Estudiantes y profesores de la Universidad de Los Andes (ULA) abandonan las aulas por falta de recursos. Para muchos, la migración se presenta como única salida ante la precariedad, que ha llevado a los universitarios a dejar de estudiar para trabajar y subsistir.
Mérida. En la Universidad de Los Andes (ULA) el silencio se ha vuelto ensordecedor. Las aulas, antes llenas de miles de estudiantes que buscaban formarse en sus ocho facultades y cinco escuelas, actualmente lucen semivacías.
La crisis económica que azota al país y lo que las autoridades definen como asfixia presupuestaria han convertido la educación superior en un lujo que pocos pueden permitirse en esa casa de estudios.
El impacto de la crisis nacional obliga a estudiantes y profesores universitarios a rebuscarse con empleos extras para costear los gastos esenciales. Sin embargo, este exigente ritmo de vida resulta insostenible para la mayoría que termina por migrar, en las situaciones más extremas, o por desertar.
Ese el caso de Clariana Nicolson, estudiante de Comunicación Social de 19 años, que retiró cuatro materias del segundo año de la carrera. Nicolson contó a Crónica.Uno que apenas dos semestres después de iniciar la carrera se dio cuenta que no podía costear los traslados hasta la universidad. Esta situación la obligó a trabajar para colaborar con la comida en su casa.
El rector Mario Bonucci aseguró que el peor momento de la deserción estudiantil y renuncia de personal fue en año 2016, cuando el éxodo alcanzó el 25 % de la comunidad universitaria. En 2021 se comenzó a recuperar la matrícula en general.
Sin salida
Como Clariana, entre los años 2012 y 2021, alrededor de 29.326 estudiantes dejaron la ULA sin terminar sus estudios. Las cifras se publicaron en el informe sobre la deserción estudiantil y renuncia de personal, en 2022, que elaboró la Dirección General de Planificación y Desarrollo de la ULA.
No creo que sea la única que esté pasando por esta situación. El año pasado en primer año todo iba bien hasta que el pasaje comenzó a aumentar y a diario gastaba casi tres dólares. Fue imposible costearlo y tuve que buscar un trabajo de medio tiempo”, dijo.
La estudiante detalló que tenía clases de lunes a jueves a partir de las 7:00 a. m. Se levantaba a las 5:00 a. m., preparaba su desayuno y almuerzo e iba a clases. A las 11:40 a. m. salía para llegar más rápido a su trabajo en el centro de la ciudad, para lo que debía atravesar un barrio peligroso.
“Yo salía muy cansada, la verdad. Ya no estaba rindiendo en la universidad llegaba a las 11:00 p. m. a mi casa, sin ningún ánimo para hacer tareas. Todas las materias de ese año las pasé con la mínima nota por el agotamiento”, expuso.
A pesar del esfuerzo de Clariana, cuya rutina diaria se había convertido en una carrera contra el reloj, los 180 dólares mensuales que ganaba, no le alcanzaban. El ahorro era impensable, admite, tras confesar las veces que hizo cálculos para intentar reunir y comprar un vehículo. Esa era una apuesta imposible porque, antes de cualquier gasto, debía priorizar la manutención de su familia.
“Yo al menos vivo en una casa y no tengo que pagar alquiler. Conocí personas con las que trabajé que vienen de otros estados a estudiar, pero no siguen sus carreras porque no las pueden costear. Llegan aquí con la ilusión de estudiar y se quedan trabajando para pagar el arriendo y la comida”, sostuvo.
Luego, intentó ahorrar para al menos seguir de lleno con la carrera. Se mudó temporalmente a Cumaná a trabajar unos meses, pero lo que logró recolectar no le alcanzó. Ahora solo cursa tres materias para rendir en el trabajo y en las evaluaciones universitarias.
Migración del personal docente
El éxodo de docentes agrava aún más la crisis. Frank Arellano, quien impartió clases de Historia de los Estados Unidos en la ULA entre 2014 y 2018, se vio obligado a emigrar a Chile, porque su bajo salario no le permitía subsistir.
“En el 2018, cuando me fui de Venezuela, el país pasaba por el proceso de hiperinflación. El aumento de precios era constante, vertiginoso, y el salario de los profesores universitarios quedó pulverizado. Recuerdo que mi salario mensual equivalía, si no me equivoco, algo así como 15 dólares al mes. No me daba ni para cubrir la canasta básica”, expresó Arellano.
Contó que los retrasos de los pagos y el aumento de los precios lo llevaron a emigrar. Con sus conocimientos de inglés pudo ser profesor en Chile en un instituto. Cuando empezó la pandemia, la modalidad cambió y todo pasó a ser virtual.
“En la actualidad mi título universitario de licenciado en Educación mención Historia y mis estudios de cuarto nivel en lingüística me permitieron encontrar un trabajo de redacción de artículos de historia y ciencia, y con este trabajo aquí puedo cubrir todas mis necesidades”.
Añadió que la situación actual de la educación en Venezuela es difícil, con falta de personal docente adecuado, bajos salarios y condiciones precarias en las escuelas públicas y universidades. Muchos profesores han renunciado y se han ido del país, lo que afecta la calidad educativa en general.
El informe publicado por la ULA destaca que 1825 profesores y 1494 trabajadores administrativos, obreros y técnicos renunciaron a la institución entre el año 2012 y 2021.
El salario actual de los profesores se mantiene en 130 bolívares al mes, lo que equivale en divisas a 3,5 dólares al mes, un 88 % menos de lo que equivalía en el año 2022 cuando lo aumentaron por última vez.
Se necesitan al menos 166 salarios mínimos para pagar la canasta básica de alimentos, informó el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación de Maestros (Cendas-FVM).
Las historias de Frank y Clariana son una muestra del impacto de la emergencia humanitaria del país. La deserción y migración ulandina se centra en la falta de oportunidades y crecimiento económico.
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