Protagonizada por Demi Moore, la película toma la crítica a estándares de belleza para contar una historia de horror de una lucha interna.
Caracas. Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una estrella de la televisión. Cautiva a millones de televidentes con su rutinario programa de ejercicios. Es una celebridad que parece tener ya todo afianzado en el sistema de estrellas.
Sin embargo, todo cambia cuando se entera de que la quieren reemplazar. Ya Harvey (Dennis Quaid) no la quiere. Es el gerente del canal y opta por una figura mucho más joven. Con mucho desdén se refiere a Elisabeth, como si fuera un mueble del que hay que deshacerse.
La sustancia es una película ambientada en el mundo de estrellas del cine y la televisión de Hollywood. Ya en sus primeros minutos, está claro el mensaje. Todo lo que viene después son ramificaciones de esa escena.
Versión joven
En pantalla se muestra cómo es elaborada la estrella de Elisabeth Sparkle para el paseo de la fama. Los bordes, las letras, las figuras, el cemento y demás elementos que configuran ese objeto de culto temporal. Mediático al principio para luego ser devorado por el olvido.
Ante el miedo por lo que se avecina, Elisabeth Sparkle contacta a un número misterioso en el que le ofrecen una sustancia que le permitirá mantenerse en la palestra. Debe inyectarse periódicamente una sustancia que generará una versión de ella, pero no una cualquiera, sino una que represente lo que para ella evitará ser olvidada: una versión joven, lozana y confiada. Su nombre es Sue (Margaret Qualley).
Algunas reseñas replican que la sustancia ofrece una versión mejorada de la persona que la usa, pero en realidad eso tan solo es una promesa de mercadeo de la trama.
El producto desde el principio advierte que deben recordar que ambas son las mismas personas, aunque nunca convivan, pues las indicaciones son claras cuando dicen que mientras una sale al mundo, la otra entrará en una especie de hibernación de siete días, tiempo en el que ambos cuerpos deben ser alimentados para así evitar desequilibrios.
Estándares de belleza bajo crítica
La sustancia es dirigida y escrita por la cineasta francesa Coralie Fargeat. La obra participó en festivales como San Sebastián, Cannes y Toronto. La primera lectura que se ha hecho de la obra es su crítica a los estándares de belleza en las mujeres, así como el uso desechable de las personas en función de su atractivo y juventud en el sistema de estrellas.
La realizadora es pulcra en el uso de los planos para enarbolar su discurso. Los contrapicados para la grandeza en los exteriores, así como los planos generales para delinear los contextos de gloria y desafío, mientras que los planos se van cerrando cuando ausculta los vacíos existenciales de la protagonista.
Guiños a clásicos cinematográficos
Además, es muy clara en sus referencias a obras como El resplandor, 2001: odisea del espacio, Saw, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde y Alicia en el país de las maravillas. Por ejemplo, hay un recurso que se reitera, y es el pasillo a modo de túnel de vida, que en principio evoca a la escena de Danny en el triciclo en El resplandor. En La sustancia la reminiscencia está en el pasillo del canal de televisión. Aparece por primera vez poco antes de que Elisabeth se entere de que ya no la quieren. Solo que acá no hay gemelas, sino que es ella misma desdoblada en tiempo, pero no en espacio, aunque mantenga su unidad.
Otro guiño a clásicos del cine será en el baño del apartamento de la protagonista, entre cerámicas blancas que asemejan el baño del horror de Saw, Elisabeth verá paradójicamente su “renacimiento” entre mutilaciones cada vez más desgarradoras.
Dos mundos
Es así como también la trama tiene ciertos elementos claves de la historia de la humanidad, pero llevadas a lo inverso, que en una imitación de lo divino, en lugar de subrayar la capacidad creadora, lleva a la destrucción. Son siete los días de la creación, así como siete los días de hibernación de la protagonista, momento en el que sale de nuevo a la vida en un aparente renacimiento. Además, son dos personas, pero a la vez la misma. Un binitarismo que podría romperse si se exacerba la lectura de la sustancia como elemento de la dinámica, el líquido que lleva al límite el ello.
Al final, La sustancia se adentra en el conflicto de una persona que lucha contra sí misma. Son dos versiones de la vida de una protagonista, a edades muy distintas, y por tanto, con percepciones en apariencia guiadas solo por el afán de éxito, pero con claras desavenencias en los escasos momentos de reflexión. Es como poner al espectador de cincuenta años a vivir con su versión veinteañera. Dos mundos que pueden entrar en guerra en una obra en la que casi no hay diálogos. Sin profundidad de la palabra.
Y así, en La sustancia surge un combate encarnizado entre Elisabeth y Sue. La joven que busca aniquilar a esa versión vieja en todos los sentidos, mientras Elisabeth comprende que los excesos de Sue están acabando con la versión principal, con ella, pero no puede resistirse a la existencia de la gloria pública que representa Sue.
Lo grotesco en escena
La directora lleva también al máximo lo grotesco en su puesta en escena, especialmente en su tercer acto. Cuando emergen otros elementos en el caos que generan Elisabeth y Sue, cuando ya parece que no pueden más.
El largometraje tiene un poco del molde de este tipo de películas sobre mujeres frente a la adversidad extrema. En las que se quiere machacar un mensaje de activismo cuando ya está claro desde el principio.
En su profunda soledad, todos los hombres son mostrados como perversos e indolentes, una versión incluso estereotipada sin importar el género de películas, pues Aves de presa y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn está en otra acera y apuntaba a lo mismo en ese sentido.
Sin embargo, en La sustancia al final todos son metidos en el mismo saco, en esa escena final de sangre a borbotones en el que tanto hombres como mujeres son bañados.
Es como si quisieran decir que al final, todo público es igual. Demandante y juzgador, incluso aquellos que levantan banderas de benevolencia cuando hablan de esta película. Porque lo grotesco también puede ser el pensamiento diferente.
En el fondo, muchos también buscan ser parte. No necesariamente del sistema de estrellas, pero sí de las elites del campo en el que se desenvuelven. Sean culturales, empresariales, comunales, deportivas, motivacionales, académicas y demás. Al final, el afán por la juventud es el temor a la certeza de la muerte. Y nadie quiere desaparecer.
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