Hoy es el sexto aniversario de Crónica.Uno. Lo celebramos. Sí, a pesar de todo, lo celebramos, porque en medio de la pandemia, el dolor y la dura crisis política y económica que azota el país, seguimos aquí para contar los hechos como son.

Caracas. Fue rápido, violento y sin anestesia. De repente, nos encomendaron la tarea de armar un medio digital multiplataforma de la nada. Porque fue así: no había nada, solo un papel firmado y ya. Un período lleno de sueños y esperanzas, proyectos grandiosos, ideas brillantes, muchas historias por contar. En un principio éramos dos, apenas él y yo. Siento angustia y pánico tan solo de recordarlo.

Pronto les fuimos contando ese sueño a otros reporteros. No a cualquier reportero. Tenían que tener una fibra, una sensibilidad especial, ser excelentes en sus fuentes y, a la vez, tener vocación social. O esa era la intención. Fuimos reclutando un pequeñísimo ejército de periodistas hasta formar un equipo sólido que resistiera cualquier golpe.

Como no teníamos una redacción, nos poníamos de acuerdo para revisar las pautas en la oficina de una ONG en donde surgió este proyecto: Espacio Público.

En ese lugar, sin embargo, no estaban preparados para nuestra llegada. De repente se juntaron un montón de activistas de derechos humanos con periodistas medio anarquistas, sin horarios, de esos que se quejan por todo. Fue amor a segunda vista…

El objetivo era claro: crear un medio nativo digital ante la progresiva e indetenible desaparición de los periódicos impresos y televisoras que fueron comprados por el Gobierno, en un entorno de censura y autocensura cada vez más asfixiante, y la voluntad de abrir una ventana para una ciudadanía sedienta de información veraz e independiente. Todo esto coincidió con el cambio de modelo de los medios impresos a digitales ante la caída de la publicidad, que ha dejado a miles de periodistas alrededor del mundo sin trabajo. Una tormenta y un terremoto al mismo tiempo. Nacimos en pleno cambio de todo el ecosistema mediático en Venezuela.

Todos los reporteros estaban despechados; venían de esos medios que fueron comprados tras la llegada de Nicolás Maduro a la Presidencia. Primero hubo que hacer ese duelo, para luego plantarle cara al poder. Las ganas eran dobles: crear el medio y desafiar los intentos de censura. La audiencia a la cual queríamos —y queremos— dirigirnos son los sectores más humildes del país, esos que en las encuestas de opinión llaman “sectores D y E”, pero que para nosotros tienen rostros, historias, alegrías y pesares.

Como todo era una idea, pues había que partir de cero. Y allí uno entiende el lugar común de los escritores con la página en blanco. ¿Cómo nos íbamos a llamar? Crónica.1. Noooooooo. ¿Crónica.qué?

Crónica.Uno.

Parece pensado, ¿no? Es más simple de lo que parece: ya no quedaban denominaciones .com y punto .org era impensable con nuestra misión, porque no somos activistas. Tenía más estilo llamarnos Crónica.Uno, aunque siempre habrá quien agregue el .com o haya que deletrearlo: Crónica.Uno. Punto Uno, escrito.

Luego vinieron varios partos: el lema, el logo y nuestro color. Rojo. Sí, rojo. Los medios y marcas más potentes son rojos: CNN, Coca Cola y así. El lema. Qué es lo que hace un periodista de verdad, el que no asume trincheras ni se casa con un sector: muestra, no opina, no sale a la calle a corroborar lo que él cree de la realidad. Enseña la prueba. Que sea el lector quien juzgue y se forme su opinión. Estas discusiones duraban horas.

—Sigamos. ¿Qué más hace?

—Ummmm. Muestra hechos. ¿No?

—¿Cuál es nuestro objetivo en esta Venezuela de bandos y polarizada?

—Mostrar los hechos como son.

—¡Bingo! Los hechos como son. Ese ES el lema.

Luego pensamos en nuestro lanzamiento. Queríamos ser disruptivos, irrumpir en la escena mediática, hacer ruido. Creamos una cuenta en Twitter y les empezamos a contar a reporteros de otros medios, a veteranos periodistas, intelectuales, historiadores, artistas para que nos siguieran y recomendaran. Y el algoritmo hizo lo suyo: en menos de dos días logramos casi 20.000 seguidores en la cuenta, sin haber escrito ni un tweet. Cuando ya teníamos una audiencia, escribimos un decálogo de intenciones sobre lo que pensábamos hacer.

Después de mucho discutir ya había un home, había reportajes para publicar, seguíamos sin una redacción, y los reporteros trabajaban desde sus casas y solo iban a discutir enfoques con Carlos Correa, el director de Espacio Público, quien es un perfeccionista por naturaleza. Así que un día el ejército lo empujó y decidió salir en modo de prueba, y comenzar. Sobre la marcha corregiríamos. Fue algo traumático pasar del impreso a WordPress, pero somos jóvenes, así que la curva de aprendizaje no fue tan larga.

Luego fuimos abriendo cuentas en otras redes y haciendo todo de manera artesanal, sin Community Manager porque no teníamos los recursos. Eran jornadas de trabajo de 12 o 14 horas. Pero así es este mundo. Nunca para.

Algunos de los pioneros y fundadores siguen aquí; otros llegaron luego y se enamoraron del proyecto. También hemos perdido gente, uno de nuestros compañeros falleció; algunos migraron, unos cuantos se fueron a otros medios y crecimos con una generación de millennials. Nuestra casa está abierta para las nuevas generaciones, porque creemos en el relevo y en su pasión por contar historias.

La vida digital es intensa y efímera a la vez. Es como la vida de los animales. El primer año de vida de un gato equivale a 15 años de edad en humanos; mientras que el segundo año son 10 años humanos. Cuando el gato es totalmente adulto, cada año gatuno equivale a 4 años humanos…

Un año digital puede ser un siglo. Como lo fue el 2020, el año más raro en el ámbito global. Y Crónica.Uno cumple hoy seis años. Seis siglos digitales. De seis reporteros, pasamos a 45 con corresponsales en 11 estados, porque necesitamos contar esa Venezuela profunda y derruida que ahora vive en el siglo XIX y que la censura intenta ocultar.

Hemos cubierto temas cuando nadie pensaba en ellos: la trata de personas, la migración en los sectores más humildes, el estigma de ser pobre y homosexual, la pobreza enquistada como un cáncer en el país, la corrupción estructural, la cotidianidad en los barrios —con su cosas buenas y malas—, los emprendedores en las zonas populares que no se rinden, el país que cocina a leña y que no tiene agua por tubería desde antes de que comenzara la pandemia. Sí, ya tenemos equipo de redes, diseñadora, un jefe de audiovisuales y una pequeña, hermosa y acogedora redacción. Y apenas estamos comenzando.


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