Como un homenaje a las madres en su día, Crónica.Uno entrevistó a tres mujeres integrantes del personal de salud. Ellas han demostrado ser unas guerreras en hospitales y clínicas del país para hacerle frente a la COVID-19 y en el cuidado de sus hijos.  Eglée, una madre y enfermera de 41 años, quiere cerrar los ojos y que al abrirlos mágicamente la pandemia del coronavirus haya terminado.

Caracas. “Siempre me he dedicado a mi trabajo, también a ser madre, pero más a mi trabajo. Me siento mejor en mi sitio de trabajo porque me gusta estar en ese ambiente, en las emergencias, en los correcorres”, dijo Eglée Monyele, quien este domingo, Día de las Madres, la pasará trabajando en el servicio de aislamiento de la COVID-19 de la Policlínica La Arboleda. No es la primera vez ni será la última. Su profesión, la enfermería, muchas veces ha interferido entre ella y su familia. Sin embargo, para Eglée, estudiar enfermería ha sido la mejor decisión de su vida.

A los 14 años de edad, Eglée ya había tomado la decisión de ser enfermera al igual que su madre. Para aquel entonces, le decía a su mamá: “quiero estudiar enfermería” y ella le respondía “mejor estudia otra cosa”. Y así continuaron siendo las respuestas hasta que finalmente un día su madre decidió apoyarla en su elección, contó Eglée, quien tiene 41 años, y en su foto de perfil de WhatsApp se ve como una mujer morena con las populares “mechitas” en su cabello. Comparte su tiempo entre su oficio profesional y el de ser madre de dos hijos varones: Jhonseiker de 24 años y Dayron de 12 años.

Foto: Luis Morillo

Varios años después y luego de un intento fallido de estudiar Derecho durante tres años en la Universidad Santa María, Eglée se graduó de enfermera en el Instituto Universitario de Tecnología y Administración (IUTA), un instituto privado que costeó gracias a las ganancias de comprar donas al mayor para luego venderlas detalladas.

Todo este proceso lo vivió junto a su primer hijo. Parte de la infancia de Jhonseiker –relató Eglée– la vivió entre los infinitos pasillos de la Maternidad Concepción Palacios, el hospital materno-infantil que sirvió de escuela para su formación profesional, y donde ejerció por más de 15 años, hasta que la inflación e hiperinflación devaluaron su sueldo al punto de valer menos de un dólar. Con respecto a este tema, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social registró 8193 protestas en el año 2020 para exigir reivindicaciones laborales, sobre todo dentro del sector público. También entre sus exigencias estaban la mejora de los servicios básicos, acceso a la salud, alimentación y rechazo a la escasez de gasolina.

Yo me fui por el salario. Cada día todo iba más caro y el salario cada vez me alcanzaba menos. Pero si en los hospitales públicos pagaran más, yo todavía estuviera allí, porque la maternidad es una excelente escuela, tanto para enfermeros como para médicos. Pero ahorita no podemos darlo todo trabajando para ganar menos de un dólar”.

Hace un año y medio, Eglée ingresó al equipo de enfermería de la Policlínica La Arboleda. Tenía solo dos meses allí cuando declararon cuarentena colectiva en todo el país por la llegada de la COVID-19. Si su profesión en condiciones normales limitaba el tiempo junto a sus hijos, ahora, en medio de una pandemia, el contacto se redujo aún más.

Me he sentido más alejada de mi familia. Ni siquiera he podido ir a visitar a mi mamá porque vive en Los Teques. Ha sido bastante rudo. Tampoco ha sido fácil tener que llegar a la casa y ser esposa y ser madre después de tantos días de trabajo para luego llegar y ocuparme de las tareas, la comida, la ropa, pero, bueno, ahí voy”.

Cuando tiene que trabajar, Eglée sale de su casa en El Valle a las 5:30 de la mañana. Un amigo de su esposo la lleva hasta la clínica por dos dólares, el poco efectivo en bolívares y las largas colas en los bancos para retirar algunos billetes, la hicieron optar por esta opción. En la clínica trabaja dos turnos, el de la mañana y la noche. Cuando le tocan los dos turnos, Eglée prefiere quedarse todo el día trabajando corrido. Allí puede pasar hasta 36 horas trabajando. “Muchas veces uno se queda apoyando al compañero”, agregó.

Su hijo ha resentido las prolongadas ausencias. Eglée no niega el sentimiento de culpa que muchas veces se apodera de ella al anteponer el oficio que tanto ama por el tiempo con sus hijos, sobre todo con el pequeño. “A él le gusta mi trabajo, pero a veces me dice: ‘Mamá, ¿por qué no podemos salir? Hoy es sábado’, pero resulta que tengo guardia y ¿cómo hago? Hay momentos en los que no puedo compartir con ellos un cumpleaños, un Día de las Madres porque tengo obligaciones”.

Foto: Luis Morillo

Eglée llega a su casa directo a bañarse: “Después de que salgo del baño es que saludo”. Debido a su trabajo, se ha visto obligada por la nueva rutina impuesta por la COVID-19 a tener que bañarse al llegar al trabajo y luego otra ducha al llegar a casa. “Luego de eso es que me siento con el niño y nos ponemos a hacer tareas y conversar”, explicó.

Pero tener una madre enfermera tiene sus beneficios. Sabe bien cómo usar una mascarilla y sabe por qué debe usarla, sabe que debe lavar sus manos cada cierto tiempo al igual que echarse antibacterial. También sabe que en estos tiempos lo mejor es nada de saludos de besos o abrazos, solo de puñito o con los codos. Eglée ha tratado de explicarle a su niño todo lo que concierne a la COVID-19 para que trate de entender la situación y, sobre todo, para que comprenda por qué no puede asistir a sus prácticas de básquet.

Él es jugador de básquet para una selección menor del estado Aragua y tuve que retirarlo. Me da miedo, me da temor de que se me vaya a contagiar. Todo esto a él le cayó como un balde de agua fría porque pensaba que iba a continuar yendo a las prácticas. Pero yo le digo que prefiero tenerlo en la casa a perder un hijo por la pandemia”.

La llamada ley de la vida tocó a la puerta de Elgée hace cinco años cuando su hijo mayor tomó la decisión de mudarse con su novia. “Por supuesto que me pegó”, enfatizó Eglée al hablar de la decisión de Anderson, quien nació cuando ella tenía 17 años. “Nosotros siempre mantenemos comunicación y él a veces va y me visita en la clínica. Yo lo veo como una oportunidad de que él haga su vida y no puedo ser egoísta”, continuó la madre dejando muy claro que aún no es abuela.

Eglée repite constantemente que ama la profesión que escogió. “Le doy gracias a Dios por haber escogido esta carrera para mí”, dice, pero en la actualidad no solo ejerce su oficio por vocación, sino también por la necesidad económica. Ella ahora también es cabeza de familia.

Mi esposo trabaja en una fábrica de masa fácil y ahorita está cerrada, con el tema de la cuarentena trabajan una semana sí y otra no. Y ahorita prácticamente la que está manteniendo la casa soy yo. Por eso tengo que explicarle a mi hijo que no puedo quedarme encerrada aquí con él porque entonces quién va a traer la comida”.

A diferencia de Eglée, su hijo mayor no quiso estudiar enfermería. Su hijo menor tampoco quiere. “Lo menos que yo quisiera estudiar es eso”, le dice cada vez que surge el tema entre ambos. “Él dice que debe ser muy fuerte ver morir a las personas”, añadió la enfermera con 19 años de carrera.

Cuando llega a casa, su esposo muchas veces le tiene lista el agua tibia para que se bañe. Después de cumplir con el baño reglamentario para evitar el coronavirus, Eglée abraza a Dayron. “Lo abrazo y le doy gracias a Dios de tener un día más de vida para poder estar con él”, relató. Su deseo, como el de muchas otras personas, es que la COVID-19 termine de pasar, y, así, poder retomar las salidas con Dayron durante los días libres, cuando el uniforme de enfermera se queda en casa.

“Quisiera cerrar los ojos y que esta pandemia pase para tener la oportunidad de llevarlo a sus prácticas de básquet que a él tanto le gustan”.

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Foto: Luis Morillo

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