Este miércoles 10 de marzo se celebra el Día del Médico y se conmemora el natalicio del ilustre José María Vargas. Juan y Arturo son un ejemplo de cómo los profesionales de la salud han buscado ayudar, en medio de una crisis humanitaria, con pequeñas acciones en distintas comunidades del país.

Caracas. En diciembre de 2020, un parque de la parroquia El Recreo, en el municipio Libertador de Caracas, se convirtió por un día en un consultorio médico de atención gratuita. Una carpa blanca cubrió varios puntos de un circuito que seguían los pacientes desde la recepción y el triaje. Mesas de plástico tenían carteles que especificaban el tipo de especialidad médica que atendían. Otra área era una especie de farmacia con medicamentos dispuestos para donar.

Juan Moreno, de 39 años de edad, y Arturo Moreno, de 29 años, son muy parecidos cuando tienen el tapabocas puesto. Al quitárselo, casi ni se nota que estos hermanos se llevan 10 años de diferencia. Los dos son delgados, altos, con el cabello oscuro y buen carácter. Además del parentesco, los ha unido la pasión por la medicina y por ayudar en muchas comunidades del país.

De una familia de cuatro hermanos, dos decidieron ser médicos, uno arquitecto y otro falleció de cáncer en  2011. Aunque nacieron en Caracas, vivieron toda su infancia y adolescencia en Carúpano, en el estado Sucre, lugar donde nació su madre. Su padre es de un pueblito cercano llamado El Rincón y estudió Ingeniería Civil.

Cuando Juan terminó el bachillerato en Carúpano, viajó a Caracas para estudiar en la Escuela de Medicina Luis Razetti de la Universidad Central de Venezuela (UCV). En seis años sacó la carrera y volvió a Carúpano para cumplir con el artículo 8 de la Ley del Ejercicio de la Medicina: trabajar en el sector público, o lo que mejor se conoce como hacer rural.

Hizo un internado rotatorio por dos años en el Hospital General Santos Aníbal Dominicci, en Carúpano, y se dio un golpe con la dura realidad al ver la necesidad de personas que iban desde pueblos muy remotos del estado Sucre con enfermedades asociadas al tercer mundo, como infecciones parasitarias, malaria y patologías que deberían ser prevenibles con vacunas. Pero también le impactó la influencia de buenos médicos que hay en el interior del país que, en definitiva, marcaron sus primeros pasos.

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Juan Moreno. Foto: Tairy Gamboa

En ese momento, Arturo estaba en bachillerato, pero ya tenía idea de que también quería ser doctor. Había visto la Escuela de Medicina y la vida universitaria de su hermano. Al cumplir los 18 años de edad pudo entrar a la misma escuela de la UCV. Cuando ya estaba a punto de finalizar la carrera, hizo su ruralito en ambulatorios de Guatire, Guarenas y Araira, del estado Miranda. Luego, el rural formal lo hizo a través de un convenio que tenía Salud Chacao con Salud Sucre en zonas populares de Petare.

El principal motor que les prendió el bombillo de ayudar fue, sin darse cuenta, el año 2015. Venezuela tenía una gran escasez de alimentos y medicinas. Los desequilibrios de la economía se acentuaron, al igual que la imposición de precios regulados en productos básicos de baja producción. En ese año, la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) reveló que el deterioro del sueldo generó que la pobreza por ingresos subiera a 76 %, y a 93 % de las familias más pobres no les rendía el dinero para la alimentación y menos para la salud.

Juan trabajaba en el Centro de Atención Nutricional Infantil Antímano (Cania), que depende de la Fundación Empresas Polar. A modo de reflexión, Juan cayó en cuenta de que, cuando comenzó a trabajar en 2013, recibía un promedio de siete u ocho pacientes con diagnóstico de desnutrición grave en un período de seis meses. En 2016, vio esa misma cantidad de pacientes pediátricos en uno o dos días. En ese momento sentía frustración.

Uno le decía a un paciente que tenía que comer esto o aquello y ellos no lo podían hacer, lamentó Juan.

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Arturo Moreno. Foto: Tairy Gamboa

Arturo vio la crisis desde otra perspectiva. Estaba haciendo su rural y siempre llegaban a las consultas adultos de la tercera edad mareados que decían que no habían comido nada desde el día anterior. Muchas veces estaban deshidratados. Más allá de eso, siente que, además de ser una época dura para los pacientes, también lo era para los médicos. Tenían que trabajar hasta en tres sitios distintos porque no recibían sueldos dignos. A veces hacían las guardias y tampoco tenían qué comer.

Era fuerte escribir un récipe sabiendo que la persona no iba a hacer nada con eso porque ese medicamento no se conseguía, resaltó Arturo.

Jornada gratuita de salud en El Recreo. Foto: Cortesía Arturo Moreno

Más de 70 % de la promoción de médicos de Juan ya no viven en Venezuela. La migración a otros países se volvió más común de lo que se pensaba. Profesionales de la salud prefirieron buscar oportunidades en otros países. La agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) registró que, hasta el 5 de julio de 2020, había 5.202.270 migrantes y refugiados venezolanos.

Entonces se les ocurrió ayudar. Y se preguntaron: ¿cómo?

Unos amigos de Juan y Arturo, que dirigían una iglesia cristiana, los llamaron para apoyar con atención médica gratuita en los Valles del Tuy en 2017. Ellos aceptaron y quedaron impactados por el agradecimiento de las personas al terminar la jornada, que duró dos días. Así que comenzaron a interesarse en ver cómo podían conectar ayudas de donaciones de organizaciones de otros países y de sus propios colegas que habían emigrado y desde fuera querían hacer algo por Venezuela.

Empezaron a ir a más jornadas gratuitas, incluso visitaron otros estados, como Barinas. Hasta que en abril de 2017 invitaron  a Arturo a una jornada para personas de escasos recursos en Medellín, Colombia. Ahí agarró ideas de organización  y gestión.

—Yo quiero hacer algo similar para Venezuela —pensó Arturo en ese momento.

Puesto de atención pediátrica en la jornada de salud en El Recreo. Foto: Cortesía Arturo Moreno

De regreso de ese viaje, Arturo pudo traer medicamentos para donarlos en el país. Hablaron con más organizaciones de Colombia y Estados Unidos que estaban dispuestas a ayudar. De esa manera, gestionaron insumos y medicamentos para que pudieran entrar al país.

Cuando Arturo regresó de Colombia, para finales de abril de 2017, organizaron su primera jornada. Quisieron imitar el mismo modelo colombiano: hacer una especie de circuito en que el paciente pasa desde una recepción, un triaje, una atención médica y puede pasar retirando algún medicamento si lo tienen disponible.

Para esto, se aliaron con una organización llamada Juventud con una Misión, que se dedica a trabajar en la comunidad de El Recreo. Esta primera jornada se hizo en el Colegio Julio Bustamante y pudieron incluir un refrigerio para los pacientes o una donación de alimentos, sumada a la atención médica gratuita.

Con la llegada de la pandemia de la COVID-19, recibieron insumos de protección personal que después llevaron al Hospital Universitario de Caracas. Las jornadas tuvieron que rediseñarlas: tenían que ser en espacios al aire libre para evitar contagios y por eso optaron por un parque en la parroquia El Recreo. Igualmente, incorporaron la atención de una psicóloga para que hiciera consultas.

Aunque la última jornada fue en diciembre de 2020, esperan organizar otras para los próximos meses de 2021. Arturo actualmente trabaja en el sector privado, mientras que Juan es médico pediatra y está haciendo un posgrado en Infectología Infantil en el Hospital de Niños J. M. de los Ríos.

Para Juan, ser médico en Venezuela significa ser devoto del bienestar de un paciente. Es un acto de entrega, sacrificio y amor genuino por la gente. Para Arturo, es reconocer que se está peleando una batalla por otra persona y que deben poner a otro por encima de ellos mismos. De alguna manera, estos hermanos sienten que apoyan para que el país pueda salir adelante con una esperanza que pueden dar en medio de situaciones difíciles.

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Foto: Tairy Gamboa

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