Estos 12 meses en hiperinflación han sido determinantes en la caída de la producción de alimentos. Los campos sin arar han empezado a reflejarse en los platos vacíos. El consumo anual de proteínas por persona se ha venido abajo. De 23 kilos de carnes rojas cada individuo pasó a consumir entre cuatro y cinco kilos; el de pollo cayó de 45 kilos a menos de 15 kilos. Los huevos, de 230 unidades por persona a 30. La FAO contabiliza 3,7 millones de venezolanos subalimentados.

Caracas. Los ojos de Alicia Martínez son los primeros en apartarse de los anaqueles. Les siguen sus manos, que regresan el producto una y otra vez al estante. Luego de un echar un vistazo entre los pasillos del supermercado, la cesta que lleva vuelve a quedar vacía. Desde hace un año decidió comprar la comida en pequeñas cantidades, “para consumir solo por períodos cortos”. Tres tomates, tres papas. “Es así porque el dinero no alcanza para comprar como antes”. Ya no desayuna, tampoco almuerza. “Solo tomo café en la mañana. Compro casabe y mastico eso durante el día”. Alicia es diseñadora gráfica, dispone de cuatro salarios mínimos al mes; aun así, dice privarse de muchas cosas para rendir un bolívar soberano que se disipa en medio de la hiperinflación. Los altos precios han limitado más el consumo de los venezolanos.

Recuerdo que un día dejé de comprar el desayuno porque no tenía dinero; de a poco, lo fui dejando. Hasta que comencé a hacer una comida fuerte al día, en la noche. Trato de tener siempre algo de proteína, puede ser pollo o pescado. Lo acompaño con pasta, arroz”, cuenta. Alicia vive con su mamá, de 88 años de edad. Ella sí come un poco mejor: “Se hace un desayuno-almuerzo; es decir, le pone arroz, plátano, café y un pedazo de pan.

De comer sándwiches y empanadas, de almorzar en la calle, merendar un café y un ponquecito, de hacerle un mercado completo a su mamá, Alicia pasó a sentir la angustia de no saber si tendrá alimentos para el día siguiente. “Tengo que comer menos, así no quede satisfecha. Mi mamá dice que mañana se verá, pero yo siempre estoy pensando qué vamos a comer”. En promedio, Alicia ha perdido, en el último año, 15 kilos.

Llega un momento en que te ‘acostumbras’ a no comer, eso lo digo entrecomillas. Es una situación muy difícil y lamentable. Yo comía donde me agarrara el almuerzo. Mi salario me daba para comer en la calle y hasta más. Pagaba taxis, podía comprarme una blusa mensual, sostiene.

Alexander Pérez, ingeniero civil de 46 años, no ha dejado de comer, pero su alimentación ha desmejorado. La sopa de vegetales se ha vuelto este año el plato de todos los días en la mesa de su familia. “En los últimos seis meses se ha agudizado la falta de alimentos. Hace un año todavía podía comer tres veces carnes a la semana o tratar de suplir con pollo más el carbohidrato. Ahorita estamos resolviendo con tortillas con papa y arroz”. Ha perdido cinco kilos en lo que va de 2018.

Salió de su casa en busca de carnes rojas, pero no consiguió. Lo que vio fue un camión donde se vendía pollo a un costo que superaba 10 veces el dinero del que disponía. Desde agosto no come carne. En tres meses han consumido jamón unas seis veces. “Hasta el año pasado tuvimos con seguridad 400 gramos de jamón fresco en la nevera cada semana”.

La cifras hablan por sí mismas. La FAO en un reciente informe publicado la primera semana de noviembre, contabiliza 3,7 millones de personas subalimentadas.

“En Venezuela la prevalencia del hambre casi que se ha triplicado entre 2010-2012 (3,6 %) y el 2015-2017 (11,7 %)”, seguido por Argentina y Bolivia, donde el incremento fue de 0,1 % en ambos países”. El porcentaje de personas subalimentadas en Venezuela casi duplica la media de la región.

“Así, se han perdido los muy importantes avances que el país había alcanzado en la década del 2000”, indica el informe.

Para llenar un carrito de supermercado y comer en Venezuela se requiere mucho más que trabajar día a día y privarse de otros consumos. Caritas Venezuela emitió un comunicado el pasado 16 de octubre tras el Día Internacional de la Alimentación. El documento, “Dependencia, sumisión y disimulo: la situación alimentaria de Venezuela”, cita a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura, que asegura que 86 % de las personas que pasaron hambre en la región vive en Venezuela.

La producción en el sector agrícola y vegetal viene en picada desde 2008, producto de las invasiones, controles y expropiaciones de tierras. Tras la estatización de Agroisleña, en 2010, empresa que suministraba los agroinsumos, la nueva administración, AgroPatria, no cubre ni 20 % de la demanda de los productores.

“La hiperinflación en el sistema agroindustrial ha acelerado la caída en la producción. La estructura de costos para los productores está calculada a dólar libre, mientras que el Gobierno insiste en mantener los rubros regulados. Como consecuencia, ha bajado la rentabilidad del productor y eso crea desestímulo”, explica Wener Gutiérrez, ingeniero agrónomo y profesor universitario de la Facultad de Agronomía de la Universidad del Zulia. Esta desmotivación en el aparato productivo, sostiene, ocasiona menor oferta de alimentos.

La tierra sin arar se refleja en los platos vacíos. El nivel de producción, indica Gutiérrez, es similar a lo registrado en los años 80. De 23 kilos de carne que consumían los venezolanos por año, se ha pasado a solo cuatro o cinco kilos. Una de las causas es que el rebaño de bovinos se ha visto disminuido: de 14 millones de cabezas, ahora el sector dispone de nueve millones. El pollo y los huevos han sido el refugio ante la falta de carnes rojas. Pero estos también han dejado de estar presentes. El consumo de pollo cayó de 45 kilos por persona al año a menos de 15 kilos; y el de huevos de 230 unidades a 30.

En el caso de la leche, en el país se llegó a consumir hasta 130 litros al año por persona, un indicador que, según Gutiérrez, actualmente puede ubicarse entre 35 y 50 litros: “Los nuevos parámetros establecen que entre derivados lácteos y leche deben ser 220 litros”. Y agrega: Venezuela requiere entre 15.000 y 18.000 toneladas de leche en polvo al mes. Pero, prácticamente, no se está pulverizando leche, quizá, máximo, 10 % en algún momento coyuntural. Lo que hacemos es empacar la que se importa en sacos en presentaciones de 400, 900 y 1000 gramos.

La baja productividad en el campo impacta en la oferta interna de alimentos. El Gobierno lo resolvía a través de las importaciones, actividad que pudo sostener durante los últimos siete años. Pero desde hace cuatro años se ha hecho imposible. “Estamos sin oferta interna y externa. Importábamos 200.000 toneladas de carne al año, desde entonces no se traen ni en pie ni congelada. Esta situación coincide con la caída de los ingresos petroleros en 2012”, subraya Gutiérrez.

Menos alternativas

Nutricionistas afirman quedarse sin alternativas y posibilidades en los planes y diseño de las dietas. El campo sin cosecha y la escasez de bienes de primera necesidad se mantienen en repunte. Según Econométrica, la escasez pasó de 68 % en septiembre de 2017 a 83,3 % en 2018.

“Antes utilizábamos sustitutos, por ejemplo, el pollo por carne. Pero hoy ya no hay posibilidad de que se consuma regularmente proteínas”, asevera Nixa Martínez, presidenta del Colegio de Nutricionistas y Dietistas de Venezuela. Otra recomendación son las raíces con tubérculos y las harinas con vegetales. En el caso de madres lactantes han tenido que sugerir el consumo de morcilla para reponer nutrientes y grasas que necesitan, más la combinación de granos y cereales.

“Estamos notando la ausencia de posibilidades desde que se inició el año, situación que se ha agudizado debido a la escasez y a la inflación”, menciona Martínez. Por esta razón ya no limitan el consumo de las frituras ni de comidas rápidas. Antes nos oponíamos, pero ahora no podemos excluirlas. Tenemos que saberlas aprovechar. Sentimos que vamos en contra de nuestra ética profesional cuando le decimos al paciente ‘coma lo que consiga’. Estamos formados para indicar, planificar, sugerir una alimentación adecuada, sana. Pero viendo las limitaciones en el país se nos hace bastante difícil.

Estudios de Caritas de Venezuela reflejan que en 85 % de los hogares de algunas de las parroquias más pobres del país se consume una dieta inadecuada en nutrientes. También que 53 % recurre a contenedores de basura y a la mendicidad para adquirir alimentos y que 63 % ha tenido que pasar por alguna privación alimentaria.

Este año, el Colegio de Nutricionistas y Dietistas ha registrado una disminución de peso en los pacientes de entre cinco y siete kilos de forma bimensual. De los tres grupos básicos de nutrientes que deben consumirse en cada comida —carbohidratos, proteínas y grasas— en la mayoría de los casos el plato solo contiene carbohidratos.

La Encuesta Nacional de Consumo de Alimentos (Enca) del Instituto Nacional de Estadísticas, cuyo informe de resultados preliminares fue presentado en 2015, ya advertía que el consumo total de energía estaba por debajo de los requerimientos, con un porcentaje de adecuación de 94,1 %: “Muy cercano del rango inferior recomendado (90-110 %). El grupo más afectado es el masculino, que se encuentra por debajo del rango (88,8 %)”. Para entonces, el número de comidas al día comenzaba a disminuir, según comparaciones que hizo la Enca entre 2013 y 2015: 30,9 % realizaba cuatro comidas durante el día, luego se bajó a 26 %. En el caso de cinco comidas disminuyó de 15 % a 11,8 %.

Al analizar los datos, la Enca concluyó: “Se observa un aumento en el número de dos y tres comidas con respecto a 2013, pero una disminución de las cuatro, cinco y seis comidas”. Y alertaba que los requerimientos nutricionales de calcio estaban siendo deficitarios entre 40 % y 50 % de lo recomendado”.

Comprar por kilo también quedó en el olvido. Disponer de más de 100 bolívares soberanos por rubro es imposible. Una opción es comprar hortalizas por combos. En San Bernardino, Johángel Blanco ofrece una papa, un plátano, dos tomates, dos zanahorias, una cebolla, una remolacha, un pimentón, tres ajíes y una ramita de cilantro por 120 bolívares soberanos. Dice tener clientes fijos que le compran cada dos o tres días. “Con esto ellos resuelven los aliños para la comida del día”. En una jornada puede vender hasta 30 pilas. En la avenida Roosevelt las “tetas” de café y azúcar de 100 gramos garantizan el cafecito de la mañana durante dos o tres días.

Alimentación hipotecada

La dieta del venezolano ha descansado en harinas, arroz, raíces y tubérculos. Pero el panorama, ante la falta de proteínas, no se vislumbra exitoso para estos rubros. Entre agosto y septiembre se cosechó el maíz que se sembró en abril, un ciclo agrícola que Gutiérrez considera perdido ante la falta de semillas, insumos.

“No tenemos alternativas en las fuentes de acceso a alimentos. En junio de 2018, el ministro de Alimentación señaló que solo abastecíamos 16 % de 50 rubros considerados básicos. El quiebre de las capacidades locales de cosecha del campo y del procesamiento industrial de alimentos, sumado al proceso de hiperinflación, ha dejado a los venezolanos sin posibilidades de elegir lo que se come”, dice Caritas en su comunicado.

“Hipotecamos la alimentación del venezolano para 2019”, asegura Gutiérrez al señalar que se estima que la cosecha que se hizo fue de 220.000 hectáreas de maíz, muy lejos de las 1,2 millones de hectáreas necesarias. “Desde este momento hasta la próxima cosecha, Venezuela tiene que importar 80 % del consumo de maíz blanco; es decir, 1,4 toneladas”. En 2019, de cada 10 arepas, 8 tendrán que ser importadas. “Eso va a repercutir en el precio y consumo”.

De arroz se sembraron 120.000 hectáreas, menos de la mitad de lo necesario. Mientras que en hortalizas hay apenas en campo entre 20 % y 25 % de lo que era tradicional sembrar. “Casi 95 % de las semillas de hortalizas son importadas. Cada vez hay menos hortalizas, pero la gente percibe que todavía queda, es porque el consumo ha bajado”.

Para Gutiérrez no se vislumbran mejores escenarios. A su juicio, las medidas económicas del pasado 17 de agosto anunciadas por el presidente Nicolás Maduro, en las que subió impuestos, devaluó y elevó en 6000 % el salario,  repercuten negativamente en la producción de alimentos. “Generan mayor hiperinflación, mayor estructura de costos para ganaderos y agricultores. Continúan de manos atadas”.

Este trabajo forma parte de nuestro especial “12 meses en hiperinflación“.


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