Los apagones en Zulia y la falta de agua corriente agravan la situación en medio del encierro por la pandemia, lo que ocasiona ataques de ansiedad, nervios y angustia. Dos casos al oeste de Maracaibo dan cuenta de lo que padecen las familias que tienen estos pacientes a su cuidado.
Maracaibo. La ausencia de los servicios básicos en el Zulia, además de la falta de alimentación y de medicamentos ha provocado que los pacientes diagnosticados con patologías psiquiátricas sufran recaídas drásticas. Incluso, sus familiares o cuidadores pueden presentar cuadros de ansiedad y depresión, un panorama que se agrava en medio de la pandemia por COVID-19.
La fundación Rehabilitarte considera que la rutina por la cuarentena preventiva y la sobre-información impactan de manera negativa en la salud mental. Para agosto de 2020, calcularon que 87 % de los venezolanos presentó síntomas de ansiedad por la pandemia, en otros casos: sentimientos de angustia, tristeza y preocupación.
Los pensamientos negativos por la falta de recursos económicos para adquirir comida, agua, medicinas y gasolina, afectan al menos a 52,8 % de la población, de acuerdo con la fundación zuliana.
Hortensia Gómez, de 71 años de edad, tiene bajo su cuidado a sus dos hijos menores. Gustavo, de 29 años de edad diagnosticado con autismo y Ever, de 39 años de edad, que sufrió meningitis a los pocos días de nacido, lo que le ocasionó daños cerebrales. La falta de recursos económicos limita ambos tratamientos, al punto que su madre ha optado por darles las medicinas interdiarias para rendirlas, pero eso tiene consecuencias en este tipo de pacientes.
El neurólogo le ha puesto muchos medicamentos a Gustavo, porque él es más tremendo. Toma medicinas tres veces al día para estar calmado, pero yo no puedo comprársela, entonces se la doy una vez al día nada más, por eso vive en ese estrés todo el tiempo y me pone mal”.
Antes de la pandemia, Hortensia se ayudaba confeccionando cortinas y forros para baño, pero en un ataque de Gustavo, lanzó la máquina de coser al piso y la rompió.
Tengo todo en mi cuarto bajo llave, la cocina, la nevera, los platos, todo. Por eso mi apartamento está vacío, porque él rompe todo”.
La ansiedad se mezcla con el encierro constante en el reducido apartamento de tres habitaciones en el oeste de Maracaibo. Hortensia confesó que con la llegada de la pandemia todo se puso más difícil para ella y comenzó a sufrir de los nervios.
“Yo tomo más drogas que mis hijos. Me ha atacado mucho la depresión y la angustia a raíz de la lucha con ellos. Tengo tres días así porque tampoco he podido comprar mis medicinas. Ahora es peor, cuando las consigo no las puedo comprar porque es un dineral. Mucho hace mi hijo mayor con mantenernos”, manifestó Hortensia que ahora también es una paciente.
La Fundación Rehabilitarte, en su monitoreo correspondiente a septiembre, sobre los medicamentos psiquiátricos: “¿En cuánto el récipe?”, reveló que el tratamiento mensual para quienes padecen ansiedad generalizada cuesta 10,96 dólares o 4.617.000 bolívares, por lo que se requieren más de 11 sueldos mínimos para cubrir este tratamiento, sin considerar costos adicionales como el traslado a diversos puntos de la ciudad o la disponibilidad del medicamento.
En septiembre los antidepresivos registraron un aumento promedio en su precio de 69,9 %. Según el informe, la escasez de medicamentos de este tipo en la zona oeste de la ciudad se ubicó en 52,11 %.
Una rutina agotadora
Hortensia reconoce que está cansada. Se levanta temprano, asea a sus hijos, les da café si tiene, y saca el colchón de Gustavo al sol porque no tiene pañales y se orina encima de él.
“Me duelen los brazos de tanto subir y bajar el colchón. Este mes me he caído cuatro veces y no aguanto mis piernas. A veces lloro del dolor porque también sufro de fibromialgia”.
Luego monta el almuerzo en un reverbero por el que sustituyó su cocina luego de que Gustavo casi la desarmara por completo. “Después de almuerzo trato de recostarme un rato, pero él no me deja porque parte las cosas. Yo descanso en la noche, si les doy la medicina porque los pone a dormir; si no la tengo, pasan toda la noche dando vueltas”.
Cada uno tiene un trato diferente. Ever es un paciente más tranquilo, retraído y observador, mientras que Gustavo es más agresivo, no le gusta vestirse y busca constantemente la atención de su madre.
La falta de agua corriente en la zona y los racionamientos eléctricos agravan la situación. “La oscuridad y el calor nos desespera porque aquí cortan la luz cuando quieren y las horas que quieren. Gustavo se destroza la ropa encima. Cuando no tengo agua mi otro hijo sube algunos botellones, porque podemos pasar hasta un mes sin una gota y yo necesito mantenerlos a ellos lo más limpios posible. Todo esto termina agotando a uno, enfermándolo”, dijo Hortensia.
La calidad de vida se esfumó
Para Gladys Mejía, de 69 años de edad, darle calidad de vida a su hija Patricia –de 46 años y con parálisis cerebral– y a Gustavo, su esposo, –de 71 años y con enfermedad de Párkinson– es imposible. Padre e hija toman al menos 10 medicamentos diferentes, por lo que necesitan un aproximado de 20 dólares mensuales para cubrir su tratamiento.
Los ingresos de la familia son de 1600 bolívares, de la pensión de los esposos, más los bonos que les otorga el gobierno a través de la plataforma Patria.
Así como llegan se van. Este último tiempo han saltado mucho el tratamiento porque no alcanza para comprarlas, es eso, o medio comemos”, dijo Gladys entre sollozos porque no tiene para comprar frutas que evitan el ardor que produce el Fenobarbital en el estómago de su hija.
“Ahora está más repuesta, pero hasta no hace mucho estaba desnutrida. También tiene escaras por el calor que se pasa aquí cuando se va la luz. Mi esposo se desespera por los nervios y comienza a temblar, lo único que puedo hacer es sentarlos en el pasillo”.
Patricia es una paciente que pasa sus días sentada en una silla de extensión plástica, forrada de trozos de gomaespuma y su padre la mayor parte del tiempo está acostado. “Él se deprime mucho, no entiende qué le pasa y por qué se le olvidan las cosas”, contó la mujer.
Gustavo, Patricia y Gladys han perdido entre los tres un aproximado de 80 kilos este año. Comen pasta con salsa, arroz con verduras y granos. “El único que come pollo es Gustavo, por la dieta que le mandaron para que no se le estrangule una hernia. Nosotros comemos lo que salga, pero hace dos semanas todos comemos lo mismo”. Gladys reconoce que la bolsa del Clap es una ayuda, pero hace más de dos meses no llega en su comunidad.
El psicólogo Víctor Coronado considera que la situación de emergencia en Venezuela ha impactado de manera negativa no solo en el área laboral y económica, sino que el individuo está sometido constantemente a otras preocupaciones que se relacionan con la necesidad de resolver los servicios básicos en casa.
“Las frustraciones hacen que las personas se sientan deprimidas y puedan ser propensos a sentir ansiedad, estos diagnósticos se han hecho muy comunes recientemente en el país y cuando hay un paciente psiquiátrico en casa, que no puede tener un tratamiento adecuado, además de atención psicológica, la enfermedad se vuelve crónica y no hay avance. No puede tener una vida libre de crisis y sana”, explicó el psicólogo.
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