Patricia es una mamá que en cada uno de sus hijos consigue una fuente de energía para seguir trabajando

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Como un homenaje a las madres en su día, Crónica.Uno entrevistó a tres mujeres integrantes del personal sanitario. Ellas han demostrado ser unas guerreras en los centros de salud del país para hacerle frente a la COVID-19 y en el cuidado de sus hijos. Patricia Valenzuela es una de ellas y aquí se cuenta su historia como mamá y doctora.

Caracas. Patricia Valenzuela era la primera en despertar en su casa. A eso de las 5:00 a. m. ponía los pies sobre el suelo para dar comienzo a su rutina. Preparaba una lonchera bien resuelta para sus dos hijos, quienes iban a pasar un largo día de escuela y actividades extras. Estaba pendiente de los bolsos, de los uniformes. Después, quedaba tiempo para ella alistarse, agarrar su bata de médico e ir a trabajar.

Esa rutina cambió con la llegada de la pandemia al país, en marzo de 2020. Patricia, médico infectólogo de la Policlínica La Arboleda, ubicada en el municipio Libertador de Caracas, tuvo que explicarles a sus hijos por qué le tocaba el gran compromiso de atender a los pacientes contagiados de un nuevo virus del que poco se sabía. Una vocación que, quizás, por su formación en la Escuela de Medicina José María Vargas de la Universidad Central de Venezuela, fue más social, y porque era el momento de poner en práctica todo lo leído y lo aprendido.

Mamá, cuídate, le respondieron sus dos hijos: una niña de 15 años de edad y un niño de 11 años.

Para Patricia, nunca llega ese momento en el que la mujer decide con toda seguridad que está lista para tener un hijo. Siempre hay miedos e inseguridades. Pero cuando ella sintió que podía dar el paso tenía 31 años de edad, se había graduado de médico internista y había hecho sus posgrados en Medicina Interna e Infectología. Su esposo también era un médico preparado. Acordaron que ella suspendiera los anticonceptivos orales.

Su primer embarazo lo logró sin mucha dificultad. En ese momento estaba trabajando con consultas médicas de pacientes con VIH/sida con la organización Acción Solidaria. El trabajo fue sin limitaciones, más allá de la falta de energía y el peso de la barriga.

Su segundo embarazo fue más complicado porque en ese momento estaba la epidemia de la gripe AH1N1 en el país, entre los años 2010 y 2011, y la tasa de mortalidad de embarazadas era alta. Uno de sus trabajos era en la Policlínica La Arboleda, como médico infectólogo, pero consiguió que un compañero neumonólogo con el que compartía la guardia de emergencia la ayudara para que ella no atendiera directamente a los casos sospechosos, sino que pusieran en práctica la atención telefónica.

Él veía los casos por mí y yo le iba diciendo lo que tenía que hacer. Hasta que él se contagió y me dio muchísima pena, contó Patricia.

Patricia tuvo la fortuna de ser una mamá que pudo dar lactancia materna. En ese primer año de vida de sus hijos tuvo que optar por la ayuda de una señora que era amiga de la familia para que la apoyara con el mantenimiento del hogar. Las actividades laborales no fueron iguales porque dejó de dar consulta y se salió del rol de guardia.

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Foto: Luis Morillo

En los años siguientes, sumó los libros y textos de colegio a sus lecturas frecuentes sobre medicina. Se empapó de todo lo relacionado con la educación de sus hijos, hasta formar parte del comité de padres, por más demandante que fuera. Recordó desde cómo se conjugan los verbos hasta las líneas de Simón Rodríguez. Algo que disfrutó muchísimo porque siempre le apasionó la lectura. Más tarde se volvió experta en manualidades, reciclaje y maquillaje.

La pandemia de la COVID-19 hizo clic en su vida como doctora y como mamá. Desde que llegó el primer caso sospechoso a la Policlínica La Arboleda los horarios de Patricia se pusieron de lunes a lunes. Y sus hijos comenzaron a ser su principal motor y fuente de energía. Siempre le preguntan cómo sigue tal paciente que llegaron a ver por foto y van viviendo con ella el proceso de los que se recuperan y los que no logran superar la enfermedad.

Para Patricia es casi imposible disimular su tristeza cuando regresa a casa y en el turno de trabajo perdió a un paciente. Cada persona que muere es como si fuera el primero, porque por lo general se trata de hospitalizaciones que fueron largas y buscaron todos los tratamientos que estuvieran a su alcance. Por eso, prefiere drenar con los que más quiere: sus hijos, porque son su consuelo más bonito y siempre le insisten en que solo recuerde a todos los que salvó.

Con la nueva normalidad, en la casa de Patricia todos se levantan en la mañanita para conectarse a atender sus obligaciones. Ella, para dar consulta a algunos pacientes por telemedicina, cumplir con entrevistas o foros a través de videollamadas; mientras que los niños ven sus clases online con el mismo formato.

A veces el internet colapsa, contó la doctora entre risas.

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Foto: Luis Morillo

Lo primero que hace Patricia al llegar a la policlínica es ver a sus pacientes hospitalizados. Revisa sus signos vitales, pregunta por alguna novedad durante el turno de la noche y se asegura de que estén estables. Luego, va a su consultorio para ver a otros pacientes y, finalmente, se sienta a escribir las notas evolutivas de todas las personas que vio.

Cuando Patricia ha necesitado poner una pausa en su vida laboral, lo ha hecho. Otras veces va remando el barco con tranquilidad. Hace unas semanas su hija le escribió por WhatsApp para preguntar algo de la escuela y no le pudo contestar de inmediato. La hija se comunicó por videollamada y al ver que su mamá estaba con todo el traje de bioseguridad le pidió disculpas por interrumpir. Patricia se rio con ternura porque notó que sus hijos se han sensibilizado mucho con la situación.

Los hijos de Patricia se convirtieron en sus principales jueces luego de dar alguna de las tantas entrevistas que le piden sobre temas de la COVID-19. Cada vez que termina de dar sus declaraciones, les pregunta qué tal estuvo y ellos le dan ánimo diciéndole que ese día lo hizo mejor que el anterior.

Eso, mamá, hablaste chévere, le responden cuando termina una entrevista.

El personal de salud que está en primera línea en la atención de COVID-19 lo ha dado todo. En el país han fallecido 537 trabajadores, según cifras de la ONG Médicos Unidos de Venezuela. Esto es una alerta para que en la casa de Patricia no entre nadie mientras siga la pandemia. Los protocolos se agudizaron aunque, como buena infectóloga, siempre estuvo en la enseñanza de sus hijos el lavado de manos, y es mañosa con la limpieza.

En algún momento se tuvo que separar de sus hijos porque tenía síntomas de COVID-19. Desde el aislamiento les explicó que en ese momento no se podían abrazar, y eso es lo que más le ha costado durante el año y dos meses de la pandemia en el país.

Patricia es una mujer que se ríe de forma espontánea con facilidad. Siempre que va a hablar sobre asuntos técnicos relacionados con la infectología trata de hacerlo de la manera más sencilla para que todos la puedan entender. La pandemia cambió su rutina, que ya era ajetreada, pero sus hijos se han encargado de retribuirle el esfuerzo de ser mamá con la fuerza y el impulso para que siga adelante.

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Foto: Luis Morillo

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