Comerciantes y trabajadores informales del Sur de Valencia no paran de laborar durante cuarentena por COVID-19

trabajadores informales

Peluqueras, barberos, mecánicos, tiendas de repuestos automotrices y vendedores de frutas ambulantes no pueden dejar de trabajar porque el sustento para sus hogares depende del trabajo cotidiano. Muchos comercios tienen colas de consumidores y clientes aglomerados sin respetar el distanciamiento social, todo bajo el ojo supervisor de funcionarios policiales y militares.

Valencia. La cuarentena para prevenir la propagación del COVID-19 decretada por Nicolás Maduro suma siete semanas, una de las medidas que se adoptaron el 16 de marzo fue que solo trabajarían sector salud, alimentos y medios de comunicación, sin embargo, la realidad económica de Venezuela ha llevado a que comerciantes y trabajadores informales, así como  vendedores ambulantes y estilistas, salgan a laborar para poder mantener a sus familias.

Al sur de Valencia, donde se concentra la mayor parte de zonas populares, se puede observar a las personas que no utilizan el tapabocas correctamente y tampoco respetan el distanciamiento social de un metro. Cúmulos de gente se aglomeran en las afueras de locales de alimentos, talleres de motos y hasta peluquerías que abren sin mayor temor frente a autoridades policiales y militares.

Kelvin Figueroa es barbero desde hace un tiempo. Decidió establecer su lugar de trabajo en su vivienda, ubicada en Trapichito al sur de Valencia, porque pagar el alquiler de un local lo dejaba sin ganancias. En medio de la cuarentena, Kelvin ofrece su servicio, no le queda de otra, asegura que “si no trabaja, no come”.

Mientras cortaba el cabello a un cliente que no portaba tapabocas, Kelvin manifestó a Crónica.Uno que tiene reglas para atender a sus clientes: solo atiende a una persona por turno en la sala de su casa, donde tiene un espejo con una silla. Por lo general, usa guantes para no entrar en contacto directo con la piel del cliente, pero al momento de la entrevista no contaba con el material. En el sector donde reside y trabaja hay fuertes fallas de agua potable. Cuenta con un tanque y una bomba y con eso lava y desinfecta su área de trabajo.

Por cada corte de cabello cobra el equivalente a un dólar, en efectivo, según el cambio del día (para el momento el costo en bolívares estaba en 120.000). Asegura que en medio de la cuarentena su clientela ha mermado considerablemente.

A veces tengo un día bueno y atiendo a cuatro clientes, pero otros días pasan y no hago ni un corte. Si es por pago móvil cobro lo que cuesta un dólar. A veces la gente se confunde, no pueden hacer el pago, no tienen el dólar y tampoco el efectivo y me quedo sin atenderlos (…) no se puede decir que las cosas están bien cuando no es verdad.

Con mango se resuelve

Richard Castro está desempleado desde hace cinco años. Agradece que llegara la temporada de mangos, se dedica a la venta de esta fruta en las calles residenciales de Trapichito y Lomas de Funval. Este hombre no usa tapabocas, cosa que justifica bajo el argumento de que su voz es parte de su herramienta de trabajo: necesita gritar “activos que llegaron los mangos” para que los vecinos sepan que está cerca. El tapabocas dificultaría su mensaje.

Carga la fruta en una carretilla de construcción, que empuja con las manos desprotegidas, no tiene dinero para comprar guantes y mucho menos utiliza alcohol o gel antibacterial.

Lo único que cumple en la cuarentena es el horario de trabajo: 6:00 a. m. a 1:00 p. m.

El 15 de abril el gobernador de Carabobo, Rafael Lacava, aseguró por sus redes sociales que se debía radicalizar la cuarentena y redujo el horario de trabajo para el sector comercial de alimentos y farmacias hasta las 2:00 p. m.

Richard es un hombre delgado, usa ropa desgastadas y su calzado está roto. En promedio, todos los días camina unos 20 kilómetros. Ofrece seis mangos por 10.000 bolívares, no sabe de la tasa del dólar. Le resulta mejor intercambiar 25 mangos por un producto alimenticio. Es enfático en esa solicitud:

Yo pido que me den un arroz, una harina, pasta, lentejas o una sardina en lata. La plata ahorita no alcanza y yo tengo que buscar cómo resolver la comida.

En el taller de Jesús a veces hay días “en blanco”

Jesús Díaz es mecánico de motos. Su taller lo tiene ubicado en la avenida Sesquicentenaria de Valencia. Sostuvo que no tiene miedo de contraer COVID-19 porque en Carabobo, hasta la fecha, no se han registrado casos. Utiliza su tapabocas.

Hace 10 años que Jesús mantiene su taller de motos, donde debe laborar todos los días porque no tiene otros ingresos económicos. Además, el arrendatario del local no ha respetado el decreto del 23 de marzo del gobierno de Nicolás Maduro que establece la suspensión temporal de pago de alquileres cuando se llega a un convenimiento.

La realidad es que tengo que salir a trabajar todos los días, si no lo hago, no como. Hay días que paso en blanco y no atiendo ningún cliente, relató.

Carabobo
Foto: Leomara Cárdenas

Cuando se cumplieron 29 días de confinamiento en Venezuela, Nicolás Maduro anunció una serie de medidas económicas, entre ellas la ratificación de la inamovilidad laboral y anunció el pago de una serie de “bonos especiales” destinados a trabajadores informales y del sector privado para marzo y abril.

“Más de 6 millones de trabajadores recibirán ya esta semana antes de terminar el mes de marzo un bono a través del Carnet de la Patria”, dijo el pasado 15 de marzo.

Los entrevistados por Crónica.Uno, comerciantes y trabajadores informales, aseguraron que no habían recibido estos beneficios económicos que, según el Gobierno, alcanzarían para ayudar a unos 6 millones de venezolanos.

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