El largometraje centra toda la atención en una familia y un adolescente que muestra su mundo a partir de su incipiente pasión por el cine

Caracas. En la cotidianidad son entrañables esos momentos en los que algún familiar o amigo admirado empieza a contar los momentos de su vida, esos que forjaron el ser del presente mientras se alineaba el camino del porvenir.

Ahora, la exaltación de esas vivencias hecha arte es lo que logra Steven Spielberg en Los Fabelman, su largometraje con tintes autobiográficos que se estrenará en Venezuela el jueves 26 de enero.

Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle) vive su adolescencia en Arizona, entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, cuando su familia percibe las primeras andanzas de un futuro vago pero con confianza en un mejor futuro. En el limbo, el protagonista decide ser director de cine, y empieza a filmar en su entorno, entre la precariedad, el ensayo y el error, y el entusiasmo de sus compañeros que le ayudan.

El padre, Burt Fabelman (Paul Dano), es una de esas figuras que se configura como una de las mentes que participará en la explosión tecnológica de la computación, esa que cambiará la vida de millones, y, por consiguiente, genera millones de dólares.

Los Fabelman
En la película, la vida familiar empieza a vivir una vorágine de la que escapa el protagonista con el cine

Al principio, todo luce apacible. La madre, Mitzi Fabelman (Michelle Williams), percibe esos primeros pasos con extrañeza. No se sabe cuáles son sus verdaderas impresiones sobre lo que piensa al respecto, especialmente ante el entusiasmo de Burt, absorto en lo que considera será la promesa cumplida al mundo desde su profesión. Mientras, se convierte en cómplice de sus hijos, especialmente de Sammy, en quien recae realmente la atención de la película.

El joven así se convierte en protagonista de Los Fabelman, a la vez que su mirada se posiciona como relatora desde diversas perspectivas. Por un lado, está la de Steven Spielberg como cineasta y coguionista, quien dispone de las imágenes frente a la pantalla, pero que a la vez hace del personaje adolescente un alterego en el que consigna sus primigenios recuerdos.

Además, elogiable cómo parte de esa intención de mostrar la potencia del cine para generar otros mundos desde la verdad; Sammy como personaje se va formando como un realizador que lleva más allá su realidad.

En la historia el cine es un punto de encuentro infinito, en el que una película cuenta sobre una película que predice la película que se ve finalmente en el presente, y que a su vez cuenta sobre todas aquellas que hubo en el trayecto.

Los Fabelman se fortalece además con esas referencias a los clásicos de Steven Spielberg, uno de los mejores directores de la historia, alusiones a todas esas inquietudes creativas que han ampliado su filmografía.

Uno de los puntos más atractivos es cómo va delineando la vida familiar con la pasión de Sammy por el cine; del momento en el que el joven descubre la gran pantalla, la felicidad de emular con una cámara todo lo asombroso, para luego, a medida que se fortalece su sapiencia y reafirma su ímpetu, empieza a resquebrajarse su entorno; todo eso además a partir del cine que crea, en el que el joven ve las verdades que ya no están entrelíneas.

Especial atención con aquellos personajes breves, y llevados al absurdo, que emiten esas líneas como golpes al hígado en el cineasta que se va formando como amateur entre su público de colegio, leal a cada una de sus películas “caseras”.

Hay una cuidada dirección de fotografía de Janusz Kaminski, de esas que comprenden la importancia de cada composición, y que exalta familiaridad entre aquellos que siguen la filmografía de Steven Spielberg, este confía nuevamente para esta tarea a quien ha logrado bellezas en La lista de Schindler, Rescatando al soldado Ryan, Caballo de guerra, Lincoln y West Side Story. El guion es coescrito con Tony Kushner, quien también firma en Múnich, Lincoln y West Side Story.

Todas las actuaciones, más allá de madre, padre e hijo, subrayan de manera especial su lugar. La presencia en pantalla, con sus palabras y silencios enarbolan la fuerza del oficio, esos que comprenden todo lo que inspira el origen de la película.

Realmente el director logra una sinfonía en la que cada elemento se concatena sin lugar para el azar, como una pieza de un puente gigante en la que no sobra ninguna parte hasta erigirse y exaltar el poder creador.

The Fabelman
Una de las escenas más entrañables es la que recrea el encuentro con John Ford

Lejos de ser complaciente, Steven Spielberg lleva al espectador a un trepidante viaje por los aciertos y deslices de una familia que debe comprenderse mientras avanza hacia lo que planea, en el que la rabia es válida, a la vez que hay margen para la comprensión de lo que puede ser fácilmente condenable.

Los Fabelman es una oda a la familia, a sus dilemas y su secuencia, con sus alegrías y penurias. Se sabe bien que las pasiones comienzan en casa, en esa película que se vio con los padres o en ese disco que se ponía cada sábado en la mañana. Por eso todo se conjuga, una vida en la que la cámara se convierte en instrumento para abrirse camino en la vida, pero no solo como mero ejercicio de supervivencia primaria, sino como báculo que sostiene, ante todo, ante la vida y sus marejadas, a la vez que se convierte con el tiempo en ese elemento que abre nuevos comienzos a través de la inspiración. Al final, todo depende del lugar en el que se pone el horizonte, como le dice John Ford al pequeño Sammy.

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