Películas con apenas promoción en redes y medios se perfilan para el palmarés que se lleva a cabo en Margarita.
Porlamar. A las 9:00 a. m. está pautado el comienzo de las proyecciones en Cinex del centro comercial Costazul, Margarita, sede este año del Festival del Cine Venezolano. Larga jornada. Las últimas películas del día terminarán de verse en pantalla casi a las 11:00 p. m.
Una de las películas del primer bloque del lunes, 17 de junio, es Azotes de barrio 2, de Jackson Gutiérrez. Una secuela que tardó poco más de una década en salir.
Esta vez el personaje de Garimpeiro, interpretado por el cineasta, busca venganza luego de recibir un ataque que casi acaba con su vida. Su rival es Dayana (Jeska Lee Ruiz), una maleante capaz de alterar la tensa calma del barrio con tal de conseguir su objetivo.
Jackson vuelve a demostrar que sabe mantener la tensión de su conflicto, maneja el vilo de principio a fin con giros en la trama que subrayan su meta. Sin embargo, hay pequeños detalles que entorpecen su dinámica brevemente, deslices en la puesta en escena o en el discurso que generan preguntas que entorpecen el desarrollo. Pero no es tanto como para dejar de disfrutar una propuesta entretenida y que mantiene en vilo en una historia en la que el director se reserva para él la mayoría de las frases célebres de los diálogos.
El documental Ozzie, la historia de Oswaldo Cisneros Fajardo, de Maurizio Liberatoscioli, es una directa semblanza sobre el empresario venezolano. Producido por Cinesa, la obra expone momentos claves del hombre de negocios que fueron noticia en su momento, como la llamada guerra de las colas en los noventa. Una obra necesaria y redonda que reivindica la labor empresarial.
Mariposa de papel es otra película de no ficción que compite en el Festival del Cine Venezolano. Dirigido por Rafael Medina Adalfio, es un documental de la faena, con claras reminiscencias de Araya, de Margot Benacerraf.
Cuenta la vida de un grupo de agricultores de La Grita, en Táchira, los llamados gochos o andinitos que venden verduras y hortalizas en Caracas. El cineasta se adentra en la dinámica familiar y profesional de estos hombres de la montaña. Expone su rutina, misticismo, entrega, así como los desafíos en esas carreteras venezolanas llenas de alcabalas. Testimonios de esfuerzo, amores y aspiraciones.
La prisión de mi padre es el registro de Iván Simonovis Pertiñez de esos días en los que su papá, el comisario Iván Simonovis, estuvo preso durante 15 años hasta el momento de su fuga. Llama la atención la tradición familiar de grabar todos esos momentos familiares desde hace años, una disciplina que continúa el hijo con clara intención de dejar constancia lo que ha vivido su familia.
Todo ese registro casero conforma años después un testimonio de vida que luego se concatena con lo filmado por un hijo con la clara intención de exaltar el rostro de su padre, apresado desde los tiempos de Hugo Chávez. Los últimos minutos del documental son toda una revelación cargada de adrenalina. Tanto este como Mariposa de papel se pueden meter en el palmarés.
Un actor se prepara es una película de Inti Torres y Camilo Pineda, inspirada en Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski.
Es una propuesta que busca ser experimental y disruptiva, pero que sacrifica mucho de la fuerza que pudo tener la trama debido a esa intención de ofrecer diferencia. La fotografía es uno de sus principales atractivos.
La sombra del catire de Jorge Hernández Aldana se perfila como favorita en ficción. Una propuesta claramente de autor que no busca dar todo digerido. Benigno (Francisco Denis) vive solo en una finca atropellada por el tiempo y el desdén. En ese lugar lejano y árido lucha contra sus demonios, una vida repleta de esfuerzos físicos en medio de la hostilidad, sin propósito aparente en medio de un llamado a asumir responsabilidad.
Su intención de vender la finca levanta todo tipo de entuertos que involucran a sus hijos y a un militar dispuesto a conseguir su cometido. Entonces el pasado violento se entremezcla con la rutina. Un largometraje en el que cada imagen es como una postal de la decadencia, de una belleza triste como el protagonista.
Otra que puede entrar en el palmarés es Mi tía Gilma de Alexandra Henao, la directora de fotografía del cine venezolano que debuta con esta obra en los largometrajes de ficción.
Una película intimista sobre una joven criada por su tía. Su mamá emigró y vive en la eterna promesa de que algún día se llevará a la pequeña. Casi todo transcurre en un hospital, donde la tía está recluida por los golpes que recibe de su pareja. Hay que operarla, pero no hay cómo. El quirófano no está disponible y el país cada día recuerda su hostilidad, especialmente a una joven que ve cómo se esfuma su arraigo. Mientras, se encarga de mantener la casa y cuidar a la tía. Todo en el contexto de la profundización de la tragedia venezolana.
Hambre de Joanna Nelson aparece en las quinielas de algunos desde antes de que comenzara el Festival del Cine Venezolano. Protagonizada por Claudia Rojas y Gabriel Agüero, muestra a una joven pareja en plena debacle sociopolítica y económica del país.
Sin embargo, la obra pierde fuerza desde el primer acto, cuando durante casi una hora redunda en la exposición del contexto de los personajes y luego al final se diluye el ímpetu de la relación de pareja por razones que no quedan claras.
Entonces, pierde su fortaleza: la química de la pareja en medio de una degradación constante del entorno. La autora los separa intempestivamente, sin mayor razón, a dos personajes que sí están afianzado por dos muy buenas actuaciones.
Vuelve a la vida de Luis Carlos y Alfredo Hueck se mantiene como una de las favoritas. Basada en la vida real de los cineastas, la historia de superación de un cáncer es potente en muchos sentidos, tanto en la genuinidad de su testimonio como en las imágenes simbólicas de la introspección, así como en el vuelco a una propuesta documental en la ficción que se compagina con toda la obra.
Las proyecciones del Festival del Cine Venezolano culminan el miércoles 19 de junio. El palmarés se conocerá el jueves.
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