La mayoría de los reos en centros de detención preventiva pasan todo el día hacinados en una celda, sin actividades recreativas, lo que los conduce a pensar de forma negativa y genera hechos de violencia.

Caracas. “El Niño”, “El Menor”, Arturo, Pedro, “Er Comiquita”, “El Barrio” e infinidades de nombres, escritos o símbolos adornan las paredes grises de un calabozo en Santa Lucía del Tuy, perteneciente a la Policía del estado Miranda. Las letras son hechas con cualquier objeto lo suficientemente fuerte para raspar el concreto y que, al quitar la pintura, resalten las letras blancas.

La poca luz que entra pega directamente en los muros y medio alumbra la gran cantidad de escritos que los detenidos se han dedicado a plasmar. Son una de las pocas cosas que pueden hacer encerrados en un centro de detención preventiva. No toman sol, tampoco reciben ventilación y el único momento del día en el que caminan más allá de los cuatro pasos que dan en la celda, es cuando son llevados hasta el área donde se asean o al baño, aunque muchas veces depositan sus necesidades en botellas plásticas.

De resto, al menos 50 presos pasan sus horas en una celda con capacidad para 20 personas. Con suerte, y según las normativas de seguridad que haya en ese calabozo, los funcionarios les permiten usar papel periódico para hacer origami.

Foto: Crónica Uno / Miguel González
Foto: Crónica Uno / Miguel González

Las creaciones parecen de revista tutorial. Los reos han logrado confeccionar animales de todos los tamaños y figuras abstractas con bellos diseños, y perfectos acabados. Uno aprende del otro y así van pasándose los conocimientos para matar el aburrimiento.

Los centros de detención preventiva del país tienen capacidad para albergar a 1.995 privados de libertad, pero hay alrededor de 7.546, lo que implica una sobrepoblación de 378%.

Según un estudio de la ONG Una Ventana a la Libertad, entre el 1° de septiembre y el 1° de diciembre, 56 % de estos sitios de reclusión no poseen áreas recreativas, es decir, que solo ocho de los 87 que participaron en la investigación cuentan con estos espacios.

Carlos Nieto Palma, director de la organización, expresó que el peor enemigo en una cárcel —y ahora en los calabozos— es el ocio. Aunado al hacinamiento o a sustancias ilícitas que consuman en el recinto, se generan hechos violentos.

Explicó que en las cárceles se deben hacer diversas actividades físicas, educativas o culturales que permitan la reinserción de los detenidos en la sociedad. Pero en el caso de los centros de detención preventiva no hay espacios ni mucho menos están diseñados para esto.

“Los calabozos son para un lapso transitorio de 48 horas y no es necesario tener comodidades ni espacios para actividades. Por eso, en esos lugares no tienen ni comedores, áreas de visitas o comodidades. El trabajo de los calabozos es detener al delincuente y mandarlo al sistema penitenciario, el policía no es cuidador de presos”, sostuvo el defensor de los Derechos Humanos de los reos.

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Además, por seguridad los funcionarios encargados de la custodia de estos recintos no pueden ejecutar actividades físicas o recreativas y por el déficit de policías en cuerpos estatales o municipales, en ocasiones el personal no es suficiente para controlar la peligrosidad de los privados.

En unas celdas más grandes pero con más hacinamiento, del Centro de Coordinación Policial Número 5 de Polimiranda, en Santa Teresa del Tuy, los reclusos rompen las camisas para tejer cintillos o pulseras porque no se les permite el acceso de papel u otros objetos de distracción, como castigo tras la fuga de 19 reos, que se registró el 18 de octubre.

“Tuve que romper la camisa para hacer unas pulseras y unos cintillos para distraerme, porque lo que hago es pensar puras cosas malas, ves. Tú sabes que el preso piensa es en salir de aquí como sea, entonces uno para no pensar esas cosas malas busca distraerse y nos ponemos a tejer”, soltó un joven detrás de los barrotes.

Tras las rejas todos sacaban lo que habían hecho y otro muchacho mostraba su muñeca con una pulsera con la palabra “libertad”, hecha también con los hilos de una camisa que rompió.

“Le quito el cuello a las camisas y las mangas, con eso hacemos pulseras. Aquí no nos dejan pasar hilos y nosotros nos las ingeniamos”, dijo mientras mostraba una franela azul marino, que ya no tenía mangas ni cuello.

Foto: Crónica Uno / Miguel González
Foto: Crónica Uno / Miguel González

Incremento de la violencia

Nieto Palma subrayó que el ocio incrementa la violencia. “No tienen nada que hacer, se ponen creativos y eso genera riñas”, comentó. De acuerdo con el estudio de la ONG, 50 % de los recintos carecen de sitios para recibir visitas y, a juicio del abogado, ver a los parientes cuenta como actividad de entretenimiento.

Cómo ellos quieren que uno se mantenga tranquilo, mire, señorita, yo tengo seis meses aquí y no he podido abrazar a mi mamá bien porque no nos dejan salir y recibimos visita una vez a la semana y cuando ellos pueden venir. No tenemos colchonetas ni sábanas, por más delito que uno haya cometido no nos pueden tratar así. No nos dejan pasar ni cartas ni dominó, entonces cómo quieren que uno se mantenga tranquilo y no tengamos ocio”, manifestó el muchacho de estatura muy alta pero de corta edad, quien fue condenado a seis años y lleva seis meses esperando el traslado por parte del Ministerio para el Servicio Penitenciario a un centro de reclusión.

El informe de la ONG apuntó que se documentaron al menos ocho casos de asesinato en los centros de detención estudiados en cinco estados del país. Cuatro fueron desmembramientos, dos fallecieron por disparos y uno por golpiza. Además, 10 personas resultaron heridas, dos policías y ocho reclusos.

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El 15 de noviembre, en la comisaría de la Policía del estado Lara, Carlos Luis Valera fue decapitado, después le abrieron el abdomen, extrajeron sus órganos y los cocinaron porque presuntamente fue encontrado robando alimentos, detalló el estudio.

Foto: Crónica Uno / Miguel González
Foto: Crónica Uno / Miguel González

El director de Polimiranda, comisario Elisio Guzmán, explicó que cada centro de coordinación policial tiene reglas distintas según cada experiencia de seguridad y por esta razón prohíben el ingreso de colchonetas, almohadas, sábanas o ciertos alimentos.

“Los presos pasan mucho tiempo sin hacer nada e inventan mucho. Años atrás hemos tenido muertos con envases de refrescos que llenan y con eso le dieron repetidas veces en la cabeza al otro”, recordó el funcionario con más de 40 años de experiencia.

Pero no todos los reclusos tejen o hacen origami, hay algunos que emplean su tiempo en la lectura, siempre y cuando los funcionarios les permitan el ingreso de un libro. Así sucedió en uno de los calabozos de Santa Teresa, donde un privado de libertad se mantuvo sentado al fondo de la celda durante la visita del equipo de Crónica.Uno. Leía la novela 11 Minutos, del escritor brasilero Paulo Coelho.

Solo se levantó del suelo, sin prestar mucha atención a las peticiones de sus compañeros al medio de comunicación, y le pidió a uno de los efectivos que le permitieran a su familia enviarle otro libro. “Por favor, ya este se me va a acabar”, pidió.

El comisionado Ernesto Rengifo, coordinador del centro de Polimiranda ubicado en Santa Teresa, comentó que tratan de llegar a acuerdos con los reclusos para darles hojas o periódicos para su distracción, pero hay que ser cuidadosos porque el ocio les induce a inventar cosas malas. Sin embargo, la mayoría de ellos quiere hacer alguna actividad y son creativos.

“Estamos conscientes de que deben ocupar su mente en cosas buenas, pero con el hacinamiento, el déficit de policías y el poco espacio para realizar alguna actividad es muy delicado. Ni siquiera pueden recibir sol, los calabozos no tienen ventanas, es grave. Tenemos a varios reclusos esperando por traslado para un centro penitenciario pero el Ministerio pone trabas”, detalló.

Según Una Ventana a la Libertad, en el país hay una población penal de 55.000 personas. La cifra de los calabozos les resulta alarmante porque casi empareja a las cárceles, con 44.000 privados de libertad, que tienen hasta tres años esperando el traslado a un centro de reclusión o que se inicie su juicio.

Fotos: Miguel González


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