Jairo Pérez es un “hijo adoptado” de la ciudad y casi 40 años después habla de ella con devoción. La defiende con pasión y la añora como un tesoro perdido.

Caracas. Jairo Pérez, oriundo del estado Táchira, llegó a Caracas cuando apenas tenía 10 años. De inmediato quedó seducido por el movimiento, el ruido, por el Ávila, las plazas, los cines y por el olor de la capital. “Ahora, cuando viajo me dicen: ‘llegó el caraqueño’, y es que ya uno lleva esa esencia. Esa sí es una etiqueta que vale la pena cargar con orgullo”.

Es un “hijo adoptado” de la ciudad y casi 40 años después habla de ella con devoción. La defiende con pasión y la añora como un tesoro perdido.

Caracas, la malquerida

Esa palabra ha sido el apellido de la ciudad por años. Se repite en un sinfín de titulares de prensa que hacen mención a la capital cuando está de aniversario. 

Y la usan porque Caracas es una entidad con historia, que alberga muchos tesoros, pero está indefensa, abandonada y carcomida por la desidia. Tanto así que sus atributos se añejan en la indiferencia de quienes la manosean, camina y viven a diario.

Pero, como en todas las historias, no todo es malo. Si uno mira bien, ahí están las flores, se despeja el atardecer y hasta las ruinas se ven más bonitas. Dirían, quienes leen, que todo depende del cristal con el que se mire. 

Pues sí. Y en este aniversario número 453 de la ciudad, donde viven más de cuatro millones de personas y donde están asentados todos los poderes públicos de la nación, damos espacio a los hijos predilectos que —aunque no nacieron en la Maternidad Concepción Palacios o en el Clínico Universitario, no fueron bautizados en la Catedral, o presentados en las jefaturas de San José o de Antímano— se siente caraqueños por tradición y convicción, sin que nadie les quite lo bailado.

Jairo es uno de ellos. Tanto es así que no lo pensó dos veces cuando se le consultó si quería contar su historia con Caracas. Y dijo con mucha satisfacción: “Caracas es todo lo que tengo, es mi gran tesoro. Aquí nacieron mis hijos. Todos son caraqueños, cuando voy al Táchira dicen ‘llegó el caraqueño’, es que hasta por el modo de hablar”. 

Llegó con su mamá (quien salió de la región luego de atravesar problemas familiares) y cuatro hermanos, luego de recorrer 845 kilómetros. Y desde entonces no ha sentido ningún interés por vivir en otras tierras.

“Aquí me quedo”

Cuando tenía 15 años y había probado la independencia económica, y también tenía el corazón flechado, su familia decidió retornar a San Cristóbal.

Era un joven rebelde y me quedé. Fui el único que no se devolvió. Ya estaba conociendo a la Caracas esplendorosa, pujante, productiva, era una ciudad de muy buena vibra”.

Para él era algo grandioso pasear por las Torres de El Silencio, plaza Venezuela, la plaza Bolívar, la Catedral y visitar la iglesia Santa Teresa. 

“Conocí lo que llamaron la jaula de King Kong, una estructura metálica que ubicaron en Las Torres de El Silencio y en donde se hacían espectáculos”.

La primera casa donde vivió Jairo estaba por los lados de Santa Teresa. Luego se mudaron a las Terrazas de Tacagua y, por último, se instaló con su familia caraqueña en La Vega. 

Toda su primaria la estudió en San Martín, en el colegio Doctor Luis Padrino. “Nunca nos llegó a faltar el comedor. Ahora cuando veo la situación de muchos escolares me da melancolía”.

Desde muy joven formó su hogar. Eso fue cuando tenía 15 años. A esa edad tuvo a su primer hijo, que hoy en día tiene 34 años.

¿Esa independencia económica cómo la alcanzó?

—Haciendo diversos trabajos. Desde muy pequeño vendía chucherías en la plaza Miranda, cerca de los bloques 6 y 7 de El Silencio tuve puestos de perros calientes, trabajé como barman y ayudante de cocina en un restaurante que estaba al frente del extinto Congreso y para mí era un orgullo cuando nos hacían pedidos del Consejo Supremo Electoral, hoy CNE. Manejé autobuses de pasajeros. Siempre estuve trabajando y estudiaba. También disfruté de los carnavales, de los torneos de pelota de goma y de un buen cine.

Recordó el Continental, el Rialto, el Principal, donde no se pelaba los fines de semana una película de Cantiflas, y el Ayacucho, sala que no dejaba de visitar para ver las cintas de Bruce Lee.

“De hecho esas Bruce Lee con el kung fu y Cantinflas me conectan con Caracas, así como las canciones Cerro El Ávila de Ilan Chester y Por estas calles de Yordano”.

La secundaria la hizo en el liceo Caracas, muy emblemático porque fue escenario de muchas protestas sociales. Estaba cerca del Pedagógico y de los liceos Eduardo Crema y Razetti, y cuando subían el precio de algún producto o el pasaje era seguro que estábamos en la calle manifestando. Ahora veo con nostalgia que hasta el reclamo por lo más esencial se ha perdido. Vamos para un mes sin agua en La Vega y nadie dice nada. Desde que empezó la pandemia los productos han subido tres y cuatro veces de su valor completo y la gente como si nada. Es todo lo contrario de lo que éramos en Caracas antes. Y digo: éramos ricos y no sabíamos. Teníamos servicios, trabajo, comida, recreación, podíamos vestirnos.

El Parque del Este, el Museo de Transporte son sitios que para él tienen un valor sentimental. Son parte de su infancia, así como también la Biblioteca Nacional, otra que estaba en la avenida Santander de El Paraíso, y la Casa Sindical, donde más de una vez se reunió con sus compañeros para hacer las tareas. 

Eso que añora, ¿cree que volverá?

—Sí, la juventud de ahora puede llegar a disfrutar de esos espacios deportivos y culturales. Son historias que siempre transmito, parte del legado de la ciudad. Eso es lo positivo de Caracas y en eso tenemos que ahondar, es suficiente ya con las cosas que vivimos a diario.

No para de halagar todas las cosas buenas que le ha brindado Caracas, hasta el hecho de que muchas personas viajaran hasta la capital solo para conocer y pasear en el Metro es para él un ícono histórico, así como lo fue la intentona golpista de de febrero del 92 que lo agarró a las 6:00 a. m. mientras manejaba su camioneta de transporte o las lluvias del 1999 cuando se convirtió en un voluntario rescatista de los sobrevivientes de Vargas. 

Jairo, quien confesó que conserva sus raíces andinas, se casó dos veces. Primero con una paisana con la que vivió 10 años y luego con una nativa de Boconó, estado Trujillo. A ambas las conoció en Caracas, otra de las grandes cosas que agradece a la ciudad.

Hoy en día es promotor social en la parroquia La Vega, tiene varios locales, de donde saca recursos no solo para mantener a su familia, sino para ayudar a sus vecinos con jornadas de salud, educación y recreación. 

Que su historia sirva para muchos como ejemplo, uno más que Caracas dio. Y que se repita en otros lados eso de: llegó el caraqueño.

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