El largometraje de Carla Forte cuenta la historia de una actriz y un director que se preparan para una obra teatral. Un proceso que  desdibuja intenciones iniciales

Caracas. Conejo es una muestra más de que el cine venezolano tiene otros enfoques a los que se sostienen desde la creencia popular, a esa perspectiva que se empeña en relacionar a los cineastas con temas sociales y diatribas del barrio.

No es nueva la vertiente por ir más allá. Largometrajes como Domingo de resurrección, Los tracaleros, Cien años de perdón, La distancia más larga o Papita, maní, tostón son tan solo ejemplos de una variedad que parece solapada por algunos. Claramente, hay éxitos de taquilla que responden a esa tendencia más vinculada con el imaginario común, como Macu, la mujer del policía, La hora cero y Secuestro express.

Ahora, en Conejo, la directora y guionista Carla Forte presenta un mundo íntimo muy enraizado con el proceso creativo e interpretativo.

Recién estrenado en Venezuela y protagonizado por Malena González y Francisco Denis, el largometraje cuenta el proceso de una actriz que se reúne con su director para ensayar una obra teatral llamada Conejo.

Un pequeño apartamento en un edificio desvencijado es el escenario para el encuentro, casi confinamiento, en el que ambos individuos se convierten en un universo de extraña relación de poder, así como de transfiguración en el transcurso por la representación.

Conejo
Conejo formó parte en 2020 del Festival del Cine Venezolano

Carla Forte desarrolla una carrera en la que ha mancomunado la danza contemporánea, el performance y el cine. Conejo no es una excepción en ese proceso de indagar en las distintas expresiones. Por eso, en la película la cámara merodea entre los personajes de una manera diferente a lo acostumbrado entre cineastas venezolanos. Levemente danza entre las emociones de los personajes para mostrar un mundo delicado, no por lo débil, sino por la ebullición latente en cada situación.

La actriz lleva a cabo un proceso de transformación que menoscaba paulatinamente el ímpetu inicial de sus propósitos, un viaje a profundidades de la personalidad en la ambición por lograr su cometido para la obra. Un encuentro entre sombras y virtudes que se van desdibujando en la convivencia con un director con tintes tiránicos, sin remilgos en ningún momento.

Conejo recuerda a las intenciones de Alejandro Bellame en El tinte de la fama, en esas similitudes por explorar esa relación con tenues límites entre personaje y actriz, ese desdibujamiento para transformarse en un ente que se escapa a ciertos raciocinios.

Sin embargo, Conejo deja atrás todo estímulo social o carencia económica para concentrarse en un mundo apartado, en una intimidad maltrecha que conlleva a una simbiosis que se extralimita en su deseo creativo, con una posible lectura de la fragilidad que puede haber en ciertos momentos, y así terminar en otros derroteros alejados de las intenciones iniciales.

De esta manera, Carla Forte propone un cine que afianza una propuesta personal bien lograda, con una mirada íntima sobre el arte y su relación con el individuo, los pormenores de las sombras y sus consecuencias. Un ejemplo más de un cine que va más allá de la creencia común del público.

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