Alejandro Moreno: La violencia se volvió cotidiana y por eso ya la gente no se sorprende

El psicólogo y fundador del Centro de Investigaciones Populares explicó que no es culpa de la sociedad haberse acostumbrado a los crímenes, sino del sistema que permite que se sigan registrando cualquier tipo de delitos, sobre todo en las comunidades.

Caracas. Abrir el periódico o ver en el noticiero casos de víctimas de la violencia ya es normal. La mujer asesinada en un intento de robo, los sujetos ultimados por miembros de una banda enemiga, ataques con granadas a sedes policiales, el hallazgo de un hombre descuartizado o presos que matan a otros y le obligan a comer sus restos forman parte del día a día en los medios de comunicación, o peor aún, en la comunidad.

El psicólogo y fundador del Centro de Investigaciones Populares, padre Alejandro Moreno, explicó que el asombro ante ciertas acciones proviene de la novedad, sobre todo cuando algún hecho se sale de lo que las personas están acostumbradas a ver.

Lo mismo ha pasado con la violencia, pues los crímenes se volvieron cotidianos y ya no sorprenden, no hay más remedio que asimilarlo y buscar la manera de adaptarse.

¿Por qué a los venezolanos ya no les asombran los hechos de violencia?

—El problema no es de la gente que no se asombra, es del sistema que permite que estas cosas horrorosas se vuelvan parte de lo normal y hayan perdido toda su capacidad de asombrar. No tenemos más remedio que acostumbramos porque eso está ahí todos los días, lo percibimos de alguna forma, es la naturalización de problemas de este tipo.

Es decir, ¿nos acostumbramos a convivir entre homicidios, linchamientos y robos?

—¿Pero qué más podemos hacer? A la gente no se le puede sacar de esa realidad, es como si se sorprendieran porque llueve. Buscarán formas de defenderse o de procesarla, pero el hecho sigue ahí, la violencia sigue ahí.

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¿Esta costumbre llevó a la sociedad a cometer linchamientos?

—Acostumbrarse a la violencia no quiere decir que no nos dé rabia y no genere reacciones violentas. La gente se toma la justicia por sus manos con delincuentes que son recurrentes y saben que no tienen quien los proteja, o de ser así, el delincuente cae preso pero en tres meses queda en libertad.

¿Y de quién es la culpa?

—Del Gobierno que tiene que tomar las medidas para proteger a la población, por eso hay explosiones sociales de este tipo y son inhumanas. Hay mucho odio y violencia acumulándose en el interior de la gente desprotegida y abandonada, porque se siente sola.

¿Por qué cada vez presenciamos crímenes más dantescos?

—Los crímenes siempre son malos, lo que pasa es que están tomando formas distintas para asombrar. Al criminal le interesa que la gente conozca sus acciones porque lo destacan y son importantes para él, para que le consigan respeto frente a la gente.

Están dentro de tradiciones también, porque si es por drogas o infidelidad con el negocio de la droga esos crímenes toman formas crueles e impresionantes para que aquellos que pudieran estar dispuestos a traicionar se asusten.

También son crímenes por venganza entre bandas, por violencia interna. Hay criminales que se emocionan cuando ven cómo con sus disparos salta la carne de la víctima, eso es muy enfermo y terrible. Este tipo de crímenes y trato con el cadáver obedece a muchas motivaciones, porque si una banda captura a un miembro de otra banda y le hace de todo es una forma de humillar.

¿Cuáles pueden ser las consecuencias para los venezolanos si no se detiene la violencia?

—Puede acabar con la sociedad venezolana como civilización, la gente no confía en ninguna institución y el orden va desapareciendo porque nos convertiremos en aislados y en pequeños grupos. Nos aislamos, nos encerramos y lo que era común se va deteriorando.

¿Es posible detener la violencia en el país, como en otras ciudades, por ejemplo, las de Colombia?

—Detener la violencia se ha logrado y eso es bien conocido y bien ejecutado en muchos países. Los que tienen que tomar decisiones al respecto son los del Gobierno y este no tiene voluntad política para resolver este fenómeno, no lo toman en cuenta por ahora.

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Desde que investiga la violencia y el origen del delincuente venezolano, ¿ha notado algún cambio, o diferencia, entre los criminales de hoy y el de hace 10, o 15 años?

—El malandro viejo siempre necesitaba justificar sus crímenes y tenía cierta culpa cuando los cometía, ellos provenían de otra época cultural, siempre buscaban excusas: “es que si yo no lo mataba, él me mataba a mí”, “es que eso era una culebra”, “es que él me ponía en peligro”, por ejemplo.

En cambio el joven no tiene preocupación de ese tipo, parece que el crimen se hizo natural dentro de ellos. Ya no le dan importancia a lo que piense la gente sino más bien buscan impactar y no hay sentimiento de culpa, puede ser que en el primer crimen se sientan mal, pero más bien por superstición ‘porque le puede salir el muerto’, pero al segundo o al tercer caso ya no hay inquietud ni ansiedad.

Además, no suele pasar de los 25 años, mueren antes. Siempre hay unos que pasan pero casi siempre fallecen antes, bien sea en la cárcel, por razones policiales o por venganzas en su comunidad.

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Y la familia popular que estudió en sus primeros años ¿ha variado su comportamiento?  

—Sigue igual, aunque está apareciendo una figura que no era tradicional en Venezuela y es el padre. Ahora vemos al papá que carga al niño y lo lleva por la calle, aunque no que forme una relación estable con la mamá, pero sí establecen un tipo de relación que antes no se veía exteriormente y es bien importante.

El rol de la madre no funciona como la cultura venezolana lo exige, antes la figura paterna no significaba mucho, la mujer estaba sola como responsable de los hijos. Cuando la madre falla en su función cultural hay problemas desde la infancia y hay niños que ven la necesidad de agredir para llamar la atención y se va convirtiendo en un espiral a lo largo de la vida.

Hay cambios que vienen de afuera, un valor de la figura paterna a través de los medios o influencia de la iglesia en sectores populares se va viendo. El padre necesita ser reconocido pero la madre nunca le permite entrar en el centro nuclear de la familia.

Fotos y video: Miguel González.


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