Una de las ciudades más importantes de Venezuela, la industrial Ciudad Guayana, vio morir por desnutrición a dos niños entre julio y agosto. Todo en el mismo sector.

Ciudad Guayana. Antonio González se ofusca a medida que guarda sus instrumentos de trabajo: es zapatero. Se molesta porque habla del hambre que están pasando él y su familia, y más se enfurece cuando recuerda al gobierno que ha causado esa situación: “estoy comiendo cada 24 horas, y a veces, solo cuatro veces a la semana”.

La crisis los ha golpeado. A González y a Ciudad Guyana, en líneas generales. Ya las muertes por desnutrición dejaron de ser una advertencia: entre julio y agosto, dos niños murieron en el barrio Brisas del Sur, de San Félix.

Si a ello le suma que la ciudad es una de las localidades con la inflación más alta de Venezuela —212 % fue el total de 2015—, hay más de una clave para entender lo que ocurre. El salto en los precios pulveriza el ingreso de los venezolanos.

Antonio vive con su esposa y sus dos hijos, uno de ellos, de dos años. En él se centran todos los esfuerzos. “Yuca es lo que se puede comprar y un kilo de arroz, que cuesta un realero. Bueno, todo cuesta un realero. Nosotros somos cuatro, pero al niño de dos años le damos todo. Casi siempre es arroz con yuca”. Ninguna proteína. Ningún vegetal.

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Contrastes

El sector en el que murieron los dos niños por desnutrición (una de dos años y otro de 12) colinda con la vía hacia Upata, la misma por donde transitan los camiones que, desde Brasil, vienen cargados de comida.

Pero las familias no tienen el dinero para comprar esos alimentos que no están en precios regulados. Sara González ha tenido que recurrir a medidas extremas para engañar el hambre.

“No comimos en todo el día y la vecina me regaló un vaso de azúcar. Les di de cena el azúcar con agua. Esa fue la crisis más horrible de mi vida. Mi esposo estaba trabajando y estaba sola con ellos. No pude hacer más nada”, recuerda.

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En ese mismo sector tiene una de sus sedes la fundación Me Diste de Comer, dedicada a atender a indigentes y madres de bajos recursos. Durante los últimos meses, según su director, Carlos Corinaldesi, los beneficiados se han multiplicado.

“Si antes llegaban 50 personas a uno de los comedores, ahora llegan 160, como nos pasó el viernes pasado (26 de agosto). Eso nos ha obligado a reducir porciones: antes dábamos un plato de sopa y un plato de seco. Lamentablemente ahorita es un solo plato y a veces, compartido”, apunta.

Lo más difícil de todo, añade Corinaldesi, es la proteína, que han procurado sustituir con mortadela. Pero los costos ahorcan.

La desnutrición aumenta porque las madres no tienen que darle de comer a sus pequeños
La desnutrición aumenta porque las madres no tienen qué darle de comer a sus pequeños

Alternativas

En ese plano, las sardinas se han convertido en la tabla de salvación para muchas familias: la única proteína a la que tienen acceso. Es el caso de Alexandra Díaz, vendedora de café en el mercado municipal de Unare, en Puerto Ordaz.

“Antes comíamos bien porque uno se hacía su arepa con huevo y tocineta y un vaso de jugo. Ahorita no se hace completo, sino lo que se puede y en el momento. De las proteínas, muy poco es lo que consumimos: la sardina es lo que no está matando el hambre”, dice.

Díaz se mudó con su hija para la casa de unos familiares en Puerto Ordaz. Su esposo y sus dos hijos mayores se quedaron en su ciudad de origen, Punto Fijo (Falcón), porque allá la pobreza los consumía: estaban comiendo una vez al día arepas de arroz picado.

La debacle económica golpea a los guayaneses. Por esa razón, personas como Carlos Corinaldesi tienen anhelos que pueden resultar extraños: lo que más desea es que cierre la fundación que dirige porque entonces nadie estará pasando hambre y, por tanto, no habrá necesidad de esa institución.

Fotos: Marco Valverde


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