#MegaApagón deja a hospitales de Catia a oscuras, sin ascensores ni aire acondicionado

megaapagón

El Periférico de Catia amaneció en penumbras; en el hospital de Los Magallanes había luz en la sala de Emergencia, pero no en otras áreas; no había aire acondicionado ni ascensores funcionando. La Clínica Nueva Caracas no abrió sus puertas. Esta nota no pudo publicarse este 8 de marzo por los problemas de electricidad que se están presentando en el país desde la tarde del jueves 7 de marzo.

Caracas. Después de casi 15 horas sin luz, en la emergencia del hospital Periférico de Catia, a las 7:45 a.m., reinaba el silencio este viernes 8 de marzo. Había pocas personas en las inmediaciones. Un grupo de hombres estaba apostado en la entrada. Ninguno usaba uniforme ni nada que los identificara como trabajador del centro de salud. Algunos llevaban gorras y chaquetas. Otros simplemente vestían franelas, bluyín y zapatos de goma.

A través de la reja se percibía la oscuridad imperante en uno de los centros de salud pública más importantes del oeste de Caracas.

—Disculpen, buenos días. ¿Cómo hago para saber de una vecina que fue trasladada para acá ayer [viernes] en la tarde con un dolor y parece que la iban a operar? –pregunté.

—¿No anda con un familiar? –me respondió uno de los hombres.

—Sí, pero por el apagón, no he podido hablar nuevamente con su acompañante. Mi celular se quedó sin señal.

El hombre miró hacia el pasillo en penumbras. Volteó nuevamente y me dijo: “Pasa, chamo, y pregunta a algunos de los doctores aquí en emergencia, y si no, te vas a Cirugía en piso 1”.

Ya adentro, la única luz que se apreciaba era la del día, empeñada en entrar por ventanas y tragaluces. En los pasillos había grupos de personas conversando. No se podía distinguir si eran doctores, enfermeros, pacientes o familiares de pacientes.

—Menos mal que no había nadie en terapia –comentó una mujer.

—¿No había nadie? ¡Qué suerte! –le respondió otra.

La sala de espera del hospital estaba prácticamente vacía. El área de pediatría era una boca de lobo, al igual que el pasillo que conduce hacia las escaleras que dan al piso 1. Sabía que caminaban personas por los pasillos y escaleras porque se oían pasos y voces.

—Supuestamente, según el comentario de ayer, era que el apagón duraba cuatro horas, y mira. Esto es demasiado, comentó otra mujer en uno de los pasillos.

Además de la oscuridad, había un fuerte olor a gas. “¿Gas? No, vale. Es como a quemado”, me dijo una enfermera.

En los cuartos de la planta baja, en el área de Emergencia, no había aire acondicionado y los pacientes estaban desarropados.

Decidí salir del hospital cuando distinguí en el primer piso, en medio de sombras, a uno de los sujetos que, minutos antes, vigilaba la puerta del hospital.

En las calles de Catia también había mucho silencio, poco común en la zona. En las esquinas de la calle Colombia, los ciudadanos esperaban alguna unidad de transporte público que los trasladara hasta sus destinos. Las estaciones de Metro Pérez Bonalde, Plaza Sucre y Gato Negro estaban totalmente cerradas.

Algunos negocios abrieron sus puertas: mueblerías, fruterías, carnicerías y panaderías. En la entrada de Los Magallanes de Catia, gracias a una planta eléctrica, una panadería mostraba una dinámica completamente distinta: luces encendidas, cola para pagar, gente comprando. Los buhoneros instalaron sus puestos, pero solo aceptaban efectivo. “Hoy va a ser un día malo”, pronosticó un vendedor de chupetas.

Hospital de Los Magallanes de Catia

En el hospital Doctor José Gregorio Hernández, de Los Magallanes de Catia, había mayor restricción para el acceso. Igual que en el Periférico de Catia, un grupo de hombres custodiaba la puerta de emergencia.

Algunos lucían chalecos negros con el nombre del hospital y la palabra “Seguridad”. Otros permanecían parados sin ningún tipo de identificación, con gorras, chaquetas y bolso pequeño cruzado en el tronco. Observaban a todo el que entraba y salía.

—Disculpa, voy a piso ocho a llevar este desayuno –dijo una mujer.

—Yo voy a dejar pasar a un solo familiar y será a las 11:30, para que suban almuerzo –contestó retrecheramente uno de los hombres de chaleco negro, cuando apenas el reloj marcaba las 8:40 a. m.

No dejaban ingresar a nadie, así llevasen comida, medicinas o ropa para pacientes. Aseguraban que las citas habían sido suspendidas por el apagón hasta nuevo aviso, y que no se estaba permitiendo la presencia de acompañantes en los pisos.

A unos metros, una mujer embarazada se queja: “La cita anterior la suspendieron porque había una reunión arrecha con todos los médicos del mundo aquí; ahora hoy la suspenden porque no hay luz. En esta mierda nada sirve”.

Una señora, tirada en el suelo y con tres morrales al lado, pelea dirigiéndose a una de las mujeres de seguridad que, a ratos, sale llamando a familiares de las mujeres que acaban de dar a luz.

“Esta es una grosera, por qué me va a hablar así. Yo estoy con mi hija aquí desde ayer en la mañana sin comer nada, sin saber nada, y me va a venir a hablar feo”. La hija de la señora acudió al hospital el martes, no la vieron. Fue también el miércoles, tampoco la vieron. Llegó el jueves en la mañana, como estaba sangrando la ingresaron, pero sin acompañante. Le tenían que hacer cesárea. El viernes 8 de marzo, casi a las 9:00 a. m. su mamá, que amaneció en la puerta del hospital en medio de la oscuridad, no sabía nada de su hija.

Después de mucho insistir, me dejan entrar a la Sala de Emergencia para ver si consigo a mi vecina. La primera sala está totalmente a oscuras y sola. En la siguiente, donde están los pacientes, hay luz, pero no funciona el aire acondicionado. Una enfermera me atiende amablemente, revisa la lista, no encuentra el nombre de mi vecina, y me envía a Cirugía. “Estamos haciendo lo que podemos”, me dice.

El recorrido me sirve para constatar que en algunos espacios del hospital hay luz, otros están totalmente a oscuras, no hay aire acondicionado, hay muchas zonas iluminadas gracias a la luz natural y los ascensores están fuera de servicio.

Del piso 2 sale una enfermera con dos bebés recién nacidos en brazos. Detrás vienen tres mujeres que acaban de dar a luz, tienen que subir lentamente por las escaleras, pues no hay otra opción.

Clínica Nueva Caracas

En la Clínica Nueva Caracas, es uno de los centros de atención médica privada más concurridos de Catia, no se recibió a ningún paciente durante la mañana de este viernes 8 de marzo.

Las puertas de la emergencia de esta clínica amanecieron cerradas. También las de la entrada principal. Aproximadamente a las 10:00 a. m. uno de los vigilantes me comenta: “No estamos pasando consultas ni recibiendo emergencias; no hay cómo trabajar”.


Participa en la conversación