Las mujeres wayúu luchan por no perder su identidad luego de migrar a Caracas

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Hace 20 años, Carmen González fue una de las primeras mujeres indígenas en llegar a la Cota 905 proveniente de La Guajira, estado Zulia. Según el Comité de Derechos Humanos del municipio Guajira, en tres años migraron 40 % de las mujeres wayúu, lo que pone en riesgo la identidad de esta población indígena porque ellas transmiten la sabiduría y la cultura por generaciones.

Caracas. La manta rosada con mariposas de colores que luce Carmen resalta entre las personas que esperan el jeep para subir a la Cota 905. Sus sandalias apenas se ven entre el ancho vestido mientras está sentada bajo techo para resguardarse del sol intenso del sábado.

El cabello gris recogido en una cola a la altura del cuello permite apreciar sus rasgos indígenas a cabalidad: los ojos achinados y oscuros, la piel canela, la expresión seria que escuda un temperamento dulce.

En el piso reposan las compras que hizo para alimentar a toda su familia. Tiene dos bolsas: una plástica y otra de tela. La primera se había roto como consecuencia del peso y el bamboleo; contenía patas de pollo. La otra era más grande y estaba repleta de verduras. 

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Carmen González, de 54 años de edad, migró hace 20 años de La Guajira a Caracas.| Foto: Yohana Marra

Hace 20 años, Carmen González migró de La Guajira, municipio fronterizo del estado Zulia, hacia Caracas. Junto con su hermana menor, Nilsa, Carmen fue una de las primeras mujeres del pueblo indígena wayúu en establecerse en la parte alta de la Cota 905

La etnia wayúu habita históricamente entre la Península de La Guajira, en Colombia y el estado Zulia, en Venezuela. En ambos países son la etnia indígena más numerosa.

Su estructura de organización es matrilineal y los integrantes de la familia materna son quienes resuelven los conflictos entre los clanes. 

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Carmen y sus hijos se establecieron en la parte alta de la Cota 905.| Foto: Yohana Marra

En dos décadas, la vida en Caracas empujó a Carmen a desprenderse de algunos rasgos de su cultura indígena para adaptarse a las rutinas de la ciudad, aunque lucha por mantener su identidad. Lo mismo pasa con sus hijos.  

Cuando los pueblos indígenas migran deben aprender a relacionarse con los alijunas ⎼palabra en el dialecto wayuunaiki para referirse a quienes no son indígenas⎼ o con “los criollos”, como les llaman las mismas guajiras. 

Mariela Molero, abogada y activista de los derechos humanos, explica que la migración de los pueblos indígenas a las grandes ciudades ocasiona que comiencen a perder sus tradiciones y costumbres

Al migrar a las ciudades los indígenas deben aprender a relacionarse con los alijunas.| Foto: Yohana Marra

En el caso de algunas mujeres se evidencia en la forma de vestir: se ponen uñas o pestañas postizas, usan maquillaje y cambian de peinado. Todo para tratar de encajar en un lugar distinto al que provienen. 

Cuando los indígenas migran pierden sus tradiciones hasta en su forma de vivir, porque llegan a habitar ranchitos de zinc, dejan las zonas rodeadas de vegetación y dentro de las condiciones que adoptan en la ciudad se podrían presentar otras como el alcohol, la prostitución o las drogas, agrega Molero.

El dialecto intenta perdurar

Carmen ayuda a sus hijos con el cuidado de sus nietos, a quienes les habla en wayuunaiki. No todos los niños y niñas muestran interés por aprenderlo, excepto Joseanny, una de sus nietas, de cinco años de edad, quien se siente intrigada y repite lo que su abuela le dice. En total Carmen tiene 21 nietos.

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Joseanny, de cinco años, se interesa en aprender wayuunnaiki junto con su abuela Carmen. |Foto: Yohana Marra

Joseanny es dulce y cariñosa, como su abuela. Se muestra tímida, pero no duda en repetir lo que Carmen le dice en wayuunaiki, después suelta una sonrisa. 

Mientras sus primos juegan por los pasos de tierra cercanos a la vivienda, ella coquetea con lo que habla su abuela y se acerca con interés. De todos, a ella es a la que más le gusta, a veces se pone con mi mamá a repetir y mi mamá le enseña. Los demás niños no lo hablan y entienden pocas cosas, comentan las hijas de Carmen. 

A medida que el indígena deja de hablar su dialecto va perdiendo hasta la pronunciación correcta. Cuando el indígena pierde el idioma, lo pierde todo y lo pierde por la necesidad de hablar el castellano, la necesidad de comunicarse y adaptarse a un mundo que es ajeno para ellos, la necesidad de parecerse a algo que no se parece a ellos, explica Molero, quien también es activista de la organización Kapé Kapé.

En 2009, la Corte Constitucional de Colombia dijo que el pueblo wayúu estaba en riesgo de extinción y con ello su lengua indígena. La principal causa son los desplazamientos que provocaron los conflictos armados en la frontera colombo-venezolana, documentó un artículo publicado en el portal de la Organización de las Naciones Unidas.

Sailyn Fernández, coordinadora de Comunicaciones del Comité de los Derechos Humanos de La Guajira, explica también que el dialecto y su interpretación es lo más importante de la cultura wayúu. Ella asegura que cuando se pierde ya no eres pueblo.

Carmen siembra vegetales en las áreas de su casa, con eso alimenta a su familia.| Foto: Yohana Marra

El día que te vas a comunicar con tus ancestros, los sueños se interpretarán en wayuunaiki, porque así te hablan tus seres superiores ¿Cómo lo vas a entender? La forma más importante de perder tu cultura es el idioma, un pueblo sin idioma no es pueblo, dice. 

Tras la migración a otros estados de Venezuela, y a países de Latinoamérica, los indígenas wayúu se mezclan o se casan con los alijunas y esto también influye en la pérdida de la lengua. 

Algún día van a volver, así sea en restos o por decisión, y ¿Cómo vas a interpretar el wayuunaiki con las comunidades que siempre están esperando?, continúa Fernández.

Las hijas de Carmen evitan hablar en wayuunaiki con sus hijos, nacidos entre Caracas y Maracaibo, porque tienen miedo del acoso escolar que puedan recibir por ser guajiros. Sin embargo, Carmen se comunica con su familia únicamente en su lengua indígena.

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Daniela, la quinta de los nueve hijos de Carmen, llegó a Caracas cuando tenía 15 años.| Foto: Yohana Marra

Daniela, la quinta de los nueve hijos de Carmen, llegó a Caracas cuando tenía 15 años. No habla bien wayuunaiki, pero sí le entiende a su madre. Reconoce que cuando recibe la visita de hermanos indígenas y debe ayudarlos a comunicarse le cuesta interpretar el dialecto o hablarlo.

Tiene poco interés por regresar a La Guajira. Ni a vivir, ni de visita, dice. En cambio, su mamá sí trata de viajar ocasionalmente. Este año organiza un viaje para comprar mercancía y vender en Caracas.

Aún así, Daniela apoya la elección de su madre de “no perder las raíces guajiras”. Por eso viste con las mantas en ocasiones especiales y añade las típicas cocuizas –un calzado tejido–, o los bolsos bordados de colores, que hace su hermana mayor, a su look de blue jeans y blusas.

Carmen siembra en el terreno cercano a su casa. Es otra forma para alimentar a sus hijos y nietos.| Foto: Yohana Marra

Uno se acostumbra a Caracas, a la forma de vestir, hasta cómo se camina, pero mi mamá nos ha pedido que respetemos nuestra identidad, nuestras raíces. Si cambiamos eso que somos, no somos nada, dice la mujer de 29 años.

Dejar atrás a La Guajira por necesidad

En la parte alta de la Cota 905 viven más de 65 familias wayúu. Para llegar a las casas, de zinc o bloques, las familias caminan por escaleras improvisadas de tierra y tablas, y por pasadizos estrechos rodeados de maleza. 

La mayoría de las familias indígenas no tienen agua por tuberías y usan una manguera que se extiende desde otra casa para llenar sus envases y lavar. La niñez crece descalza por los pasillos de tierra, entre carencias y violencia.

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En la parte alta de la Cota 905 viven más de 65 familias wayúu.| Foto: Yohana Marra

A vivir en estas condiciones llegan las familias desde el estado Zulia, esperanzadas por una mejor calidad de vida, a la espera de recibir beneficios sociales del Estado venezolano.

La situación económica en La Guajira impidió que Carmen pudiera mantener a sus nueve hijos. Decidió migrar a la ciudad capital tras el fallecimiento de su madre. Primero lo hizo su hermana Nilsa, quien inicialmente llegó al barrio El 70, en El Valle. Luego fue el turno de Carmen.

Yo trabajaba como cocinera en una lancha en la que mi esposo era patrón. Ahí pasábamos 15 días, luego volvíamos a mi casa con la familia. En La Guajira vivíamos de la pesca, los guajiros sin pesca no son nada. Mi esposo murió, después me ayudaba mi mamá, pero fue muy difícil mantenernos y me vine a Caracas, recuerda Carmen, con voz muy baja y pausada, ni la música cristiana de su vecino le hace subir el tono.  

Carmen consideró que La Guajira era insegura para sus hijos, por la proliferación de bandas armadas.| Foto: Yohana Marra

Al instalarse en la parte alta de la Cota 905, Carmen habitó una vivienda que con el tiempo se derrumbó por el mal estado del terreno. En esta casa trabajó como cocinera, lo que ha hecho casi toda su vida. Despertaba a las 2:00 a. m. para empezar la faena que culminaba a las 5:00 p. m., con solo tres horas de descanso. Vendía comidas por encargo y a los vecinos de forma particular.

Por un tiempo también se dedicó al comercio de prendas que importó desde Maicao, frontera entre Venezuela y Colombia, y a la limpieza de casas. Estas son las actividades más frecuentes en las que trabajan las mujeres wayúu cuando salen de La Guajira.

Son culturas muy machistas. Las mujeres se dedican al servicio y a todas las actividades de la casa, y para ellos ya es normal, cuesta mucho hacerles entender otra cosa. Por eso la mujer indígena se ve obligada a trabajar como doméstica o como cocinera y no tienen condiciones adecuadas, dice Molero. 

Cuando las mujeres wayúu migran se dedican al trabajo doméstico, al comercio informal y a la cocina.| Foto: Yohana Marra

Con su trabajo como cocinera, Carmen enviaba dinero a sus hijos, a quienes dejó temporalmente bajo el cuidado de unas tías en Maracaibo. Pasaron tres años hasta que pudo reunir la plata para llevarlos a Caracas, a 700 kilómetros de distancia del Zulia.

Antes de migrar a la ciudad capital, Carmen decidió sacar a sus hijos de La Guajira porque consideró que era una comunidad insegura. Allí proliferan grupos irregulares dedicados al narcotráfico. 

En La Guajira, el último municipio del Zulia, casi 90 % de los habitantes son wayúu, junto con otros pueblos los indígenas combaten las penurias de la ausencia de políticas públicas del Estado venezolano.

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Carmen sacó a sus hijos de La Guajira por la situación económica y porque la considera una zona insegura para su familia.| Foto: Yohana Marra

Sailyn Fernández, quien también es habitante de la alta Guajira, cuenta que allí las poblaciones solo tienen agua por pozos artesanales y algunos están contaminados. Quienes viven en las zonas más montañosas deben comprar cisternas. El servicio eléctrico es otro problema que los aqueja. Hay sectores que pasan hasta siete días sin luz.

Además, hay muy pocas opciones de empleo. La mayoría de los indígenas se dedica a la venta informal de combustible; al pastoreo, venta de animales que crían en sus viviendas; o al comercio binacional, compran mercancía en Maicao ⎼Colombia⎼ y la revenden en mercados como Los Filuos ⎼Zulia⎼.

Vemos a maestros o enfermeros que renuncian a sus cargos, porque realmente el sueldo que obtienen no es rentable y por lo tanto podemos ver una maestra vendiendo gasolina, o a una enfermera vendiendo de manera ambulante, dice.

Carmen aprovecha el terreno de su casa para sembrar, con algunos vegetales alimenta a su familia.|Foto: Yohana Marra

El cúmulo de estas condiciones incrementó la migración de jóvenes wayúu hacia Caracas, Colombia y Estados Unidos. Las familias no hacen las tres comidas diarias. Fernández cuenta que hay hogares en los que solo se alimentan entre una y dos veces al día.

También hemos visto que los jóvenes de La Guajira que migraron a otros países se han devuelto a las grandes ciudades como Caracas. Hace poco una chica nos contó que se fue a Caracas porque ahí gana en dólares y era más cerca que irse a Bogotá o a Medellín, que nos quedan a más de 22 horas de La Guajira, añade la activista. 

El Comité de Derechos Humanos del municipio Guajira apunta que 40 % de las mujeres wayúu migraron a Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile o Estados Unidos, desde 2020, para ayudar a sus familiares por la crisis económica.

De cada hogar salen dos mujeres y dejan a sus hijos, entre cinco y nueve años, bajo el cuidado de las abuelas, para trabajar en casas de familia, supermercados o negocios y poder enviar dinero a La Guajira. Esta vez se reinvierte el papel, los niños tienen que mantener a los abuelos porque no pueden salir a trabajar por las condiciones. Es una estadística que está aumentando, se están yendo.

Zona montañosa de la Cota 905, donde viven las familias wayúu.| Foto: Yohana Marra

Sin embargo, Fernández presume que este 2023 la cifra se duplica. La grave situación en las comunidades indígenas, en materia de salud y educación, impulsa a mujeres y jóvenes del municipio Guajira a migrar a Estados Unidos.

Al principio del 2023, en la parroquia Elías Sánchez Rubio se fueron más de 80 personas en menos de un mes. Se agruparon en la parroquia Guajira y se fueron. A la mitad de este 2023 se fueron más de 300 jóvenes, entre mujeres y hombres, y así va pasando en las demás parroquias.

Pérdida de la cosmovisión 

Además del dialecto, otra forma de preservar la cultura wayúu es la espiritualidad y la cosmovisión ⎼manera de interpretar el mundo⎼. Las familias tienen amuletos que pasan de generación en generación como una protección religiosa. Cuando practican otras religiones, los pierden.

Carmen y su familia profesan la religión cristiana evangélica. Por eso no les molesta la música religiosa que pone a todo volumen su vecino, expareja de Carmen hace siete años. Desde que se “entregaron al señor” ella lo considera un hermano.

Antes bailaba chichamaya, un baile guajiro que hacemos el 12 de octubre. Ya no hago nada de eso porque conocí a Jesucristo, añade Carmen, con un español que se le dificulta un poco, a pesar de sus 20 años en Caracas.

Las familias wayuu viven en la Cota 905 con carencias de agua potable.| Foto: Yohana Marra

Contrario al cristianismo evangélico, el pueblo wayúu centra su cosmovisión en Maleiwa, un ser superior, a quien consideran su Dios. Eso no quita que algunos indígenas acudan a iglesias de la religión católica y evangélica en La Guajira. 

Estas son las dos iglesias más fuertes, pero hay unos parámetros para no perder la cosmovisión. Nosotros creemos en Maleiwa, en la espiritualidad, en los sueños y en las señales que nos da la tierra, esto también es parte de nuestra cultura. Y la iglesia cristiana evangélica tiene otras ideologías, esto crea divisiones, detalla Fernández, defensora de los derechos humanos del pueblo indígena wayúu.

Los indígenas de la etnia wayúu pierden su cosmovisión cuando dejan de creer en la espiritualidad y, de acuerdo con la activista, esto sucede con las prácticas de otras religiones.

No se puede caer en el partidismo de una religión. Hay muchas familias wayúu que han dejado sus amuletos porque cuando entran a la iglesia les dicen que eso no. Y eso no puede ser, porque nosotros creemos en un ser superior, insiste.

Fernández cuenta que lo primero que aprendió fue a hablar en wayuunaiki. Su familia le enseñó que la tierra da frutos y que la tierra les da vida. Cuando se va a la ciudad y convives en una infraestructura mucho tiempo sin tocar la tierra, porque la tierra nos puede decir muchas cosas, también se pierde la cosmovisión

Parte alta de la Cota 905 a bordo de un jeep.| Foto: Yohana Marra

Enterrar a los difuntos en las ciudades, fuera de La Guajira, también está alejado de la cosmovisión wayúu.  

Cuando se pierde la identidad se pierde todo. Los hermanos indígenas que han emigrado pueden agarrar lo bueno que brindan las ciudades, pero deben mostrar la esencia wayúu y brindar mucho más desde nuestra cosmovisión. Ahí es donde está la debilidad de la madre porque es la mujer quien tiene que transmitir a los hijos ese proceso de enseñanza de la identidad, añade la defensora. 

El Estado abandona a los pueblos indígenas 

Sailyn Fernández pasa hasta siete días sin luz en la alta Guajira, y, aunque no le gusta hablar de brechas, reconoce que el Estado ha trazado una gran diferencia al no garantizar calidad de vida. 

¿Cómo es que en las ciudades puede haber agua por tubería y nosotros que somos fuente de agua no tenemos? No vivimos en las mismas condiciones que en las ciudades, nosotros tenemos horas de luz. No hay estrategias de políticas públicas que nos brinden un bienestar.

Fernández reconoce que el Estado ha trazado una brecha para los pueblos indígenas.| Foto: Yohana Marra

En la alta Guajira hay indígenas que no tienen cédula, porque no disponen del servicio de internet y pasan hasta una semana sin luz. Por eso, Fernández dijo que no hay condiciones para que puedan estudiar o viajar. No tienen la identidad garantizada y esto los expone. 

El Estado también vulnera el territorio, el mismo Estado venezolano es quien ha incurrido en la vulnerabilidad de los derechos de los pueblos indígenas porque sacan oro desde nuestro territorio.

En la Cota 905 no todas las familias indígenas reciben agua por tuberías.| Foto: Yohana Marra

Daniela, una de las hijas de Carmen, se ha esforzado por censar a los miembros de la etnia wayúu que viven en la Cota 905 y por conseguirles ayudas del Estado a través de su trabajo con una institución gubernamental. 

Sus hermanos trabajan como ayudantes de construcción y algunas de sus esposas prestan servicio doméstico en casas de familia. La hermana mayor, Carmen María, cose mantas wayúu, hace bolsos tejidos y cocuizas junto con su madre y su tía Nilsa. 

Daniela quiere mejorar las condiciones de vida del pueblo indígena que vive en la Cota 905, a estas alturas solo algunos reciben agua por tuberías. 

Isai Josué falleció el 4 de noviembre de 2023, durante la redacción de este reportaje. | Foto: Yohana Marra

Pero no todos los beneficios llegan tan rápido como ellas esperan, uno de los sobrinos de Daniela nació con labio leporino y a sus dos años de edad no ha sido operado. 

Él casi siempre tiene infecciones y hay que llevarlo al hospital, siento que mi mamá y mi hermano ya quieren tirar la toalla. Aunque él come, hay que darle una leche que cuesta como $30 para su nutrición y no tenemos para comprarla, cuenta.

Isai Josué falleció el 4 de noviembre de 2023, durante la redacción de este reportaje.

Estuvo hospitalizado por desnutrición. El peso promedio de un niño de dos años es de 12 kilos y él pesaba 5,600 kilogramos, es decir, el promedio de un bebé de tres meses de nacido. En casi un mes hospitalizado, los médicos lograron aumentar su peso a ocho kilos. No podía comer, no sabía cómo comer, comía de poquito en poquito, estaba muy flaquito, comenta Daniela, entre lágrimas. 

En la comunidad no todas las viviendas tienen acceso al agua potable.| Foto: Yohana Marra

Sin embargo, a los pocos días de recibir el alta médica, la salud del niño recayó por una infección respiratoria. Daniela cuenta que su sobrino estuvo en el área de pacientes con COVID-19 conectado a respiración mecánica. Sus signos se debilitaron rápidamente y del hospital Vargas lo trasladaron al hospital Pérez Carreño, donde murió.

A las 8:00 p. m. del viernes tuvo un paro respiratorio y lo revivieron. Al día siguiente me llama mi hermana y me dice: ‘ya se fue, ya el bebé no está’. Yo no entendía, porque en el hospital nos pedían su ropita y sus cositas, pensé que estaba bien, recuerda Daniela.

Desde la casa de Carmen se observa el Cementerio General del Sur.| Foto: Yohana Marra

Al igual que en La Guajira, las comunidades indígenas migrantes dentro de Venezuela no reciben adecuada atención médica. Fernández asegura que la educación y la salud son algunas deudas del Estado venezolano con los pueblos. 

Los espacios en las ciudades a donde migran los indígenas son muy cambiantes, que van en contra de sus procesos, por eso el Estado debe evaluar estos espacios y adecuar las condiciones para ellos. 

En las ciudades todo es corriendo, uno aprende esas prácticas y vemos que es ahí donde las comunidades indígenas dejan de hacer sus propias prácticas, añade Fernández.

Carmen sacó unas hojas de lechuga para el almuerzo con sus hijos.| Foto: Yohana Marra

Vivir fuera del país hace el camino más espinoso para los indígenas, porque deben adaptarse a los procesos de los países de acogida y, de acuerdo con la activista, las comunidades forman parte de la minoría y no reciben atención inmediata. 

Fernández exige al Estado que tome en cuenta las vulnerabilidades de los pueblos indígenas, sobre todo de las niñas y mujeres, porque también hace falta fortalecer la educación.

El mismo Estado está incurriendo en la explotación, en marginar a las comunidades indígenas, no hay una participación activa de las comunidades a pesar de que hay un Ministerio de los Pueblos Indígenas, ahí no hay voz ni voto de todos los pueblos indígenas que hay en Venezuela. El Estado debe enfocarse para poder mantener que los pueblos indígenas puedan fortalecer sus identidades al momento de migrar

Fernández exige al Estado venezolano que fortalezca y recupere las identidades de los indígenas migrantes.| Foto: Yohana Marra

Pidió despolitizar las necesidades básicas de las comunidades, para que se fortalezca el trabajo y se recuperen las identidades indígenas de los migrantes.

El Estado debe hacer un llamado al Ministerio de los Pueblos Indígenas que solamente está haciendo fortalecimiento de identidades basadas en política y vistiéndose de rojo, nosotros tenemos nuestras políticas propias como pueblos indígenas. 

Este reportaje forma parte del programa Género en foco, una iniciativa de la Red de Periodistas Venezolanas, con apoyo de la Embajada del Reino Unido.

 


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