Mientras una parte de los que desertan lo hacen para buscar nuevas oportunidades en el exterior, otros se resisten y buscan innovar dentro del país, con la esperanza de –más temprano que tarde– culminar su carrera universitaria. Los jóvenes se reinventan con trabajos freelance, negocios propios, emprendimientos y uno que otro trabajo presencial temporal para sobrellevar la crisis universitaria.

Caracas. Tres semestres en tres años fue lo que logró cursar Vicente Petit. Estudiaba Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y un conjunto de factores hicieron que decidiera abandonarla el año pasado: falta de profesores, paros, falta de transporte, crisis económica; lo último fue el detonante, pues la hiperinflación tocó la puerta de su casa y tuvo que optar entre estudiar a tiempo completo “o pasar hambre en el salón de clase”, algo que, afirma, ya ha visto suceder a algunos compañeros.

Desde que abandonó sus estudios, Vicente se ha dedicado a trabajar en tiendas de ropa y desde casa como community manager de distintas empresas pequeñas. Descarta, de momento, seguir sus estudios en alguna universidad privada.

“Eso no está en mis planes, por ahora. Obviamente quisiera graduarme, pero los costos de las privadas están muy por encima de lo que podría pagar”, señala. Vicente vive con su mamá y su hermana de trece años, quien acaba de ser promovida a segundo año de bachillerato y estudia en una institución privada.

Como muchos jóvenes, ha tenido que asumir responsabilidades que jamás pensó que tomaría a tan corta edad. Con 20 años recién cumplidos, Vicente tiene que destinar buena parte de sus ingresos a comida y pago de servicios, pues el sueldo de su mamá alcanza –a duras penas– para asumir los gastos del colegio de su hermana.

Llegó un punto en el que tuve que decidir entre seguir en la universidad o privarme de comer o comprar ciertas cosas. Al principio me costó, no es fácil hacer un cambio tan radical en tu modo de vida, pero con el tiempo me fui acostumbrando, dice el joven de 20 años.

No descarta regresar a las aulas ucevistas, “si las condiciones se dan”, pero está consciente de que deberá alternarse entre el trabajo y los estudios, pues “estudiar, sea en una pública o una privada, es caro”. Tan solo en 2017, 29,1 % de los alumnos de la UCV abandonaron sus carreras por factores socioeconómicos, según un informe presentado en 2018 por la Secretaría de esta casa de estudios.

Universidades
Foto: Tairy Gamboa

Yorelis Acosta, psicóloga social e investigadora del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) de la UCV, coincide con Vicente en algo: estar en la universidad no implica solamente estudiar: “Implica que te involucres en actividades culturales, deportivas, políticas; implica pasar todo el día en la universidad y eso acarrea gastos inevitables”.

“Una empanada te cuesta, como mínimo, 5000 bolívares, y con una empanada no resuelves un desayuno. Yo trabajo, y aun así me duele gastar Bs. 15.000 nada más en desayuno”, dice Vicente. Materiales, copias, impresiones e incluso libros son otros de los gastos que más de uno no puede costearse, así estudie en una universidad pública.

Pero la situación económica personal de cada estudiante no es la única razón por la que los jóvenes venezolanos abandonan sus estudios. La falta de presupuesto para costear los servicios que solían ofrecer las universidades públicas ha influido directamente en la deserción estudiantil.

Ronald Angulo, otrora estudiante de Electrónica de la Universidad Simón Bolívar (USB), esgrime que la falta de transporte y la insalubridad en el campus –producto de la falta de agua notoria desde septiembre del año pasado– hicieron que optara por abandonar la carrera. Los apagones de marzo también trastocaron sus ánimos de continuar.

Ronald vive en Propatria, y desde que decidió abandonar la USB, colabora en el kiosco de su papá comprando mercancía y despachando a clientes. El 22 de julio empezó a estudiar Comercio Internacional en la Universidad Alejandro de Humboldt (UAH).

Su caso no es aislado, Ronald es uno de tantos jóvenes venezolanos que han recurrido al apoyo de padres y familiares para costear estudios privados, ante la precariedad en la que se encuentran las universidades públicas del país. Yorelis Acosta señala que, más allá de buscar cómo conseguir los recursos para pagar una universidad privada, las familias deben estar conscientes de que esos precios seguirán aumentando, y ser precavidos al respecto.

“Un joven no puede decir, hoy en día, que va a trabajar para pagarse los estudios, eso es sumamente difícil. Eso implica que los papás tienen que asumir ese gasto, lo cual es difícil porque hemos visto que las matrículas aumentan constantemente. Llegaremos a un punto en el que las familias tendrán que crear un fondo universitario al estilo de los Estados Unidos”, advierte Acosta.

La situación es más compleja cuando, incluso, hasta trabajando exclusivamente para pagar la matrícula se vuelve cuesta arriba proseguir los estudios. Andreína Requena, quien hasta marzo cursó la carrera de Psicología en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), empezó a trabajar hace dos años para costear la matrícula, su único gasto, pues sus padres se encargaban de su manutención.

“En la casa, hasta ahora, no ha faltado la comida, hemos sido afortunados por eso. Pero –al menos en mi caso– uno siente que la situación económica te exige más”, dice Andreína. Desde finales de 2017, se propuso buscar trabajos simples por Internet. “Estaba redactando trabajos, haciendo tareas pagas en páginas como Spare5, y la verdad no me iba mal”.

Con lo que ganaba haciendo labores freelance, Andreína podía pagar la matrícula de la UCAB. Fue a finales de marzo de este año que decidió no inscribirse –momentáneamente– pues lo que ganaba cada mes no le alcanzaba para pagar la primera parte del semestre que –en su caso– se aproximaba a los 400 dólares.

La idea de volver a la universidad todavía retumba en la mente de Andreína. Consciente de que ahora tiene que producir más dinero para seguir sus estudios, planea iniciar una agencia de marketing digital junto con dos amigos: “Algo propio, que genere ganancia y en lo que podamos usar lo que cada uno ha aprendido en su área”.

Marisol Ramírez, presidenta de la ONG Psicológos sin Fronteras, asegura que en situaciones como la que atraviesa el país “es fundamental el establecimiento de redes, se necesita gente que ayude a alcanzar esos objetivos. Si un joven pretende continuar su formación universitaria de manera personal, le costará mucho”.

Ramírez es optimista, pues considera que en Venezuela existe un grupo importante de jóvenes que ha comprendido que quedarse es una opción. “Así como encuentras posiciones muy desesperanzadas, hay otras con mucho ánimo y ganas de hacer país”. El segundo grupo es al que pertenece Andreína.

Sé que no será fácil. Ni siquiera tengo una fecha estipulada para volver a la universidad, pero seguir en Venezuela implica hacer un esfuerzo extra para todo, y mi caso no es la excepción, dice la estudiante de Psicología.

Yorelis Acosta coincide con el planteamiento de Andreína, pues –en cualquier parte– “conseguir una meta es como armar un rompecabezas. Nadie tiene todas las piezas, pero haciendo el esfuerzo es posible obtenerlas. Lograr completar el rompecabezas implica un esfuerzo”.

Foto: Crónica Uno / Mariana Mendoza

Sin embargo, algunas veces el factor económico no es el único que influye en una toma de decisión tan importante como el retiro de una carrera universitaria. Según el Observatorio Venezolano de la Salud, Venezuela pasa por una emergencia humanitaria compleja desde el año 2015, situación que ha trastocado la rutina diaria de gran parte de la población, especialmente la de quienes tienen familiares enfermos en sus casas.

A finales de abril de este año, la mamá de Lucía Bastidas sufrió un infarto, que –aunado a un proceso de descompensación de diabetes e hipertensión por falta de medicamentos– provocó que su corazón no esté funcionando correctamente.

Desde hace 3 años, 18,7 millones de personas en Venezuela no tienen garantías de acceso a diagnósticos ni a tratamientos; entre ellas, 7,4 millones de personas hipertensas y 2,4 millones con diabetes, según la Sociedad Venezolana de Medicina Interna.

Desde que su madre tuvo el infarto, Lucía se ha dedicado exclusivamente a buscar los recursos y contactos que permitan cubrir los tratamientos, exámenes y cuidados que requiere. Tras darle muchas vueltas al asunto, decidió abandonar sus estudios de Comunicación Social en la UCAB.

No podía cumplir con las cuatro horas de trabajo diarias como Beca Trabajo, que era lo que me permitía pagar la universidad”, asegura Lucía, quien fue beneficiaria de esta ayuda económica desde septiembre de 2016, que la exoneraba de pagar casi en su totalidad la matrícula universitaria.

Mientras tanto, se dedica a hacer “uno que otro trabajo de redacción” que le mandan, para paliar los gastos económicos que conllevan tener un familiar enfermo. A pesar de todo, no planea emigrar en el corto plazo y, de hecho, piensa trabajar en un kiosco con una amiga para sobreponerse de la situación por la que atraviesa. Si bien la universidad ha pasado a un segundo plano en su día día –por tener que dedicarle tiempo a la búsqueda de medicinas y exámenes médicos– Lucía no pierde la fe de terminar la carrera.

Para Marisol Ramírez, quien además coordina el programa “Acompañando en la Esperanza” junto con la ONG Grupo Social Cesap, es necesario que los jóvenes que por una u otra razón abandonan sus estudios estén acompañados por alguien que los ayude “a poner orden, reorientar e identificar el principal problema a resolver para alcanzar el objetivo”.

De lo contrario, se corre el riesgo de que aumenten los signos de conducta depresiva como la frustración, angustia y ansiedad. Considera que “estar en Venezuela es una oportunidad para aprender” por lo que la reinvención, el emprendimiento y el trabajo colaborativo es de suma importancia para alcanzar metas.


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