Cristina Zambrano, a sus 17 años de edad, transita un camino duro, doloroso, desalentador para muchos y que pareciera difícil de superar. Es una niña, su cuerpo, su voz, su mirada. Pero lo que le ha tocado vivir la convirtió en una mujer que aprecia la vida, que la lucha cada segundo, cada molécula de aire que respira y con cada gota de sangre que transfunden a su cuerpo: “La mujer venezolana, para mí, es resiliente”.

Caracas. Y llega el Día Internacional de la Mujer, una fecha para homenajear, para decir lo bueno y lo malo, para hablar de los derechos de la mujer que son vulnerados, de las que no tienen cómo hacerse el aseo personal porque no tienen agua en sus hogares, de la que llegó al espacio, de la que ganó premio Nobel. Todo eso es válido, así como también hablar de esas que no son mediáticas, que son simples, que son invisibles a una mayoría, pero que están ahí dejando huellas con su andar y, a veces, hasta con su solo respirar.

De ese lado, está Cristina Zambrano, una joven a la que la vida le jugó duro. Ella transita un camino duro, doloroso, desalentador para muchos y que pareciera difícil de superar.

Es una niña, su cuerpo, su voz, su mirada lo dicen. Sin embargo, lo que le ha tocado vivir la convirtió en una mujer que aprecia la vida, que la lucha cada segundo, con cada molécula de aire que respira y con cada gota de sangre que transfunden a su cuerpo.

Desde que nació padece una anemia hereditaria que destruye los glóbulos rojos de la sangre y que se debe a mutaciones en el ADN de las células que producen hemoglobina. Su diagnóstico: talasemia mayor.

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A los 16 años le dicen que tiene lupus: “Pensaba que en el hospital me habían contagiado de sarna. Yo gritaba eso, no sabía por qué tenía eso. Estaba hospitalizada para una intervención de la vesícula y me dicen los doctores que tengo esa enfermedad”.

Necesita un trasplante de médula ósea con urgencia. Entre tanto, cada 21 días va al J. M. de los Ríos, para que le pongan transfusiones de sangre.

Cristina vive en los Valles del Tuy con su mamá, Rosa, y su papá, Mario. Desde allá viajan para Caracas sorteando las penurias del ferrocarril y del Metro de Caracas.

Y aunque el día esté gris para ellos, siempre conservan las sonrisas en sus rostros. Vitamina pura para el alma de Cristina que hoy, a sus 17 años, ve que su vida transcurrió en los pasillos del servicio de Hematología, y que ya –por las enseñanzas apuradas de la vida– también se siente mujer; esa que acompaña a todos lados a su mamá, que sirve de referencia para las anécdotas y esa que sabe poner muy bien en su sitio a cualquier agresor.

Su cuerpo frágil y su tapabocas, que no deja abandonado, no la hacen más vulnerable. Todo lo contrario, la hacen fuerte y soñadora.

Todavía tengo muchos planes y proyectos en mente. Una amiga me dijo que el año que viene nos inscribimos en el Miss Venezuela, pero creo que me falta altura. Vamos a ver, dice.

Sus brazos han resistidos miles de pinchazos, aun así, las marcas no se han ensañado con ella, así que, por ese lado, su cara fresca, su pelo brillante y sus antecedentes en el mundo del modelaje le suman puntos a favor si decide audicionar.

A los 8 años, cuando quería entrar a un grupo de danza, su mamá la convenció de que mejor sería el modelaje: “Por la talasemia no podía estar bailando, así que pensó que eso era más reposado. En Caracas hice un casting, quedé y cuando nos dijeron los costos de las clases nos quedamos locas. Luego en Ocumare insistimos y esa academia sí estaba a nuestro alcance. Estuve mucho tiempo, quedé en un concurso como miniturismo, e iba a República Dominicana en representación de Venezuela. Me dio dengue y no pude viajar. De seis concursos perdí uno solo, gané traje típico y pelo más lindo. Ahora siento que ese mundo me gusta mucho, aunque ya no estoy haciendo nada de eso”.

Cristina de chiquita estuvo en un programa de radio que era conducido por niños, niñas y adolescentes y producido por dos profesores. Aprendió el manejo del micrófono y la pronunciación. Transmitían todos los sábados a partir de las 8:00 a. m. La primera parte del programa era dedicado a los valores, luego hablaban de la madre Tierra y cerraban con comentarios y análisis propios de sus edades.

Tenía 9 años cuando comenzó en estos medios y hasta los 15 años estuvo asistiendo a la cabina. La alejaron sus problemas de salud: “Fue un aprendizaje muy bonito, nos inculcaban la lectura y muchos valores. Me llamaron luego para un programa, pero soy de las que piensa que uno debe hacer las cosas bien o no las hace”.

Modelaje (una de sus pasiones), la radio y la música, además de sus clases académicas, le ocupaban el tiempo.

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Y aunque elle le da peso a sus actividades en la pasarela, en la música comenzó mucho más temprano. A los 6 años entró al núcleo de la Orquesta Sinfónica de Ocumare.

Era la primera agrupación y empezó con el coro. Con el tiempo llegaron los instrumentos. Ella quería piano, pero el que llevaron estaba muy viejo, así que se decidió por el violín.

“Dos veces me cambiaron el violín, llegué a tocarle al maestro José Antonio Abreu y conocí en persona a Gustavo Dudamel. Eso fue una experiencia muy bonita”, expresa.

Cristina hace una pausa y baja la mirada. Algo más le recuerda esos años. No lo dice, pero su mamá comenta bajito que desde que le sacaron la clavícula ya no puede usar el violín.

Siempre fue al liceo. La enfermedad en un momento fue limitante, y ella se armó de valor hasta culminar el bachillerato. Muchos de sus amigos se fueron del país, y con la que menos trató esos años hoy en día es su mejor amiga, Gabriela.

A sus 17 años tiene un concepto formado de la mujer: La mujer venezolana es resiliente. Se ha enfrentado a todo tipo de dificultades, no digo que los hombres no lo sean. Es que, a pesar de los problemas, siempre tienen una sonrisa para los hijos.

Cree que, en estos tiempos, son muchas cosas las que se les vulneran a las mujeres, desde los hombres abusadores hasta la falta de políticas sociales. “Igual están a la altura, en una lucha por conseguir el empleo, mejores sueldos y más estabilidad”, añade.

Hace poco Nicolás Maduro mandó a las mujeres a tener seis hijos para hacer crecer la patria. “Y me pregunto qué va a pasar con esos niños, cuál es el futuro. Es un desastre si no hay control. Me parece que hay muy mal manejo de la información”, reflexiona.

Cristina recobra el color en sus mejillas y labios, luego de 300 gramos de sangre que le pusieron para mantenerla estable. Sentada en un mueble en el servicio de Hematología del J. M. de los Ríos, con calma sigue hablando de las aventuras con su mamá, Rosa, en los centros comerciales y la playa.

No le sorprendió que su entrevista estaba relacionada con el Día Internacional de la Mujer. No es la primera vez que sale en los medios, en esas ocasiones para visibilizar la crisis de la salud. Ser referencia en este espacio le pareció agradable, y, aunque al principio dijo que no sabía qué decir, la soltura que aprendió en la radio y luego con el modelaje le alivianaron las frases. Es una mujer de 17 años que piensa en grande: “Dios me mandó esto (refiriéndose a la enfermedad), él sabrá. Pero tengo mis planes”.


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