El médico venezolano Juan Armando Chiossone se aplicó la vacuna contra la COVID-19 en la Universidad de Miami. Allí dirige el Departamento de Otorrinolaringología, una especialidad de alto riesgo de contagio. Desde el Estado de Florida, el tercero con mayor número de casos, describe su experiencia, el rigor que debe prevalecer en la aplicación de la vacuna, y las dudas. 

Caracas. El médico venezolano Juan Armando Chiossone dirige el Departamento de Otorrinolaringología de la Universidad de Miami y desde diciembre de 2020 es uno de los integrantes del personal de salud que recibió la primera dosis de la vacuna de Pfizer contra la COVID-19; la segunda dosis le tocó el 7 de enero enero. 

Si bien no es el primer venezolano en el estado de Florida en ponérsela (es uno de los cuatro primeros), es al menos el único que desde el momento de su inmunización comenzó a informar día tras día, por casi un mes consecutivo, el efecto del medicamento en su organismo, con estricto sentido médico. Y a advertir, sin reserva alguna, que hay que vacunarse. “Hola a todos. A 14 días de la vacuna, todo bien y sin síntomas”, escribió el 30 de diciembre de 2020. 

Estoy absolutamente convencido de que hay que vacunarse; estos meses han sido muy angustiantes con el trabajo y con el riesgo de contagiar a mi familia o a algún amigo. Ha sido una situación tan apremiante que dije que cualquiera que sea la vacuna que apliquen la voy a tomar”.

Y no es para menos. El riesgo de la población en los Estados Unidos es muy alto. Entre los meses otoñales de septiembre-noviembre, el país presentó un repunte de contagios, el mayor en todo el mundo, que no logra parar: 21,1 millones, mientras las muertes han aumentado en forma drástica. Y el Condado de Dade, en el estado de Florida y donde está ubicada la Universidad, reporta, entre pico y pico, el tercer número más alto: 1,35 millones de casos y 21.889 muertes. Es uno de los más poblados.

Además, la Otorrinolaringología representa una de las especialidades con mayor exposición de la enfermedad. Tanto como la Medicina Crítica, Emergenciología, Medicina Interna, Infectología, Intensivista y Neumonología. 

“El riesgo de contagio que corremos es muy grande, pues es un virus que se transmite a través del aire, de la respiración, entonces cualquier médico que maneje la vía aérea está más expuesto que otro, porque no puede examinar con máscara. Además, si se tiene que explorar el lugar donde se aloja el virus, la posibilidad de contagio es peor. Durante todo el periodo de la pandemia no he parado de hacer mi trabajo”, dice el otorrino, que es especialista en Neurotología y cirugía de la base de cráneo, que trabaja también en el Jackson Memorial Hospital.

Criterios para vacunarse contra la COVID-19  

Ante eso, a finales del año pasado, las autoridades le plantearon al equipo médico de la universidad la posibilidad de inmunizarse.

En lo que comenzó a aplicarse la vacuna Pfizer en diciembre nos avisaron de inmediato, nos hicieron una encuesta para saber quiénes queríamos tomar la vacuna que, a diferencia de la vacuna de la gripe, que es mandatoria, era opcional en este momento”.

Desde mayo de 2020, Chiossone es uno de los 400 especialistas voluntarios de Miami y de Nueva York en un estudio clínico que realiza la universidad, para determinar qué tan sensible es su organismo al virus de la COVID-19 y cómo reacciona la inmunidad de su cuerpo a la vacuna. Por eso el proceso de la inmunización era indispensable. 

“Unos cinco días después de recibir la vacuna me extrajeron sangre, aplicaron el test de la COVID-19 en cada fosa nasal para llevar un control de cómo me encontraba después de la vacuna. Eso se hará cada mes durante un año y esto será muy interesante porque el objetivo es llegar a casi 400 participantes, todos personal de salud del Estado de Florida y Nueva York”.

Explica que el procedimiento es sencillo pero tiene rigor. “Preguntan en cuál lugar quieres tomarla y si es en el centro de salud se pide una cita y la colocan. Cuando uno se pone la vacuna hay que quedarse unos 15 minutos en espera, sentado, para observar si hay alguna reacción severa en el momento, como medida de seguridad”.

Y añade: “Nosotros todos los días antes de empezar a trabajar nos exigen someternos a un interrogatorio para saber si uno ha estado expuesto a una persona con la COVID-19 positiva o si tenemos los síntomas que llaman síntoma check. Todo el personal para poder trabajar necesita hacer esa encuesta y mostrar por teléfono en el trabajo que hemos contestado las preguntas. Además, que no hemos viajado ni tenido ningún problema que requiera hacerse una prueba para poder trabajar”. 

Las tres preguntas clave de esa encuesta son: si se ha tenido contacto con alguna persona con la COVID-19 en las últimas 72 horas; si se ha viajado fuera del Estado de Florida; y si se siente alguno de los síntomas característicos. En caso afirmativo, se somete a la persona a hacerse una prueba.   

Dudas sobre las vacunas

Desde los días finales de diciembre están colocando al personal de salud la vacuna de Moderna, de una empresa de biotecnología con sede en Cambridge, Massachusetts. Ambos fármacos de factura estadounidense son gratis. En caso de que se exija pago, no será tan costosa. “Se calcula de 20 o 30 dólares la aplicación”, refiere el especialista.

Lo que más dudas despierta son los síntomas. A pesar de que desde México le endilgan al fármaco de Pfizer síntomas de hipoglicemia, espasmos laríngeos, disminución de actividad respiratoria y fiebre, luego de aplicarlo, Chiossone no cree que sea algo general. 

“No he experimentado síntomas que pueda atribuir a la vacuna, más allá de mis alergias ocasionales. El mismo día de aplicarme la vacuna a las 8:30 a. m. tuve trabajo normal, inclusive tuve que operar y salí tarde. Solo sentí el dolor que ocasiona la aplicación de la vacuna en el brazo. Pero los que reportan alguna incomodidad son síntomas absolutamente normales. Los dolores en el cuerpo o musculares son predecibles y están reportados como normales. Hubo reportes también de parálisis facial y cuando se había dado el resultado se dieron cuenta de que era una cosa casual que no tenía relación con la vacuna”.

Chiossone afirma que hasta ahora no hay información de que la vacuna contra la COVID-19 esté contraindicada en personas con enfermedades crónicas como la diabetes o la hipertensión, o enfermedades pulmonares.

“Quizá la única señal de alarma que han puesto es en personas inmunosuprimidas, como haber recibido un trasplante o que utilicen drogas inmunosupresoras, porque no se sabe cuál es la reacción. La otra objeción es en personas con cáncer que estén bajo tratamiento de quimioterapia.  Lo que se está diciendo es que consulten con el médico si hay riesgo, pero no hay ninguna contraindicación”.  

A diferencia de países como Venezuela, el riesgo del  personal de salud está muy por debajo del 1 %. “El reporte semanal del Sistema Jackson, que es el sistema público de salud del Condado de Miami Dade, indica que hace dos semanas había 160 pacientes hospitalizados positivos y eso dista de los 400 que tuvimos al inicio del verano. Se han tratado más de 4080 casos de pacientes con la COVID-19, y más de 100 empleados del sistema que ya fueron vacunados, estamos hablando de un número muy significativo”. 

¿Ve viable médicamente la vacuna rusa?

—Hablaré muy claramente desde el punto de vista profesional, más allá de otras consideraciones. El problema que presenta la vacuna Sputnik V es que los representantes rusos no han presentado de forma verificable y auditable los datos sobre la efectividad. Las otras dos pasaron estudios clínicos con extensa cantidad de data de tres o cuatro meses y así se sacó el resultado de la efectividad, desafortunadamente, los rusos no han mostrado esos resultados, y por eso quedan las dudas. Pero si al final es la que está disponible, hay que ponerla. Lo peor que puede pasar es que no funcione, y lo mejor que puede pasar es que funcione. Y así la que venga. Es una decisión personal. Lo importante es el acceso a la vacuna, hay que vacunarse.

Chiossone dirigía en Venezuela la Fundación Venezolana de Otología que fue líder en América Latina con el programa de implantes cloqueares, y que entró en crisis junto con el país a partir de 2017. De realizar 120 intervenciones a pacientes sordos, conjuntamente con el Hospital Universitario de Caracas, desde 2009, el especialista llegó a practicar solo tres. “Un número peor que el del momento en que iniciamos el programa. Fue impresionante la desmejora”.  

La dificultad de conseguir insumos por la falta de divisas y la hiperinflación complicaron la esperanza de unos 8000 pacientes. Y decidió aceptar la invitación para dirigir el Centro en los Estados Unidos en 2018.


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