafito. Algunos de los nombres de venezolanos dedicados al arte y a la fe que le han dedicado piezas al nuevo beato son Alirio Palacios, Antonio Lazo, Manuel Cabrera, Rafaela Baroni, Eloísa Torres, Elda La Cruz y Ronaldo Peña, entre otros.

José Gregorio Hernández, el beato laico

Desarrollo editorial: Luisa Maracara y Mariana Sofía García
 Redacción de textos: 
Lorena Gil Adrián, Ivanna Laura Ordoñez, Omarela Depablos, Mariana Sofía García y Sulay García. 
Edición de textos: Flor Cortez, Lorena Gil Adrián y Natasha Rangel
Fotos: Gleyber  Asencio, Tairy Gamboa, Luis Morillo
Infografías: Amadeo Pereiro
Diseño: Lesslie Cavadías

 30 de abril de 2021