El administrador y dibujante publicitario da clases de dibujo a niños del sector Ruperto Lugo. Comenzó con tres alumnos y hoy enseña a 16 jóvenes de distintas edades, algunos con síndrome de autismo, asperger y con problemas en el sistema auditivo.

Caracas. Raymond Semprún, de 39 años de edad, caraqueño y de profesión administrador y dibujante publicitario, era dueño de una pequeña charcutería, que vio disminuir sus ingresos durante el año 2019, producto de los controles asfixiantes y la hiperinflación. En pleno shock económico, el negocio que tenía en el sector de Ruperto Lugo, al oeste de Caracas, comenzó a experimentar dificultades para reponer los inventarios y pagar al personal. 

No pasó mucho tiempo para que esta situación afectara los ingresos domésticos e incrementó la dificultad para hacer frente a las obligaciones familiares. “En aquella época tuve la necesidad de buscar una alternativa para generar más dinero y poder pagar las deudas”, explicó Raymond. “Soy padre de dos niños¨. 

“La claridad de lo que quería hacer como alternativa para un segundo ingreso siempre la tuve. Me gusta trabajar con niños. Fui guía de campamento cuando era adolescente”, explicó Semprún. A esto se le sumó la habilidad para el dibujo que desarrolló cuando contaba doce años e inició un curso en una academia de dibujo localizada en el pasaje Zingg, en pleno centro de la ciudad de Caracas. 

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“Probar pa’ ver cómo me va” 

Talleres de mandalas, manualidades o dibujo publicitario eran el famoso “Probar pa’ ver cómo me va”. Con muchas dificultades económicas y luego de tanto pensar y considerar, se decidió por el dibujo, que ha sido su pasión desde muy niño.

Comencé en el segundo semestre de 2019. Apenas tenía tres alumnos y asistía a sus casas para dictar las clases de manera particular. En otras, ellos iban a mi casa. Otras veces, les pasaba las guías de apoyo y estudio, vía Whatsapp. Las clases tenían un costo de $2 cada una”, recuerda Raymond.

El dinero percibido por enseñar dibujo solo ayudaba para comprar materiales, y su lucro era prácticamente simbólico.

“Nosotros usamos todo tipo de material reciclado por los costos tan elevados. Opalina, cartulina, hojas blancas, láminas de papel bond, fondo negro, cartulina de construcción. También crayones de cera, carboncillo. Pinturas como: acuarela, pintura al frío. Si no fuera por las limitaciones económicas de los chamos, tendríamos hasta las mesas adecuadas”, explicó el profesor.

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La información sobre las clases de dibujo que impartía Raymond de manera particular, se difundió rápidamente dentro de la comunidad de Ruperto Lugo y zonas aledañas como la parte alta del sector Altavista. Esto impulsó a Semprún a explorar la posibilidad de buscar un lugar más amplio que le permitiera consolidar su sueño de trabajar con niños. 

A mediados del año 2020, le alquilaron parte de las instalaciones del preescolar Los Hijos de Yamaica, que operaba en una casa alquilada. Pese a los riesgos de epidemia relacionados con el COVID-19, Raymond se atrevió a retomar las actividades siguiendo el protocolo de bioseguridad exigido por las autoridades. 

La profesora Yamaica Silva afirmó que su hijo “ha aprendido muchísimo” con las clases de dibujo y calificó de excelente que este tipo de iniciativas se impartan en sectores en donde los niños no tienen prácticamente nada para hacer. “No tienen muchos recursos y Raymond les da la facilidad de aprender un arte prácticamente a muy bajo costo”. Además atiende a niños con condiciones especiales.

En marzo de 2021, tuvo que abandonar los espacios del preescolar y emprender una nueva búsqueda. Semprún se apoyó en los estados de Whatsapp para solicitar información sobre algún lugar que estuviera disponible. No pasó mucho tiempo y consiguió una casa que estaban desocupando frente al bloque cinco de Ruperto Lugo. 

En abril, la casa número 27 de dos pisos, rejas negras y paredes amarillas, se convirtió en el espacio para seguir enseñando a dibujar. 

Transcurridos ocho meses, la demanda de estudiantes se ha incrementado. “Tengo dos turnos, una en la mañana de 10:00 a 12:00 del mediodía y otro de 2:00 a 4:00 de la tarde, pero cada quien tiene su horario”. Sonrió al recordar que a algunos les gusta quedarse todo el día: “Siguen corrido, incluso almuerzan aquí”. 

La plantilla de alumnos está conformada por 16 jóvenes de distintas edades. “El promedio es de 10 a 12 años, pero hay unos más pequeños que cuentan 7 años”. 

El grupo es muy diverso. Raymond tiene alumnos con condición de autismo, asperger y una pequeña con problemas en el sistema auditivo, situación que lo ha motivado a implementar ajustes creativos para que los conocimientos puedan llegar a todo el alumnado. 

Busco, leo, me informo, sobre cada condición que presentan estos niños para poder ofrecer lo mejor de mí, explicó. Siente que ha logrado generar un espacio de “empatía, respeto, encuentro y aceptación entre todos.

Padres agradecidos 

Dayana Pinto Simoza es la madre de Franyer García de 15 años, quien tiene condición de asperger. Contó que su hijo asiste a las clases de pintura con Raymond, desde hace dos años. Reconoció los beneficios y los avances: “Mi hijo cada día aprende más. Cada día busca más técnicas. Se emociona por hacer lo que está haciendo. Los beneficios han sido múltiples. Agradezco mucho a Raymond, todo lo que ha hecho por mi hijo”.

Las constantes expresiones de agradecimiento de los representantes lo llenan de satisfacción.

Hay muchos padres que trabajan todo el día y estos niños pasan mucho tiempo solos”, señaló Semprún, quien considera que esto es una alternativa positiva para mantener a los “chamos alejados de las calles y los vicios”.

Carol Martínez, de 38 años de edad, es de esas representantes que sale a trabajar muy temprano. Es enfermera graduada y por las obligaciones de su profesión cumple guardias estrictas y regresa muy tarde a casa. Es madre de David Ricardo Rodriguez, de 13 años, que asiste a las clases de dibujo desde hace cuatro meses. “La actividad lo hace feliz. Allí expresa todo lo que quiere. Raymond les permite ser ellos, los respeta, respeta el ritmo de cada uno”, dijo.

Foto: Luis Morillo

Raymond Semprún aclaró que las clases no cuentan con la formalidad pedagógica, ni se expiden certificados avalados por alguna institución educativa superior o ministerio, son solo talleres de corte recreativo y algo formativo.

Mi objetivo es que los chamos aprendan a dibujar desde cero, mejoren aspectos motores y desarrollen la creatividad, incluso puedan generar ingresos.

Tal es el caso de su alumna, Rocío Victoria, quien realiza tarjetas, afiches para cumpleaños, y hasta pancartas. Con esta actividad ha logrado generar ingresos propios.

Luego de tres años de iniciar esta actividad artística, está consciente de los beneficios que le aporta a los niños asistir a las clases y más en época de pandemia: “Es un espacio de fortalecimiento psicosocial, al tiempo que desarrollan y estimulan la creatividad y mejoran la motricidad”.

Actualmente, las clases tienen un costo de 2 dólares semanales. “Siguen estando por debajo de los estándares de una academia de pintura tradicional, pero mi foco ha ido cambiando”, reveló.

Además de “torear” la crisis económica, sus nuevos propósitos al enseñar dibujo están orientados a “alejar un poco a los chamos de las redes sociales, de las pantallas de los celulares y videojuegos”, así como abrirles panoramas, pues “con algo tan sencillo como el dibujo pueden generar ingresos económicos para ayudar a sus familias”. 

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