Katherine Martínez
Olga Benzo
Carmen Castillo
Mary Ruíz de Silva
Bony Pertiñez
Por Mabel Sarmiento @mabelsarmiento
Caracas
C omadre, amiga, hermana, doctora. Esas son las palabras con las que Katherine Martínez, abogada y directora de la ONG Prepara Familia, inicia cualquier conversación. Siempre sencilla, humilde y dispuesta a colaborar.
De pie ante las puertas del J. M. de Los Ríos, hospital que se convirtió en su segunda casa, está pendiente de cuanto pasa a su alrededor. Desde hace 10 años inició un trabajo de asesoría para ayudar a las madres que estaban recluidas con sus bebés en este centro asistencial a fin de que pudieran canalizar los aspectos positivos de su realidad para enfrentar situaciones adversas.
Una vez en los pasillos y de visita en las habitaciones, vio que las necesidades se desbordaron y quienes fueron con ella a esos primeros encuentros decidieron ponerle un camión de fuerzas y trabajar en pro de los derechos de las mujeres para una vida libre de violencia, al tiempo que las apoyaban con las medicinas y alimentos.
Eso funcionó hasta que la crisis sobrevino y de la ayuda espiritual, los derechos pasaron a ocupar el mismo plano. Le dio nombre a la organización: Prepara Familia.
Durante los primeros ocho años, lograron atender a 1500 madres e igual número de infantes.
Avanzaba la crisis asistencial y Martínez se fue involucrando más.
Todos los viernes, con apoyo de varios liceos de la zona, organiza actividades recreativas para los niños del hospital. También al final de cada mes celebra los cumpleaños de la gente que hace vida en los servicios; busca donativos de medicamentos y alimentos para los más necesitados, y algo muy caritativo: como las madres no se pueden separar de las camas de sus hijos, consigue patrocinadores para que les den cursos de emprendimiento.
“Así cuando ellas salen del hospital se van con una herramienta. Una vez en sus estados, pues muchas son del interior, pueden dedicarse a una labor que las ayude con el sustento diario, sin necesidad de salir de sus hogares”, expresó Martínez a Crónica.Uno.
Su trabajo trascendió fronteras. Como defensora de los Derechos Humanos condujo una lucha para proteger a los niños del servicio de Nefrología. De hecho, el pasado 21 de marzo se cumplieron 13 meses del otorgamiento de las medidas cautelares por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a los niños, niñas y adolescentes de este servicio. Las medidas no han sido cumplidas, pero Katherine todos los días se encarga de trabajar para que no pasen por debajo de la mesa.
Tiene conocimiento detallado de cuanto ocurre en el centro asistencial: sabe que hay fallas en el suministro de medicamentos, en los protocolos de inmunosupresores, en las quimioterapias, en los insumos médico quirúrgicos, que no hay reactivos para realizar serología en la sangre, plaquetas, no hay Rayos X, tomografía ni resonancias.
Todo eso lo ha denunciado insistentemente en todos los espacios internacionales donde se defienden los DD. HH. Y eso le valió para ser la ganadora de la 10ma edición del Premio de Derechos Humanos que otorga la embajada de Canadá en Venezuela y el Centro para la Paz. El galardón hace honor a su incansable lucha en la defensa de los derechos humanos de los niños del J. M. de Los Ríos.
Hoy ocupa este espacio, que comparte con otras mujeres —muchas de ellas anónimas—, mujeres que han superado las crisis y ponen ante el mundo su mejor sonrisa y disposición.
Katherine es amiga, hermana y doctora. Su esposo y sus hijos siempre están con ella, sus escoltas, como ellos mismos los llaman. Y hoy alzan con orgullo este galardón, que la comunidad de defensores, los medios de comunicación, los doctores, las madres y los niños celebran con humildad.
Por Mabel Sarmiento @mabelsarmiento
Caracas
Sentada en una esquina de su comedor. Recién acababa de cenar. Todavía en su frente estaba marcada la cruz de cenizas que le impusieron en la misa de las 6:00 p. m., ofrecida en la iglesia Santo Domingo Savio de la parroquia Coche. Estaba descansada, su rostro fresco y preparada para la entrevista.
—No es que sea la mujer que deja un legado —dijo con humildad.
Pero, por las calles de Coche se hablaba de la profesora Benzo. Algo de eso hay.
Ríe de nuevo con humildad, y se prepara en su silla para decir: “Siempre me gustó aprender para enseñar”.
Esa es Olga Henríquez de Benzo, una mujer de 103 años de edad, con una memoria fresca, con sabiduría y con un amor al descubierto por la música.
Nació el 28 de noviembre de 1915. Vivió la dictadura de Juan Vicente Gómez, pero no fue algo de lo que habló en su niñez. “En esos tiempos la política no era tema de conversación de los niños, como ocurre ahora”.
Su voz clara y precisa y su discurso fluido dibujaban sus recuerdos, todos llenos de historias positivas y reconfortantes.
Solo cuando se refirió al país, su tono varió, se puso más reflexiva. “Nunca antes en mi vida había visto una situación como esta. No vi tanta hambre. Que faltaran la comida y las medicinas, que la gente no tuviera transporte para llegar a su trabajo, eso nunca lo vi“.
¿Y qué vio? Vio que los jóvenes podían salir a pasear, a comer, a recrearse. “Ahora no, hay mucha inseguridad. Es muy triste esto y Venezuela que era tan bonita. No quiero imaginarme cómo está el interior del país. En estos tiempos sí pueden estar comiendo perrarina“.
Un siglo de enseñanza
Olga fue autodidacta. De pequeña le decía a su papá, cada vez que salía al trabajo, que le comprara un libro de inglés. Quería aprender el idioma y tanto insistió que un día le llevaron uno.
“Llegó con un libro de Alfredo Elías, un texto que era para aprender sin maestros. Fue útil, me hacía repetir, ensayar, escribir, pronunciar. Lo único era que no tenía a quien escuchar. Pero eso me ayudó mucho. Cuando agarré un curso en el Instituto Británico Venezolano, ya estaba muy avanzada. Hacía todos los trabajos bien“.
Además del inglés, su otro interés era la música. Su insistencia llevó a su papá a comprar un piano para que ella y su hermana emprendieran el camino del arte.
Eso la apasionó. A su hermana no tanto. “Mi papá pagó una profesora y yo le dije que no lo hiciera más y me metí en la academia. Duré unos siete meses y no sé por qué me salí“.
Pero ya el camino estaba hecho. Las primeras notas las sabía, su talento estaba a flor de piel y empezó a tocar en su casa al estilo clásico. Luego empezó a dar clases y entró como docente en el área cultural del colegio Rafael Rangel.
Benzo era amiga de los dueños y, debido a sus cualidades artísticas, inició el proyecto de música en la institución para los niños de primaria.
De la música pasó a dictar clases de inglés y la voz corrió por la zona: muchas madres la buscaban para que preparara a sus hijos.
Así, hasta hace poco, estuvo ligada a la enseñanza. Pasados sus 90 años tuvo a su último alumno. Ya sin la vista afinada, pues tiene dañadas las retinas, agarró a un muchacho y lo ayudó para que no llevara la materia Inglés de arrastre.
“Le decía a su mamá que no podía, pero insistió tanto, pues de otra su hijo no pasaba la materia. Al final lo ayudé y pasó de año. Pero, imagínate, tenía más de 90 años“.
Aprendió a bordar y a coser gracias a su hermana. Ella era de un grupo de seis hermanos, cada uno con su talento. Su hermano mayor era odontólogo y pionero en el país de la endodoncia: “Rafael fue un técnico en refrigeración que también recorrió Venezuela aplicando su técnica”.
Su infancia la pasó en lo que ella llamó “la Caracas vieja”, cerca de la esquina La Pelota, luego la familia se mudó de Peláez a Alcabala, ahí estuvo 13 años hasta que se trasladaron a San Agustín y luego a Coche, donde su legado reposa en varias generaciones. Músicos consagrados llevan en su formación los pasos de Benzo y ella se los ha topado en el camino. “Con orgullo, Edna Plaza, una muchacha muy talentosa, me mostró su título, se formó en música y ahora es una tremenda profesora”.
Su memoria no le falló. Durante la hora de entrevista habló de nombres, fechas y hechos concretos. Tiene tres hijos —una cuarta ya falleció—, tres nietos y dos bisnietos.
Con uno de sus hijos se comunica casi todos los días vía Internet, pues está en Canadá.
Con su hija, Silvia, vive a diario. Ya a las 6:00 a. m. está despierta y antes de las 9:00 p. m. se encuentra en su cama preparada para dormir.
—Estoy despierta por ti, porque después de cenar yo me acuesto.
A pesar de la hora no se veía cansada. Interesada en la conversación y repetía lo mucho que le gustaba leer. Esa pasión dijo que la heredó de su mamá, nacida en Curazao.
Olga de Benzo hoy ocupa este espacio, en el Día Internacional de la Mujer. Ella, sinónimo de perseverancia y educación, debe servir de inspiración a las generaciones presentes: Aprender para enseñar.
Por Erick S. Mayora @esmayora
Caracas
C armen Castillo, junto con otras madres que tienen hospitalizados a sus hijos en el J. M. de Los Ríos, protestó el pasado 13 de febrero a las puertas del centro asistencial.
Ante los medios de comunicación, exigía a las autoridades del hospital atención oportuna y de calidad para los niños que se encuentran en este importante centro de salud.
Ese mismo día, en horas de la tarde, su hijo, Santiago Tocuyo, de casi cuatro años de edad, ingresó a quirófano después de tres meses de espera. “Todo salió bien. Le hicieron una pieloplastia para tratar la estrechez en el uréter, conducto que va del riñón a la vejiga”, explica la joven madre, al tiempo que informa de su regreso a casa.
Ese 13 de febrero Carmen y Santiago, que viven en la ciudad de Maturín, estado Monagas, acababan de cumplir tres meses en Caracas.
“Al J. M. ingresamos el 12 de noviembre con la promesa de que en 15 días obtendría un cupo quirúrgico en quirófano, pero esa espera de 15 días se convirtió en una espera de meses”.
En este período, a Santiago le dio amigdalitis, luego contrajo una infección urinaria, Carmen perdió su trabajo como auxiliar de Enfermería. “La experiencia en el J. M. de Los Ríos fue totalmente impactante, agotadora, muy dura, no solo para mí sino para todas las madres que tienen que pasar por eso”.
Carmen tiene 26 años, en diciembre cumple los 27. Tuvo a Santiago a los 23. Y desde entonces ha vivido una lucha permanente por la salud de su hijo.
“Me costó tenerlo, me costó concebirlo. Luego que lo logro, empieza una serie de dificultades porque él nace con un problema muy inusual: Neumotórax Lateral Derecho”. Esta patología pulmonar afecta generalmente a varones entre 20 y 40 años.
El cuadro clínico de Santiago ha hecho que Carmen se convierta en una madre ausente para su hija menor. “El poco tiempo que puedo pasar en casa se lo dedico full a mis hijos, sin embargo, Isabela Valentina, que en diciembre cumple tres añitos, dice que tiene dos mamis, pues una tía se ha dedicado a cuidarla las 24 horas del día. Santiago necesita cuidados especiales y carezco de tiempo para cuidar de ambos. Me ha tocado pasar por ese proceso tan duro que es tener que despegarme de mi bebé”.
Con apenas tres años, Santiago ha estado en quirófano ocho veces. Y Carmen, con el apoyo de su pareja y de algunos familiares, ha asumido con fe todo ese proceso porque, para ella, sus hijos “son una bendición de Dios”.
Santiago estuvo en terapia intensiva con un coma inducido durante 38 días. “Al tercer día de la terapia, me comentó la neonatóloga que su otro pulmón no iba a soportar la presión de oxígeno que iba a recibir y que iba a colapsar. Y así fue. Entonces pasó a tener un Neumotórax Bilateral”, detalla.
Cuando Carmen habla de la historia médica de Santiago, en muchos momentos lo hace en primera persona del plural, pues la historia del pequeño es también la suya. “Pasamos un largo proceso de casi tres meses en un hospital, en terapia especializada con un neumonólogo. Cuando lo dieron de alta, por orden médica, comenzamos un proceso con una cantidad de especialistas: neurólogo, otorrinolaringólogo, oftalmólogo, nefrólogo, gastroenterólogo, neumonólogo”.
Aunque ya los médicos tenían un diagnóstico, siguieron investigando para dar con la razón última del quebranto de salud del niño. “En el proceso le detectaron deficiencia renal, por lo que comenzó el control con una nefróloga. Luego, la neuróloga le detecta Síndrome de Asperger. También se dieron cuenta de que siempre tenía la tensión descontrolada; lo diagnostican entonces como paciente hipertenso infantil”.
Finalmente, dieron con la patología que realmente lo ha aquejado en su corta vida: Santiago padece de Hidronefrosis grado 4, una inflamación renal que ocurre cuando la orina no puede drenar del riñón y, como consecuencia, se acumula en él.
Tomar vías intravenosas, suministrar tratamientos y cuidar pacientes. Nada ha sido una novedad para Carmen, quien estudió Enfermería y siente vocación por la Medicina. Con una mamá enfermera, Santiago resultó afortunado.
Cuando la adversidad fortalece
Dejar su tierra en el oriente venezolano, perder el empleo, estar prácticamente sola en una ciudad como Caracas, afrontar la situación de salud de su hijo, permanecer lejos de su pareja y de su hija y, además, pelear en el Hospital de Niños por falta de insumos, servicios inactivos, problemas de contaminación y mala alimentación, han sido algunos de los retos que ha tenido que enfrentar esta mujer. No obstante, agradece la labor de muchos trabajadores del hospital quienes, asegura, “trabajan con las uñas”
Carmen se planta ante la vida con actitud positiva. “No soy de las que decaen y se deprimen. Todo lo contrario. Me siento fortalecida. Esto ha sido una escuela. Y siento que cada prueba es un nivel que debemos superar y prepararnos para el próximo”.
“Si nuevamente me tocase pasar por algo como lo que estoy pasando, por uno de mis hijos lo volvería a hacer sin ninguna duda. No hay empleo que te pueda pagar los bellos momentos que pasas a su lado. Es invaluable el amor y la gratificación que recibes al ver una sonrisa en sus caras”, asegura.
Santiago es muy inteligente y siempre da las gracias por todo, resalta Carmen. “A pesar de que su vida ha transcurrido en un hospital, es un niño muy agradecido, y eso a mí me da fuerzas. Las cosas no tan buenas que hemos vivido en este proceso lo que han hecho es fortalecerme”.
Por Diana Maitta @otraaadiana
Caracas
M ary Ruíz de Silva, mujer de 60 años, que en mayo cumplirá 27 años de experiencia como ascensorista del Centro Empresarial, ubicado en La Hoyada, está llena entusiasmo. Suele conversar sobre sus tres hijas, quienes ya han formado familias por su parte, y mantienen una relación cercana con ella.
Este mismo vínculo afectivo se lo concede a sus cuatro nietos, a los que visita cada semana para darles todo su cariño.
Ruíz, mientras opera las teclas, se lleva todos los días un crucigrama que la ayuda a distraer la mente un poco durante las cinco horas laborales que le corresponden. Mencionó que su sueldo —el cual era inferior al mínimo de Bs. 18.000 decretado por ley— fue suficiente para vivir hasta cinco años atrás, cuando la economía venezolana se vio envuelta en los desajustes de la hiperinflación.
Su vida dio un giro radical. Ahora, el salario y la pensión no son suficientes “ni para comer”.
“Hay que ser bien mujer y echarle pichón hoy en día con todas las limitaciones del país. Es duro para todas aquellas que trabajan a diario, sobre todo para enfrentar los gastos del hogar”, expresó Ruíz mientras marcaba el piso 12 en el ascensor.
Comentó, además, que siempre debe haber alguien que controle todas las entradas y salidas en una comunidad, organización o empresa, porque se trata de proteger a las visitas y ofrecer una supervisión de calidad. Con mucho esfuerzo, este trabajo ha sido suficiente para cubrir todos los gastos personales, para pagar los estudios de cada una de sus hijas y comprar su propia casa en Catia, urbanización Urdaneta.
Quien decide movilizarse hacia alguna de las oficinas del edificio recibe una guía como si fuera una mano amiga. Mary cuida muy bien de su apariencia, pues a primera vista se le nota pintura en los labios y sombra de cualquier color en los párpados. Dijo que le gusta arreglarse para tener mejor presencia ante el público.
El rol de ascensorista consiste en reforzar la bienvenida, un gesto que haga proyectar la cordialidad de la empresa. De Silva llega todos los días a las 9:00 a. m. al Centro Empresarial, sube hasta Mezzanina, toma una silla que guarda en un closet y empieza su labor. En el transcurso de las horas, muchas personas suelen abordar los ascensores para dirigirse a las distintas oficinas del edificio: el centro odontológico, los laboratorios, oficinas de trabajo, entre otros. En ese momento es cuando más tiene que estar atenta, con un sentido servicial, de discreción y protección al usuario.
El elevador ha ido menguando debido a la transformación técnica. Muchas empresas mantienen la idea de que ya no hace falta alguien que “lo maneje”, pero las pocas ascensoristas que quedan cuidan su puesto de trabajo como si se tratara de un hijo. No se debe a la necesidad de un sueldo, sino a la costumbre de años de esfuerzo para dar una buena imagen al público.
“En mi opinión, aún somos útiles debido a que esta no es una operación sencilla; requiere cierta destreza y experiencia para esto, pues, de lo contrario, podrían suceder sacudidas desagradables”, sostuvo Ruíz.
Finalmente, enfatizó en que no dejará de trabajar mientras tenga salud. La idea de estar en su casa sin hacer nada le desagrada. Piensa seguir ofreciéndole su mejor atención a todas aquellas personas que busquen orientación cuando lleguen al Centro Empresarial, siempre con buena actitud y amabilidad.
Por Erick S. Mayora @esmayora
Caracas
B ony Pertiñez de Simonovis es abogada especialista en ciencias penales y criminológicas, defensora de presos políticos venezolanos y activista por los Derechos Humanos, fue defensora pública y también trabajadora de Petróleos de Venezuela S. A. (Pdvsa).
Es madre de Iván Andrés Simonovis, de 27 años, y de Ivana Simonovis, de 22; y además, es esposa de Iván Simonovis, ex jefe de seguridad ciudadana de la Alcaldía Mayor de Caracas, preso en 2004 por los sucesos del 11 de abril de 2002, y condenado en 2009 a 30 años de prisión.
Es prácticamente imposible hablar de Bony sin hacer referencia al caso de su esposo, pues durante los últimos 15 años ha perseguido arduamente un objetivo: la libertad de Simonovis y de los presos políticos en Venezuela.
“Yo me aboqué total y absolutamente a la defensa de su caso. No era solo encargarme de acudir a los tribunales, era también ir a los medios de comunicación para convencer a la opinión pública de que Iván era un preso de Hugo Chávez”.
Pero el afán de esta mujer en pro de la justicia no nace con el caso de su esposo Simonovis. “Yo fui defensora pública de presos. Siempre fui muy susceptible con el tema de las injusticias, por eso estudié Derecho, y por eso escogí mi especialización en Ciencias Penales. Trabajé en las cárceles desde que estaba en la Universidad. Nunca pensé que me iba a tocar defender a mi esposo. Nunca pensé que yo iba a exigir resarcimiento para todas las familias de los presos, de los perseguidos, de los exiliados políticos venezolanos”.
Bony formó parte de Pdvsa, empresa del Estado venezolano de la que fue despedida antes de los sucesos de abril de 2002. A partir de entonces, emprendió un negocio junto con su esposo. “Nos iba muy bien, pero un día él fue a unas cuestiones de trabajo. De repente me llama y me dice: ‘estoy detenido’. Ahí como que mi vida se paralizó, y desde entonces tuve que asumir otro rol”.
Perdió la cotidianidad que tenía no solo con su esposo, también con sus hijos, pues se dedicó a un juicio que, por más de tres años, se llevó a cabo en Maracay, una ciudad distinta a la suya.
“Tuve que dejar a mis hijos a cargo de mi mamá y de mis hermanas, mientras transcurría el juicio más largo que ha habido en la historia judicial venezolana”.
En estos últimos 15 años, Bony sostiene que han sido muchas las situaciones en las que ha visto amenazada y violentada su vida, la de sus hijos y la de su familia.
Además de las amenazas recibidas cada 11 de abril, rememora la bomba molotov que una vez explotó en la puerta principal de su casa; el volcamiento de la camioneta en la que viajaba un día de Maracay a Caracas, lo que considera fue un atentado; amenazas por teléfono y por redes sociales; piedras contra la habitación de su hija Ivana; frases intimidatorias de funcionarios de la extinta Disip hacia Ivana; uso de adjetivos degradantes en contra de la familia por parte del entonces presidente Hugo Chávez.
Aunque Bony asegura que durante todo este proceso sus hijos se vieron obligados a vivir momentos traumáticos, sostiene que el odio y el rencor no han estado presentes en su crianza.
“Yo no te puedo decir cuáles serán las secuelas emocionales que han generado esos momentos en la vida de mis hijos, pero nosotros recibimos mucho apoyo, mucha solidaridad, mucho amor; nuestra familia nos apoyó muchísimo. En particular todas las mujeres, mi mamá, mis hermanas, nuestras tías. Mis hijos sentían mucho cariño y, cuando sentían miedo, sabían que tenían una familia a quien acudir”.
A juicio de Bony, Iván e Ivana fueron testigos de que nunca la respuesta a la violencia fue la misma violencia. “A veces yo les decía: quédense callados, pero ese silencio no significa que nosotros nos estábamos sometiendo. Era para no caer en confrontaciones con alguien que nunca te iba a dar la razón”.
La resiliencia es una capacidad que ha aflorado en Bony y en los miembros de su familia. “Nosotros hemos sacado fuerzas para dar consuelo a quien se acerca a llorar sobre nuestros hombros, porque hay muchas familias que están viviendo ahora lo que nosotros vivimos hace casi 15 años”.
“Tienes que dar fuerza, tienes que decir que esto va a cambiar, que hay que seguir luchando no solamente por la libertad de nuestros esposos y de nuestros familiares, sino por la libertad de nuestros hijos y de todos los que tienen que dormir injustamente tras las rejas”.
En su vida no hay cabida para el resentimiento, dice, pero sí para continuar la lucha por el rescate del sistema judicial que está sometido al secuestro institucional por parte de Nicolás Maduro.
Bony, aprovechando el contexto del mes de la mujer, destaca que una de las cosas más indignas y bochornosas en el caso de su esposo es que muchas de las instituciones que debieron impartir justicia estaban bajo la batuta de “mujeres que permitieron la violación de derechos jurídicos de personas inocentes, encarceladas por expresar su diferencia con el régimen de Hugo Chávez”.
Se refirió específicamente a la juez Marjorie Calderón —quien condenó a 30 años de prisión al comisario Simonovis—; a la fiscal acusadora y que luego fue nombrada fiscal general de la República, Luisa Ortega Díaz, y Haifa el Aissami, fiscal principal del caso, hermana de Tareck el Aissami, actualmente ministro para Industrias y Producción Nacional de Venezuela y Vicepresidente para el Área Económica.
Hoy pide a todos los venezolanos “que sean solidarios con nuestros presos, perseguidos y exiliados políticos, que respalden incondicionalmente a nuestras familias, particularmente a las madres, hijas y hermanas que se enfrentan a las graves violaciones de los Derechos Humanos de Nicolás Maduro”.
“El peor castigo que pueden hacerle a un preso es olvidarlo. Aquí en Venezuela está prohibido olvidar. Hay casi 900 presos políticos —89 son mujeres— que no merecen ser olvidados. Que siga adelante esa solidaridad que siempre nos ha caracterizado”.