La escasez y el alto costo de alimentos acabaron con la dieta del venezolano (I)

En 2016 cambió el patrón de compra: las hortalizas y tubérculos desplazaron las carnes y pollo. La harina de maíz y el arroz figuraban como platos principales. Hoy en día, nada de eso está en la mesa del venezolano. Ahora se hace la ilusión de comer “algo sabroso” cuando prepara un arroz solo con un cubito o se toma un agua de granos.

Caracas. El derecho a la alimentación está reconocido en la Constitución en el artículo 305, donde se establece que la seguridad alimentaria puede entenderse como “la disponibilidad suficiente y estable de alimentos en el ámbito nacional y el acceso oportuno y permanente a estos por parte del público consumidor”.

Sin embargo, en los últimos años eso ha sido letra muerta y si en el 2016 cerca 9,6 millones de personas hacía dos o menos comidas al día, según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), a la fecha —y de acuerdo con los testimonios levantados por Crónica.Uno— hay quienes pasan el día entero sin ingerir alimentos, otros variaron por completo la dieta básica, no incluyen proteínas y las sustituyen por tubérculos y plantas comestibles. Como desayuno solo prueban un bocado de pan con café sin azúcar, y al mediodía el plato principal es arroz con granos. Ya no hacen la acostumbrada sopa de lagarto o la ensalada típica de lechuga con tomates.

Esta realidad no abarca solo a los ciudadanos que están en situación de pobreza. La mala nutrición está afectando al trabajador en general, indicó la doctora Maritza Landaeta, de la Fundación Bengoa. Los gastos en alimentación ascienden a 2,7 millones de bolívares y para ello se requieren 15 salarios mínimos.

Toda esta situación, dijo Landaeta, es consecuencia de un proceso continuo de desmejoras de la cadena de producción y del suministro de alimentos, por el efecto regresivo de las políticas económicas y sociales formuladas por el Estado.

Llegamos a esto por una caída aparatosa de la producción nacional, las expropiaciones y controles del Estado venezolano afectaron la industria y la producción. Y eso es lo que estamos viendo ahora, si antes consumíamos 70 % de lo que salía de nuestros campos, ahora solo llegamos a 20 %. Por eso la gente no consigue alimentos y esto elevó la desnutrición en un año de 19 % a 30 %.

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Cambia el patrón de consumo

El venezolano no puede comprar, lo que gana no le alcanza y además cuando va al mercando no sabe qué adquirir.

En 2016 cambió el patrón de compra: las hortalizas y tubérculos desplazaron a las carnes y el pollo. La harina precocida de maíz y el arroz figuraban como las opciones más viables para los platos principales. Hoy en día, nada de eso está en la mesa del venezolano. Ahora se hace la ilusión de comer cuando prepara un arroz solo con un cubito o se toma un agua de granos.

Pero ahora ni eso. Hace mucho tiempo que no compro carne. Mi hija pregunta por qué ya no come pollo. Le disimulo el arroz con aliños y un cubito y ella piensa que está comiendo arroz con pollo, contó Rosalía Vegas.

Ciertamente, el ciudadano ya no puede comprar alimentos y comenzó a hacer sustituciones. Ya no hace crema de verduras, sino agua de auyama, arroz, granos o zanahorias, por ejemplo, y eso es lo que le está dando a los niños, incluso en el tetero.

Esta situación deja serias lesiones en el desarrollo cerebral, principalmente de los niños. La mala alimentación los está limitando a ellos y a las futuras generaciones, y desafortunadamente estas lesiones del hambre reciclan la pobreza, esos son seres humanos que no se pueden integrar a la sociedad, sostuvo Landaeta.

Ocurre también que las familias deben escoger a quién darle las proteínas y las vitaminas. Se deja a las abuelas y las mamás por fuera y se beneficia al padre de la casa y a los niños. Otra cosa tan dramática como la anterior es que los hermanos mayores se acuestan sin comer para que sí lo hagan los más pequeños.

Las cifras que los investigadores están viendo son alarmantes: desnutrición moderada y severa. Así están saliendo los niños del hospital y muchos mueren en el camino. Estamos perdiendo vidas que podían salvarse, porque además esto se junta con una situación en la que no hay medicinas, ni sueros, ni fórmulas para atender a estos pequeños que llevan a los centros con cuadros severos de desnutrición.

Yo le estoy dando teta a mi hijo, tiene cinco meses, pero a veces paso dos días sin comer. Lo que consigo es para darle a los más pequeños de la casa. Hemos pasado muchos días comiendo lechosa sancochada porque no tenemos nada, comentó Savina Luna, residente de Petare, quien completó diciendo: Y la bolsa, cuando llega, dura si acaso una semana.

Según Landaeta, el mayor problema es que las personas no están ni consumiendo grasas y eso es lo que alimenta el cerebro en desarrollo desde el útero. Las cajas Clap compensan en algo a quienes logran tener acceso a ellas, “pero para una familia de cinco miembros eso dura pocos días”.

Además, señaló la investigadora, el plato que están comiendo es blanco, no tiene proteínas, no tiene colores. “Ni leguminosas están consumiendo, ni un jugo de limón”.

Lo otro que también es un fenómeno inédito para los investigadores, es la violencia asociada al tema del hambre. Las mamás están maltratando a sus hijos por los niveles de desesperación que causa el hecho de no tener alimentos. Están haciendo una sola comida al día y cuando [sus hijos] le piden comida —un niño debe comer más o menos cinco veces al día— ellas terminan agrediéndolos. Son víctimas de depresión porque no tienen las endorfinas suficientes para responder a las exigencias. Cuando andan con hambre están tristes. Una persona sometida a esto no puede controlar su comportamiento.

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Las cifras de la Encovi de este año serán presentadas próximamente. Pero Maritza Landaeta adelantó que el año pasado el venezolano perdió en promedio 8,7 kilos y lo que ella ha visto en sus estudios recientes es que la baja está entre 10 y 12 kilos.

Es muy crítico lo que está sucediendo. Nuestros abuelos han dejado de ir a los comedores porque les da pena que los vean tan flacos, dijo Luis Francisco Cabezas, de la organización Convite.

En una zona de El Hatillo nos llegaron niños con hasta seis camisas puestas porque les daba pena que les vieran los huesos, añadió Landaeta.

Todos los datos expuestos muestran la situación de vulnerabilidad y de emergencia humanitaria en la que se encuentra la familia venezolana en relación con el derecho a la alimentación, así como el impacto en su calidad de vida y su salud.

“Por tanto, pedimos que se priorice la alimentación y salga del tsunami político en el que está metida”, completó la representante de la Fundación Bengoa.

Foto: Miguel González


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