Los estudiantes no son los mismos de marzo de 2020. El impacto emocional de la cuarentena ha roto a muchos al experimentar alteración en el estado de ánimo. Un eventual retorno a la escuela requerirá del acompañamiento y el trabajo psicosocial con los alumnos. “Lo complejo será lidiar con unos niños que han estado sometidos a grandes niveles de presión en sus hogares y que ahora se les va a exigir que se adecúen a un conjunto de exigencias académicas para los cuales no están listos”, advierte Abel Sarabia, psicólogo y coordinador de Cecodap.
Caracas. A los 150 estudiantes aspirantes a estudiar primer año en la Escuela Técnica San José Obrero de Fe y Alegría, ubicada en la parroquia Antímano, les pidieron en la prueba de conocimiento que dibujaran cómo se han sentido durante la pandemia. Al director Rafael Peña le causó alarma ver los dibujos. “La cantidad de lágrimas en las imágenes…”, dice.
En esa misma jornada, estaba planteado que los padres y representantes recibieran herramientas y pistas para la atención de los niños en casa. “Una preocupación son los niveles de agresión que pueda haber en el hogar en este tiempo de cuarentena”, expresa Peña. “Me llama la atención el dibujo de un niño donde aparecía él frente a la pantalla en blanco”, cuenta.
Aproximadamente, 20 % de los niños que Cecodap ha atendido durante la cuarentena presenta algún tipo de alteración en el estado de ánimo: ansiedad, depresión, con poca esperanza. Abel Sarabia, psicólogo y coordinador de Cecodap, dice que es una problemática que está en crecimiento.
La dinámica de las tareas escolares también han sido un motivo de conflictividad en el grupo familiar. Sarabia señala que en las consultas los papás reportan perder la paciencia, no saber qué hacer y utilizar el castigo físico.
Los estudiantes no son los mismos de marzo de 2020 cuando se anunció el cierre de las escuelas. El impacto emocional de la cuarentena ha roto a muchos. “Nosotros no pudiéramos pensar que estos niños puedan volver a la escuela como si nada hubiese pasado”, advierte Abel Sarabia, psicólogo y coordinador de Cecodap.
Sarabia afirma que, a pesar de que el impacto emocional por la cuarentena es a escala global, en Venezuela afecta de manera diferenciada por las condiciones de vida. Los niños con mayor vulnerabilidad son probablemente los más afectados. “En general, habría que decir que los niños van a necesitar de un proceso de adaptación, pero, especialmente, los afectados en las comunidades populares van a requerir un apoyo adicional”, señala.
La escuela, que era el medio de contención de muchos niños y adolescentes, no ha estado durante más de cuatro meses. En Venezuela, el confinamiento impactó a 4.031.389 niños que recibían alimentación escolar, según el Monitoreo global de comidas escolares durante el cierre de las escuelas por el COVID-19.
La Unesco también alerta que la interrupción escolar podría tener repercusiones no solo en el aprendizaje, sino que “cuanto más tiempo los niños marginados dejen de asistir a la escuela, menos probable es que regresen”.
Al menos un millón de niños venezolanos están sin escolarizar, alertaba en septiembre de 2019 la Unicef. El Instituto Nacional de Estadística reconoce que entre 2013 y 2017 salieron de las aulas 683.203 niños y adolescentes. El informe del grupo Banco Mundial COVID-19: Impacto en la educación advierte sobre el abandono escolar en Venezuela al considerarla como una de las crisis recientes junto con Etiopía, Brasil, Argentina, Sierra Leona y Filipinas.
“En Venezuela, después de la crisis económica que estalló debido a los bajos precios y reducidos volúmenes de producción de petróleo, el número de niños que no asistían a la escuela aumentó en 56 % y el número de niñas en 60 % entre 2015 y 2017”, se lee en el documento.
En el retorno a la escuela el acompañamiento y el trabajo psicosocial serán clave. Sarabia explica que lo más complejo de sobrellevar de la cuarentena y de este proceso de readaptación a la escuela no serán los contenidos académicos. “Lo complejo será lidiar con unos niños que han estado sometidos a grandes niveles de presión en sus hogares y que ahora se les va a exigir que se adecúen a un conjunto de exigencias académicas para los cuales no están listos”.
La escuela deberá privilegiar las emociones de los estudiantes antes que los contenidos académicos. Los estudiantes requerirán de un proceso de adaptación emocional al nuevo contexto. Sarabia señala que hay pérdida en la rutina luego de casi la mitad del año sin ir a clases. La puerta de entrada no podrá ser dar la mayor cantidad de contenidos por el temor a un nuevo cierre de los colegios.
“Frente a la posibilidad de volver a clases, ese volver tiene que privilegiar las emociones de los estudiantes antes que los contenidos formales. Solo privilegiando ese desarrollo emocional de los estudiantes va a ser posible lo anterior”, concluye.
Atender solo el contenido educativo no respetaría el tiempo emocional que los niños están experimentando, por lo que Sarabia sugiere un espacio para validar cómo se sienten los niños, donde sean escuchados y acompañados. Además de entender la dimensión emocional: reacciones, comportamientos. “Poner en palabras las emociones”, dice.
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