La urbanización El Silencio, inaugurada a finales de los años cincuenta, es conocida por tener gran cantidad de tiendas de confección y venta de vestidos para novias, bautizos, primeras comuniones y grandes ocasiones, en su zona comercial. Sahía, una mujer siria que llegó en los 60 a Venezuela, es dueña de ocho locales, de los cuales solo cuatro siguen abiertos, pese a la crisis económica.

Caracas. Sahía Yammine habla castellano entremezclado con el acento de su Siria natal. En 1962 llegó a Venezuela junto con su novio libanés, escapaban de la pobreza y de la familia de ella. En aquel momento Sahía tenía 17 años. Cinco años antes, cuando apenas tenía 12, había aprendido de corte y costura, oficio que tiempo después le dio la oportunidad de ser propietaria de ocho tiendas de confección y venta de vestidos en El Silencio, en pleno centro de Caracas.

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Foto: Luis Morillo

Al tercer día de haber arribado al puerto de La Guaira, Sahía consiguió su primer empleo como costurera. Cosía a toda hora, de día y de la noche, no solo en su trabajo, sino también en su casa, en donde recibía pedidos de clientes. Hasta que toda esa carga de trabajo le dio la oportunidad de juntar el capital suficiente para comprar su primer local en El Silencio.

Desde ese momento no ha pasado un día en que no salga de mi casa a trabajar.

Esta área del municipio Libertador, inaugurada a finales de los años cincuenta, es conocida por tener la mayor cantidad de tiendas agrupadas de confección y venta de vestidos para bautizos, primeras comuniones, bodas, fiestas, y demás ocasiones. Sahía tiene ocho tiendas, de las cuales solo cuatro siguen abiertas. Poco a poco, durante los últimos años de crisis económica en Venezuela, no tuvo otra opción que ir bajando santamarías debido a la caída en las ventas.

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Foto: Luis Morillo

Cuando Sahía cumplió 47 años tuvo que aprender a conducir. Su esposo, aquel novio con el que escapó de Siria, había fallecido, y aunque él muchas veces le ofreció enseñarle a manejar, ella nunca aceptó. Si lo tenía a mi lado, para qué iba a aprender. Pero luego de que murió, yo le pedí que desde el cielo me ayudara, y en una semana aprendí.

En Siria, Sahía estudió hasta el quinto grado de primaria. En Venezuela, a los 56 años, tomó la decisión de finalmente aprender a hablar y escribir mejor el castellano. Yo le pedí a mi hijo que me ayudara con eso, él me dijo ‘claro, mamá, nunca es tarde’, y me buscó una persona que ayudó también con la pronunciación de las palabras. Y así fue que aprendí.

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Foto: Luis Morillo

Ahora Sahía tiene 77 años. Camina lento y tiene problemas de audición. El tiempo ha pasado para ella y para sus tiendas. Ya no trabajan al mismo ritmo porque ella no es la misma de antes y tampoco tiene la misma demanda de clientes. Vende muy poco, mientras que durante las mejores épocas llegó a recibir hasta 500 encargos de vestidos por mes entre todos sus locales.

Nosotros aquí trabajamos muchísimo. Yo pasé muchas noches sin dormir por tener trabajo, y ahora, si mi hijo no me ayuda con los gastos, yo no podría seguir con las tiendas.

Los talleres de confección de Sahía lucen vacíos. De 30 máquinas de coser que tiene en el taller principal, apenas cuatro están ocupadas por modistas. Y en los locales, por cada uno, apenas hay una persona encargada de la atención al cliente, quienes, a su vez, se ocupan de la limpieza del local y el montaje de los maniquíes dentro de las vitrinas. En tiempos mejores eran dos personas por tienda.

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Foto: Luis Morillo

Hay meses en que apenas se vende un vestido, cuenta Zulay Rojas, quien tiene más de 40 años ocupando el puesto de encargada de uno de los locales de Sahía, además de eso también es modista y colabora cortando algunos patrones y pegando los accesorios a los vestidos según las peticiones de los clientes.

Zulay es diferente a Sahía. Es morena y tiene un tono de voz tan alto que su risa se escucha a la distancia. Sahía es rubia, aunque las canas ya despintaron su cabello, y habla bajo. Ambas se conocen desde hace 40 años, cuando Zulay llegó a los 17 años en busca de empleo por las tiendas de El Silencio, las cuales conocía porque había ido varias veces con su papá, quien era sastre. A Zulay le gustó el trabajo y se quedó.

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Foto: Luis Morillo

Allí Zulay también vivió la buena época de las ventas. Uno de sus recuerdos fue un viaje a Curazao como regalo de uno de sus clientes, a quien le vendió los vestidos de primera comunión y 15 años para su hija. No recuerda el año exacto en que conoció Curazao, pero sabe que fue hace más de 20 años, es decir, antes de la llegada de Hugo Chávez a la presidencia. Lo que sí quedó grabado en la mente de Zulay fue la piscina y el buffet de aquel hotel en el que se hospedó por cinco días.

Yo me sentía como en el aire. Aquello era demasiado bello.

Por esos años Zulay atendió a tantísimas personas que venían del exterior a comprar vestidos de gala en El Silencio, sobre todo de las islas cercanas a Venezuela, como Curazao y Trinidad y Tobago. En esa época su sueldo y sus cuatro tarjetas de crédito le permitieron viajar varias veces a la isla de Margarita.

Las bajas ventas y el cierre de locales son un reflejo de lo que indican algunos datos sobre los últimos seis años de recesión económica en Venezuela. Con respecto a esto, el Observatorio Venezolano de Finanzas calcula que entre los años 2013 y 2020 la actividad económica se redujo en 83 %. En ese lapso la gestión gubernamental ha estado bajo el mandato de Nicolás Maduro.

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Foto: Luis Morillo

Ahora Zulay tiene 61 años, sigue cobrando sueldo mínimo, como siempre, más una comisión del 1 % por cada venta, pero nada de eso le alcanza ni para comprar dos tomates a mitad de quincena. Fui a comprarlos para hacer una ensalada para el almuerzo y la tarjeta no me pasó porque cuestan 2,50 bolívares, contó Zulay. El costo de esos dos tomates representa 35,7 % del sueldo mínimo en Venezuela, que es de 7 bolívares mensuales, lo que, a su vez, es equivalente a un poco más de un dólar.

A mí me gusta mi trabajo, me distraigo y tengo clientes que me tienen mucho cariño, por eso sigo aquí.

En el día pueden ser muchas las personas que atiende. Cada tanto se levanta de su puesto para responder las dudas de los clientes que ingresan a la tienda, les da un presupuesto estimado y les recomienda lugares para la compra de las telas, ya que también está la opción de llevar los materiales y pagar solo la hechura, pero la mayoría no concreta ningún encargo, porque para comprar un vestido se necesitan, como mínimo, 150 dólares.

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Foto: Luis Morillo

Sin embargo, el costo de cada prenda depende del modelo, los materiales y el tiempo de trabajo que lleve confeccionarlo. Por ejemplo: un vestido de novia que lleve tela de encaje, accesorios incrustados y que sea de estilo corte princesa puede llegar a costar más de 500 dólares. Si el cliente trae los materiales, puede bajar a 300 dólares, casi lo mismo cuesta un vestido para una fiesta de 15 años.

El mes pasado Zulay vendió cinco vestidos. Para ella es bastante a comparación con las ventas de los primeros meses de 2021 y todo el 2020. Ya también tiene varios encargados en estas últimas dos semanas de flexibilización total, decretada por Maduro para los dos últimos meses del año, con motivo de las celebraciones decembrinas. Eso es porque la gente está saliendo más, pero no te creas a pesar de eso, nada es como antes.

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Foto: Luis Morillo

Para encargar un vestido los clientes deben cancelar una primera parte de al menos 20 % del costo y luego pagar lo restante al momento de la entrega de la prenda. Antes no era así, antes había más oportunidades de pago. Con esto Zulay se refiere a que antes de la crisis, los clientes podían pagar las piezas por cuotas y durante varios meses. “Ahora tratamos de que se lo lleven lo más pronto posible, uno o dos meses máximo”.

Sahía describe noviembre como uno de los meses en que había más trabajo en sus tiendas. No había tiempo ni para comer, de tantos encargos. Según su experiencia como modista, la época de las bodas es entre los últimos y los primeros meses del año, luego viene la época de las primeras comuniones entre mayo y junio, mientras que las solicitudes para fiestas de quince años y bautizo estaban presentes durante todo el año.

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Foto: Luis Morillo

Ahora en sus tiendas, y en las pocas que quedan activas en la cuadra, se nota el paso del tiempo y de la crisis. En las paredes quedan los recuerdos de fotos de novias que hace muchos años lucieron vestidos confeccionados en los talleres de Sahía. También quedan fotos de una Zulay más joven posando junto con compañeras vendedoras de otras tiendas de vestidos de la zona, la mayoría ya cerradas.

Esa soy yo con las muchachas, ahí estaba jovencita.


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