Un informe presentado por Una Ventana a la Libertad señaló que en la sede de Roca Tarpeya conviven 340 detenidos en un espacio de 321 metros cuadrados, es decir, menos de un metro por cada recluso.

Caracas. “Hay un cuartico de 1×1.20 metros donde construyes un barquito con periódico, haces tus necesidades pesadas en él, lo metes en una bolsa pequeña, la trancas y luego la metes en otra bolsa que está en la puerta del calabozo, adentro, toda la noche”.

Este es el testimonio del activista opositor, Carlos Melo, quien en 2016 pasó tres semanas en una celda de prevención del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) en El Helicoide y cuya declaración aparece en el informe “Situación de los derechos humanos de las personas privadas de libertad en los calabozos del Sebin en el Helicoide y Plaza Venezuela”, presentado por la ONG Una Ventana a la Libertad.

Melo agregó que para orinar se mantiene la misma mecánica, pues los reclusos recogen los potes plásticos para jugo —que apodan “el bichetero”— y les abren un hueco para hacer pipí. Estos recipientes se mantienen en una esquina del calabozo donde se pueden contabilizar más de 40 “bicheteros”.

Uno de los pasillos del Sebin en Roca Tarpeya. Cortesía: Una ventana a la Libertad

Pero más allá de convivir con los malos olores, los detenidos deben hacerle frente a los tratos crueles, que en ocasiones pueden convertirse en torturas en la sede ubicada en Roca Tarpeya.

La organización, luego de hablar con detenidos y abogados defensores, detectó al menos seis métodos de torturas recurrentes: crucifixión, ahogamiento con bolsas y tobos de agua, golpes con bates o palos de madera y choques eléctricos a los genitales u otras partes del cuerpo.

Este tipo de prácticas son aplicadas por agentes de alto rango en las direcciones de Investigaciones y Contrainteligencia, normalmente en lugares distintos a los calabozos, los cuales no están a la vista de los demás internos.

Cuando se lleva a cabo el traslado de algún preso para efectos de tortura, esto se hace con los ojos vendados, aunque sin sacarlo totalmente de la instalación, indicó la abogada Zoraida Castillo en una entrevista realizada por la ONG.

Uno de los métodos más utilizados para la tortura, según entrevistas recogidas por Una Ventana, es la “crucifixión”, la cual consiste en amarrar o esposar al recluso de un objeto fijo, como rejas o tubos, suspendido en las alturas. La persona queda totalmente inmovilizada y sin opción de ir al baño.

Celda en El Helicoide. Cortesía: Una Ventana a la Libertad

Mi tortura física fue llevada a cabo en Sebin Helicoide, ejecutada por la superioridad y consistió en golpearme, partirme tablas en todo mi cuerpo y luego suspenderme —guindarme— en el techo de mis dos brazos por 12 horas, poniendo en mis muñecas periódico para evitar dejar marcas, así lo señaló un exrecluso, quien mantuvo su anonimato en el informe.

Con este tipo de torturas, señala el reportaje, se busca una confesión o información por parte de la víctima, la cual es grabada en audio y video, para luego ser difundida por voceros del oficialismo.

Otra de las prácticas comunes son los golpes con objetos contundentes, como tablas o bates, aunque en ocasiones, puede haber combinaciones de los métodos, es decir, un detenido puede ser golpeado en “crucifixión”, luego de ser ahogado con una bolsa impregnada de una sustancia química o en un tobo con agua.

Con esto, los traumas psicológicos quedan en el tiempo. Un detenido señaló —bajo anonimato— que uno de sus compañeros, funcionario de la Policía del municipio Chacao, no podía conciliar el sueño, pues con los ruidos de la noche temía que los oficiales volvieran para otra sesión de torturas.

Sin metros para tanta gente

Entre mayo y junio de 2016 la población interna en El Helicoide era de 340 personas, muchas de ellas por razones políticas, en un espacio de aproximadamente 321 metros cuadrados. Lo que implica que, en promedio, el espacio por recluso es inferior a un metro cuadrado.

Por la falta de lugar, los presos conviven sin una clasificación rigurosa, por lo que no hay una separación entre mayores y menores de edad.

Debido a la escasez de “lujos” en las instalaciones, el intento de mantener la privacidad tiene un precio: en los días de visita se alquilaba un baño que llamaban “el conyugal”, por el cual debían pagarse Bs. 30.000 (diciembre 2016) al agente de guardia y así poder utilizar el espacio durante máximo tres horas. Los usuarios no necesariamente debían ser parejas.

El mercado negro también es moneda corriente en la sede de El Helicoide y según los testimonios recogidos en la investigación, el principal “comerciante” es un preso común procesado por el robo de teléfonos celulares, apodado “Galaxy”. Para diciembre del 2016, este trasladaba y llenaba botellones de agua en Bs. 3000 cada uno; una bolsa de hielo en Bs. 500; dos litros de refresco en Bs. 8000. Y para los que no pudieran renunciar a la nicotina, dejaba los cigarrillos detallados en Bs. 600.

Una botella de ron ascendía a más de Bs. 60.000, mientras que un rollo de papel higiénico quedaba en Bs. 2500.

Fotos: Cristian Hernández/Cortesía Una Ventana a la Libertad


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