La película venezolana cuenta la historia de un joven con síndrome de Down que halla el camino de su pasión.

Caracas. Chúo (Greyber Rengifo) es un joven de 23 años de edad con síndrome de Down. Vive en una pequeña y precaria casa de una barriada caraqueña con su padre, José “El Chivo” López (Ruper Vásquez), un percusionista que no logró el sueño del artista y que ahora trabaja como vigilante en un estacionamiento.

Hay toda una agenda establecida entre ambos. En la mañana, bien temprano, a Chúo lo llevan al colegio, lugar en el que está habituado a las actividades cotidianas dirigidas por las maestras; un centro de dedicación exclusiva para personas con síndrome de Down.

Especial
La película venezolana muestra cómo padre e hijo encuentran un lugar en el camino

Pero todo empieza a cambiar. Chúo ya supera los veinte años de edad, ya no es un niño, por lo que el papá tiene que resolver cómo reacomodar su rutina. Al principio, lo lleva al trabajo, lo que incomoda al jefe, que desde hace rato tiene en la mira a El Chivo por los permisos que ha pedido para atender distintos asuntos de su hijo.

Entonces, aparece una solución: a Chúo le ofrecen trabajo en una oficina cercana. Así transcurre Especial, la película del venezolano Ignacio Márquez estrenada recientemente en la cartelera nacional.

En la oficina, Chúo empieza a desenvolverse muy bien en la productividad que ayuda a las finanzas de la casa, así como también establece unos vínculos que afloran su confianza en el quehacer artístico, una pasión que cada vez más se hace presente en su vida, una importancia clave para la trama.

Especial surge de una necesidad del autor, quien también escribió el guion. Ha trabajado en cine y teatro durante dos décadas con personas con síndrome de Down. De hecho, en 2013 estrenó el cortometraje Sueño Down.

Especial
El protagonista de Especial entra a un mundo en el que busca su lugar

Por eso, la película se siente natural y fluida en su desarrollo, sin imposturas, ni tratamientos forzados ni miradas moralistas en el entorno en el que se desenvuelven los protagonistas.

Es dura porque sabe inmiscuirse muy bien en las relaciones que pueden surgir en los lugares retratados, en los que hay frustración, rabia, desesperanza y poca empatía. Pero el autor no sentencia, sino que permite que sus personajes se desenvuelven en constantes actos de vida que permiten su reflexión, cambios y mejoras, sin otros motivos que no sean la misma conciencia en medio de la vida grupal.

Porque en Especial solo hay seres humanos que tan solo existen entre aciertos y demonios, que luchan constantemente con su sombra, con la posibilidad siempre de reivindicarse.

Chúo va descubriendo el mundo, la experiencia laboral, como a todos, le permite dar un viraje a su existencia, en la que se ve una serie de figuras que antes le eran ajenas porque estaba protegido en una escuela diseñada para él, pero afuera, en otras circunstancias, debe adentrarse en un mundo de vaivenes emocionales e intenciones que no siempre le corresponderá.

Y es así, entre desdicha y tristezas, como aprende esa otra parte que ahora descubre, pero a la vez, fortalece el camino hacia otras relaciones que lo llevan a la dicha. Incluso, hay espacio para empezar a explorar en los sentimientos y el manejo de los derivados.

Especial
En el largometraje también hay cabida a la exploración de los sentimientos

Especial es un largometraje familiar, de los conflictos internos, de personas que no comprenden todavía el pasado, por lo que son esclavas de las reminiscencias que impiden comprender el presente, en el que se hallan atrapados por los vestigios.

Sin embargo, Chúo y El Chivo comienzan un viaje en el que aprenden a conocerse realmente, impulsados por los cambios acelerados que experimentan, nunca solos, pues siempre surgen personas dispuestas a compenetrarse con el camino, en un intercambio ameno y pertinente de vida grupal.

Especial también rinde un tributo a la ciudad. Es una película urbana, que sabe decodificar sus maneras a partir de la caraqueñidad, con sus rincones que intimidan, pero que también forjan vivencias entrañables. Hay un homenaje a sus músicos, principalmente a la salsa y a esos próceres de conga y timbal que han surgido en zonas como San Agustín. Los locales que entre cerveza y claves han conformado una memoria.

El cineasta es ágil en remarcar los rostros de su elenco, en el uso correcto de las sombras cuando subraya el origen de padre e hijo, en esa pequeña casa, donde la oscuridad es también reflejo de esas soledades, mientras que los exteriores marcan muy bien el caos citadino que da pistas también para sus escapes. Hay cabida para el humor justo, especialmente de Greyber Rengifo, quien se desenvuelve ante la cámara de una manera confiada y firme. Por su parte, Ruper Vásquez se luce como el hombre que busca renacer de la ignominia en la que considera que está. Además, junto con Alfredo Naranjo, es responsable de la música del largometraje, que participó en el Festival Internacional de Cine de Chicago y ganó nueve premios en el Festival del Cine Venezolano de Mérida.

Ignacio Márquez logra así presentar al público una temática reconfortante para el cine venezolano, con una visión distinta a la esperada por muchos cuando se habla de cinematografía nacional; una historia sobre encuentros, pero más todavía sobre descubrir realmente a quién se tiene al lado, a ese con el que se convive realmente y con el que por distintos dolores se marcan distancias que parecen imposibles, pero que al final son tan solo una ilusión.

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