El 15 de agosto la Iglesia católica celebra la Asunción de María al cielo y el Táchira recuerda el milagro de la imagen en la advocación de La Consolación.
San Cristóbal. Luego de la peregrinación y fiesta del Santo Cristo de La Grita, los creyentes vuelven la mirada a María del Táchira, cómo la llama el obispo diocesano monseñor Mario Moronta, Nuestra Señora de la Consolación, a quien cientos de devotos agradecen su intercesión caminando hasta su morada.
La fiesta patronal de la Virgen de la Consolación forma parte de las celebraciones más significativas del mes de agosto en las tierras andinas. Estos días la Basílica Menor de Táriba y todo el municipio reciben gran cantidad de visitantes.
Más allá de los días festivos, el templo es durante todo el año la meta de cientos de feligreses que se acercan para pedir y agradecer los favores alcanzados por la intercesión de la Virgen.
Un ejemplo de ello es Olga Gelvis, quien año tras año acude a la Basílica donde permanece la tablita de madera que alumbró hace 424 años, para agradecer encontrar a su hijo, de quien no tenía noticias desde hace 30 años.
Visita de la Virgen
Según el relato de Gelvis ella entregó a su hijo a un familiar para que cuidara de él fuera del estado Táchira, sin embargo, con el correr de los años, su pariente no le daba noticias del niño.
Al acudir varias veces a la casa donde debía estar el joven, lo negaban o le decían que se había ido de la vivienda, lo que generó una zozobra en esta mamá que solo quería hallarlo.
En muchas ocasiones acudió a la iglesia. Pidió de rodillas a la Virgen su intercesión para encontrarlo, pues se negaba a darse por vencida, a pesar que las esperanzas eran pocas.
Una mañana llegó una señora de edad avanzada, con cabello largo y blanco a tocar la puerta de su casa. Desafortunadamente Olga no estaba, pero sí una hermana.
Al consultarle que necesitaba, la señora pidió entrar para conversar con Olga. Cuando le dijo que no estaba, la anciana le entregó un papel con una dirección donde encontraría a su hijo.
Algo confundida, la hermana de Olga le ofreció un vaso de agua. Ella fue a la cocina y al regresar a la sala ya no estaba.
Cuando Olga llegó a la casa y su hermana contó lo sucedido decidió emprender el viaje hacia la dirección anotada en el papel.
Olga llegó al lugar y al preguntar por su hijo Luis Gelvis, le informaron que sí era allí donde habitaba. Desde entonces Olga y su primogénito no se han separado.
Es por ello que cada año junto a su familia acude a agradecer a la Virgen de la Consolación por el milagro hecho.
“Hace ocho años la Virgen me concedió el milagro, vengo siempre con mi hijo a darle gracias”, dijo.
La flor de Los Andes
Jesús Alberto Reyes, diácono de la parroquia Nuestra Señora de la Consolación de Táriba, asiste y colabora desde hace más de 40 años en la iglesia. Afirma que, a diario, desde tempranas horas observa a niños, jóvenes, ancianos, a familias completas dando gracias por el alivio de sus necesidades.
“Sabemos que una madre siempre está pendiente de sus hijos y sobre todo la Madre de Dios. Nosotros tenemos aquí en Táriba la dicha de que, durante más de cuatro siglos, nos acompaña la imagen de la Virgen de la Consolación, que es una imagen que se renovó milagrosamente hace exactamente 424 años, aunque la devoción como tal tiene más de 450 años”, expresó.
Explicó que una de las advocaciones marianas más antiguas del mundo es la Virgen de la Consolación.
Conversión y sanación
Otro milagro que mencionó el diácono, implica conversión y sanación. Narró que un docente que no profesaba la religión católica, padecía de una enfermedad renal. Unos amigos lo llevaron “casi obligado” a la iglesia y le insistieron que pidiera a la Virgen por su salud.
“Esa misma noche lo llamaron de Colombia para decirle que tenían un donante de riñón. Lo operaron y vivió después de muchos años”.
Luego de ese favor, el hombre creyó y se acercó a la iglesia.
Destacó que ha conversado con muchas parejas que han venido a los pies de la Virgen en su Basílica para pedirle el favor de tener descendencia y luego de un tiempo regresan a bautizar a sus hijos.
Basado en la fe y en la formación que le llevó a recibir el orden sacramental del diaconado, Jesús Reyes manifiesta que la fe mueve montañas:
“He visto a tantas personas que vienen con fe a implorar un milagro, y lo alcanzan. Yo mismo doy testimonio, pues en el 2008 me detectaron cáncer en la vejiga. Le pedí mucho al niño Jesús y a Nuestra Señora de la Consolación y aquí estoy”.
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