Vendedor de libros de Maracaibo: “Cuando uno vende un libro, es como si perdiera un amigo”

Libros Zulia

Los vendedores de libros de segunda mano de la plaza Baralt de Maracaibo celebran con resiliencia el Mes del Libro desde el corazón del Zulia.

Maracaibo. A un costado del Centro de Arte Lía Bermúdez, en el casco histórico de Maracaibo, descansa una hilera de libros a los pies de Armando, su guardián. Silencioso, observador y pacífico, espera a sus clientes mientras es testigo, en primera fila, de la desidia que devora la plaza Baralt. Esa que alguna vez cautivaba con el arte y el bullicio de quienes la frecuentaban, pero que ahora es el osario de la cultura zuliana.

Extiende su mano, se presenta y hace una mueca que sugiere una sonrisa. De inmediato se dispone a contar de su amor por la lectura y cómo se convirtió en vendedor de libros.

Me llamo Armando Arriaga Valle, nací el 18 de octubre de 1946 en Los Puertos de Altagracia. A los 21 años me vine a Maracaibo a terminar mi bachillerato y en el 69 comencé a estudiar Administración en la Universidad del Zulia, pero hubo un paro, quedé flotando, me fui a Los Puertos de nuevo y luego a Caracas, a trabajar”, dice el anciano.

Lúcido y apacible continúa: “Regresé a Maracaibo en el 77, conseguí trabajo en Casa París como personal de seguridad y en el año 2000 me liquidaron”.

Amando vendedor del libros
Armando vende libros todos los días en la Plaza Baralt de Maracaibo a precios solidarios / José Ángel Núñez

Toda su vida fue asiduo a la lectura. Julio Verne es su autor favorito porque dice que a sus 77 años, aún puede viajar por todo el mundo con solo abrir uno de los fantasiosos libros.

Los libros para mí son como un imán, yo me quedaba embelesado en los puestos callejeros de Caracas y compraba de tres a cinco libros a la semana”, comenta sin perder el hilo.

Como no logró conseguir trabajo nuevamente, aprovechó la biblioteca que había construido durante 55 años y se convenció de vender algunos. “Agarré dos bolsas negras, metí algunos libros y varios discos de acetato, llegué aquí y me quedé. Eso fue hace 18 años”.

Se negaba a vender el resto de sus libros, entonces comenzó a comprar algunos textos en una corotera. Hoy tiene más de 3000 ejemplares, muchos donados por zulianos que se han ido del país.

Sobreviviente de la lectura

Armando llega temprano, a pie desde su casa, y cierra al mediodía porque “la plaza ya no es lo que era antes, por aquí ya no pasa nadie”.

Sin mucho afán abre el kiosco que el Centro Rafael Urdaneta le dio en comodato hace unos años y con un trapito limpia con minuciosidad los textos. Los acomoda, los más importantes los pone de frente, parados, engalanados y luego él se sienta a cuidarlos, ofrecerlos y explicarlos.

Cuando uno vende un libro, es como si perdiera un amigo, por eso conservo los más especiales”, suelta mientras se quita el sudor de la cara. Rómulo Gallegos, Udón Pérez, la historia del Zulia, la poesía y el humorismo son los que guarda con celo.

Un pueblo que no lee

Según Lectupedia, en su análisis del promedio de libros leídos por país en julio de 2022, Venezuela está en la casilla 14 con dos libros leídos por año.

En los datos de World Roper Reports Worldwide, Venezuela es el país latinoamericano que más horas dedica a la lectura en el 13° o 14° lugar, coincidiendo en un promedio de 6,40 horas por semana en una y 6,24 en la otra. Es seguida por Argentina (5,9 horas semanales), México (5,5) y Brasil (5,2).

Libros Zulia
En el casco central de Maracaibo hay un grupo de personas que compran libros viejos para venderlos a otros recicladores. Ese material es llevado a Colombia/José Ángel Núñez

Armando coincide y aporta como facilitador de conocimiento: “La gente no quiere leer libros, es puro internet; aunque el libro no pierde vigencia, no entienden lo hermoso que es tener uno en las manos, olerlo, sentirlo, releerlo y aprender de él. A los libros hay que abrazarlos”.

Está seguro de que tiene libros para alimentar a 10 generaciones más, pero le preocupa no tener a quien dejarle su herencia. “A veces digo: no voy a comprar más libros, que voy a salir de estos porque mi tiempo se está agotando y no tengo a quien dejarle todo esto, pero esta es mi pasión. No puedo”.

-¿Cómo está, señor Armando?, le pregunta un jovencito interrumpiendo la charla.

-¡Aquí, bien, chico!, responde el librero asintiendo la cabeza.

-Mi presupuesto es de dos dólares, ¿qué me puede dar?, pregunta el estudiante de Filosofía, confiado en la sugerencia del hombre.

-¡Ahí están marcados los precios!, responde Armando sin interferir en la elección del joven que entiende y sigue buscando algo que lo atrape.

Aquí vendemos libros de todo tipo y económicos. Cuando llegan estudiantes que no tienen el dinero completo o necesitan un libro, yo se los doy. Les recibo lo que tengan porque el conocimiento no se niega, pero como él, que viene casi todos los días, son muy pocos”, lamenta con seriedad.

¡Me llevo este!, interrumpe nuevamente el estudiante mientras mete la cara en medio de las páginas.

Paga con moneda nacional el equivalente a un dólar, agradece y se va.

Armando lo sigue con la mirada y reflexiona: “No quiero que me pase como al cronista de Los Puertos, Pedro Luis Padrón, que cuando murió tiraron sus libros al lago, en pleno malecón, eso me mataría dos veces”.

Libros en Maracaibo
El estudiante de filosofía se quedó embelesado luego de comprar un libro en el puesto de Armando en el centro de la ciudad/José Ángel Núñez
Condenados

Una que otra vez alguien se atreve a pasar cerca de la hilera de tres metros de textos. Los miran y siguen de largo al almacén de telas que, según Armando, es el que mantiene el tránsito en la plaza.

Antes de la pandemia era diferente, ahora esto es sumamente solitario, estamos en el olvido. La plaza está muerta y con ella su historia”, sentencia.

Antes de despedirse dice con orgullo: “Los libros no me han dado mucha fortuna económica, pero sí satisfacciones. Me gusta servir porque sé que hay muchos estudiantes que no tienen para comprar un libro y yo les echo la mano”.

Mientras pasan las cinco horas del día que dedica a la venta, Armando escucha música, comparte con sus compañeros de oficio y lee. Nunca deja de leer.

Un equipo blindado

Martha, Javier y su ayudante Eleazar hacen equipo con Armando y Ángel Zambrano, un ingeniero petrolero, constructor y artesano que con la entrada de la crisis decidió sentarse al lado de Armando a ofrecer casitas de barro y algunos libros, hace siete años.

Ángel lucha todos los días por mantener la sonrisa y no decaer ante la soledad. Sus hijos y su esposa ya no están en Venezuela. Él se niega a irse, a dejar su plaza: “Yo le estoy cuidando el puesto a mi familia en el país”.

Vendedor del libros Maracaibo
Ángel Zambrano sueña con la restauración de la plaza Baralt para que vuelva a ser epicentro de la cultura y la educación/José Ángel Núñez

El artesano de 66 años asegura que los libros en el Zulia tienen sus propios enemigos, los gobernantes y las mafias.

Los gobiernos nos han querido censurar porque no vendemos los libros que ellos quieren, son enemigos de la educación, pero nosotros vamos a seguir de este lado luchando”, sentencia mientras se seca las lágrimas.

Ángel toma aire y evidentemente molesto pasa al siguiente tema: “Yo no me someto a la mafia de los libros, no dejo que los destruyan y me refiero a la mafia que hay aquí en el centro que compra libros viejos para reciclar. Ese material se lo llevan a Colombia para hacer papel de nuevo. No soporto ver como desmembran un libro delante de mí. Me niego a cambiar un kilo de conocimiento por un bolívar”.

Recicladores de conocimiento

Según cifras de la Cámara Venezolana de Editores, en 2018 cerraron 80 librerías en el país. La Cámara Venezolana del Libro calcula que en los últimos 10 años han cerrado 70 %.

Desde mediados de 2013 el Gobierno no entrega dólares preferenciales para la importación de libros. Ángel asegura que la entrada de nuevos textos al país es casi nula.

“Por eso nosotros, los vendedores, nos hemos convertido en recicladores. Vendemos, compramos, nos donan y así logramos mantener a flote la lectura, el aprendizaje. Pero carecemos de libros técnicos que son sumamente importantes porque hay una cantidad de gente que se instruye con ellos, aprende y luego se gana la vida. Hablo de electricidad, informática, etc.”.

El especialista en construcción lamentó que a pesar de tener tantos años en ese espacio todavía haya gente que no sepa de su existencia, que no valoren lo que hacen, pero la esperanza inquebrantable de rescatar el amor por la lectura los mantiene firmes.

“Mientras me sienta útil, aquí me voy a quedar”, dice tajante con una sonrisa, convencido, terco.

Vendedores de libros en Maracaibo
Los vendedores de libros de la plaza Baralt de Maracaibo solo tienen su buen ánimo y esperanza para hacerle frente a la crisis/José Ángel Núñez
Los libros son mi oxígeno

Hace 30 años que Dalila Reyes, artista plástica, compra libros en la plaza Baralt. Fue cliente de un señor que se sentaba frente al convento de Maracaibo pero se fue a los Andes. “Me dejó desprotegida”, suelta la delgada mujer de 62 años.

Desde entonces es cliente de Armando. “Él es mi proveedor personal. Cada vez que vengo al centro a comprar comida o medicinas primero paso por aquí, si no me alcanza para lo demás, no importa, lo dejo para después, pero me llevo mis libros, mi oxígeno”, comenta mientras abraza dos ejemplares.

Dalila contó que está en medio de una disputa legal porque fue víctima de violencia de género y su agresor le tiene secuestrada su biblioteca y sus instrumentos de arte.

“Me tiene secuestrados mis libros, pero no mi capacidad de leer, esa no me la van a secuestrar, esa es mía todos los días”, contó

Artista plástico leyendo en Maracaibo
Dalila dice que el oxígeno de su vida son los libros. Asegura que la falta de lectura y conocimiento profundo pone en peligro a la sociedad actual/José Ángel Núñez

Esa mañana Dalila invirtió los únicos dos dólares que tenía para comprar harina en dos libros: Los caprichos de Goya, porque se enamoró de sus ilustraciones, y La Edad de Oro de Martí. “Siento una alegría tremenda”, dice con emoción.

Armando y Ángel son servidores públicos, portadores de un conocimiento infinito, sobrevivientes de la crisis, cultores amables. Ellos son los libreros de la plaza Baralt, viajeros en el tiempo, dichosos y siempre dispuestos a enseñar.


Participa en la conversación