Los habitantes del distrito Páez del Alto Apure se han ajustado a la estabilidad colombiana a través de su moneda para simplificar todas las transacciones económicas: los pesos colombianos circulan con mayor fluidez y su sistema financiero no tiene a la inflación o la escasez como un problema central.
Caracas. Ante las dificultades de acceder al papel moneda, la población venezolana ha encontrado mecanismos para salir del paso: en los pueblos y caseríos del Alto Apure, en la frontera entre Colombia y Venezuela, ya no se utilizan los bolívares ni para colaborar con la limosna de la iglesia. El uso de los pesos colombianos se ha impuesto sobre todos los aspectos de la vida cotidiana y son el instrumento de intercambio único en las bodegas, las escuelas, en la venta de combustible y hasta en el transporte público. Solo en El Nula, donde se ubica la última entidad bancaria, aceptan los bolívares.
A diferencia de lo que ocurre hacia la zona central de Venezuela, en la periferia colombo-venezolana la población oxigena su cotidianidad producto de la dinámica transfronteriza que se refleja en los rostros de colombianos que llegaron hace 20 años a Venezuela; en los hábitos alimenticios, los arraigos religiosos, las historias de la migración forzada y hasta en las bodegas repletas de mercancía colombiana que llegan a través de las trochas y que se intercambian por la moneda con la que fueron adquiridas: los pesos. Nadie acepta bolívares, pues su constante devaluación pone en riesgo el propio capital.
Los habitantes del Distrito Páez del Alto Apure —donde se agrupan los caseríos de El Nula, Caño Gaital, Ciudad Sucre, Sirirí, Caño Regreso, Caño Amarillo, Mata de Caña, Las Blanquitas, Valle Verde, Cinta Blanca, Campo Alegre, Tubo Rojo y La Piedrita— se han ajustado a la estabilidad del país vecino a través de su moneda para simplificar todas las transacciones económicas: los pesos colombianos circulan con mayor fluidez y su sistema financiero no tiene a la inflación o la escasez como un problema central, como ocurre con los bolívares.
Y aunque la migración y el comercio son actividades naturales entre fronteras, la “pesificación” —como lo ha calificado el economista Ronald Balza— se profundizó a los niveles actuales hace nueve meses cuando se aplicó la reconversión monetaria: el profundo rechazo a los bolívares soberanos no solo se materializa a causa de la inflación, sino que se sostiene sobre un sistema que no da lugar para que los billetes nuevos lleguen por estos lares.
Según el analista de finanzas y director de la firma Econanalítica, Henkel García, en una economía “sana” el papel moneda en manos de la población debería rondar 12 % de la liquidez monetaria para que sus actividades se desenvuelvan correctamente. No obstante, en el caso venezolano, cuando se aplicó la reconversión monetaria en agosto de 2018, la cantidad de billetes y monedas puestos en circulación equivalía a 1,3 % de la liquidez monetaria y desde entonces esta cifra no había superado más de 7 %, lo cual es un índice de su escasez.
Estas cifras se inscriben dentro de un escenario en el que se necesitan cada vez más bolívares para adquirir los bienes y servicios disponibles en Venezuela, que variaron sus precios 130.060 % durante 2018, según admite el Banco Central de Venezuela (BCV), institución que había omitido cifras oficiales desde finales de 2015. En mayo de 2019 se necesitaban entre 73 y 214 billetes de cada denominación para adquirir lo que en agosto de 2018 se compraba con una sola pieza.
Así, en esta zona, donde la banca venezolana y las telecomunicaciones son prácticamente inexistentes, las bodegas agradecen los pagos con puñados de monedas colombianas, mientras en la capital de Venezuela el dinero en efectivo fue sustituido por tarjetas de débito. Al menos cinco de los ocho billetes que conforman el cono monetario no compran nada y la población los rechaza a lo largo y ancho de todo el país.
Y aunque el BCV ha impulsado la ampliación del cono monetario con la creación de tres nuevos billetes, según el economista Asdrubal Oliveros, esta medida dejará inoperativos los billetes de más baja denominación, a pesar de que alargará por “un tiempo más la vida del actual cono monetario”. Sin embargo, Oliveros señala que la solución de fondo es resolver con rapidez la crisis hiperinflacionaria.
Ganar en pesos, vivir en Venezuela
En el Alto Apure las familias han construido casas amplias y sencillas. Algunas son elaboradas con maderas o cemento en mitad de terrenos en los que la actividad agrícola y ganadera es la principal fuente de trabajo.
En Apure, estado en el que reina la actividad informal, un obrero del campo podría ganar entre 15.000 y 30.000 pesos colombianos por un día de trabajo, lo que equivale a entre tres y seis dólares por jornada. Y, de este modo, las dinámicas de consumo cambian: los niños gastan en chucherías constantemente y los integrantes de cada familia adquieren motos para trasladarse hacia los trabajos, la frontera y las escuelas, pues incluidos los niños —a partir de los 13 años— manejan motos para solventar sus necesidades de transporte.
Así, quienes poseen ganado producen leche de vaca que puede venderse entre 800 y 900 pesos, según el país en donde se comercialice, y pueden vender una res en pie por entre 1,5 millones y 4 millones de pesos. Del trabajo del campo se desprende gran parte de los lácteos, las proteínas, así como las frutas y hortalizas que se consumen en los hogares, por lo que la alimentación se vuelve diversa y balanceada respecto a los patrones de consumo en el centro del país.
No obstante, las familias y los comerciantes en el Alto Apure hacen recorridos de hasta dos horas por caminos que alternan los huecos en el asfalto con los tramos sin pavimentar, para llegar hasta La Victoria —a las orillas del río que señala los límites entre Colombia y Venezuela—, para cruzar en lancha hasta Colombia y abastecerse de productos básicos (alimentos, medicinas, combustible, ropa) que deben ir pagando transporte y vacunas a quienes controlan el tránsito y supervisan el tipo de productos y las cantidades.
Y es que más allá de su poder adquisitivo, los habitantes del Alto Apure más bien lamentan ser testigos del contrabando y de la presencia de la guerrilla frente a los ojos de la Guardia Nacional Bolivariana, que —denuncian— controla la compra de gasolina —escasa y costosa— entre otros recursos en la zona.
La economía subterránea
Aunque la tranquilidad y el silencio reinan en el distrito Páez, la población ha vivido los estragos de migración y desaparición forzada de hombres y mujeres a causa de la guerrilla. El control que ejercen los grupos armados sobre la población les garantiza cierto margen de orden, pero les impone el pago de vacunas y normas arbitrarias que no se rompen por miedo a la represalias. Incluso, hablar abiertamente de la “guerra” implica peligro.
La forma en la que se relacionan los habitantes del Alto Apure con los desconocidos es bastante cautelosa, pues las actividades lícitas e ilícitas que se desarrollan en este sitio demandan discreción y silencio. El tráfico de combustible y la presencia de grupos paramilitares y de guerrilla ha construido una plataforma para la “economía subterránea” en la que no se sabe quién es quién y no es válido hacer tantas preguntas.
Según el testimonio de habitantes de la zona, el traslado de mercancías (alimentos, animales, personas, vehículos y más) amerita del consenso de los grupos que ejercen el control sobre las trochas y que ha derivado en el manejo de sumas de dinero de las que se vuelve peligroso hallar registro y se evita su detección, lo cual es una de las finalidades de estas operaciones “subterráneas”.
Según la Asociación Bancaria de Colombia (Asobancaria), por “economía subterránea”, “se entiende a la actividad de los trabajadores y pequeñas empresas que producen bienes y servicios lícitos o ilícitos que se ocultan deliberadamente de las autoridades para evitar impuestos, el cumplimiento con normas laborales u otros requisitos legales”.
Es por eso que resulta difícil estimar el tamaño de la economía informal, pues los países quizá “carezcan de la capacidad necesaria para monitorear la actividad paralela”.
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